QUIMERA Capitulo 24 © 2013 Damaris Caceres Mercado ISBN: - TopicsExpress



          

QUIMERA Capitulo 24 © 2013 Damaris Caceres Mercado ISBN: 1-59608-050-7 Me cargó hasta el río. Ya los indios aparentemente se habían acostumbrado a nuestra presencia. Johannelier se mantuvo cerca de mí todo el tiempo. Ya dentro del río, quité lo que me quedaba de ropa y me bañé aunque un poco incómoda por su presencia, pero no tenía otra alternativa. El agua estaba muy fresca y exquisita. Mojé mi cabello y mi rostro para reanimarme un poco. Mis piernas fallaban de vez en cuando pero él evitaba mi desbalance sujetándome. Vi a una india acercarse a la orilla sujetando algo parecido a una manta muy bonita. Era su esposa. Johannelier le habló en su idioma y ella le contestó del mismo modo. Allí permaneció, en la orilla. “¿Ya es tu esposa?” pregunté. “Sí, no tuve otra alternativa,” contestó para mi desdicha. Intentó explicarme, pero lo impedí. Entonces me miró fijamente. “No, no tienes que darme explicaciones,” dije indiferente. “Está bien, no te daré explicaciones. Apresúrate entonces. Debes ir ante mi hermana,” dijo. “¿Para qué?” pregunté intrigada. “Lo sabrás cuando estés allá,” contestó un poco indiferente. Miré hacia la orilla nuevamente y ya no solo había una india, habían muchas indias mirándonos. Chanté estaba entre ellas. “¿Qué pasa? ¿Por qué hay tantas indias en la orilla mirándonos?” pregunté asustada nuevamente. “Esperan por ti,” contestó antes de salir del río. “¿Para qué?” insistí. “Para prepararte, irás ante mi hermana, te lo dije. No preguntes tanto,” contestó. Luego de salir del agua, las mujeres jóvenes se arremolinaron a mí alrededor. No permitieron que Johannelier permaneciera. El agua del río me ayudó mucho. Me sentía reanimada aunque un poco débil aún. No puedo creer que estuve dormida durante un par de días. Ellas me vistieron, adornaron y arreglaron. Pero noté algo peculiar. No me veía como las demás, ni como Chanté. Pusieron muchas flores alrededor de mi cabeza, y mi cuello. “Chanté, ¿tienes alguna idea de por qué me ponen todo esto?” pregunté. “No tengo idea,” contestó. Las indias me escoltaron ante Itiannía. Toda la tribu estaba reunida en el centro de la aldea. Itiannía estaba sentada en su distinguido asiento, en el centro de todos. Mis nervios se alteraron. Busqué a Johannelier con la mirada pero no estaba por todo aquello. No sé si llamarle reina, líder o cacica, pero frente a ella, las indias se inclinaron y yo las imité. La hermana de Johannelier se puso de pie y caminó hacia mí. Las indias se retiraron sin alzar su cabeza. Yo permanecí aterrada pues no sabía qué hacer. Sentía todas las miradas fijas en mí. Ella se inclinó ante mí y alzó con sus manos mi rostro tembloroso. Ayudó a levantarme, y comenzó a hablar en su dialecto a todos los presentes. De pronto, todos comenzaron a gritar como locos. Sonreían y me miraban. Itiannía se echó a un lado, dejándome en el centro, sola. Miré a mí alrededor confundida. No tenía idea de lo que ocurría. Vi a Chanté a un lado de la muchedumbre, pasmada. De pronto, Johannelier se abrió paso entre la multitud. Cuando se acercó a mí, sentí gran alivio. “¿Qué está pasando?” pregunté rápidamente. Él sonreía. “Te están honrando por haberme ayudado cuando lo necesité. Le relaté todo a mi hermana. Todo lo que hiciste por mí. Ella y toda la tribu te agradecen,” contestó. Unas hermosas indias, incluyendo a su esposa, se acercaron con hermosas manualidades hechas aparentemente en oro puro. Yo las miré maravillada. “Son para ti, son obsequios como disculpa por haberte tratado mal aquella vez en las siembras. Si las rechazas, los harás sentir mal,” dijo él. Las tomé sin demora luego de escuchar sus palabras. Toda la tribu comenzó a alborotarse nuevamente. Yo estaba muy impresionada. Johannelier se acercó a su hermana y lo escuché hablarle en su dialecto. Ni idea de lo que dijo. Su hermana le contestó de la misma manera, y lo vi mirarme. Desde ese momento, el resto del día hasta tarde en la noche, fue solo celebración y algarabía. Yo no me sentía muy bien aún y decidí alejarme de todo aquello para recostarme, pero no tenía idea adónde iría. ¿Cuál era mi choza? Todas eran idénticas. En medio de mi confusión vi a Johannelier acercarse. “¿Sucede algo linda?” preguntó. “Quiero recostarme, no me siento bien,” contesté. Me tomó de la mano, y me dirigió a una de las chozas. “Acuéstate y descansa,” dijo luego de entrar. “¿Es ésta tu choza?” pregunté. “No, aquí dormiste todo el tiempo. Ésta es tu choza,” contestó. Repentinamente una de las indias apareció. Le