Pues aquí un día más en vela, con un paciente grave. Un joven - TopicsExpress



          

Pues aquí un día más en vela, con un paciente grave. Un joven de 28 años al que se ha operado 4 veces en menos de 15 días. Así que me puse a rememorar cosas del pasado y esto fue lo que salió. Cd. Juárez, Chih. a 27 de agosto de 2013 Ya se acerca una fecha importante para toda una generación de la Escuela de Medicina del ICB de la UACJ. Octubre de 1973, mes en que acudimos a las aulas con grandes ilusiones y deseos de iniciar la carrera de Medicina. La iniciamos en unas aulas que estaban adjuntas al edificio del Auditorio Benito Juárez, enfrente de la Biblioteca Pública que está en el parque Borunda. En la esquina que hacen las calles Vicente Guerrero e Ignacio Ramírez Éramos aprox. 250 alumnos de primer semestre y como 60 alumnos de segundo, tercero y cuarto del programa anual que había previamente en la escuela de medicina de la antigua Universidad Integral de Cd. Juárez. Previamente en el mes de agosto de 1973 se habían llevado acabo cursos propedéuticos para los nuevos alumnos. Por eso la gran mayoría se conocía y cuando presentaron el examen de admisión tenían mayores posibilidades de salir aprobados. En mi caso, no había acudido a tales cursos porque apenas me había enterado de la fecha del examen. Esa mañana que iba rumbo al examen de admisión, lugar que desconocía que era en un mentado edificio de IIA. Me subía a un camión de la línea Parque-Cárcel en una parada de camiones que había por la 16 de septiembre, a la altura del cine Victoria (aun la ave. 16 de septiembre era de 2 sentidos). Pues al ir, en dicho, camión me encontré a 2 personas que también iban al mismo asunto que yo (una de ella fue Lupita, que más tarde sería arquitecta y la Directora de Tránsito Municipal) pues me acoplé con ellos y como la última parada del camión era hasta la plaza de toros Monumental (que ya es recuerdo) pues hicimos el resto del trayecto a pie hasta llegar al IIA que se encontraba en la Ave. Del Charro, casi enfrente del lienzo Charro. Al llegar las aulas estaban repletas de próximos alumnos de la UACJ en sus distintos institutos. Me sentía como un intruso que llega a una fiesta donde todos son conocidos, pues todos platicaban de lo bien que se la habían pasado durante los cursos propedéuticos y además conocían a los alumnos que aplicarían el examen de admisión (después supe que uno se llamaba Hernán Cavazos y el otro de apellido Pacheco) todo sonrientes, todos hablándose con gran confianza. Sentía que ese filtro no lo pasaría. Y así fue, el único examen que he reprobado desde que tengo uso de razón fue este. Me reprobaron, pues por burro. Pero como aquí en México siempre hay una segunda oportunidad para la gente que falla una vez. Pues si hubo otro examen y ¿Qué creen? Pues los aprobé. Y salí en las listas de los admitidos para iniciar clases en el ICB, en lo que antes se llamaba tronco común: que era los 4 primeros semestres que se cursarían junto con los alumnos que después del quinto semestre cursarían medicina y odontología. Los cuatro primeros semestres no se veían a los alumnos que cambiaron su plan de estudios anualizado a semestral. Convivíamos poco, pues nuestras aulas eran la que estaba en la planta baja y primer piso de las aulas adjuntas al Benito Juárez, y en el anfiteatro, donde se daban las clases de disección de anatomía que se encontraba en la calle Juan de la Barrera entre las calles Vicente Guerrero y Ave. De La Raza, más cercano a la Vicente Guerrero. Nuestras aulas, iniciales, fueron unos cuartos que en verano no se soportaba el calor y en invierno no se soportaba el frío. La que estaba en la planta baja dos de sus paredes eran grandes ventanales de vidrio con una mano de pintura blanca, por fuera, y varias manos de pintura negra por dentro donde nos amontonábamos unos 250 alumnos para recibir clases en común como eran: Histología, Fisicoquímica, Embriología, Salud pública (que nos la impartía una maestra norteamericana