PsicologÃa y temperamento de Jesús. Hay psicologÃas sanas, equilibradas, serenas, entusiastas, optimistas. Y hay psicologÃas enfermas, hipocondrÃacas, esquizofrénicas, megalómanas, amorfas, raras, depresivas, pesimistas, asustadizas y desequilibradas. Hay temperamentos para todos los gustos: colérico, nervioso, apático, sentimental, apasionado, sanguineo, superficial, profundo. ¿Cómo era Jesús? Es un hecho: Jesús ha sido, es, y será un personaje excepcional desde todos los puntos de vista. Ha partido la historia en dos: antes de Cristo, después de Cristo. A veces su modo de obrar es extraño, hasta el punto que sus mismos parientes creen que "ha perdido el juicio" (Mc 3, 21) y lo quieren llevar a su casa porque creen que compromete el honor familiar. Los enemigos le acusan de estar poseÃdo de un espÃritu maligno, porque su obrar y doctrina rompen con los moldes recibidos del ambiente judaico (Mat 12, 24). Otras veces su conducta parece un poco extraña: hace barro en el suelo con la saliva y unta los ojos de un ciego; o mete los dedos en los oÃdos de un sordo; o escribe con el dedo en el suelo o arroja airado a los mercaderes del templo. ¿No sufrirá una crisis nerviosa, no tendrá algún desajuste emocional o psicológico? ¿Quién es éste que quebranta el sábado, que come y bebe con pecadores? ¿Ha perdido los estribos? Un maestro un tanto singular: un maestro que no tenÃa lugar fÃsico donde preparar sus clases; no tenÃa escuela, no llevaba libros debajo del brazo. Ni casa donde dormir. ¿Qué caracterÃsticas podemos entresacar del temperamento de Jesús, a la luz del Evangelio? EspÃritu equilibrado: a pesar de que su vida se desarrolló en un ambiente de lucha y fricción, dado que su mensaje era innovador y chocaba constantemente contra las clases dirigentes de entonces, que le consideraban intruso, Jesús les desenmascara terriblemente, con espÃritu decidido, costase lo que costase. Y lo hace con espontaneidad, equilibrio, naturalidad, sinceridad...pero también con tono y palabras punzantes, con argumentos contundentes y serenos, hasta el punto que nadie se atreve a echarle mano (Jn 7, 45). Cuando quisieron sus paisanos despeñarle, con toda naturalidad pasa en medio de ellos, sin nerviosismo ni excitación. En su vida no hay bruscas alternativas, ni depresiones nerviosas ni rectificaciones de conducta o de doctrina. Este equilibrio y serenidad es reflejo de una armonÃa y equilibrio de su alma segura y centrada en torno a una misión superior. Dice un autor de él: "Hombre verdaderamente completo, hombre de un tiempo y de una raza apasionada de la que no rechazó sino las estrecheces de miras y errores. Tiene sus entusiasmos y sus santas cóleras. Conoce las horas en las que la fuerza viril se hincha como un rÃo y parece desbordarse. Pero siempre permanece lúcido: nada de exageración, de pequeñez, de vanidad, ningún infantilismo, ningún rasgo de amargor egoÃsta e interesado. Agitadas, temblorosas, las aguas permanecen lÃmpidas" (Grandmaison). En sus desahogos de cólera, su centro es el celo de su Padre, que es el centro de su alma. Es una reacción en defensa de los intereses superiores del Reino de Dios. No busca sus intereses personales. EspÃritu lúcido y voluntad decidida: lucidez, pues sabÃa a qué habÃa venido, conocÃa bien el plan que su Padre le habÃa trazado. Lúcido en su hablar y predicar. No desvariaba, no perdÃa la memoria. Su hablar era coherente, reflexivo y brillante. Y al mismo tiempo, tenÃa una voluntad decidida. Nada de blandenguerÃa, ni voluntad enfermiza o débil. Voluntad decidida, demostrada en términos tajantes: "Si tu ojo...si tu mano...córtatelos".... "Dejad a los muertos enterrar a los muertos"...."Dejen todo y sÃganme". Fue esta voluntad decidida, la que hizo que algunas veces los apóstoles no se atrevieran a preguntarle...estaban como sobrecogidos y con temor, a veces. ¡Qué decisión la de Jesús: "Que nunca salga fruto de ti"! Fiel a su misión: por eso rechazó las propuestas de Satanás en el desierto. Por eso rechazó la propuesta de la gente para hacerle rey temporal. Por eso rechazó la propuesta de Pedro de quitarle la cruz y el sacrificio. Por eso, al