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Página12. Fuerte rechazo de médicos, expertos en bioética y profesionales de salud mental al periodista. REPUDIOS Y CRITICAS A NELSON CASTRO Después de decir que la Presidenta tiene a sus médicos “preocupados” por un supuesto “síndrome de Hubris”, el periodista y médico fue duramente cuestionado por hacer un “burdo diagnóstico”, “machista” y “estigmatizador”. Críticas y repudios. Esa fue la cosecha del periodista Nelson Castro tras expresar por televisión que los médicos de la presidenta Cristina Fernández de Kirchner estaban “preocupados” por “su estado emocional” y diagnosticar frente a las cámaras que la mandataria padecía un supuesto síndrome de Hubris, que le afectaría su interpretación de la realidad: ella piensa “que la realidad es la que ella cree que es, y no la que es”, aseveró Castro. Especialistas en salud mental y bioética cuestionaron con indignación su proceder y consideraron que cometió una “grave falta de ética” profesional, que “debería ser juzgada” si estuviera ejerciendo como médico, por pronunciar un diagnóstico “burdo” y “sin validez científica” en su programa de TN El juego limpio. Además, advirtieron que lo único que buscó Castro fue “estigmatizar” y “descalificar” la figura de CFK y sus acciones, a través de etiquetas que “pretenden ubicar como enfermedad actitudes que, en realidad, son señales de salud”. “Sus médicos están muy preocupados por su estado emocional. Se preocuparon el domingo por la noche, el lunes, el martes y hoy. Sépalo, sea consciente, escúchelos. Es importante que su salud emocional sea perfecta”, sostuvo el periodista. Ahondó: “Usted tiene que tomar decisiones que nos afectan a todos, necesitamos que esté muy bien para que actúe con sabiduría. Sus médicos están preocupados, no la han visto bien estos días”. Castro, que además de periodista es médico, sostuvo que la Presidenta “necesita recuperar la calma y el equilibrio frente a la adversidad”. “Es difícil y sobre todo cuando alguien padece, como es su caso, el síndrome de Hubris, que es la enfermedad del poder y que usted está padeciendo”, agregó. Al referirse al síndrome de Hubris, Castro explicó que “es una entidad médica política que describe las características del hombre y la mujer del poder, [quien] siente que es único en la historia, que siente que la historia lo está mirando”. El conductor de El juego limpio añadió que “como consecuencia” del síndrome de Hubris, la Presidenta “piensa que es única y casi el centro del universo, que sabe todo, que la realidad es la que ella cree que es, y no la que es”. Salud vs. enfermedad Uno de los expertos que criticó al periodista fue el director de Bioética del Hospital de Clínicas, Juan Carlos Tealdi. “Este hombre ha saltado unas cuantas barreras”, sintetizó, en diálogo con Página/12. “Le hace mal a la medicina y a la imagen médica”, agregó. “Es una falta ética elemental violar el secreto profesional, que es una regla fundamental de la medicina y forma parte del Juramento Hipocrático”, señaló Tealdi. “Se aprovecha de su título médico para darle legitimidad a su discurso”, observó Mario José Molina, presidente de la Federación de Psicólogos de la República Argentina (FePRA) y de la Asociación de Psicólogos de Buenos Aires (APBA). La FePRA expresó en un comunicado de prensa su “más enérgico repudio” frente al uso de parte de comunicadores sociales “de categorías y/o diagnósticos psicopatológicos y terminología técnica propia del área de salud mental, utilizada para estigmatizar y rotular”. El texto se titula “contra los diagnósticos mediáticos”. Tealdi consideró que “hay una descalificación basada en el género: es lo más machista que hay, asociar a la mujer que rompe privilegios y normas preestablecidas con un desequilibrio mental. Es machismo de vieja raigambre. A las Madres de Plaza de Mayo las tildaron de locas para descalificarlas durante la última dictadura militar”, recordó. Los especialistas consultados coinciden en que Castro violentó una serie de normas legales y éticas, en el área de la salud, y particularmente de la salud mental. El psicólogo y ex diputado Leonardo Gorbacz, autor de la Ley de Salud Mental, sancionada en 2010 y que puso a la Argentina