Queridos, vamos a por el cuarto capítulo de La Rebelión de las - TopicsExpress



          

Queridos, vamos a por el cuarto capítulo de La Rebelión de las Galletas, un capítulo de transición, como veréis. Que lo disfruten. -Capítulo 4- Por todos los barrios de todas las ciudades, y por todos los pueblos, en todas partes se colgaron carteles que anunciaban la convocatoria de una reunión secreta, y también en radio y televisión se emitieron anuncios en este sentido. Todos sabían que, Dulce Miel, que no tenía tele en casa, ni prestaba atención a la publicidad que se colgaba en paredes de la calle, portales de internet, o que aparecía en radio y prensa escrita, no se enteraría de esta convocatoria secreta, siendo así que la llamada cumpliría a la perfección con su objetivo, como de hecho ocurrió. El día acordado, a la hora acordada, en la Plaza Mayor se reunió un grupo incontable de personas. Todos miraban al cielo, o al suelo, silbando disimuladamente, tratando de pasar desapercibidos. Los había que habían acudido a la cita disfrazados de bancos de madera, o de farolas de metal, para permanecer en el encuentro escondidos, respetando el sentido secreto de su presencia. Y luego estaban los más, la inmensa mayoría, que, para no desvelar el verdadero objetivo de su visita, se habían colgado un cartel en el pecho que decía: yo no vengo a ninguna reunión secreta. Pero lo cierto era que toda aquella multitud estaba allí por lo mismo, para intentar desvelar el enigma de la receta. De pronto, don Alberto, que iba disfrazado de domador de elefantes, tomó la palabra, subido a un semáforo que resultó ser don Manuel, el cual había acudido igualmente camuflado para pasar desapercibido. -¡Señoras! ¡Señores! No me andaré por las ramas, Dulce Miel, la pastelera, nos toma el pelo, quiere hacernos creer que el secreto de su receta es hacer las galletas con amor, pero todos sabemos que el amor no es un ingrediente, y que esa no puede ser la razón que las hace tan buenas. Se pasaron toda la tarde, y parte de la noche, discutiendo qué podían hacer para comprobar las verdaderas intenciones de la pastelera, y, al final, decidieron que lo mejor sería introducir a un espía dentro del propio obrador, un agente camuflado que informara puntualmente de las idas y venidas de Dulce Miel. ¿Pero quién podía ser esa persona? Ninguno quería, pues todos temían que, si Dulce Miel los descubriera, les retirara el saludo, y con él las galletas que tanto necesitaban. Lo cual no era sino una mala noticia que nadie quería afrontar. Visto lo cual, y, sopesados los inconvenientes de la decisión, a todos les pareció bien que Tozudo Quemasangres fuera el encargado de ello. Este era un hombre que, digamos, no gozaba de la amistad del pueblo, pues andaba siempre borracho, solitario de un lado a otro sin más compañía que una botella de vino. Si él era descubierto, pensaba la multitud, aunque jurase que se trataba de un plan urdido por todos, nadie le habría creído, teniendo por verdad que el único motor de sus actos era esa inseparable borrachera que le gobernaba. Y él mismo aceptó con gusto el encargo, convencido como estaba, ya que todos habían ocultado los auténticos motivos de su elección, de que era un honor representar al pueblo en semejante cometido. Así pues, se dispusieron a ejecutar el plan que habían acordado, que no era otro que llevar a Tozudo disfrazado a la pastelería, y dejarle allí solo con su disfraz, para provecho de todos. El disfraz, como se vio al día siguiente, consistía en un traje de báscula, con el que debía simular el ejercicio propio de esos aparatos, algo que no extrañaría a Dulce Miel, ya que su peso era antiguo y, por bien suyo y de todos, debía pensar, le venían a regalar uno nuevo por parte de la comunidad. Eso mismo es lo que sucedió al día siguiente, cuando, estando Dulce Miel en plena faena, a ritmo de bombo y platillo, ocupando toda la calle, de acera a acera, acudió a su pastelería una multitud con Tozudo en volandas. -¡Viva Dulce Miel! ¡Viva nuestra pastelera! –Gritaban sin parar los manifestantes. La pastelera, que de pura ingenuidad no esperaba ninguna afrenta, abrió las puertas de su establecimiento a quien con tanto gozo y algazara se acercaba, y, viendo que le traían como regalo una báscula, les compensó el detalle vaciando sus estanterías, pues no quedó un solo pastel que no fuera devorado por unos y otros, los cuales, tan entusiasmados estaban por los efectos de los dulces, que olvidaron decirle a Dulce Miel que Tozudo era una báscula, y cómo funcionaba, de modo que, apenas hubieron digerido los bollos y galletas que la pastelera les había dado, se marcharon cantando y bailando, dejando al bueno de Quemasangres frente a la repostera, y a la repostera delante del infiltrado. Esta, muy curiosa ella, empezó a dar vueltas alrededor del peso, tratando de descubrir cómo funcionaba semejante aparato, e intentando al mismo tiempo averiguar de qué modo lo iba a introducir a la pastelería para colocarlo sobre el mostrador, pues a buen seguro pesaba más de la cuenta, al menos más de lo que ella podía levantar. En estas estaba cuando, Tozudo, que ya se empezaba a poner nervioso de tanta observación, le habló, presa de los nervios que sentía de la posibilidad cierta de ser descubierto. -No, no, no te preocupes, yo mismo iré adentro. Y por el funcionamiento queda tranquila, que yo me ocupo de todo. -¡Pero, si hablas! Quemasangres, que no sabía cómo salir de semejante atolladero, le explicó, medio tartamudeando, que se trataba de un invento japonés de última generación, mucho más moderno que una estación espacial y más sofisticado que un chupete digital. Sin esperar a que Dulce Miel le cosiera a preguntas, antes de que ella abriera la boca, aquel se dirigió, pasito a pasito, hacia el mostrador, y sobre él se sentó, mirando al techo y silbando una tonadilla, para hacerse el ocupado y evitar así entrar en conversación con la pastelera. Ella, muy emocionada, le pasó un trapo por encima, para quitarle el polvo, y le puso alguna que otra cosa sobre la bandeja, bolsitas de harina, envases de huevos, y otras por el estilo, tan solo para comprobar su buen funcionamiento. Hecho lo cual, quedó satisfecha y no investigó más nada que pudiera inquietar al asustado espía. El plan del alcalde cumplía su primer objetivo, introducirse en el obrador, y ahora solo quedaba dar tiempo al tiempo y confiar en el buen hacer de Tozudo.
Posted on: Mon, 28 Oct 2013 06:57:03 +0000

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