SENDERO DEL BRONCE Baños de la encina (Jaén) Sendero de - TopicsExpress



          

SENDERO DEL BRONCE Baños de la encina (Jaén) Sendero de Pequeño Recorrido (PR A 288) de El Bronce, homologado por la Federación Andaluza de Montañismo. Este sendero se sitúa al norte del núcleo urbano de la Baños de la Encina, en la parte más occidental de la dehesa municipal del Santo Cristo, entre el núcleo de Baños y la margen izquierda del embalse del Rumblar. El marco es un bosque de pino de reforestación de los años 60, apenas moteado de algunas encinas y distintas especies arbustivas: romero, cantueso, mejorana, retama y distintas especies de jaras. Su nombre deriva de que el paraje es rico en yacimientos arqueológicos de la Edad del Bronce, como Peñalosa y Migaldías, este último restaurado y habilitado para la visita. También se localizan curiosos huertos serranos decimonónicos, dispuestos en barranco, resultado de la ocupación popular tras la desamortización de Madoz. INICIO Y FINAL: Baños de la Encina. Antiguo descansadero de ganado del Santo Cristo. DISTANCIA: 12 Kilómetros aproximadamente. DIFICULTAD: Baja. La distancia no es muy grande, no tiene desniveles importantes y en general el estado de los caminos es bueno. Descripción de la ruta: Este sendero lo iniciamos en Baños de la Encina, junto al campo de fútbol y zonas polideportivas. Se trata de un amplio espacio amesetado en la cima del cerro de la Calera, antaño descansadero de ganado mesteño del Santo Cristo. Destacó por tener un gran número de eras empedradas para limpiar el grano y un número importante de canteras de piedra arenisca. Hoy apenas quedan evidencias. A mano izquierda junto a un poste metálico sale una pista que entre corrales de ganado y caballos se adentra en los pinares para iniciar la bajada por la loma, dirección el embalse del Rumblar. Sin llegar a pisar la carretera que baja hasta el pantano y después de algunos cruces y de pasar junto a un heliopuerto, llegamos junto a la zona de las playas, lugar frecuentado por los lugareños y donde finaliza la carretera asfaltada. El sendero continua por una pista que bordea el embalse. Cabe la opción de tomar un desvío para ascender al Mirador de Cerro Moyano: pequeño cerro que, por su situación estratégica, permite vistas panorámicas excelentes, tanto de la Sierra como de la villa de Baños de la Encina, con el castillo de Burgalimar al fondo. Es el sitio idóneo para contemplar el yacimiento argárico de Peñalosa, de la edad del Bronce, del que nos separa una cola del embalse del Rumblar. Desde el mirador, un sendero desciende hasta la orilla del embalse, donde conectamos con un camino que nos llevará hasta la playa del Tamujoso. El camino se acerca a una cola del embalse, rodeados de eucaliptos, donde desemboca el arroyo Jamilena. Debemos abandonar la dirección que llevamos para bajar hasta el arroyo por una pasarela, para luego subir y atravesar una alambrada que nos permite enlazar con otra pista que va ascendiendo. Después de coronar una loma, y llegar a un cruce, cambiamos de nuevo de dirección para iniciar un descenso hacia otra estrecha cola del pantano del Rumblar, la formada por el arroyo del Paridero. Aquí se localiza el Huerto Banderas, típico huerto abancalado que se va adaptando a los barrancos que desde el cerro de la Calera descienden al embalse del Rumblar. Son huertos decimonónicos nacidos al amparo de la revuelta social acaecida tras la desamortización de Madoz. Una pequeña casa de pizarra y cubierta a dos aguas de retamas es el único refugio que tenían las familias que mal vivían de su escasa producción. En lugar de continuar por el camino principal, que continúa hasta el pueblo, debemos tomar un sendero que bordea el embalse hasta dar con una pista que en un prolongado ascenso nos llevará hasta el cerro Molinos, donde se localiza el yacimiento arqueológico de Migaldías, viejo fortín argárico de hace 4000 años que permitía a otros poblados mayores, como Peñalosa y Verónica, controlar la explotación minera de la cuenca del río Rumblar. Está excavado, rehabilitado y visitable. La ruta continúa por un afloramiento de bolos graníticos, paraje conocido como “Piedras Bermejas” hasta llegar a un cruce, donde tomamos el ramal de la izquierda. Se trata del camino romano de San Lorenzo, por el que descendemos hasta el arroyo de la Alcubilla. Continuamos por un camino que discurre por el margen del mismo, hasta que, llegando de nuevo al embalse, se convierte en un estrecho sendero, que rodea el cerro Estacas hasta conectar con el camino de la Picoza, por el que ascendemos hasta las cercanías de la zona recreativa