Ms. Morton, que cuando hacía mucho calor nos daba la clase en el Parque Borunda. Hay una anécdota con esta maestra que no levantaba más de 1.50 cm. del piso y su peso serían unos 50 Kg.: un día, en que ya había iniciado la clase un compañero, Lucero que trabajaba de enfermero en el Paso, Tx. que tenía ya sus 50 años, se iba escabullendo al salón repegado a la pared, el creía que Ms. Morton no lo veía, y de repente con su acento gringo se voltea y le dice “ya siéntate Pendejo” y toda la clase soltó una gran carcajada, Lucero todavía impresionado por lo que oyó quiso defenderse pero para eso no hay defensa). El anfiteatro era una edificio con un techo muy alto, que más bien parecía un barracón de prisioneros de la guerra de Vietnam que una aula, donde había una pileta de aprox. 110 cm. de altura donde se amontonaban los cadáveres, algunos de ellos con algunas áreas ya diseccionadas, para las clases de disección y dos planchas de mármol artificial; donde volaban libremente las palomas y que en ocasiones era la música que acompañaban la clase del maestro. Después este edificio cambió, no en la fachada ni sus paredes y techos del interior, sino que se pusieron unas bancas como un verdadero anfiteatro ahí recibimos los alumnos de la cuarta generación las clases de anatomía y de disecciones por los maestros: Erasto Armendáriz (QEPD), Raúl García Acosta, Fernando Portillo y Daniel Quevedo (precisamente las clases de anatomía servían para dividir los grupos; que nos volvíamos a reunir en el resto de las clases. Todo esto hacía que tuviéramos poco contacto con los grupos que iban en los semestres superiores como son los de la primera generación: eran 9 o 10 alumnos que si mal no recuerdo eran: Adriana Saucedo, Mercedes Padilla, Juan Enríquez, Víctor Jurado, Enrique Cano QEPD, Pablo Estrada QEPD, Olga Ceballos, Salvador Tobías, Yolanda Hinojo, José Ruiz. La segunda generación Esteban Candelas, Rodríguez Lozano, Fierro “El Popis”, Carlos López Arellano [El famoso “Coco” el más inteligente estudiante que ha tenido la escuela de Medicina en toda su historia, con un IQ inigualable] QEPD, López Baca, Luis Rey, Becerra (QEPD), Hernán Cavazos, Pacheco; y que gracias a el “Coco” y a Esteban Candelas existe la asociación de egresados de Medicina Manuel Delfín León. La tercera: Ramón Murrieta, Raúl Borrego, Carlos. El equipo de futbol americano se formó a instancias del “Oso” Gómez y del “Flaco” Horacio Guzmán. Que al principio entrenábamos en el Parque Borunda, a un lado de la Biblioteca Pública. Estaba conformado por un grupo de charrapatrosos: Javier Armenta “El Caballo” (ese apodo se lo puso el Dr. Erasto Armendáriz, QEPD, porque decía pareces caballo tu nada más corres derecho), “El Burro” Argueta (Hijo del de los Burritos Tony), José de Jesús Lara Vázquez “El Gordo Lara” (QEPD), Ramón Murrieta, Pedro González Guerrero, “El Safety”, López Ávila “El Atila”, “El Saltamontes” (QEPD), Raúl Mendoza “El Chino Mendoza”, ahora conocido como el Dr. Raúl Ayala, “ El Sanguinario”, “Arturo Dorado “El Chango”, José de la Luz Hernández “El Pinolillo”, Álvaro Terrazas “El Terry”, “El Pocho”, Arturo López Reyes “El Tacle”, Solís “El Cheto”, un servidor “El Conejo” y otros que escapan a mi memoria. El entrenador en jefe Dr. Erasto Armendáriz (que cuando jugábamos siempre nos gritaba “Les Faltan Huevos” y en clases de anatomía de segundo semestre nos decía que nos iba a trasplantar unos para que tuviéramos) Después cuando estábamos ya en tercer semestre nos tocó las aulas adjuntas que estaban en contra esquina de las botanas 100% juarenses las Ah Qué Rico en un edificio que actualmente se encuentra una refaccionaria, en la esquina de Juan de la Barrera y Ave. de la Raza. Parecíamos judíos errantes, ya que algunas clases las llevábamos en las aulas de enfermería del Hospital General de Cd. Juárez, otras en las aulas de la escuela de enfermería del CME, otras en las aulas adjuntas a el Auditorio Benito Juárez, otras en el anfiteatro y otras en las aulas de las Ah