SIERVOS AMADOS ESTE ES EL FIN DE LA Biografía de Carlos H. - TopicsExpress



          

SIERVOS AMADOS ESTE ES EL FIN DE LA Biografía de Carlos H. Spurgeon Numero 15 APRECIACION DE UNA VIDA CONSAGRADA LA muerte de Carlos H. Spurgeon, anunciada a los cuatro vientos, sumió en la tristeza y el pesar al mundo evangélico; que no en vano se ha efectuado una obra gigantesca como la suya, durante más de una tercia de siglo, ni se ha ascendido al más alto picacho de la elocuencia religiosa, en una época donde abundaban los elocuentes predicadores. Los hombres de la talla de nuestro biografiado, no pueden pasar desapercibidos, ni ocultarse. Por sobre las multitudes humanas, descollarán y se destacarán, haciéndose notar y apreciar por sus contemporáneos. Y al desaparecer de sobre la escena del mundo, generalmente, el juicio que de ellos tienen sus contemporáneos, es la historia sucinta y verídica de su vida. Aunque al comienzo de su brillante carrera Spurgeon tuvo que enfrentarse con la contradicción, y sufrir la crítica adversa y hasta injuriosa de una parte de la prensa, después de unos pocos años, su posición se solidificó, sus adversarios se convirtieron en sus amigos, y su personalidad llegó a tener una grandeza indiscutible y aceptada por todos. A la muerte de este caudillo de Israel, toda la prensa de habla Inglesa de alguna significación, durante muchos días, se ocupó de él llenando sus columnas con sus datos biográficos, con la enumeración y apreciación de su obra, y estimación de su carácter. Estos escritos revisten una importancia tan grande, a nuestra manera de ver, que no hemos querido dejar de citarlos en esta conexión, en la seguridad de que ello será, del agrado del lector, y para su mejor comprensión del asunto que estamos terminando de tratar. "El Espectador", de carácter Conservador unionista, dice: Las Iglesias no conformistas, y en realidad todas las Iglesias, han perdido en el Sr. Spurgeon un hombre de considerables poderes y de inmensa influencia, todo lo que usó persistentemente para bien. Fue probablemente el predicador de mayor éxito en una congregación de burgueses, y es fácil comprender el por qué. Existe la idea de que los ingleses se están volviendo escépticos, y en lo que se refiere a una sección de los cultos, y la sección semi-socialista de los obreros, hasta cierto extremo, es verdad; pero la clase baja, una clase numerosa de la sociedad inglesa, retiene en su mayor parte, aunque a menudo no la sigue, la antigua fe. Sus miembros creen en el evangelicalismo, calificado por un sentido estricto, y encuentra en ese Evangelio una regla suficiente de conducta para la mayor parte de las emergencias de la vida. No desean, por tanto, que su fe sea perturbada, o que se haga de ella una exposición a la manera escocesa, sino que sea presentada y expresada claramente, y aplicada a todas las contingencias de la vida, por un predicador que tenga dotes, y mientras mayores sean éstas, mejor, pero sin originalidad en cuanto al pensamiento religioso. También desean, y de todo corazón, que su predicador sea un hombre que crea en su mensaje más sinceramente que su misma congregación, que es visible e inequívocamente sincero en su entusiasmo, que viva de acuerdo con sus principios e ideales, y que tenga independencia suficiente para denunciar la abjuración con energía. En Spurgeon encontraron que llenaba completamente estas condiciones. Dotado de una voz superior, y poseído de una teología que era exactamente la de su congregación, el predicador derramaba ante ella argumentos que nueve veces de diez no contenía otra cosa que sentido común, aplicado a la religión, o a la conducta de la vida, pero que era tan apta e inteligentemente expresado, tan cálido en su convicción, tan familiar, y sin embargo tan nuevo, que hicieron en todos los que le oyeron la impresión de la mayor elocuencia. Esos pensamientos producían la convicción, si no el despertamiento, e hicieron que millares de hombree ordinarios, que algunas veces se encontraban expuestos en alto grado, a las tentaciones corrientes, fuesen distintamente más fuertes para resistirlas. Su Inglés fue siempre admirable, aunque algunas veces no era refinado; era maestro en el uso de felices ilustraciones, sacadas a menudo de las cosas más corrientes; y sabia cómo hacer impresivo, y abrir paso a la verdad