final de su vida pudo decir: "Todo está cumplido". EspÃritu sincero y auténtico: en Cristo no cabÃan las mañas, la manipulación de la gente, el engaño, las palabras de doble sentido, la trampa. Por eso, luchó a muerte contra el espÃritu doble e hipócrita de los fariseos, a quienes trató duramente. No aguantaba la mentira. Por eso dijo: "Vuestra palabra sea sà o no...no se puede servir a dos señores...la lámpara de tu cuerpo es tu ojo". Jesús no tenÃa máscaras. Era transparente: por eso lloraba, sentÃa tedio y temblor, se compadecÃa, se enojaba...No era un estoico. Nada tenÃa postizo. Por eso, desenmascara las trampas de los fariseos: "Mostradme el denario...dad al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios". EspÃritu realista, no idealista: Jamás se oyó decir de Cristo que tuvo éxtasis, es decir, momentos en que perdÃa el control de los sentidos, por estar en contacto con el mundo sobrenatural. Nunca se desconectó del mundo sensible. Nunca estuvo fuera de sÃ, como estuvo san Pablo o santa Teresa o san Juan de la Cruz, a quienes Dios les concedió estas gracias especiales. Jesús era realista. VivÃa a la intemperie. Nunca estuvo enfermo. Esto nos demuestra que tuvo un equilibrio orgánico y psÃquico a prueba de todo. Quien anda en éxtasis se siente descoyuntado, molido, con dolores musculares y orgánicos. Jesús vivÃa en la realidad. Y esa realidad era dura. Tanto que le creaba tensión con su misión: "Tengo que recibir un bautismo de sangre...las raposas tienen madriguera...vamos a Jerusalén". Jesús no fue un idealista ni un soñador. Pisa en tierra firme: "Dadles de comer...estoy conmovido". No es un sonámbulo. No tiene espasmos nerviosos. No tenÃa sugestiones ni fanatismos. Jesús nada tiene de rarezas. Por eso, come, bebe, echa en cara, discute, reza, motiva, llama la atención, se enoja. Sus mismas parábolas demuestran este espÃritu realista: pescadores escogiendo los peces buenos; los agricultores sembrando la buena semilla; los obreros esperando en la plaza el contrato del dÃa; la reacción de los que trabajaron más contra los más favorecidos; la preocupación de la mujer que perdió una dracma en la casa; la súplica de la mujer ante el juez inicuo; los amigos importunos que van de noche a pedir pan al amigo; el rico que no se preocupa del pobre; los fariseos que en las plazas hacen todo para ser vistos; la madre que va a dar a luz; los lirios del campo; los que entran al banquete sin llevar vestido de etiqueta... ¡Qué ojo tan realista y observador! Nada se le escapa. Con sus parábolas podrÃamos reconstruir el medio ambiente social de su época. EspÃritu sencillo: la sencillez es la no complicación ante Dios, los hombres y uno mismo. Es sinónimo de naturalidad, autenticidad, transparencia. Por eso, en Jesús encontramos una fluidez en la relación con su Padre. Y en el trato con los hombres no tenÃa gestos teatrales, ni tonos altisonantes ni espectacularidades para halagar a las masas. No clamaba en las plazas. Su vocabulario era sencillo, natural, simple, imaginativo y plástico. Nos se iba a la abstracción; nos e andaba por las ramas. No se daba a logicismos rabÃnicos eruditos. Natural, sin afectación; natural, sin rarezas; natural, sin formalismos. Por eso, pedÃa que los ayunos no se hiciesen en público, sino en privado. Por eso, iba a los convites con gente sencilla e incluso poco recomendable. No se complicaba. No se hacÃa lÃos. No cavilaba. No buscaba dobles intenciones a las cosas. Por eso, desenmascaraba a los fariseos, porque eran complicados de mente, retorcidos, maliciosos, malpensados. Todo en Jesús es transparente, auténtico, sincero: "El ojo debe ser el espejo del corazón". Sencillez. Sencilla fue la llamada de cada apóstol. Nada de truenos, ni de gritos, ni de espasmos. Nada de sueños ni de visiones: "Ven y sÃgueme". Sencillez. Por eso, todo lo decÃa de frente sin complicarse. Sencillez. Por eso, simplificó los 503 preceptos judaicos en uno solo: Amaos. EspÃritu original e independiente: A todos considera hermanos, no hay extraños ni extranjeros. Todos somos hijos del mismo Padre Celestial. En tiempo de Jesús imperaba un nacionalismo cerrado