Que Rico (donde por cierto estaba la bibliotecas y laboratorios de Bioquímica y fisiología). En el edificio más viejo, dónde actualmente se encuentra ICB, recibimos una única clase que nos la dio el Dr. Moreno Razo porque no encontrábamos aulas, era una pequeña aula que parecía auditorio con asientos que iban elevándose hasta tocar el techo con las manos, casi enfrente las puertas de acceso. El resto de la carrera la llevamos en las aulas de la escuela de enfermería del HG, donde había cada pleito con las enfermeras, y con razón, para ocupar las aulas. Por eso en ocasiones también tomábamos clases en las aulas de enfermería del CME, principalmente las clases del Dr. Elías Abbud, con su fiel escudero Salvador Tobías. En aquel entonces había una mística en el estudiante de medicina: venías de familias humilde (la gran mayoría) por lo que se viajaba en ruterazo, y prohibido quedarse dormido en clases (a dormir a su casa la señorita que se quedaba dormido en clases). En una clase, la de nosología quirúrgica, que la impartía el maestro Dr. Oscar Rubén Varela Rodríguez, médico militar, nada más decía - He tú, si tú levántate, cuando nos estábamos quedando dormidos, y más de tres nos poníamos de pie y así se continuaba la clase. Nunca hubo la disculpa: es que estoy desvelado maestro. Por eso siempre consideramos nuestra casa al Hospital General de Cd. Juárez. Pues ahí pasamos gran parte de nuestra carrera, así como el internado y después como especialista en el Departamento de Medicina Interna. Para algunos de mis actuales colegas los tuve como internos. Todos dicen que era muy enojo y estricto, pero no hay otra cuando se trata de preparar médicos que van a tratar seres humanos, para evitar lo más posibles errores. Fueron muchos los maestros que nos dieron clases pero pocos que dejaron una huella. Que nos crearon una mística, que por lo que escucho se ha ido perdiendo con el transcurso de los años en los alumnos de la escuela, que es el respeto a los maestros, a los médicos viejos héroes de mil batallas y que como el caminante hicieron camino y que al volver la vista atrás vieron la senda que nunca jamás se volvería a pisar, sino estelas en la mar. Se ha dejado que los bosques se vistan de espino. Algunos, otros maestros, no nos enseñaron medicina pero si como vivirla, como sentirla. Para todos ellos vaya mi agradecimiento eterno: Manuel Delfín León (QEPD), Erasto Armendáriz (QEPD), Elías Abbud, Ricardo Ortiz Piñerúa (QEPD), Mariano Allen Cuarón, Daniel Quevedo, Ms. Morton, Oscar Rubén Varela Rodríguez, Guillermo Bermúdez, Carlos Ponce Torres, Fidel Calderón, Hazael Carlo de la Cueva, Ríos Ramírez, Oscar Madrid, Guillermo Barrios López. Así fue nuestro inicio en aquel lejano octubre de 1973, van hacer casi 40 años, que iniciamos esta aventura que aún no termina. Pues no sé porque existió Sócrates, ese famoso filósofo griego que dijo su frase, aún más famosa: “Yo, solo sé que no se nada”. Así me encuentro actualmente como en el principio, después de 28 años como especialista en Medicina Interna, la tan traída, vituperada y mal querida. Soy un alumno más de esa masa informe que se encuentra volando en el éter y que ahí está dispuesta para el que quiera tomarla: el conocimiento. Después de vivir todo lo que he vivido, de grandes y pequeñas experiencias, de miles de pacientes tratados, de fracasos y victorias (que en medicina deja más enseñanza los fracasos que las victorias). Sigo siendo el primer internista egresado de ICB allá por el año 1985. Antes de mí ningún clínico había egresado, aunque algunos les duela y no me lo reconozcan pero así será por los siglos de los siglos amen. Es el único orgullo que me queda, porque como decía mi madre Ernestina Cárdenas de Sáenz (QEPD): “Lo cortés no quita lo valiente” Una disculpa para aquellos a los cuales los recuerdo con apodos y a otros que francamente no los recuerdo y que escapan de mi memoria.
Posted on: Tue, 27 Aug 2013 09:11:55 +0000

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