Por Eduardo Galeano - TopicsExpress



          

Por Eduardo Galeano Una historia de Favaloro La Fundación,institución privada, funcionaba como si fuera hospital público de alto nivel;y las cuentas no cerraban. Una noche, charlando con Favaloro, se me ocurrió preguntarle, inocente de mí, por qué no recurría a los ricos muy ricos: ellos podrían deducir de susimpuestos las contribuciones a la Fundación, como se hace normalmente en Estados Unidos o en Europa: –Sería una buena idea –me contestó–, si en este paíslos ricos muy ricos pagaran impuestos. Yo tuve la suerte de conocer a este hombre entrañable, de quien hoy estamos todos huérfanos. Supe de las dificultades, abrumadoras, que estaba enfrentando. Con mi mujer, Helena, podemos dar fe de su generosidad infinita, de su sentido religioso de la amistad, de su excepcional calidad humana. En su homenaje, publico ahora una historia de sus tiempos de médico rural. Pensaba enviársela, se la envío ahora. El electricista Andaba en bicicleta, con la escalera al hombro, por los caminos de la pampa infinita. Bautista Riolfo era electricista y también todero, arreglador de todo, motores y relojes, molinos, radios, escopetas, lo que fuera; según se decía, la joroba que tenía en la espalda le había salido de tanto agacharse hurgando máquinas y maquinitas. René Favaloro, el único médico de la comarca, también era todero. Con los pocos instrumentos que tenía y los remedios que encontraba, oficiaba de cirujano, partero, psiquiatra o especialista en lo que se necesitara componer. Con la ayuda de todos los vecinos, cercanos y distantes, René pudo fundar una clínica comunitaria. Y, con la ayuda de Bautista, pudo instalar el primer equipo de rayos X que hubo en toda la región. Junto con esa máquina de radiografías, René compró también, en Bahía Blanca, una máquina de música: un tocadiscos holandés, a pagar en cómodas cuotas cuandopuedarias. En aquellas soledades de la pampa, habitadas por el viento y el polvo y muy poquita gente, la música era una compañera imprescindible. Pero el tocadiscos tenía sus mañas, y en un par de meses se negó a seguir funcionando. Y ahí vino Bautista, en su bicicleta. Sentado en el suelo, se rascó la barba, investigó, soldó unos cablecitos, ajustó tornillos y arandelas: –A ver ahora –dijo. Para probar el aparato, René eligió un disco, la Novena de Beethoven, y colocó la púa en su movimiento preferido. Y se desató la música. La poderosa música invadió la casa y se echó a volar por la ventana abierta, hacia la noche, hacia el desierto; y siguió viva en el aire después de que el disco dejó de girar. Cuando el silencio volvió, René comentó algo, o algo preguntó, pero Bautista no contestó nada. Bautista tenía la cara escondida entre las manos. Y un largo rato pasó, hasta que por fin levantó la cara mojada. Y entonces aquel electricista consiguió decir: –Perdone, don René. Pero yo no sabía que esa... esa electricidad existía en el mundo.
Posted on: Fri, 26 Jul 2013 11:09:17 +0000

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