de la Alcubilla. Aquí se localiza un complejo hídrico compuesto de alcubilla, para obtener agua para consumo humano, y pozo pétreo destinado para abrevadero de bestias. La alcubilla es un ingenio que permite mantener la escasa aportación hídrica de estas tierras. Un camino que rodea por el norte el Huerto Miguelico, de similares características al huero Banderas, nos conducirá al punto de inicio. INFORMACIÓN COMPLEMENTARIA Características geológicas: La dehesa del Santo Cristo ocupa las vertientes norte y oeste del cerro de La Calera, un promontorio amesetado de escasa altura (425 metros de altitud) que se asoma hacia el sur sobre el valle de Baños. La mayor resistencia a la erosión, al encajamiento de los ríos, de las areniscas rojas que forman la meseta respecto a los materiales que afloran en las proximidades (pizarras, margas y arenas carbonatadas) han dejado un cerro residual, semiaislado, de cima peniplanizada, ocupado por el pueblo y rodeado de áreas más deprimidas: la depresión del Guadalquivir al Este y barrancos de abruptas laderas encajadas por ríos en pizarras como el que queda al Sur de la localidad, el Rumblar al Oeste y el arroyo de la Alcubilla al Norte. Más o menos cerca hallamos otras elevaciones testigo como el cerro del Gólgota, frente al castillo en dirección suroeste; y los Llanos-Dehesilla, a los pies del macizo granítico del Navamorquín. La meseta que corona el cerro de la Calera, lo mismo que ocurre con su vecino Gólgota, tiene su origen hace 240 millones de años en un fondo de río, poco profundo y ancho, donde se van depositando cantidades importantes de finas arcillas y cantos rodados. El paso de los años, la presión y los distintos fenómenos orogénicos, dan lugar a unos potentes niveles de areniscas y conglomerados que descansan horizontales a modo de tabla que cubre discordante –disposición no paralela- a las pizarras plegadas infrayacentes, formadas hace 600 millones de años en lo que formara parte de un somero fondo marino. No en vano, esta unidad de areniscas recibe el nombre de cobertura tabular. Los componentes minerales de las areniscas son semejantes a los de los granitos, poniendo así en evidencia su procedencia: la erosión de relieves graníticos que se levantan al oeste del Rumblar (macizo de Navamorquín). La arena fue depositada en el lecho de canales fluviales cuando la energía del agua fue incapaz de continuar transportándola. El agua de estos ríos fluía de Oeste a Este durante el Trías (período de tiempo comprendido entre 250 y 205 millones de años). La reducción del tamaño de grano (gravas en la base y areniscas en los niveles superiores) y la organización interna de los granos de arena (laminación cruzada a la base, y paralela al techo) reflejan la pérdida de energía, en el tiempo, del flujo que transportó este sedimento. Estos bloques de arenisca roja, conocidos con el topónimo cantero de “piedra de asperón”, por su gran dureza y baja tenacidad, han sido muy utilizados para la construcción de las casas y el empedrado de las calles de Baños de la Encina. Se puede decir que el castillo de Baños, así como el resto del pueblo, está cimentado sobre bancos de arenisca. El agua de lluvia va calando y empapando las areniscas de la meseta, hasta quedar embalsada en la roca cuando toca con niveles inferiores de pizarra impermeable. Muy lentamente, el agua va escapando por delgadas fisuras entre la línea de contacto de la arenisca y la pizarra. A estas fuentes naturales los bañuscos le han ido dando forma de múltiples maneras: pozos, norias, alcubillas, minas de agua o socavones, haciendo honor al topónimo del pueblo: baños – manantial – agua… Algo de historia… La edad del Bronce: El poblado de Peñalosa: Los poblados de la Edad de Bronce de mayor importancia, asomados sobre espolones naturales de los ríos Rumblar y Grande, superaron la hectárea de extensión. Se trata de poblados de terrazas artificiales sobre las laderas de los cerros, adaptados al terreno. Por lo general eligen cerros escarpados con importantes defensas naturales y una única zona con facilidad de acceso que es la que protegen mediante una línea amurallada reforzada con torres y bastiones. El urbanismo muestra una serie de casas alineadas, de forma rectangular u ovalada, sobre cada terraza, con intrincadas calles, algunas pavimentadas, que sirven a la vez como acceso a las diferentes terrazas. Estas casas, realizadas con un zócalo de pizarra y techumbre plana de enrejado vegetal –encina y cañizo- y cubierta de lajas también de pizarras, estaban enlucidas con barro. La parte superior del poblado, una auténtica acrópolis doblemente