hasta el corazón con la maravillosa fuerza de lo que es inesperado. No era un gran orador, pero para su congregación era un predicador que convencía y despertaba. La influencia de sus palabras era, por supuesto, materialmente ayudada por su carácter y la independencia de su posición. Era la manifestación viril de un hombre, que nunca entró en dudas, ni en contubernios, sino que decía las cosas como las pensaba, sin importarle su popularidad, y odiaba las novedades que ha sido la costumbre de esta última mitad del siglo, agregar a la ley cristiana. Creyendo en la caridad la practicó, y dio el dinero con ambas manos; pero sostenía que el hombre debe trabajar para en sostenimiento, y no ser una carga a la comunidad, y llegó a odiar el sentimiento moderno de "piedad" hacia los holgazanes e inútiles. Su opinión en cuanto a todo género de mendigos, se encontraba expresada en su apotegma: "Debe tener paciencia y piedad para con la pobreza; pero en cuanto a los holgazanes, dad una fusta bien larga". El Sr. Spurgeon fue ayudado también en su independencia, por habilidad práctica. Personalmente no le importaba nada el dinero; podía dar "como un príncipe"; pero tenía la facultad, que por tristeza se encuentra a faltar tan a menudo en el ministerio, sea el Establecido (oficial) o no conformista, de saber manejar empresas y cosas de gran importancia pecuniaria. Se le podían entregar millares y millares, y se podía tener la seguridad, no sólo de que no se apropiaría ninguno, sino que usaría sabiamente el dinero, no gastaría ninguno en novedades y caprichos, y que tendría un resultado tan seguro de sus gastos, como el comerciante que compra mercadería. Sus orfanatorios son modelos de buen manejo. Su independencia llegó a reflejarse en su influencia espiritual, al extremo de que todo el que le oía sentía la impresión de que lo que decía era lo que pensaba, sin que hubiera ninguna otra razón terrena para ello.... El Sr. Spurgeon fue un gran predicador, antes que todo, porque creía, y porque tenía las dotes necesarias para serlo; pero sus dotes eran aumentadas visiblemente por su carácter, por su integridad, por su habilidad, tanto como por su determinada independencia. "El Vocero", gladstoniano-liberal, publicó el siguiente escrito de redacción: Los tributos que se han pagado al Sr. Spurgeon por la prensa de todos los sectores de la opinión, han sido tan generosos a la par que justos, que dejan muy poco que decir a aquellos que le tenían en una especial estimación. La suya era una grande e impresiva individualidad, y la dejó sentir en la imaginación de sus conciudadanos, como ningún otro de los eclesiásticos de su época pudo hacerlo. Y esto pudo hacerlo solamente en virtud de sus méritos y condiciones como ministro de la iglesia a la cual perteneció. El Sr. Spurgeon era "el pastor del Tabernáculo", y el jefe de las organizaciones que había reunido gradualmente en derredor de su lugar de adoración. Eso fue todo. Sin embargo, su muerte es generalmente considerada como una pérdida para toda la nación, y los periódicos de todos los partidos y sectas, se unen entre sí para tributar honor a su memoria. ¿Cuál fue el éxito en la vida de este gran hombre? Incuestionablemente el éxito del Sr. Spurgeon fue el resultado de su maravilloso poder como predicador. Hace algunos meses que dijimos, cuando él se encontraba gravemente enfermo, que entre los oradores naturales de esta generación, ocupaba el segundo lugar después del Sr. Bright. Ahora vemos que algunas personas se inclinan a empequeñecer su poder de oratoria. Tal cosa puede atribuirse solamente a que esas personas no han estado "bajo la vara del mago". Nadie que haya estado pondrá en duda el hecho de que el Sr. Spurgeon fue dotado de condiciones como orador, tales como es probable que ningún otro hombre de su época poseyera. Por supuesto, su elocuencia no era semejante a la del Sr. Gladstone, o a la del Canónigo Liddon, por ejemplo. Hasta difirió en ciertas características de la del Sr. Bright, a quien, en conjunto, más se semeja. Pero en su clase no había nada semejante en el púlpito de ninguna Iglesia en su país. Si él predicó del Tabernáculo nunca leyó ensayos sobre "la dulce arpa del poeta, coronada de estrellas"; sí cuidadosamente evitó los vuelos de a elocuencia que son tan queridos a la mayor parte de los oradores, nunca