y de revancha contra el extranjero. Jesús habla de universalidad, de fraternidad, de unir Oriente y Occidente, donde se sentarán todos en el mismo banquete. Original, también, al dar primacÃa y prioridad al valor ético, interior, espiritual y no a la letra, que a veces mata, si no está permeada de espÃritu. "Habéis oÃdo que se dijo, pero Yo os digo...". ¡Qué postura tan valiente, gallarda, independiente! "Nadie habló como Éste". Por este espÃritu de independencia corrige la interpretación dada a las leyes antiguas, simplifica todo, perfila, matiza. Todo sonaba nuevo, original: "Dar la otra mejilla, devolver bien por mal, amar al enemigo, no permitirse ni siquiera desea a la mujer del prójimo, perdonar, sólo los enfermos necesitan del médico, buscar lo perdido, lo que sale del corazón eso es lo que mancha...". Por este espÃritu original, no promete un mesianismo terreno, polÃtico, social, sino espiritual, donde los pobres, los afligidos, los humildes, los pacÃficos, los perseguidos son quienes tendrán su recompensa. Por eso su doctrina, por ser nueva, pedÃa odres nuevos, corazones nuevos, mentes nuevas. Si no, se echarÃa a perder el vino de su mensaje. Original y atrevido. Se considera superior a la ley, al templo, al sábado, y con toda independencia y libertad, cambia las antiguas costumbres que eran intocables: "Habla con una mujer samaritana, come con pecadores, cura a extranjeros, se encara con esos maestros de la ley, quebranta el sábado para hacer el bien a los necesitados...". EspÃritu de mansedumbre, exento de blandos sentimentalismos: No ha habido temperamento más comprensivo y condescendiente con el prójimo que Jesús. Su espÃritu de mansedumbre culmina en su silencio, en su porte digno al ser abofeteado. No es un silencio lleno de miedo e impotencia; sino un silencio lleno de dominio y contención de las pasiones irascibles. Jesús es una mezcla de majestad y dulzura. Sabe condescender sin rebajarse; entregarse sin perder su ascendiente; darse sin abandonarse. Su dulzura y mansedumbre no significaba transigencia y aprobación de situaciones injustas o de actitudes erradas. Por eso, desenmascara la falsedad, la hipocresÃa, con frases duras y cortantes, de las clases dirigentes judaicas. No se alza contra la autoridad; al contrario, dice a los suyos que sigan sus instrucciones, pero no su conducta. Vigoroso y suave, suro y condescendiente. En el equilibrio de ambas tendencias está el carácter perfecto. EspÃritu comprensivo y humano, sin concesiones a la demagogia: Jesús era intransigente con el pecado e indulgente con el pecador. Ahà tenemos a Jesús frente a la mujer adúltera (Juan 8, 1s) y frente a esos judÃos que trajeron a esa mujer pública. Fue indulgente con ella, porque estaba arrepentida, pero fue intransigente con el pecado de la mujer: "Vete y no peques más". Y fue intransigente con esos judÃos: "El que de vosotros esté sin pecado, arroje la primera piedra". Ahà tenemos a Jesús frente a esa mujer samaritana (cf. Juan 4). Jesús le puso ante su cara el pecado: "Cinco maridos has tenido, y el que ahora tienes no es tu marido". Pero la fue llevando al arrepentimiento. Jesús no tiraba las piedras contra los pecadores, como hacÃan los fariseos. Era comprensivo con la debilidad humana. Pero era intransigente con la mentira, la hipocresÃa, la falsedad, la ambición, la comodidad. Por eso no dudó de hablar duro a Pedro: "Apártate de mà Satanás" cuando Pedro quiso quitar del plan de Jesús la cruz, lo difÃcil (Mateo 16, 21-23). Aún resuenan las terribles palabras contra la actitud de esos jefes religiosos: "Fariseos, sepulcros blanqueados, raza de vÃboras". Daban la impresión de una virtud interior que no tenÃan. Comprensivo con el pecador humilde. Por eso perdonó al buen ladrón (cf. Lucas, 23, 39-43), a Zaqueo (cf. Lucas 19, 1-10). Pero esta comprensión con la debilidad humana, estaba muy por encima de la demagogia o condescendencia con las pasiones bajas de las turbas. Por eso, no lanza un programa o un mensaje facilitón, cómodo, de satisfacciones sociales en el orden terrenal; no promete bienes terrenales, sino persecuciones, dificultades. Por eso, a