Recuerdo que en mis primeros años de ministerio solo tenía una - TopicsExpress



          

Recuerdo que en mis primeros años de ministerio solo tenía una ansiada y única meta, una ambición santa: intentar ser un hombre de oración. Sabía que si lograba cruzar la línea de la oración superficial, recién entonces accedería a los grandes secretos del Señor. A los misterios escondidos del Reino. Debo reconocer que lo intenté todo, absolutamente. Cada vez que me disponía a subir a un nuevo nivel de oración y búsqueda, sentía que mis pensamientos funcionaban como un tropel de caballos salvajes. Me era casi imposible hilvanar tres o cuatro frases seguidas en la presencia del Señor sin que mi mente comenzara a divagar o dispersarse. Sentía que existía una fuerza maligna que se había empecinado en que no lograra la ansiada comunión con el Señor. Seguramente has estado así, sintiendo exactamente lo mismo. Un ejército de interrupciones. No hay treguas cuando has decidido subir un esca-lón. Las alarmas del infierno ya comenzaron a sonar y alguien alertó al mismísimo diablo de que estás a punto de transformarte en un individuo peligroso. Estás en un punto sin retorno, o te quedas a vivir en aguas tranqui-las, o te sumerges en las profundidades de la verdadera comunión. Aquella que te colocará directamente en el directorio de la Agenda Divina. Recuerdo que fue por aquellos años de muchísima disciplina, y antes de experimentar el deleite de estar con Él, cuando determiné que tendría una filosofía de vida en cuanto a mi búsqueda personal. Un día parafraseé algo que solía mencionar Kathryn Kuhlman: —El día que me toque encontrarme cara a cara con el Señor, quiero mirarlo directamente a los ojos y decirle: «Si no quisiste usarme para servirte fue porque no se te antojó, pero no podrás culparme a mí, yo estuve ahí, todos los días de mi vida, esperando que me hablaras». A eso se reducía mi búsqueda. Si bien estaba cons-ciente de que me costaba horrores entablar un diálogo con Él, por lo menos quería estar en el lugar correcto, en el sitio oportuno, a la hora indicada. Así que decidí no irme a la cama sin antes buscar su rostro, todos los días de mi vida. Debo confesar que demandaba un gran esfuerzo de mí mismo, pero tenía la esperanza de que algún día lograría que Él me atendiera de un modo especial. No estoy diciendo que mis oraciones no fuesen escuchadas hasta ese entonces, sino que necesitaba subir a un nuevo nivel de comunicación. Me frustraba el solo pensar que mis ruegos fueran una suerte de monólogo y que tuviese que creer, por la fe, que Él estaría oyéndome. Al igual que Abraham, ambicionaba una comunión, no solamente una relación. Sam Hinn suele decir que las promesas descriptas en todo el magnífico Salmo 91 tienen una pequeña cláusula. Como si se tratara de las letras pequeñas de un contrato, excepto que estas están al principio, como un alerta que curiosamente pasamos por alto cada vez. «El que habita al abrigo del Altísimo, morará bajo la sombra del Omnipotente». No dice «el que visita», sino «el que habita». No puedes pretender acceder a los propósitos y regalos del Señor haciéndole una visita de cortesía cada domingo. La relación es casi una obligación de todos los que oramos. Pero la comunión es opcional. Es estar en la lista de contactos. No tener que avisar previamente para realizar una visita, llamar por teléfono o enviar un correo electrónico fuera de itinerario. Y por sobre todas las cosas, tener la plena seguridad que no serás una molestia.
Posted on: Wed, 26 Jun 2013 18:58:39 +0000

Trending Topics



Recently Viewed Topics




© 2015