RUBÉN DARÍO, LA POLÍTICA DE SU TIEMPO Y EL CANAL - TopicsExpress



          

RUBÉN DARÍO, LA POLÍTICA DE SU TIEMPO Y EL CANAL INTEROCEÁNICO Artículo publicado en La Nación de Buenos Aires el 28 de septiembre de 1912. Tiene un enfoque tradicional y visionario para estos tiempos, si sustituimos el elemento yanqui por el chino. El fin de Nicaragua “Cuando el yanqui William Walker llevó a Nicaragua sus rifleros de ojos azules, se hallaban los Estados Unidos harto preocupados con sus asuntos de esclavistas y antiesclavistas, y el futuro imperialismo estaba en ciernes. Si no, ha tiempo que Nicaragua sería una estrella o parte de una estrella del pabellón norteamericano. William Walker era ambicioso; mas el conquistador nórdico no llegó solamente por su propio esfuerzo, sino que fue llamado y apoyado por uno de los partidos en que se dividía el país. Luego habrían de arrepentirse los que creyeron apoyarse en las armas del extranjero peligroso. Walker se cogió el mandado, como suele decirse. Fusiló notables, incendió, arrasó. Y aún he alcanzado a oír cantar ciertas viejas coplas populares: La pobre doña Sabina un gran chasco le pasó, que por andar tras los yanques el diablo se la llevó. No se decía yanquis, sino “yanques” Por allá vienen los yanques con cotona colorada, gritando ¡hurra! ¡hurra! ¡hurra! En Granada ya no hay nada. Y llegó Walker a imperar en Granada, y tuvo partidarios nicaragüenses, y hasta algún cura le celebró en un sermón, con citas bíblicas y todo, en la parroquia. Pero el resto de Centro América acudió en ayuda de Nicaragua, y con apoyo de todos, y muy especialmente de Costa Rica, concluyó la guerra nacional echando fuera al intruso. Y es allí en esa misma ciudad de Granada de que habla la copla vieja, en donde, por odio al gobierno de Zelaya —a quien hoy echan de menos los nicaragüenses como los mexicanos a Porfirio Díaz—, se formó una agrupación yanquista, que envió a Washington actas en que se pedía la anexión, que paseó por las calles entre música y vítores el pabellón de las bandas y las estrellas, clamando por depender de la patria de Walker, dando vivas al presidente de la Casa Blanca. Cuando Zelaya entregó el poder a Madriz se creyó la revuelta develada; y ya iba el gobierno a deshacer a los revolucionarios de Bluefields, cuando desembarcaron tropas yanquis que apoyaron a Estrada, Chamorro y demás sublevados. Cayó Madriz y se constituyó un nuevo gobierno; el Partido Conservador, que antes de Zelaya había mandado treinta años, y que Zelaya estuviera aplastado diecisiete años, renació, pero para cometer peores cosas que aquellas de que acusaban al gobierno liberal. Se tomó todo lo que se pudo del gobierno exhausto, se ordenó pagar enormes sumas a los prohombres conservadores. Y el país miserable, arruinado, hambriento, con el cambio al dos mil, veía llegada su última hora. Los yanquis ofrecieron dinero; y enviaron una comisión para encargarse del cobro de los impuestos de aduana, después de la llegada de cierto famoso Mr. Dawson, perito en tales entenderes por su práctica en Panamá y en la República Dominicana. Y se iba a realizar la venta del país, con un ruinosísimo empréstito, negociado en Washington por el ministro Castrillo, cuando, felizmente, algunas voces cuerdas y humanas se oyeron en el Congreso de los Estados Unidos, y a pesar de los senadores interesados y de los deseos del gobierno, el empréstito no fue aprobado. Entretanto en el Partido Conservador surge un cisma, una disgregación mortal. Unos quieren que sea presidente el que de pronto ocupa el puesto, Adolfo Díaz, hombre civil, hijo del poeta Carmen Díaz, de honesta memoria; otros que sea el rústico y tremendo general Luis Mena, hombre de machete y popular boga en los departamentos de Oriente; otros que sea el general Emiliano Chamorro, simpático en la capital; otros que sea el alejado Juan J. Estrada, el hombre del primer golpe y aún creo que hay otros candidatos más. Y así el partido se dividió; quedó en la presidencia Díaz, pero Mena, ministro de Guerra, tenía las armas y dominaba el ejército; y Díaz no podía disponer de nada, ni emprender nada sin a la anuencia y aprobación de Mena; presidía pero no gobernaba, con la amenaza de un golpe militar. Y llegó el momento en que instigado por sus partidarios, pensó en deshacerse de la tutela de su ministro de Guerra; mas éste paró el golpe, y, como supiese que para los Estados Unidos no era “persona grata”, no aguardó las elecciones y se rebeló contra el gobierno de Díaz. Díaz entonces pide apoyo a los prohombres de la Casa Blanca, y la ocasión para repetir lo de Cuba y lo de Panamá no pudo ser más propicia a Knox y compañía. De los barcos de guerra anclados en los puertos de Corinto y Bluefields desembarcaron tropas para imponer el orden, para proteger las legaciones como si se tratase de contener hordas chinas. En el interior se renuevan los odios entre Granada y León, y en las escenas de guerra se retocede cincuenta años; odios de campanario, odios de bandería, odios odiosos de grotescos Montescos y absurdos Capuletos. Vuelven a verse el incendio y la matanza entre las dos ciudades rivales; incendios como el que destruyera Granada antaño, matanzas como aquella en que fue arrastrado a la cola de un caballo el cuerpo de mi tío abuelo “el indio Darío”. Y los Estados Unidos con la aprobación de las naciones de Europa —y quizá de algunas de América…—, ocuparán el territorio nicaragüense, territorio que les conviene, tanto por la vecindad de Panamá, como porque entra en la posibilidad de realizar el otro paso interoceánico por Nicaragua, por las necesidades comerciales, u otras, y así se aprovecharán los estudios ya hechos por ingenieros de la marina norteamericana, como el cubano Menocal. Y la soberanía nicaragüense será un recuerdo en la historia de las repúblicas americanas”.
Posted on: Thu, 20 Jun 2013 03:18:15 +0000

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