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SANTOS DEL DÍA 23 de noviembre 2013 San Clemente I San Columbano Beata Enrichetta Alfieri Santa Lucrecia Mérida. San Sisinio Helesponto San Amfíloco San Gregorio, obispo de Girgenti, en Sicilia, 600. San Troud o Trudon, sacerdote, Flandes, 693. Beata Adela, madre de San Troud (Flandes), siglo VIII. Santa Raquildis, v. y reclusa del Monasterio de San Galo, 946. Beato Miguel Pro San Clemente I, Papa San Clemente fue el tercer sucesor de San Pedro (después de Lino y Cleto) y gobernó a la Iglesia desde el año 93 hasta el 101. El año 96 escribió una carta a Los Corintios, que es el documento Papal más antiguo que se conoce (Después de las cartas de San Pedro). En esa carta da muy hermosos consejos, y recomienda obedecer siempre al Pontífice de Roma (Entre otras cosas dice: el que se conserva puro no se enorgullezca por ello, porque la pureza es un regalo gratuito de Dios y no una conquista nuestra). Por ser cristiano fue desterrado por el emperador Trajano a Crimea (al sur de Rusia) y condenado a trabajos forzados a picar piedra con otros dos mil cristianos. Las actas antiguas dicen que estos le decían: Ruega por nosotros Clemente, para que seamos dignos de las promesas de Cristo. San Ireneo (que vivió en el siglo segundo) dice que Clemente vio a los santos apóstoles Pedro y Pablo y trató con ellos. Las Actas antiguas añaden que allá en Crimea convirtió a muchísimos paganos y los bautizó. Los obreros de la mina de mármol sufrían mucho por la sed, porque la fuente de agua más cercana estaba a diez kilómetros de distancia. El santo oró con fe y apareció allí muy cerca una fuete de agua cristalina. Esto le dio más fama de santidad y le permitió conseguir muchas conversiones más. Un día las autoridades le exigieron que adorara a Júpiter. Él dijo que no adoraba sino al verdadero Dios. Entonces fue arrojado al mar, y para que los cristianos no pudieran venerar su cadáver, le fue atado al cuello un hierro pesadísimo. Pero una gran ola devolvió su cadáver a la orilla. San Cirilo y San Metodio llevaron a Roma en el año 860 los restos de San Clemente, los cuales fueron recibidos con gran solemnidad en la Ciudad Eterna, y allá se conservan. Oremos por nuestro actual Pontífice, para que a imitación de San Clemente y los demás Pontífices santos que ha tenido la Iglesia Católica, sepa guiar sabiamente a los que seguimos la santa religión de Cristo. San Columbano El celta es viajero por naturaleza: como marino o como misionero. Esto es algo que no se debe olvidar cuando se intenta seguir la «peregrinación por Dios» de San Columbano, el más grande de los monjes irlandeses. Nacido hacia el 525 ó 530 y formado en Bangor por el riguroso San Gomball, cruzó el Canal de la Mancha con un grupo de monjes en torno al año 590. Su objetivo era la evangelización de las regiones vecinas al Mosa y al Rin. Después de haber recorrido durante catorce años el noroeste de la Galia, se afincó en Luxeuil de Borgoña. Si se ha de hacer caso a la Regla que redactó, y aún más a su célebre Penitencial: «treinta golpes de disciplina a quien se olvide de responder amén en el coro», la vida de los seguidores de San Columbano era sumamente austera. Mas esto no apagaba en lo más mínimo la afluencia de discípulos, puesto que pronto contó Luxeuil con más de trescientos monjes. Columbano entró entonces en conflicto con los obispos y príncipes borgoñeses (610). Quiso regresar a Irlanda, pero su navío naufragó a la salida de Nantes, y comprendió que el Señor le quería en el continente. Decidió entonces dirigirse a Roma, aun cuando no llegaría más allá de la Liguria. Dejando en Suiza a su discípulo San Galo, el anciano abad se retiró a Bobbio, en donde fundó un nuevo monasterio. Murió en él el año 615. Oremos Dios nuestro, que uniste admirablemente en San Columbano el ministerio de la evangelización y la observancia de la vida monástica, concédenos que, por su intercesión y ejemplo, tendamos hacia ti por encima de todas las cosas y trabajemos con empeño por la propagación de tu reino. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo. Beata Enrichetta Alfieri Dios otorga a cada uno la fortaleza para llevar a cabo su misión. Cuando se contempla retrospectivamente la vida santa se aprecia la inmensidad del amor divino que se manifiesta por medio de personas que en su fragilidad física y espiritual realizan gestas de alcance imprevisible, sorprendentes, conmovedoras. La vida de Enrichetta fue apasionante. Coraje, misericordia y piedad, virtudes, entre otras, de esta brava mujer, tocaron las fibras más sensibles de los prisioneros de la cárcel milanesa de San Vittore. Poseía la madurez humana y espiritual requerida para afrontar las desdichas de los lóbregos corredores de la prisión donde habita la desesperanza y el llanto desgarrador. Supo proporcionarles el consuelo que precisaban, acoger sus miedos y temblores y dar un vuelo inusitado a estas vidas, algunas de las cuales, llevadas de su mano, recibieron la gracia encontrarse con Cristo. Hay que amar mucho, haber encarnado en sí mismo a Cristo fielmente para poderlo transmitir a los demás, como hizo ella. Nació el 23 de febrero de 1891 en Borgo Vercelli. Y aunque le impusieron en bautismo tres nombres, Maria Angela Domenica sus allegados la llamaban Maria. Parecía un vaticinio de la protección que iba a recibir de la Virgen. Encantadora durante su infancia, sensible a las enseñanzas de fe que recibía en su hogar y en la parroquia, al cumplir 17 años se sintió elegida por Cristo para seguirle. Aunque no sufrió oposición paterna, tuvo que aguardar un tiempo para ingresar en la vida religiosa, como su familia aconsejó. Muchas veces los padres no comprenden que la decisión de consagrarse a Cristo ya está tomada y que dilatar el tiempo de iniciar el camino solo conlleva sufrimiento para sus hijos, aunque en esa prueba éstos comiencen a mostrar a Dios el grado de su amor. De hecho, a finales de 1911 María ingresó en el convento de Vercelli con las Hermanas de la Caridad, fundadas por la Madre Thouret donde ya tenía varios familiares. Al profesar tomó el nombre de Enrichetta. Estudió magisterio y ejerció la docencia en Vercelli durante unos meses puesto que una espondilitis tuberculosa le impidió hacer vida normal. La pésima evolución de la enfermedad fue vertiginosa. Dos años más tarde ni siquiera podía desempeñar trabajos de apoyo en tareas administrativas. En 1920 los médicos no ocultaron el mal pronóstico. Su día a día comenzó a ser el lecho. Aprisionada en él por intensísimo dolor agradecía a Dios la posibilidad de unir sus padecimientos a Cristo Redentor. Comprendió que así como la vocación nos sitúa en el calvario, por la enfermedad estamos en la cruz con Cristo. De modo que el lecho debe considerarse como un altar en el que la persona que sufre se inmola y se deja sacrificar llevada de su amor, siempre y cuando cumpla el requisito de «sufrir santamente» haciéndolo con «dignidad, amor, dulzura y fortaleza». Buscando salida para su penoso estado, la llevaron a Lourdes en 1922 y un año más tarde le administraron el sacramento de la Unción. El 25 de febrero de ese año, celebración de la novena aparición de la Virgen de Lourdes, al tomar un sorbo de agua de la gruta, con indecible esfuerzo y dolor, se sintió instada a levantarse en medio de una locución divina que provenía de María: «¡Levántate!». En ese momento, recobró la salud. Después fue trasladada a la prisión de San Vittore. «La vocación no me hace santa, se decía, pero me impone el deber de trabajar para conseguirlo». Su escuela había sido el sufrimiento. Así que, comprendió y supo acoger a tanto desecho humano que halló en el penal. Sufrir, orar (también junto a las reclusas), trabajar ejerciendo la caridad por amor a Cristo sin descanso, fue el día a día de este apóstol que se ganó el respeto, confianza y cariño de los presos. Ellos la denominaron el «ángel» y la «Mamma» de San Vittore. En 1939 fue nombrada Superiora de la comunidad. Durante la Guerra Mundial la cárcel fue tomada por los nazis, y se jugó la vida defendiendo y rescatando de la muerte a los judíos y presos políticos, que iban a ser gaseados en los campos de exterminio. En 1944 las SS interceptaron un mensaje de una reclusa. Fue acusada y apresada. Gravitando sobre ella la condena a muerte, oraba en su celda en acto de gratitud. Con la intervención del arzobispo de Milán, a través de Mussolini, se condonó su pena, pero fue enviada a Bergamo a un centro de enfermos mentales. De allí partió a Brescia, y escribió sus memorias por obediencia. En 1945 regresó a San Vittore conduciendo al camino de la conversión a muchos, como a la peligrosa convicta de múltiple asesinato, Rina (Caterina) Fort. En septiembre de 1950 sufrió una funesta caída en la calle, y no se recuperó. Murió el 23 de noviembre 1951. Fue beatificada por Benedicto XVI el 26 de junio de 2011.
Posted on: Sat, 23 Nov 2013 19:01:53 +0000

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