en la vanguardia legislativa en ese campo, las enumeró: - “No se hace un diagnóstico por observación televisiva. Se debe hacer en base a entrevistas personales o a la aplicación de tests o pruebas”. - “El que hizo Castro es un diagnóstico construido sobre la base de prejuicios y no de signos psicopatológicos. Es un mal diagnóstico”. - “Tampoco se difunde por televisión. La Ley de Derechos del Paciente prohíbe la difusión de información de un paciente. La información sanitaria siempre es confidencial”. - “No se puede hacer un diagnóstico en el campo de la salud mental sobre la base exclusiva del status político, ni socio-económico, ni por la pertenencia a un grupo cultural, racial o religioso. Esto está expresamente prohibido en el artículo 3º de la Ley de Salud Mental. Y es claramente lo que hizo Castro. Como Castro no acuerda con la Presidenta la descalifica al decir que no se adapta a la realidad. Justamente incluimos ese artículo en la ley, porque los diagnósticos de salud suelen aprovecharse para perseguir a opositores o disidentes en un Estado totalitario”. Etiquetas Beatriz Janin, psicóloga y psicoanalista, sumó otra crítica. “Se etiqueta a alguien para descalificar todo lo que esa persona hace. Además, esta idea de clasificar supone que todo se puede plantear como un síndrome y desconoce la complejidad del ser humano. Jamás un diagnóstico se podría hacer con tanta liviandad. Son maneras de estigmatizar a la gente y en realidad, no tienen validez científica”, advirtió Janin, directora de las carreras de Especialización en Psicoanálisis con Niños y con Adolescentes de UCES y APBA. La especialista señaló que a lo largo del tiempo se han planteado con la misma liviandad la existencia de distintos síndromes. Por ejemplo, en 1851, el médico estadounidense Samuel Cartwright habló de “drapetomanía”, un desorden mental que supuestamente afectaba a los esclavos que tenían compulsión a fugarse. “De esa forma, Cartwright ubicaba como enfermedad una actitud que en realidad era una señal de salud. El diagnóstico que enuncia Castro es una muestra de la peor aplicación de la psiquiatría, es un diagnóstico inventado. Se encuadra a la Presidenta en un lugar de forma tal que todo lo que haga tiene que ser entendido a partir de esa patología”, analizó Janin. Gorbacz, además, cuestionó que le haya adjudicado que padece el llamado síndrome de Hubris, un cuadro que no está caracterizado como tal por la Medicina. Fueron los griegos los primeros que utilizaron la palabra “Hubris” para definir al héroe que lograba la gloria y “borracho” de éxito se empezaba a comportar como un Dios, capaz de cualquier cosa. Este sentimiento le llevaba a cometer un error tras otro. Como castigo al “Hubris” está la “Nemesis”, que devuelve a la persona a la realidad a través de un fracaso. El ex diputado y psicólogo señaló que no es un diagnóstico que se utilice en la Argentina. Tampoco existe en los manuales que se aplican en el país. “La de Castro es una visión ideológica de la salud: con ese criterio, es sano aquel que se adapta a la realidad. Esa es una práctica autoritaria. ¿Cuál es la realidad que hay que aceptar? ¿La que nos muestra el canal de noticias TN todos los días? La perspectiva de la Ley de Salud Mental plantea otra idea de salud. No se define como adaptación a la realidad, sino con la posibilidad de relacionarse solidariamente con otros y respetando su individualidad, las ideas, entre ellas las políticas, que el otro tiene. Entonces, debemos decir que está mucho más sano aquel que intenta modificar la realidad de acuerdo con sus ideas”, agregó Gorbacz. “La idea que contiene el diagnóstico que hizo Castro va en línea con la propuesta política de un ‘país normal’, en el que no haya diferencias porque ambas suponen una única realidad que se pretende imponer como verdad absoluta e incuestionable. En cambio, la idea de que ‘en la vida hay que elegir’, admite las diferencias subjetivas y anima a que cada uno pueda elegir entre distintas visiones, sin que una visión sea considerada sana y la otra enferma”, continuó el autor de la Ley de Salud Mental. Para Molina, presidente de APBA y FePRA, Castro plantea un punto de vista muy positivista. “Castro cree que con mirar y escuchar por