fracasó en hacer entrar su admirable prosa aun en los oídos más rebeldes. Muchas personas fueron al Tabernáculo, especialmente en los primeros tiempos, preparados para la burla; muy pocos salieron sin reconocer que habían estado escuchando a un hombre que literalmente los había obligado a oír todo lo que decía, y cuya brillante, sencilla, pintoresca y siempre flexible palabra había sido pronunciada en un tono que se adaptaba a cada oído, y abiértose paso hasta el corazón. Pero otras iglesias tenían oradores de una elocuencia difícilmente inferior a la del Sr. Spurgeon. ¿Cómo se explica que jamás se ganaron el corazón del pueblo de la Gran Bretaña, como se lo ganó él. El Canónigo Liddon, cuyo nombre ocurre tan naturalmente cuando hablamos de elocuencia; el Obispo Alexander; el Arzobispo Magee, y otros muchos, pudieron fácilmente competir, en lo que se refiere a los meros dones de la elocuencia, con el pastor del Tabernáculo. Sin embargo, ninguno de ellos retuvo su puesto en la vida inglesa, ni nada que se pareciera a ello. Sin que esto signifique falta de respeto hacia estos hombres eminentes, hemos de decir que el triunfo del Sr. Spurgeon, su éxito sin rival en retener el corazón de un grandísimo número de sus conciudadanos, qué distintamente un triunfo del carácter. No se debió ello meramente a su elocuencia religiosa; no se debió ciertamente a la superior intelectualidad a los otros maestros y predicadores; pero en él se tenía confianza, y era estimado mucho más que todos ellos. Se debió a que el gran público inglés había llegado a la conclusión de que él era absolutamente sincero, sencillo, sin pretensiones personal e, invariable. Han habido predicadores de raros dones en las Iglesias Libres de Inglaterra y Escocía, que reunieron grandes multitudes donde quiera que aparecieron, que tenían un grupo fiel de admiradores, pero que nunca pudieron tocar, o llegar al público numeroso, por causa de cierta suspicacia de charlatanería, o de la vanidad de la personal atracción a ellos. Durante los últimos treinta años el Sr. Spurgeon ha estado libre de la más ligera sugestión de una tal suspicacia, tanto como era posible que lo estuviera cualquiera otro hombre; y en todas partes los hombres han reconocido que se encontraba al servicio de su Maestro, y no en el suyo propio. En este triunfo del carácter personal, y no en cualquiera de las otras fases de la obra de su vida, podemos encontrar el asombroso éxito de su carrera. Otro rasgo sobresaliente fue la austera fidelidad que demostró desde el principio al credo puritano de sus antepasados. Para con él, cuando menos, no había tropezamientos con las dudas modernas, con las modernas especulaciones, los nuevos descubrimientos de la ciencia, ni la alta crítica. Ni por un solo momento flaqueó en su convicción de que la verdad que había oído siendo un niño, lo era todo. El mundo, apresurándose adelante, encuentra las estrellas que brillaron de antiguo con lustre tan claro y fijo, cambiando su lugar en el firmamento, y obscureciéndose, a medida que se envejecen, mientras que nuevas estrellas están surgiendo a la vista y atraen la admirada mirada de las multitudes. Para el Sr. Spurgeon, como para todos nosotros, nuevas estrellas pueden surgir a la existencia; pero, para su mente, ella no podían tener más que un propósito y una misión: la renovación y mayor gloria del Sol de su adoración. Algunas veces sucede en una era incrédula, o lo que es peor, en una era indiferente e inveterada, que nos encontramos con una personalidad cuya fe puede resistir todos los asaltos, cuya confianza permanece inconmovible, aunque todo el mundo hubiera de volverse contra ella. Y el credo a que se apegó el Sr. Spurgeon con ardiente amor y confianza, era el credo que la gran masa del pueblo Inglés había sido enseñada a aceptar desde la cuna. ¿Es de extrañar que cuando el antiguo Puritanismo fue predicado, no solamente con elocuencia, sino con el genuino fervor de la convicción, el predicador retuviera a su derredor millares y millares, que encontraron en él el campeón y guía que habían estado esperando por mucho tiempo, orando por su venida? Fanático, rudo, estrecho de miras, ignorante – todos estos epítetos fueron lanzados sobre el Sr. Spurgeon, y no le hirieron más de lo que pudo herirlo la brisa que pasaba. Y nadie que le conozca, o le