reforzada por sendas líneas de murallas paralelas, estaba habitada por las élites que eran los que en definitiva controlaban la producción y distribución del metal. Los datos arqueológicos muestran una jerarquización social marcadamente acusada sobre todo en la tipología y número de los elementos depositados como ajuar en las sepulturas y en las patologías observadas en los inhumados. Hasta el momento se han documentado dos puertas de acceso al poblado, al norte y sur respectivamente, reforzados mediante bastiones laterales que son una verdadera trampa “conejera” para intrusos. Por último cabe resaltar la presencia, dentro de la línea amurallada, de una cisterna de grandes dimensiones que abastecía agua tanto para uso doméstico como para las diferentes fases del proceso de producción metalúrgica. El fortín de Migaldías: El factor clave para que la población argárica ejerciera un perfecto control de la cuenca del río Rumblar extrayendo sin excesivos contratiempos el mineral de los filones metalíferos es la presencia de un número considerable de fortines. Por lo general, como es el caso que nos ocupa, se trata de recintos en forma de oval a rectangular, con gruesos muros (hasta metro y medio), levantados sobre la roca natural y con un alzado de entre seis y ocho metros. La estructura muraría estaría reforzada por macizas torres y bastidores situados a intervalos regulares. El perímetro estaría techado con una especie de empalizada de madera, quedando el interior al aire libre en función del registro arqueológico recuperado. Como espacios de control del territorio, se sitúan sobre altozanos con amplia visibilidad sobre los pasos que desde el valle conducen a la cuenca del río Rumblar. Asimismo, se erigen como centros de comunicación con los poblados centrales, como Peñalosa, el cerro de la Obra o el de la Verónica, al noreste. En este mismo entorno podemos localizar otros fortines cercanos como es el caso de El Mesto, Santo Cigarro o el cerro del Salcedo, también ocupados, algunos de ellos, en época romana posterior. Su población, muy reducida, desempeña un papel estrictamente defensivo en una sociedad que se muestra paulatinamente más bélica a juzgar por el aumento y proliferación de la tipología armamentística hallada en los yacimientos excavados –hachas planas, puñales, cuchillos, puntas de lanza y flechas, o espadas, algunas de tamaño sobresaliente. La comunicación entre fortines y poblados se haría, casi con total seguridad, mediante fogatas. De la Edad Media hasta nuestros días: El asentamiento actual de Baños de la Encina se produce en plena época andalusí y en relación con el castillo, origen y seña de identidad de la población. La imponente fortaleza se levantó a fines del siglo X por orden de al-Hakam II, cuyo reinado señala el período de máximo esplendor del califato. Mientras se trazaba la ampliación más deslumbrante de la mezquita cordobesa, se acometió un ambicioso programa de fortificaciones. Situado a media ladera en un estratégico enclave a la vista del valle del Guadalquivir, Bury al-Hamma, el «castillo de los baños», controlaba el camino entre Córdoba y la Mancha por Sierra Morena a través de los pasos del Muradal, Despeñaperros y del Rumblar. Tal fue su importancia, que hasta fines de la Edad Media su historia es un continuo relato de trueques y de cambios de mano. Según las crónicas, el castillo de Baños fue tomado en 1147 por Alfonso VII, quien lo cedió en 1155 a su vasallo Abdelaziz de Baeza, para pasar después a los almohades. El desastre de las Navas arrastró luego su caída. Tras pertenecer unos años al emir de Baeza Abd Allah al-Bayyasi, en octubre de 1225 fue incorporado definitivamente a la corona de Castilla por Fernando III. Desde estas bases prepararía la conquista del norte y centro de la provincia de Jaén. Corría el año de 1246 cuando el rey santo, Fernando III de Castilla, reorganiza el concejo de la ciudad de Baeza. Bannos (Baños de la Encina), como aldea queda integrada en su área de dependencia, aunque con una serie de privilegios, como la concesión de un término privativo para usufructo de los vecinos sin la obligación de pagar impuesto alguno a las arcas del concejo baezano. Este término privativo, denominado defessa de Navamorquina, sería segregado posteriormente en varias fincas, entre ellas la Dehesa de Santo Cristo, por donde discurre la ruta que nos ocupa. Esta estrecha franja de arbolado entre el pueblo y los ríos Grande y Rumblar fue usada, en primera instancia, como pastadero de ganado trashumante (oveja merina venida de la serranía de Cuenca, el señorío de Molina y la sierra de