televisión a una persona ya es suficiente para emitir un estado emocional. Eso no es serio. No hay evidencia científica ni metodológica que lo lleve a sacar esa conclusión”, objetó. Molina recordó que esta semana, el padrastro de Angeles Rawson, Sergio “Pato” Opatowski, manifestó en declaraciones periodísticas que el portero Jorge Mangeri, acusado del crimen de la adolescente, es un psicópata. “Los conceptos de la psicopatología están muy vulgarizados. Pero una cosa es que lo diga el padrastro de la adolescente y otra un médico con larga experiencia como Castro”, cuestionó Molina. Además, criticó “la liviandad con la que emite sus juicios”. Los especialistas consultados coincidieron en que Castro debería ser juzgado por el órgano que regule su matrícula médica, si la tiene. Para Tealdi, Castro transmite “una suerte de arrogancia”, no sólo al violar el secreto profesional e incurrir en un supuesto diagnóstico, sino por la forma en que en su programa se dirige a la Presidenta. Según el conductor de El juego limpio, “como consecuencia” del síndrome de Hubris CFK “piensa que es única y casi el centro del universo, que sabe todo, que la realidad es la que ella cree que es, y no la que es”. Castro finalizó así su editorial: “Señora Presidenta, es lo que usted está padeciendo. Deseo que usted pueda recuperarse, de corazón. Esa enfermedad de poder que está sufriendo la padecemos todos nosotros”. LAS ALARMAS DEL DOCTOR CASTRO. Por Horacio González No es la primera vez que Nelson Castro hace uso de una visión de la medicina y la psiquiatría que corresponde a un trazado binario donde juegan nociones como normal y patológico, pero ahora en la conciencia psíquica de los gobernantes. Es el lenguaje, sabemos, del cruce entre enfermedad y poder, o bien la enfermedad que caracteriza a los poderosos en tanto tales. Si la “normalidad” corresponde a una ciudadanía saludable, lo segundo a una deficiencia psíquica que se adjuntaría a figuras políticas con el latigazo final de que la enfermedad es la “metáfora del poder”. Hace tiempo que el doctor Castro, como tantos otros doctores que dan consejos dietéticos, de estética corporal o de prevención de caries, ha fusionado con el lenguaje de la televisión un lenguaje de la cura y el cuidado de sí, repleto de tecnicismos y palabras elaboradas por los laboratorios que fabrican distintos productos medicinales. La diferencia con los programas de consejos medicinales es que ha logrado absorber en la proposición del “poder enfermo” a las acciones de la Presidenta, a la que al término de cada programa se le dirige como el buen médico que da recomendaciones sobre su supuesta situación psíquica, con una falaz benevolencia, pues se incluye entre los “40 millones de ciudadanos” gobernados por ella, que con toda razón –“se lo deseo, créame, de todo corazón”–, dependen de su racionalidad siempre a punto de ser carcomida por una dolencia abismal, nunca declarada. En su programa televisivo, ése es el momento del diagnóstico. ¡Cuánto nos recuerda a tantos médicos de la literatura universal, con sus monsergas paternalistas! O al revés, sin rozar siquiera que este gran tema de la enfermedad y el arte, que ha sido tratado en recordadas piezas literarias, como la epilepsia del príncipe Mishkin en El idiota de Dostoievski y la permanencia de Hans Castorp en el alegórico hospital de La montaña mágica, de Thomas Mann. La manera en que el doctor Castro se dirige a la Presidenta es una pieza mayor de la hipocresía (que también es una leve patología), pues aconseja como un personaje extraviado de algún borrador de Molière, mirando a la cámara como un poseído curandero o un profeta desocupado, y mientras parece escribir en su recetario, con una sintomatología de simulación (que para los médicos positivistas del siglo pasado era una forma estetizada de la mejor patología), finge estar preocupado por la paciente, mientras no logra ocultar una puntilla de gozo por estar en situación de decretar la locura en un enemigo político. Metáforas habituales, como “enfermedad”, tan bien tratada en su relación con el poder por Susan Sontag, son arruinadas por un pensamiento más bien elemental, apenas recubierto con la palabra “doctor”, que si no nos equivocamos, en la