haya oído predicar, puede olvidar que, aparte de la austera fidelidad al credo que ya no es el del mundo, su corazón estaba lleno del amor hacia sus semejantes, de compasión hacía los pecadores, y del ardiente deseo de que cuando llegue el fin de todas las cosas, y el Gran Libro sea cerrado, ningún alma humana que haya sido conmovida por el Espíritu Santo, se encuentre fuera de la salvación. Y con todo ello, no era sacerdote. Jamás aquellos que simpatizaban con el clero, pudieron asumir que hubiera alguna autoridad espiritual en este maestro de religión. Era hombre sencillo como ellos, sin pretensiones de poder eclesiástico o sacerdotal; porque estaba satisfecho de ser un ministro y siervo de Jesucristo, el Señor de los Señores. Fue por eso que el buen hombre que es llorado hoy, se ganó, no sólo la admiración, sino también la confianza y el afecto de hombres y mujeres cuyo número no puede ser contado, y que pueden ser encontrados en todos los rincones de la tierra, donde el Inglés se hable. Y al ministrar a millares de millares a su manera, semana tras semana, en todas las verdades espirituales, ejerció su influencia sobre todos aquellos que tenían poca simpatía hacia su credo, una influencia que no puede ser calculada, y que fue siempre ejercida para bien. Por el momento, su pérdida parece casi irreparable, no sólo para su congregación, sino también para Londres y para el país. El "Semanario Británico", la célebre publicación londinense, de carácter evangélico, interdenominacional, liberal, dijo: Ha caído como una torre, y su caída significará para muchos un cambio completo en todo el horizonte de la vida. Un periódico conservador de Londres dijo que su muerte había atraído la atención menos que la del cardenal Manning. ¿Qué sabían de Manning los niños de la escuela, los sirvientes en la cocina, los campesinos de las montañas, las ancianas de miserable vivienda? Pero todas estas personas – en realidad, toda la nación, porque la nación todavía es cristiana – conocían a Spurgeon. En Escocia era aun más estimado que en Inglaterra, y en América su fama se extendió más, quizá, que la de cualquiera otro hombre. Cuando murió sus años no eran muchos, pero había lo suficiente, y había mantenido hasta el fin el esplendor de su fama. Si el Sr. Gladstone hubiera muerto a la edad de Spurgeon, por esta época ya hubiera sido completamente olvidado. Aun siendo como fue, para la mayoría de sus conciudadanos, Spurgeon fue una figura mucho más conspicua que la de Gladstone; no es mucho decir que fue más venerado que cualquier otro hombre. El juicio popular a menudo es errado; pero es seguro que conocerá al charlatán en su tiempo. Porque el oído del público, aunque es fácil de ganar, es excesivamente difícil de retener. Habla muy alto del poder y de la integridad esencial del Sr. Spurgeon, el hecho de que ganó el oído del público cuando era un mero niño, y no lo perdió nunca, ni por un momento. Esto se debió primeramente a su poder oratorio. Dos oradores de primera calidad han aparecido en nuestro tiempo: El Sr. Bright y el Sr. Spurgeon. Su maravillosa voz, clara como campana de plata, y femenilmente tierna, se elevaba sobre las asombradas multitudes, y sin esfuerzo llegaba a cada oído. Aquel inglés sencillo, franco, con su aire de reposado dominio del asunto, su gran maestría del Sajón lúcido, su poder para elevarse a las más altas cumbres de la elocuencia, su compasiva comprensión de la vida de su pueblo, y sobre todo, su ansia de su salvación, no desaparecerá fácilmente de la memoria y del corazón de la nación. La casi sobrenatural sutileza de observación, fue un elemento de su influencia. Uno de sus predicadores vecinos, no podía reconocer a sus miembros, porque no podía recordar los rostros. Esto no es una falta, pero es una desgracia. El Sr. Spurgeon, sentado en su plataforma, podía mencionar el nombre de cada una de las cinco mil personas que componían su congregación. También recordaba a cada visitador, a quien hubiera sido presentado; y cuando éstos venían al Tabernáculo, enseguida los reconocía. Se las arreglaba siempre de manera de poderles hacer alguna señal de reconocimiento, antes de comenzar el servicio. Era, sin embargo, mucho más que un gran orador. El que escribe estas líneas, obligado a pasar seis meses en un lugar donde los libros eran muy escasos, comenzó