Pirucho, que vive en casa, me acompañaba a la salida del barrio - TopicsExpress



          

Pirucho, que vive en casa, me acompañaba a la salida del barrio (una de las tantas, la trasera, para mí). Salí y él se quedó en la puerta del enrejado. Llegando a la esquina, cien metros después, me volví y ví que estaba sentado mirando hacia mí. Doblé, perdiéndolo de vista, y seguí caminando. Cuando terminé lo que tenía que hacer, pensé en volver por otro camino: “mejor ir por el parque, con sus árboles, sus caminos curvos, de tierra colorada, sus sonidos de hojas que se entrechocan y murmullan, saludándome, contándome algo, quién sabe qué…”. Y así fue, el parque me absorbía en su magia nocturna, sus colores y formas variadas, las distancias entre los árboles, sus cercanías, sus aromas, y las sensaciones en mi cuerpo. Me iba, con todo eso, al salir y cruzar la calle, siguiéndome, como una cola de barrilete que se desprendía de a poco a medida que me alejaba… Volví a casa por otro lado, por la calle del frente. Abrí la puerta, entré. Esperaba que Pirucho estuviera. Pero no. ¿A dónde habría ido? Creí que me acompañaría y luego volvería a su lugar seguro, su refugio. ¿No me habrá seguido y después se perdió? Me conmovió imaginar que por seguirme hasta la esquina a lo mejor se asustó de los ruidosos y amenazantes colectivos y autos. Tantas otras veces no regresó por tres días seguidos, esta podía ser otra de esas veces. Acomodé lo traído esperando su regreso. No venía. Bueno, si se fue, se fue. Ya va a volver. Pero… si quedándose ahí mirando le había pasado algo? Una vez yo había llegado justo para salvarlo de la caída inevitable de la rama de un árbol a la que se agarraba con una uñita, en ese entonces, mientras un doberman lo esperaba ladrando desde abajo. Gracias a la alarma de mis pequeñas vecinas llegué a socorrerlo a tiempo. ¿Y cuando me seguía hasta la parada del colectivo sobre la avenida…? Yo lo echaba, lo espantaba. ¿Qué iba a hacer él cuando yo subiera al bondi? ¿Sabría regresar? ¿Y aquélla vez que el encargado del edificio me contaba “es Pirucho en serio, eh? lo enfrentó al doberman… y lo espantó…”. Y bueno, yo lo había entrenado, para que se supiera defender solito. Le ataba un bollo de papel en un hilo y hacía que practique puching-ball (no sé cómo se escribe, no hinchen). Se la hacía bien difícil, poniéndoselo alto, moviéndoselo rapidísimo, pero no se enloquecía, lo seguía y le daba con la izquierda, con la derecha, le cambiaba las direcciones, el ritmo. Mientras, le tarareaba la música de esa película del boxeador tan famosa… Se cebaba y se trepaba a las cortinas y se tiraba desde arriba volando; saltaba a los respaldos de las sillas de madera y se quedaba colgando hamacándose con otra uñita. Y esa vez … cuando detrás de la reja de la ventana yo le decía vos no sos como Merlina (la gata que anteriormente había adoptado y ya no estaba), porque ella era … y la describía …, y vos no. Me miró furioso dando vuelta la cabeza y de un salto llegó a la reja desde el suelo a la ventana agarrándose con sus cuatro extremidades y la cola… Parecía una araña amenazándome, todo ofendido. Bueno, vos tenés lo tuyo… me disculpé… Todo eso recordaba, y entonces decidí salir de casa nuevamente para regresar a donde nos habíamos separado. Caminé por dentro del barrio. Estaba oscuro. La luz de la luna me ayudaba a distinguir el camino sinuoso de lajas entre los árboles de pino, que hacían más oscura la noche. Son casi dos cuadras oscuras y expectantes. Llegué a la reja y abrí la puerta. Ahí, a unos tres metros, sobre la vereda, estaba Pirucho, sentado. Mirando hacia la esquina por donde me había perdido de vista. Atento. Con la orejitas paradas. Inmóvil. Hacía casi una hora que me había ido. Y él me esperaba, mirando hacia aquélla esquina por donde había doblado. MI MININO Vero
Posted on: Sun, 21 Jul 2013 00:48:45 +0000

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