política se pronuncia casi siempre con sorna. Guardémonos que se nos diga “doctor” en cualquier situación que fuese. Ahora ha refinado el diagnóstico, haciéndolo aún más literario, sin salir de la curandería. Ha ido a la Grecia Antigua a buscar palabras de Aristóteles y de Sófocles, en lo que no se equivoca, pues son, entre otros, quienes más han tratado los extravíos de la conciencia a través de la figura del héroe trágico. Conceptos como hibrys o hamartía son palabras fundantes de la civilización griega, tomadas de la teoría de la purificación de las pasiones o del arte del arquero griego, para quien la hamartía comienza siendo un error en el disparo de la flecha hasta adquirir la estatura de una palabra ligada al error trágico. Para el caso, al transformarlas en términos médicos. Pero no como se haría en la cultura griega arcaica, guardando una finura retórica que no se emplea en condenar a nadie sino en saber afrontar los golpes de la fortuna. Reduciéndolo todo a copiar manuales de psiquiatría laboral, que se usan en las empresas para aceptar o rechazar a peticionantes de empleo con un cientificismo que apenas encubre una escuela no proclamada de servilismo laboral y preparación para la vida humillada. Entonces se nos habla de “Síndrome de Hubris”, salido del mágico recetario de un programa de la televisión, lo que al parecer ha interesado a los redactores de un diario donde se trata la vida intelectual de muchas maneras, inclusive de ésta. La hibris o hubris, este “síndrome” ahora apócrifo, para los griegos antiguos hablaba de la perdición del héroe en medio de un complejísimo trazado de la conciencia de la libertad, obligando a elegir entre la piedad y el exceso. La televisión argentina en su aspecto más cuestionable –ciertos programas, muchas publicidades, las coreografías de los llamados programas de entretenimiento–, es la heredera menor de estos conceptos de la historia del arte universal. Los usa mal y a contramano. En su solo mirar hacia el exterior de sí, no percibe su propia hamartía, su propia hibrys repleta de carestía moral, pero de algún modo efectiva para sus usos políticos basados en la denigración o el vejamen. Miren si Sófocles hubiera hecho un examen de medicina laboral a Edipo o si Freud hubiera tomado ese mito de una manera ligera, para dar consejos por radio (en su época no había televisión). Omnipotencia y narcisismo, dicen los doctores norteamericanos que cita el doctor Castro. Para decir todo eso, pasa por una afirmación dudosa para todo médico o todo político (“la soledad del poder no se cura con nada”), lo que da un indicio de que los ropajes de la poética de Aristóteles sólo sirven no para el examen de las pasiones –como era el caso–, sino para seguir explorando los senderos del ataque insaciable bajo un docto disfraz medicinal. Confieso que tomé el título de esta nota de un famoso artículo de Borges –el “doctor Borges”– titulado Las alarmas del doctor Américo Castro. Pero no hay que asustarse. Se trataba apenas de una incisiva crítica al lingüista español que cuestionaba la variedad rioplatense del idioma castellano. Todo ocurría en la década del ’40. El escrito de Borges es demoledor. Si no hubiera otras tantas diferencias, este apenas quiere ser un llamado de atención para que se usen seriamente las palabras y no se reduzca la difícil politicidad que vivimos a un mero orden médico. ¿Le pido un turno, doctor? Seudodiagnósticos y normas de “la realidad”. LA CRÍTICA POLÍTICA. Por Nicolás Lantos Más allá de su dudosa veracidad, las “denuncias médicas” realizadas por Nelson Castro volvieron a poner en discusión una serie de debates: ¿Qué se busca a través de estas supuestas noticias? ¿Es válido recurrir a ellas? ¿Es ético? ¿En qué tipo autoridad se apoyan? ¿Es la salud de los funcionarios asunto público o se restringe al ámbito privado? Desde el análisis político se coincide en que estas maniobras encierran un objetivo ajeno a la mera observación médica, a su vez es puesta en duda por la poca confianza en fuentes anónimas del entorno presidencial citadas por el editorialista con título. “¿A qué apunta Nelson Castro? A producir un discurso de disciplinamiento político a través de un disciplinamiento psiquiátrico”, observa el