Albarracín). Pero, debido a la cercanía del núcleo de la población, acabó finalmente integrada en sus ruedos y destinada al ganado local (cabras, mulos y burros, colmenas y ganado porcino). La sobrecarga ganadera motivada por esta proximidad llevó a la dehesa a una situación de casi ruina ambiental. La reforestación llevada a cabo en la década de los cincuenta del siglo XX, principalmente con coníferas, frenó en parte la situación, pero, sesenta años después, el carácter alóctono de algunas de las especies introducidas (eucalipto rojo) está causando pérdidas de suelo irreparables y un agotamiento parcial de los veneros de agua tan presentes en la zona. Pese a ello, la encina y su cohorte vegetal van colonizando muy despacio su viejo territorio haciendo que la primavera embriague de color y aromas este pellejo serrano: cantueso, romero, mejorana, jara pringosa, jaguarzo, jara estepa, retama… Al día de hoy, la Dehesa Santo Cristo, donada en su día por José Rodríguez, minero bañusco, se va constituyendo en un pulmón natural de gran calidad, inmediato al pueblo, con una carga histórica, arqueológica y etnográfica sobresaliente. Vestigios de la trashumancia: Una vez repoblada la zona por Castilla (siglo XIII), las tierras de la aldea baezana de Bannos se constituyen como un pastadero de invierno, excepcional para el ganado merino. Los rebaños de ovejas de la serranía de Cuenca, el señorío de Molina y la sierra de Albarracín, una vez saturados los campos del manchego valle de Alcudia, pasan a Andalucía a través de la Cañada Real Conquense o de los serranos. Aproximadamente treinta días de trashumancia huyendo de las nieves y hielos de las altas cotas de los Montes Universales. En primera instancia, los pastores se instalaron en los piedemonte de las sierras, en zonas linderas con las fértiles tierras de la Campiñuela (valle de Baños); así hemos heredado topónimos como Mesto o Majadavieja. Con posterioridad, cuando los colonos aldeanos roturan el valle hasta mudarlo a tierra calma (cereal y legumbres), viñas y olivos, los ganaderos ovinos se ven obligados a trasladarse a las tierras del término o dehesa acotada de Navamorquina, aquella que en origen quedó para ususfructo de los bañuscos y que posteriormente fue segregada en cuatro fincas: Navamorquí, Navarredonda, Corrales y Llano. Así se recoge en las ordenanzas municipales de 1742: “Asimismo ordenamos que los Ganados de Vecinos de esta villa de cualesquiera especie que sea no entren en las Dehesas acotadas, y Zerradas donde el término de Navarredonda, Llano, Corrales y Navamorquí (que son de Ymbernaderos de Ganados Merinos)…” Con posterioridad, según se coloniza la sierra alta y se desarrollan sucesivas desamortizaciones, los ganaderos van ocupando los predios situados más al norte del término municipal, abandonando fincas, como la dehesa del Santo Cristo o “del Llano”, sobresaturada por el ganado local. De aquella época nos quedan como veraces testigos, las líneas de piedras que formaban las majadas y parideras del ganado, las que aún podemos observar en Migaldías o Piedra escurridera. La cultura de los huertos en barranco: En la segunda mitad del siglo XIX, tras promulgarse la desamortización civil de Madoz, los montes públicos de la villa de Baños, hasta entonces para el uso del común de los vecinos, fueron puestos en pública subasta en Madrid. La venta de tierras del común consiguió que los agricultores bañuscos se quedaran prácticamente sin nada. Hasta entonces habían roturado las tierras serranas bajo un completo sistema agroganadero y forestal denominado de “roza de cama”, por el que se obtenía carbón y picón, raquíticas cosechas de grano y ganados, que, al menos, les permitía subsistir. Los labradores, como última esperanza, fueron ocupando las ásperas tierras del barranco de la dehesa del Santo Cristo, aquellas por las que discurrían los arroyos que iban a dar a la margen izquierda de los ríos Rumblar y grande. Fueron creando bancales de piedra que sujetaban los entonces pobres suelos y horadaban las tierras con minas, norias o pozos, buscando las preciadas aguas con las que regar su escasa producción. Pequeñas chozas de pizarra y retama dieron precario albergue a familias enteras que no abandonaron ni un solo instante tan pobre hogar ante el peligro de la expulsión. Entre los años 1893 y 1897, dos Reales Decretos vinieron a certificar la propiedad de los ocupadores mediante el pago final de un 40% del precio de tasación. La entrega se realizó en plazos anuales repartidos en diez años.
Posted on: Sat, 26 Oct 2013 20:18:21 +0000

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