Pionero El quinto de once hermanos, Francisco Lara -Pancho para - TopicsExpress



          

Pionero El quinto de once hermanos, Francisco Lara -Pancho para sus cercanos- aprendió a leer antes que abrocharse los zapatos. En vez de perder el tiempo en clases, prefería sentarse bajo una parra del patio de su casa a devorar literatura, sobre todo aquella que le inflamaba el pecho de compromiso social. Bienvenidos los textos de un Marx, Gramsci, pero también Verne, Salgari y Dickens, Nicomedes Guzmán y Manuel Rojas. Ya los 13 años se integró a los pioneros, querubines que cambiaron las bolitas, los trompos y los volantines para adherir a las filas del Partido Socialista. No conforme con esto, aprovechando su histrionismo y labia envolventes, se dedicó a incubar las ideas revolucionarias en cuanto muchacho tuviera por delante. Cuando sus padres o hermanos mayores lo reconvenían para que se preocupara más por sus estudios, respondía risueño pero seguro: -Todo lo que tenía que aprender, ya lo sé y ahora me toca ponerlo en práctica. Junto con esta inquietud intelectual, comenzó a desarrollar, como por arte de magia, un físico portentoso, a pesar de que jamás había manifestado interés alguno por los deportes ni por nada que lo distrajera de sus intenciones de cambiar el mundo. Ya veinteañero, con su metro 84 de estatura, ocupó un lugar destacado en la toma del campamento Pedro Lenin, además de vitorear los encendidos discurso en contra de los “ratones que se esconden en sus agujeros” pronunciados por un tal Wagner Salinas. La admiración recíproca hizo que ambos se volvieran amigos entrañables. Salinas, identificado dentro del GAP como Silvano, no tardó en darse cuenta de que Pancho era el hombre indicado para sumarse al equipo encargado de cuidar las espaldas de Salvador Allende. Sin embargo, dado que la clandestinidad formaba parte del espíritu de la cofradía izquierdista, para su familia no pasó de ser un funcionario más del Servicio Agrícola y Ganadero. El 11 –Aquí vamos a ir a la pelea –dijo Pancho convencido, mientras palpaba su arma de fuego– Si no, estos huevones nos van a matar. El día anterior le había prometido a su hermana María regarle un par de aritos con motivo de su santo. Ella jamás los había usado y estaba emocionada. Pero bajo su jovialidad y entusiasmo aparente, Pancho estaba preocupado. Presentía que algo malo estaba por suceder, si es que ya no estaba pasando en ese preciso momento. Había demasiadas amenazas de que las fuerzas golpistas acabarían por derrocar al gobierno de la Unidad Popular. La noche del 10 de septiembre decidió sincerarse con su padre. -¿Qué me aconseja que haga? -Lo que su corazón le diga, mijo –le contestó. –Si tengo que hacerle caso, me voy donde el Presidente, no más –dijo Pancho- Aunque eso significa estar preparado para lo que sea. Por eso, a las seis de la mañana en punto estaba golpeando la puerta de la casa de Wally para emprender, junto a su socio y amigo, rumbo a la capital. Pero la patrulla de carabineros les cortó el paso y su impulso por batirse a duelo fue detenido por la mesura de Wally. -¡No! ¡Baja tu arma! La camioneta roja doble cabina se mantenía estacionada a un costado de la carretera en el cruce Panguilemo, mientras decenas de agentes policiales se acercaban apuntándoles con sus carabinas. Los sacaron a la fuerza del interior y los pusieron con las manos abiertas sobre la carrocería para registrarlos y confiscar las pistolas. -¡No tienen nada más, mi capitán! –gritó un cabo que revisó el interior del automóvil. -¿Y que andai buscando, huevón? ¿Acaso querís fruta? La insolencia de Pancho fue respondida con un culatazo en plena cara. Wally, por primera vez, lo sintió vulnerable. Él, igual que su amigo, también había llegado a Talca alrededor de las seis de la tarde del día anterior. Tomó once con Carmen y la invitó a Maule para visitar a su padre y llevarle de paso unos regalitos, entre ellos, unas frazadas para el frío. Carmen no se sentía bien del todo por el embarazo y prefirió quedarse en la casa. Wally regresó a las 10 de la noche y por primera vez su esposa lo notó nervioso. -¿Qué te pasa? –le preguntó Carmen. -No nada… pero en que el cruce Maule estaban quemando unos neumáticos. -¿Quiénes? -No sé. Parece que eran milicos. A ellos les gusta hacer esas cosas… A lo minutos, golpearon la puerta. Era Pancho. Tras discutir unos minutos, acordaron regresar a Santiago a las seis de la mañana del día siguiente. Él lo pasaría a buscar allí mismo. Carmen dejó lista la maleta de Wally para que no perdiera tiempo, la misma maleta que ahora el cabo destruía a puntapiés y culatazos. Historial Wagner Salinas y Francisco Lara (29 y 22 años respectivamente) fueron detenidos el 11 de septiembre de 1973 en las cercanías de Curicó. Durante su cautiverio se les sometió a sesiones de tortura que incluyeron la privación de alimentos. Posteriormente, se les derivó al Regimiento Tacna, Región Metropolitana, donde fueron fusilados el 5 de octubre de 1973 por decisión del general Sergio Arellano Stark, quien en ese entonces comandaba el grupo de represión conocido como “Caravana de la Muerte”. Gracias a la intervención del hermano de Wagner Salinas, integrante de la Brigada de Homicidios de la Policía de Investigaciones, fue posible encontrar sus cadáveres.
Posted on: Sat, 17 Aug 2013 09:46:16 +0000

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