analista político Martín Rodríguez, responsable del blog Revolución Tinta Limón (revolucion-tinta-limon.blogspot). A través de este mecanismo, Castro impugna las acciones del Gobierno deslizando la hipótesis de que “las políticas impulsadas por la Presidenta responden a una psiquis alterada”, y por tanto pueden (y hasta deben) ser revisadas, señala. “Frente al desafío kirchnerista de producir un ‘país normal’ o un ‘país en serio’ (o sea, más justo) con políticos dramáticos, Nelson Castro milita la ‘normalización’ del político a través de la divulgación de su ‘saber médico’ –agrega Rodríguez–. Más que país normal, que en la interpretación kirchnerista implicaría alteraciones de una estructura desigual, prefiere políticos normales.” Para la politóloga Micaela Libson hay un punto que está fuera de discusión que es que “para nada la salud de un presidente es algo de índole privada”, sino que “es, de hecho, siempre una cuestión de Estado”. El interrogante que le sigue en este punto es por qué se eligió a Nelson Castro como portavoz de este debate. “¿Por qué no a Ernesto Tenembaum, que es psicólogo? Supongo que porque nadie sabe que Tenembaum es psicólogo.” Es decir que no se acude a Castro por su “saber” como médico, sino porque la audiencia lo reconoce como porque ya hizo uso de esa condición en otras ocasiones, tanto en sus columnas como en publicaciones. En ese sentido, el semiólogo Roberto Marafiotti acota que “para un público vasto, aun el ser médico es un rasgo de autoridad, de manera que si el doctor dice que la Presidenta está enferma, habrá que prestarle atención”. Este discurso, “si coincide con los intereses de los medios, será incorporado para la receta donde se cocina el sentido social” más allá de sus “componentes absolutamente emocionales e irracionales.” Rodríguez advierte que “Nelson Castro usufructúa la autoridad ética con su discurso lleno de deberes: primero, como periodista, el deber de informar; segundo, como médico, el deber de advertir riesgos”. Así, el editorialista “habla como si tuviera la obligación de hacerlo aunque faltara a su doble condición de periodista y médico”. Aunque “es obvio que no tiene fuentes en el círculo médico de la Presidenta, el hermetismo natural de ese círculo permite que se invoquen esas supuestas fuentes.” Pero, agrega Marafiotti, “este periodista además escribió un libro acerca de los enfermos de poder”. Esa decisión es un sesgo ideológico: “Podría haber relevado otras condiciones pero prefirió aquellas de las que él pudiera sacar un beneficio adicional: el poder enferma, sería la conclusión –analiza–. Se podrían proponer otras hipótesis: el dinero enferma; la mentira enferma; la pobreza enferma. Pero para la construcción de un imaginario de incertidumbre, la idea de locura, de desmesura, de bipolaridad son ingredientes atractivos”. Otra politóloga, María Esperanza Casullo, suma una nueva arista: “Con el uso político de enfermedades psíquicas hay una cuestión de género. En los Estados Unidos se habló muchísimo de la bipolaridad de Hillary Clinton, pero de Bush nadie decía que era un alcóholico recuperado”, indica. Marafiotti acota que “para Castro, CFK es Lady Macbeth, no Antígona. La duda, la locura, la incertidumbre pertenecen al universo femenino y si se les añade el poder, la catástrofe está a un paso. Sin embargo, nunca se escuchó a este periodista diagnosticar ningún exceso a otra política mujer que auguraba terremotos, cataclismos y tsunamis”. Un último punto a observar es por qué resurgió ahora este discurso. Según Libson, porque hay “dos posiciones antagónicas que no logran canalizar el diálogo dentro del juego político”, por lo que “la única salida siempre es externa”. Así, “frente a una acusación de golpismo, recurren a una carta aún mayor: mostrarla loca o soberbia o megalómana, y con un aval médico”. El también politólogo Nicolás Tereschuk aporta que “el ataque político vinculado a la salud es viejo” y trae a colación una película de Woody Allen: “El es el padre de una familia de demócratas y el hijo sale ultra republicano. Un día sufre un ataque y lo tienen que internar. El médico dice que tuvieron que destaparle una arteria. Una vez destapada la arteria, el pibe se vuelve demócrata”. POR QUÉ ES