QUIMERA Capitulo 27 © 2013 Damaris Caceres Mercado ISBN: - TopicsExpress



          

QUIMERA Capitulo 27 © 2013 Damaris Caceres Mercado ISBN: 1-59608-050-7 Pasó el tiempo. La barriga de la esposa de Johannelier se notaba bastante. Ya debería tener, según el calendario indio y la médica bruja, aproximadamente cuatro o cinco meses de gestación. Llegó un día muy especial en la aldea. Era el día en que Johannelier debía hacer honor a su nombre, que significaba ‘Guerrero Fiel.’ Esa era una tradición antigua de la tribu, la cual repetían generación tras generación. Desde la desaparición de la primera tribu, no se celebró dicha costumbre, por ser Johannelier el último ‘Guerrero Fiel’ de la tribu pasada y lo creían muerto. Esa práctica se había olvidado ya que el ‘Guerrero Fiel’ de la tribu era el que debía engendrar al próximo ‘Guerrero Fiel’ fuera hembra o varón. Pero ya que el último ‘Johannelier’ había reaparecido, era motivo de celebración. Según la médica bruja, se debía celebrar ese ritual nuevamente. Itiannía sabía que su hermano era el ‘Guerrero Fiel’ de su generación, desde pequeño en la tribu anterior. Lo que no imaginaba era que él tenía el diamante oculto y que aún acarreaba esa maldición dentro de sí. Eso era un gran problema pues tarde o temprano, se sabría la verdad. Ese día, Johannelier debía pelear utilizando diferentes armas, contra el mejor guerrero de la tribu en esos momentos. Yo estaba tan asustada que me comía las uñas. Toda la tribu estaba reunida en el centro de la aldea provocando gran alboroto pues para la mayoría de ellos era la primera vez que presenciarían ese ritual. Todos estaban impacientes por ver la batalla. Itiannía apareció y al ver su presencia, automáticamente todos hicieron silencio. No se escuchaba ni un alma. Ella caminó junto a sus dos guerreros y se posó en el centro del lugar, el cual habían preparado para la ocasión. Inmediatamente despues que se detuvo en el centro del lugar, comenzó a hablar. Johannelier apareció de entre la muchedumbre de indios y pasó por mi lado. No pude contenerme y lo detuve agarrándolo por el brazo. “¡Johannelier!” dije logrando detener su paso. Él me miró. “No te preocupes por mí” comentó. “Ten cuidado por favor” dije. “Estaré bien, lo prometo,” contestó. Caminó hacia su hermana y lo vi inclinarse haciéndole reverencia. Luego, se puso de pie nuevamente y se echó a un lado. Itiannía continuó hablando luego de eso. Aparecieron dos indios cargando diferentes armas. Las colocaron a un lado y se retiraron no sin antes hacer reverencia a la cacica. Luego, ella se dirigió a su asiento típico, junto a uno de sus guerreros. El otro, permaneció a un lado de Johannelier. Me sentí morir cuando ese indio permaneció. Era enorme y musculoso. Mi amado lucía indefenso a su lado, a pesar de que también tenía sus atributos. Cuando Itiannía se sentó, dio una señal y comenzó la batalla. Comenzaron a pelear con unas dagas indígenas. El gigantón se abalanzó hacia Johannelier de inmediato. Me asusté mucho. Él supo evadirlo con gran habilidad. Fue herido primero por su contrincante quien le hizo un raspazo bastante considerable en el pecho. Grité muy perturbada cuando sucedió. Él miró al escucharme gritar su nombre. Entonces comenzó a pelear con verdadera agilidad y dominio. Miré a la distancia y vi a su esposa mirarme con seriedad. “Me parece que hay celos envueltos en el ambiente,” comentó Chanté quien apareció repentinamente. No presté atención. Johannelier hirió tres veces al grandulón. Se escuchaba gran bullicio cada vez que hería a su contrincante. El ambiente estaba muy alborotado. Luego de pelear con las dagas, pelearon con lanzas y palos. Al final, pelearon sin armas. Él lució muy bien. Se desenvolvió magníficamente peleando sin armas. Todos quedaron impresionados al verlo hacer esos movimientos, saltos y piruetas, típicas de artes marciales. Artes que eran incógnitas para esa tribu. Hasta Chanté quedó impresionada. “¿Dónde aprendió eso tu ex amorcito?” preguntó. Me sentí muy orgullosa por él. “Aprendió con ‘Bruce Lee.’ ¿Qué crees? No digas que es mi amorcito. Recuerda que es casado,” respondí. “El que sea casado no significa que dejó de ser tu amorcito,” comentó ella. La pelea fue intensa. Mi amado siempre obtuvo la delantera, aunque también recibió fuertes golpes y heridas. No hubo ganador ni perdedor, ya que era solo una demostración del ‘Johannelier.’ Pero él hubiese sido el ganador a mi entender, si hubiesen escogido a uno. Itiannía se puso de pie y todos hicieron silencio nuevamente. Ella se dirigió hacia su hermano y su adversario, quienes esperaban de pie uno al lado del otro en medio del lugar. Itiannía estaba sonriente. Parecía muy complacida por la demostración de su hermano. Imprevistamente Johannelier se retorció y cayó al suelo, al mismo tiempo que lanzaba un espantoso grito que reflejaba dolor. Mi piel se estremeció al verlo y mi estómago se revolvió. Hubo mucha confusión en esos momentos. Todos corrimos hacia él para ayudarlo. Itiannía estaba inclinada junto a él. Como ella estaba allí, nadie se atrevió acercarse mucho por temor a ofenderla. A mí no me importó. Me incliné junto a él también. Continuó retorciéndose y gritando. Todos estábamos muy preocupados. No hallábamos qué hacer y para colmo la médica bruja no aparecía. “¡Johannelier, Johannelier! ¿Qué está pasando? ¿Qué te sucede?” pregunté nerviosa. Él no podía hablar. Parecía convulsionar, y era obvio que le costaba respirar. De pronto, me asusté mucho cuando su cuerpo comenzó a destellar intensos colores, al mismo tiempo que él lanzaba aterradores gritos. Pensé que moría y comencé a llorar. Entonces comprendí que habían descubierto el diamante. Ante todos, esos colores lo levantaron del suelo levemente. Al verlo de ese modo, todos se asustaron y retrocedieron, incluyendo a Itiannía. De pronto se escuchó una voz femenina de entre la multitud. Todos le cedieron el paso a la bruja. Ella tenía el diamante. Lo había hallado. Se escuchó mucho murmullo. Ella comenzó a hablar fuertemente hacia todos. Señalaba mucho hacia Johannelier. Hacía ademanes extraños. Luego de hablar, la bruja lanzó hacia nosotros el diamante. Johannelier lanzó otro fuerte grito al instante en que el diamante tocó violentamente el suelo pero a la misma vez esos colores enigmáticos desaparecieron cayendo él con brusquedad al suelo también. Chanté, quien estaba entre la multitud, fue empujada hacia nosotros junto a Lannía. Luego, aparentemente Itiannía ordenó a todos que abandonaran el lugar. Eso hicieron sin protestar excepto sus guerreros que intentaron quedarse, pero ella no lo permitió. Itiannía permaneció, aunque guardando distancia. “¿Ahora qué?” preguntó Chanté confundida. No recibió contestación. Lannía lloraba y gritaba hablando en su dialecto. Parecía suplicar. Lo hacía con insistencia y desesperanza. Johannelier observaba a su hermana muy apesadumbrado y mostrando dolor aún. Ella lloraba. Vi lágrimas caer de sus mejillas. Ellos comenzaron a hablar en su lenguaje. Me figuré que él intentaba explicarle la razón por la cual tenía el diamante. Vi a Itiannía desplomarse en el suelo llorando. Él lloraba también. Intentó recuperarse y arrastrarse hacia ella, pero ella no lo permitió. De todo lo que hablaban, no pude entender nada. Luego de unos minutos, Itiannía se levantó dispuesta a marcharse. Lannía, al ver que la cacica se marchaba, comenzó a gritar con desesperación hablando en su idioma sin dejar de llorar. Itiannía le habló y se retiró. Lannía se lanzó al suelo llorando inconsolablemente. Johannelier, con mucho esfuerzo, logró ponerse de pie y caminó alejándose de nosotras. Se desplomó nuevamente de rodillas llorando apesadumbradamente a cierta distancia. Chanté y yo lo observábamos silenciosas. Estábamos confundidas, no sabíamos qué hacer. Minutos después, él se calmó. Permanecía pensativo. Luego de un pequeño intervalo le habló a su esposa en su dialecto. Ella, quien permanecía llorando, se apaciguó un poco y le contestó sin mirarlo. Así comenzó una leve plática desconocida para Chanté y para mí. La vimos ponerse de pie y caminó alejándose de nosotros. Johannelier intentó detenerla aparentemente, pues lo escuchamos hablarle sin ella hacerle caso. El diamante aún estaba en el suelo. Johannelier lo miró y con notable esfuerzo lo levantó del suelo. Se notaba cansado y lastimado por la pelea que acabó de tener más los efectos enigmáticos del diamante. Se acercó a mí con dificultad. “Vámonos de la aldea, fuimos desterrados,” dijo. Chanté y yo nos miramos sorprendidas. “¿Qué?” preguntó Chanté. Johannelier se volteó hacia ella y retrocedió. “¡Mira, mujer estúpida! Ya tengo bastante con esto y teniéndote como una lapa detrás de mí. Más vale que te calles la maldita boca porque puedes estar segura que no me importa nada ya. No movería ni un dedo por ti. ¿Entendiste?” prorrumpió él, demostrando muchísimo aborrecimiento. Sentí temor al ver la expresión de su rostro. Estoy segura que Chanté sintió lo mismo, pues no se atrevió decir nada. Permaneció silenciosa, con sus ojos muy grandes. Comenzó a caminar en la misma dirección por donde su esposa se había alejado. “¿Qué pasará con tu esposa?” pregunté nerviosa mientras caminaba detrás de él. Temí que lo ofendiera en algo con mi pregunta. “Fue desterrada al igual que nosotros. Voy a buscarla,” contestó sin detenerse. La buscamos por toda la aldea y no la hallamos. Decidimos entonces buscarla por los alrededores. Pasaron las horas y no la encontramos. Cuando así lo hicimos, lamentablemente fue muy tarde. Lannía había tomado la drástica decisión de terminar con su vida, colgándose de un árbol atada de su frágil cuello. No podíamos creer lo que vimos. Jamás en mi vida había visto algo semejante. Johannelier salió de todo aquello precipitadamente para reponerse de la impresión tan fuerte. No solo había perdido a su joven esposa. También había perdido a su hijo.
Posted on: Mon, 24 Jun 2013 18:21:56 +0000

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