habló a Johannelier en su distintivo dialecto. Él le contestó y se dispuso a marcharse pero lo detuve. “Johannelier, ¿y el diamante?” pregunté. Él me miró y se acercó nuevamente a mí. “Oculto. Mi hermana no debe enterarse que lo tengo. Ella dice que el diamante fue uno de los causantes de la muerte de nuestra primera tribu. Lo desechó como dios. A eso se referían los escritos de aquella piedra cerca del río, ¿recuerdas? Si Itiannía se entera que está aquí, nos desterrará. Está en un lugar seguro, no te preocupes. Ya le advertí a tu bocona amiga. Tengo que irme ahora,” dijo. “¡Espera! ¿Qué pasará conmigo? ¿Me aceptarán en la tribu?” pregunté. “Solo a ti te aceptaron. Lamentablemente eso no significa que formas parte de ella. Chanté y tú tendrán que hacer las cosas solas, ya que ninguna puede casarse con ningún indio de la tribu,” dijo para mi asombro. “¿Y qué tenemos que hacer solas?” insistí. “Todo. Deben hacer las tareas de las mujeres, más la de los hombres. Lavar en el río, sembrar, cazar, hacer la comida...” contestó. Al escucharlo no pude ocultar mi desconcierto. “¡Johannelier, no sabemos hacer nada de eso! ¡Venimos de la civilización! ¡Nunca en mi vida he sembrado nada, mucho menos he pescado ni cazado! ¿Cómo se supone que cocinaré? ¿Encendiendo fuego como tú? ¡Nunca lograré hacerlo!” exclamé al borde del llanto. “¡Oye! ¡Por lo menos evité que las trataran como esclavas! ¡Estoy sacrificándome en muchos aspectos por ti y por tu amiga que no lo merece! Si no tomaba a Lannía como esposa me hubiesen desterrado junto a ustedes. Creo que éste es el lugar más seguro para estar. Esa fue una de las razones por la que la hice mi esposa, además de que encontré a mi gente y a mi hermana. Deberías agradecer un poco,” dijo molesto. “No estoy mal agradeciéndote nada. Solo pienso que necesitaré ayuda. No sé hacer nada,” comenté incómoda. “¿Acaso piensas que permitiré que pases necesidades?” preguntó antes de marcharse visiblemente irritado. Al quedarme sola, contemplé mi alrededor. Pude ver las cosas que me habían obsequiado colocadas en una esquina. Me incliné y las contemplé. Eran fascinantes y muy hermosas. Esos indios eran verdaderos artistas. Pensé. Todo era perfecto. Me recosté en las mantas puestas en el suelo junto a una pequeña fogata que servía de lumbrera. Comencé a pensar en todo lo sucedido. El cansancio, la debilidad y el sueño se apoderaron de mí. Desperté de madrugada. Sentí inmenso agrado. La fogata se había apagado y alguien me había cubierto con unas agradables mantas hechas de algodón. Me levanté y me asomé por la entrada de la choza. No había nadie en todo el lugar. La luna estaba llena y su luz arropaba toda la aldea. De pronto, vi a alguien que desde lo lejos se acercaba a mí. Sentí mucho temor, pero pude notar que era Johannelier. “¿Qué haces despierta de madrugada?” preguntó suavemente. “¿Qué haces tú?” pregunté. “Es mi turno de vigilar ésta parte de la aldea. Sabes, he pensado mucho en lo que ocurrió. Quiero disculparme por lo rudo que fui contigo,” dijo. “No te preocupes. En realidad, mi situación es difícil pero no tienes la culpa. Me las arreglaré para salir adelante. Ya tienes tu esposa y no tienes ninguna obligación con ninguna de nosotras dos. Me refiero a Chanté y a mí. Ahora estás con tu gente y nosotras somos las intrusas. Cumpliste lo que prometiste. Estamos con vida. No creo que esos hombres lleguen aquí” dije resignada. “Grace, no hables como si ya todo hubiese finalizado” dijo. Lo miré interrogante. “Bueno, es obvio que ya finalizó. ¿Qué más puede pasar?” dije. “¿Acaso crees que estoy feliz? Te equivocas. Sí, admito que una parte de mi corazón se siente feliz por haber encontrado a mi gente, a mi hermana. Pero no soy feliz completamente. ¿Por qué? Te diré por qué; porque me escogieron una niña como mi esposa. La primera vez que la vi, y ya era mi esposa. Una niña de quince años. Grace, desde niño viví en la civilización, donde me enseñaron el derecho de escoger. Desde que es mi esposa, la poseo dos y tres veces, pero; pensando en otra persona. Mi corazón le pertenece a otra persona. No le pertenece a ella,” me dijo luego de obligarme a entrar en la choza junto a él. Permanecí sin habla. Lo miré fijamente muy confundida mientras él me miraba sin parpadear. Acercó su rostro al mío y me besó con pasión. Como si hubiese deseado ese momento por meses. Aún incrédula, lo abracé con fuerza y correspondí sus besos. Caí vencida en sus brazos. Esa vez no logré resistirme.
Posted on: Fri, 21 Jun 2013 22:08:59 +0000

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