Poetas gringos y la ginebra seca y fría Por Sidharta Ochoa Nunca fui del tipo de autor tijuanense que se lleve bien con los poetas gringos. Su lírica me parece pálida. Sus poemas sosos. Entiendo poco de los sonidos y de la poética de Jerome Rotenberg – aunque observo cierta búsqueda a diferencia de los gringos/pálidos que rondan la ciudad-. Pretender lo contrario me parece una mentira aunque confesar tal cosa me sitúa en el peligroso terreno de los valores estéticos “conservadores”. Como a la ginebra seca y fría prefiero el argumento, el filo de la inteligencia a los supuestos sonidos de la tierra contenidos en un poema. A la escritura automática la entiendo como una falta de disciplina consigo mismo – quizá porque mis experimentos han resultado desastrosos con este método– el fluir del argumento es casi tan musical como el tambor que se evocan en los poemas de lo originario. El viaje psicótico de un autor me importa poco, si no lo narra de forma inteligible como Philip K. Dick, me pone a bostezar el viaje personal que no hace un trabajo con el lenguaje o con la inteligencia simple y llana. De literatura gringa aprendí un poco porque durante la secundaria iba a los Estados Unidos con mi madre y me compraba algunos libros en Barnes and Noble o en la mesa de novedades de Wallmart de Rancho San Diego; en esta última había una sección de novedades editoriales: así conocí a Joyce Carol Oates y a John Updike y por Sara, una amiga judía de Filadelfia, conocí los bestsellers de ficción. Mi encuentro con la literatura gringa fue ñoño, no me fui a San Francisco ni al Downtwon a conocer la gringuedad y lo reciente lo aprendí de una obsesión rara por los obituarios del New York Times, que afortunadamente desapareció cuando superé una ruptura dramática. (Para continuar leyendo en: revistacritica/columnas-2/los-huesos-de-beckett/poetas-gringos-y-la-ginebra-seca-y-fria-por-sidharta-ochoa)
Posted on: Tue, 05 Nov 2013 00:26:22 +0000
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