los que le siguen les pide renuncias terribles, negarse a sà mismo, tomar la cruz...amarla a Él más que a sus seres queridos. Nada de concesiones a la sensualidad y a la animalidad del hombre. Primero están los valores del espÃritu, que piden ascesis, trabajo, renuncia. Jesús no halaga, exige. Jesú no cede, exige. No contemporaliza, exige. Nada de demagogias facilitonas, como hacÃan otros mesÃas. Su mensaje era crudo: cruz, sacrificio, renuncia. Y sin embargo, era el Pastor que busca esa oveja perdida y cuando la halla, se alegra, la pone sobre los hombros, hace fiesta. Era ese Médico que curaba las heridas profundas del corazón de quien se acercaba humilde y arrepentido. Eera ese Padre que se compadecÃa de esas turbas hambrientas de su Palabra, y les alimentaba sin prisas, aunque no tuviera Él tiempo para comer. Jesús, pues, era intransigente con el pecado, pero comprensivo con el pecador. Para ello se necesita tener un corazón noble, grande para amar y fuerte para luchar. EspÃritu austero: austero, no al estilo de Juan Bautista, que huye del mundo y de sus nobles alegrÃas. Jesús no es un anacoreta que vive aislado en el desierto, sin más compañÃa que la de los chacales. El anacoreta se desconecta de la vida social, de sus problemas y angustias. La misión de Jesús debÃa desarrollarse en el bullicio de las ciudades, conviviendo con sus conciudadanos y participando de sus preocupaciones. Los monjes anacoretas tenÃan este lema: "Huye, reza, llora". Jesús, no. Jesús quiere santificar la vida social en su propio ambiente, en contacto con las diversas clases sociales de su tiempo. ¿Dónde está, pues, su austeridad, si tenÃa que vivir en medio del mundo? En su vida personal habÃa abrazado la más estricta pobreza. No tenÃa dónde reposar la cabeza. TenÃa otro alimento distinto. Austeridad, como ese tener lo esencial, vivir con lo esencial; en comida, vivienda y vestido. Austeridad, como libertad interior. Cuanto menos se tiene, más libre se siente Jesús. Su mensaje, por otra parte, exige austeridad, renuncia: "No acumuléis tesoros en la tierra, donde la polilla corroe"... "¿De qué le sirve al hombre ganar el mundo entero...?"... "Una cosa es necesaria". Pide, pues, austeridad, para desembarazar el espÃritu a fin de que vuele con mayor libertad hacia la santidad. Pide perder la vida material, para salvar el alma espiritual. Como el cirujano que amputa un miembro, para el bien del todo. Pide vender todo lo material para comprar la perla preciosa de su amistad, de su gracia, de su Reino. Nada tiene valor para Jesús, sino en función de su dimensión religiosa y espiritual. Por eso lo material debe ocupar un lugar secundario en la vida del cristiano. Si no hay renuncia en la vida, no hay clima propicio para el desarrollo de los valores espirituales. Su mensaje, por tanto, supone un programa de renuncia. No nos hagamos ilusiones: para entrar en el Reino de los cielos hay que desprendernos. La austeridad nos ayuda a elevar la mirada a las cosas de arriba, y a desprendernos de las cosas, afectivamente, primero, y efectivamente, después. EspÃritu razonablemente afectivo: la actitud de austeridad y desprendimiento ante la vida en Jesús no está reñida con un temperamento afectivo, cálido, cordial. Austeridad no significa adustez, insensibilidad, frialdad en el trato con los demás. La austeridad regula esa tendencia de todo hombre a tener más de lo necesario. La afectividad es una cualidad que todo hombre tiene que desarrollar en el marco de un equilibrio, y que le hacer ser más hombre. ¿Cómo demostró Cristo su afectividad? En los Evangelios se nos habla de su predilección por los niños, sÃmbolo del candor y humildad, necesarios para entrar en el Reino. Con sus apóstoles fue afectuoso y el Evangelio no esconde que Jesús tuvo predilección con algunos: Pedro, Santiago y Juan. A pesar de la rudeza de aquellos pescadores, Jesús tuvo detalles de delicadeza y afectividad: cuando les vio cansados, los llevó a la otra orilla a pasar un fin de semana. En la Última Cena los llama: "hijitos mÃos" y les deja el testamento del amor, como sello de su pertenencia. Les lava los pies. Cuando les