Rosario, ciudad con código “La vida te puede cambiar en un - TopicsExpress



          

Rosario, ciudad con código “La vida te puede cambiar en un minuto: lo que era alegría puede transformarse en dolor; la presencia, en ausencia; el sol radiante, en negros nubarrones”, solía repetirme mi Babe, que había sufrido en carne propia los pogroms, que parió a su primer hijo en una trinchera durante la guerra del 14 y perdió a sus hermanos y sus sobrinos en los campos de exterminio nazi. Ella, que los buscó durante años con los pocos medios que tuvo a su alcance, fue la que me enseñó a dimensionar en toda su hondura la palabra desaparecido varios años antes de que instalaran las bandas de la Triple A y la dictadura en la Argentina. Mi Babe lloraba a sus hermanos a los que no pudo dar sepultura. Los lloraba cada viernes al caer la primera estrella, con su mantilla en la cabeza y la Torá en la mano, y pronunció sus nombres en medio de sus delirios de agonía para que no olvidáramos su paso por la Tierra. “Lebviankev, Zalmen, Pesie, Benhumen”, repetía una y otra vez, y con ese gesto nos enseñaba a conmovernos frente al dolor humano. Este 6 de agosto que pasó, en el que la vida nos cambió en un minuto a los rosarinos, me acordé mucho de mi Babe, que siempre en medio del dolor y la pobreza, supo ser solidaria con los que sufrían. Así me lo hizo saber un viejo vecino del barrio Cerámica Alberdi en el que viví hasta los 19 años, y al que hace poquitos años encontré en el PAMI, y me contó que cuando falleció su papá, mi abuela iba todos los días a su casa a llevarle una jarra de leche para que él y su hermanita pudieran desayunar. Dicen que los que menos tienen son siempre los que más dan. Debe ser por eso que sin ningún tipo de ropas especiales, los primeros en meterse a rescatar gente fueron cuatro albañiles, que no midieron el costo de sus propias vidas en medio del incendio y el derrumbe, porque priorizaron la vida de la gente por sobre todas las cosas. Ellos, acostumbrados a jugarse la vida en los andamios, conocedores del peligro y las terribles condiciones de trabajo de los obreros de la construcción, pensaron que siempre vale la pena vivir. Debe ser por eso también que el compañero y ex combatiente de Malvinas Julio Mas, no dudó un segundo en acercarse al lugar de la explosión para salvar vidas, porque conoció en carne propia el horror de la guerra; porque durante años sufrió junto a sus compañeros el ninguneo de los gobiernos, la falta de trabajo y de asistencia. Cada muerte fue un desgarro, cada ausente, una razón para pensar que alguien podía sobrevivir, porque después de todo, y a pesar de los cálculos de la ciencia, cada tanto alguien aparece vivo entre las ruinas o perdido por alguna calle. Dije ausente y no desaparecido, porque el desaparecido es otra cosa, es ausencia eterna. No sé si el rescatista que habló pudo entender lo que decía, pero quizá sus palabras sirvan para que muchos que permanecen indiferentes desde hace más de tres décadas las comprendan en toda su magnitud. “Me siento en paz: les devolvimos los hijos a sus padres”, dijo el hombre. Esos padres nunca más podrán abrazarlos, pero saben dónde están. En esa pesadilla que vivimos durante estos seis días, fueron innumerables los gestos de solidaridad. Instituciones y particulares hicieron todo lo posible para brindarles ayuda a las víctimas y colaborar con los rescatistas. La Municipalidad pagó hoteles para la gente evacuada; algunos dueños de hostels ofrecieron lugar donde dormir; el Colegio de Abogados se ofreció para gestionar documentos; el Colegio de Psicólogos, para brindar atención psicológica; el ciudadano de a pie llevó chocolates, agua mineral, alimento para perros, frazadas, abrigos. La solidaridad se organizó desde las redes sociales, y así se pudo saber qué era lo que se necesitaba en cada momento. Esta vez hubo coordinación desde los distintos gobiernos, y de alguna manera los subsidios para mobiliarios y pagos de alquileres y los créditos para viviendas repararán algo. La explosión de calle Salta y Oroño, no fue un bombardeo, no fue un pogrom, no fue un atentado terrorista, pero fue la forma cruel en que se expresa la voracidad de los empresarios, que privilegian la acumulación de dinero sin importarles la vida de nadie. La muerte de las dos niñas de Rafaela en el Parque Independencia, otra muestra más de la desenfrenada búsqueda de enriquecimiento. Litoral Gas debía ser auditada por el gobierno provincial y por los funcionarios de ENARGAS; la concesión del parque, por la Municipalidad. Me niego a hablar de Estado ausente para prevenir estas situaciones terribles que se podrían haber evitado. No es eso. Es desidia, es desentendimiento, pero no ausencia. En definitiva, es el capitalismo en las múltiples formas en que pone de manifiesto su carácter inhumano. Mientras tanto, las muestras de solidaridad continúan con los damnificados. Habrá un partido de fútbol y un recital en su beneficio, y hay una cuenta abierta para hacer donaciones. 0341- Rosario, ciudad con código, pudo leerse en estos días. Ojalá este código se muestre en cada situación de la vida cotidiana. Ojalá no haya más inundaciones en los barrios humildes, ojalá se hagan las obras necesarias; pero si las hay, si el agua vuelve a arreciar, que los pobres no tengan que dormir hacinados en algún batallón; que puedan darse una ducha calentita, y reciban subsidios para comprar las cosas que perdieron. Ojalá no vuelva a pasar nunca más, pero si pasa, si les pasa a los pobres, que haya para ellos festivales y partidos amistosos, y que los comerciantes y los vecinos de mi barrio, tan cercanos a Oroño y Salta, se acerquen como lo hicieron en esta oportunidad, para darles a los pobres algo más que un pantalón manchado con cloro o sin cierre, algo más que un juguete roto, algo más que un paquete de polenta. Ojalá en esta ciudad “con código” todos recuerden que los primeros en jugarse la vida fueron hombres pobres que construyen departamentos y casas en los que nunca van a vivir.
Posted on: Thu, 15 Aug 2013 04:06:16 +0000

Trending Topics



Recently Viewed Topics




© 2015