UNA FALTA DE ETICA Juan Carlos Tealdi, director del Programa de Bioética del Hospital de Clínicas, que depende de la UBA, recordó algunos alcances de la llamada Declaración de Madrid de la Asociación Mundial de Psiquiatría, sobre los requisitos éticos de la práctica de esa especialidad, para analizar los dichos del periodista y médico Nelson Castro sobre la salud psíquica de la Presidenta. En el artículo 6 de las “pautas para situaciones específicas”, el documento se refiere a la relación de los psiquiatras con los medios de comunicación. “Los medios de comunicación tienen un papel clave en conformar actitudes de la población. En todos sus contactos con los medios de comunicación, el psiquiatra debe asegurarse que las personas que sufren una enfermedad mental sean presentadas sin merma de su dignidad y su orgullo personales, y procurando que se reduzca el estigma y la discriminación que pudieren padecer. Un papel del psiquiatra es la defensa de las personas que sufren una enfermedad mental. En todas sus intervenciones ante los medios de comunicación, el psiquiatra debe representar con dignidad a toda la profesión, puesto que el modo como el público en general percibe a los psiquiatras y a la psiquiatría, se refleja en los pacientes. El psiquiatra no debe manifestar en los medios de comunicación su opinión sobre presuntas alteraciones psicopatológicas de persona alguna. Al presentar el resultado de una investigación ante los medios de comunicación, el psiquiatra debe garantizar la integridad científica de la información y debe tener muy en cuenta el posible impacto en la opinión pública de sus afirmaciones sobre las enfermedades mentales y el bienestar de las personas que sufren de ellas”. Tealdi consideró que “siendo Nelson Castro médico, que se pretende poner en rol de psiquiatra, le cabría esa norma”. Tealdi sostuvo que el periodista podría decir que no le alcanza la obligación de la confidencialidad en la relación terapéutica porque la suya con la Presidenta no es tal. Pero de todos modos, aclaró, que como Castro dice tener información de lo que los médicos presidenciales saben, debería guardar secreto –como médico– de lo que llegó a saber de una paciente. El reconocido experto en bioética recordó por otra parte, “Los Principios para la protección de los enfermos mentales y el mejoramiento de la salud mental”, aprobados por la Asamblea General de las Naciones Unidas, en 1991 (e incorporados como parte de la Ley de Salud Mental en Argentina). El principio 1, inciso 2, dice: “Todas las personas que padezcan una enfermedad mental, o que estén siendo atendidas por esa causa, serán tratadas con humanidad y con respeto a la dignidad inherente de la persona humana”. “Si Castro dice que la Presidenta está siendo atendida por enfermedad mental, está obligado a respetar la dignidad inherente a la persona humana, y muy especialmente al haberse declarado un defensor de los derechos humanos. Esta creo que es la infracción grave que perciben quienes sienten profundo rechazo a los dichos de Castro: la falta de respeto a la dignidad como persona. Y le falta el respeto como persona en tanto mujer –por la discriminación particular por razones políticas, siendo jefa de Estado–. Y aquí cabe la Convención de la ONU contra toda forma de discriminación contra la mujer, como paciente, si cree que lo es, y en toda la esfera de su identidad dado que la estigmatiza”, consideró Tealdi. También apuntó que la Declaración Universal sobre Bioética y Derechos Humanos de la Unesco, exige en su artículo 11 el respeto al principio de no discriminación y no estigmatización diciendo: “Ningún individuo o grupo debería ser sometido por ningún motivo, en violación de la dignidad humana, los derechos humanos y las libertades fundamentales, a discriminación o estigmatización alguna”. Y el principio 4 (en sus cinco incisos), sobre determinación de una enfermedad mental, y el 6 sobre confidencialidad, son “lapidarios para Castro como médico, aunque se quiera escudar en su rol de periodista”. “Y son ley en la Argentina, así es que le cabría denuncia no sólo ante colegios profesionales”, opinó Tealdi.
Posted on: Mon, 26 Aug 2013 01:16:40 +0000

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