manda al apostolado se preocupa de que no les falte nada. Fue compañero de fatigas y sinsabores, de alegrÃas y sobresaltos de esos doce Ãntimos. Con ellos desarrolló una afectividad sana, equilibrada y orientada al bien. La afectividad unida a la amistad crea lazos irrompibles, estrechos y duraderos. Antes de partir al Padre, Jesús les conforta, les anima y les promete un Consolador, el EspÃritu Santo. Les promete su asistencia hasta el final de los tiempos. Hoy dirÃamos: "Jesús tenÃa corazón". Esto es la afectividad. La misma EucaristÃa fue regalo de esta afectividad inigualable que desembocó en amor Ãntimo y oblativo. Las lágrimas que Jesús derramó en varias ocasiones demuestran que Jesús no era una persona adusta o insensible, sino, al contrario, con una capacidad de afectividad fina. Le dolÃa que no le aceptaran como MesÃas. Le dolÃa la suerte de su pueblo. Le dolÃa la injusticia, la explotación, el sufrimiento de su gente. Le dolÃa la ingratitud. Le dolÃa la terquedad de algunos. CONCLUSIÓN Hemos visto todo un mosaico de virtudes en Jesús. Virtudes en plena armonÃa, que forman la rica personalidad de Cristo, su mundo psicológico y afectivo. Estas virtudes las vivió Jesús de un modo sereno, lÃmpido, natural, sin tensiones. Cristo representa el equilibrio, el ideal más puro de la Humanidad. A Él tenemos que mirar todos, por ser el Camino, la Verdad y el Modelo A modo de conclusión, hagamos un breve resumen de cuanto se ha dicho: ¿Cómo era Jesús? Ante su Padre: obediente, agradecido, atento, solÃcito, amoroso, delicado, respetuoso. Ante los hombres: Demuestra un gran interés por el hombre, por cada hombre. Le ama con compasión, le habla con sencillez, le corrige con bondad y con exigencia amorosa para que se convierta; le urge la conversión del hombre. Quiere hacerle salir de su reducido mundo, abrirle horizontes, darle alas para que comprenda lo que es, lo que puede ser. Desea hacerle superar lo inmediato para que vea lo profundo de su vida y de su actuación. Usa términos absolutos: nadie, todos, perderse, salvarse; no se queda en las ramas, va a las raÃces (Mc 8, 35; Mc 9, 43-44). Utiliza las narraciones o parábolas para iluminar las actitudes que el hombre debe tener en su vida, para enseñarle cómo debe actuar para ser mejor: el sembrador y su cosecha (Mt 13), obrero y trabajo (Mt 20, 1-16), servidor y señor (Lc 12, 45-47), ladrón (Lc 12, 39), padre e hijo (Lc 15, 11-32), administrador y el rico (Lc 16, 1-8); rico y pobre (Lc 16, 19-31), negociantes y casas de préstamo (Lc 19, 12-23), invitados a la boda (Lc 14, 8-12), gobernantes y súbditos (Mt 20, 25). También usaba paradojas y enigmas para hacerle pensar al hombre, animarle a buscar. Emplea el género apocalÃptico para recordar la inseguridad del hombre, el juicio al está sometido, la soberanÃa de Dios, su paciente espera, su justicia, la maldad del pecado, la necesidad de estar vigilante (Mt 24, 36; 24, 27-28; Mt 25). ¿Desde dónde enseña al hombre? Cualquier parte es púlpito: plazas, caminos, a orillas del lago, sinagoga, banquetes, templo, etc. ¿Cómo enseña? Con autoridad, con decisión, con paciencia y bondad. Ante las cosas: amor y respeto por la naturaleza. Se ha fijado en todo: pájaros (Lc 9, 58; 12,6), los cuervos (Lc 12, 24), los lirios (Lc 12, 27), la hierba del campo (Lc 12, 28; Mt 6, 30), las vides y los sarmientos (Jn 15), las uvas y los espinos, los higos y los cardos (Mt 7, 16), los juncos y hierbas agitados por el viento (Lc 7, 24), las nubes en el cielo (Lc 12, 54), el viento (Jn 3, 80), la gallina (Lc 13, 34). Y todas las cosas las relaciona con el Padre, con el mundo espiritual. Todo es huella de Dios. Tiene en cuenta los hechos sociales, civiles y religiosos, cotidianos. Utiliza sÃmbolos que transportan a una realidad profunda: sal, luz, candil, perfume, polilla, carcoma, viga, perla, roca, rÃo, viento, casa, red, tesoro, grano de mostaza, grano de trigo, cizaña, etc. Todo le servÃa a predicar su mensaje divino. Jesús se da cuenta de las relaciones humanas, comerciales, polÃtica y religiosas.
Posted on: Thu, 18 Jul 2013 19:34:42 +0000
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