a leer una serie completa de los sermonee del "Púlpito del Tabernáculo Metropolitano", y fue a través de todos los volúmenes. Es imposible imaginar que una persona haga tal cosa sin recibir una profunda y permanente impresión. Es más: la asombrosa habilidad del predicador es tan señalada como su elocuencia o su sinceridad. En este respecto apenas se le ha hecho justicia. Algunas personas hablan de su "fertilidad de hojarasca", y compasivamente le comparan con hombrea tales como Liddon. En realidad, no había comparación posible; en cuanto a su gran habilidad, Spurgeon estaba tan por encima de Liddon, como Liddon lo estaba de Farrar. El Pbro. H. R. Haweus, como critica competente y libre de prejuicios, dijo hace muchos años: "Es perfectamente extraordinario que el gran Bautista pueda ser tan hábil y poderoso, dentro de los estrechos límites de su doctrina". Nosotros no creemos que tuvo un asombroso éxito aparte de sus sermones, aunque su "Juan Arador" contiene material racial. En los sermones hay muchos pasajes que una verdadera antología general de los prosistas ingleses no omitirían.... Puede parecer una palabra dura, pero no puede ser dudado que su teología fue un elemento de importancia en su duradera atracción. ¿Por qué ha florecido tanto el Calvinismo entre el pueblo bajo, que lucha, en el Sur de Londres – donde Santiago Wella, un hombre completamente falto de instrucción, y un calvinista tan estricto que consideraba al Sr. Spurgeon como hereje peligroso, dividió los honores con su joven compañero, y tuvo un funeral como Londres del Sur no vio jamás? Para comenzar, para las masas todas las religiones son esencialmente iguales. Un teó1ogo Católico Romano, el Padre Dalgairus, dice: "Id y predicad vuestro incierto infierno, y su obscura expiación en las calles de nuestras grandes poblaciones, y ved cuántos prosélitos ganáis entre las masas, la iniquidad de cuya corrupción sube hasta el cielo. Los engañáis con la incerteza de una salvación universal, y al hacerlo así, les quitáis el gozo de un salvador". El Sr. Spurgeon siempre presentó la salvación como una cosa maravillosa, sobrenatural; que puede obtenerse por medio de la batalla, la agonía y el lavamiento en la sangre. Esta grande y difícil salvación estaba segura; esto es "no dependía de la criatura", dependía absolutamente de Dios. No era de hombre, ni de la voluntad de la carne. Los oyentes del Sr. Spurgeon, en una gran parte, habían perdido los premios de la vida; pero Dios no los eligió por las razones que mueven las preferencias de los hombres, porque en ese caso, no hubieran tenido esperanza. Su elección fue por gracia. La perseverancia de los santos es una doctrina sin significación para la mayor parte de nosotros los cristianos. Pero muchas pobres jóvenes, que encierran en sus corazones el amor de Cristo y la bondad, teniendo que trabajar manualmente para ganar una miseria, obligadas a resistir las tentaciones de las calles en su derredor, y del río junto a ella, escuchaban con toda el alma cuando oían decir que las ovejas de Cristo no pueden perecer. Muchos comerciantes, tentados a cometer actos deshonrosos; muchas viudas, con la penuria y la soledad ante ellas, fueron levantadas sobre todas estas cosas, enseñados a mirar a través y sobre les años venideros, llenos de tempestad y conflicto, y tener la anticipación de un lugar en la Iglesia Triunfante. Existe la noción, muy prevaleciente, de que la doctrina de la universal Paternidad de Dios, según es predicada a menudo, es manantial de mayor alegría y confortación, que la antigua enseñanza de que él es el Padre de sus hijos en la fe. Un hombre dice: "Dios es el Padre del Londres del extremo Este", y cree que ha expresado una verdad consoladora. Lo que el Sr. Spurgeon sentía era que la Paternidad de Dios debe significar mucho más que eso. En un sentido Dios es padre del más degradado, pero, ¿a qué llega eso? Antes de que conozcamos la naturaleza paternal, el Hijo ha de revelarla, y si nos atrevemos a decirlo así, hay algo más allá de eso. El que el corazón Divino vaya hacia los pobres, los perdidos, los culpables, es una expresión del profundo amor de Dios, encerrado en su propio ser, y significa algo – significa todo para los que lo reciben. No es el frío consuelo, la sombra que no abriga, de una frase hueca. Los muy pobres – y debe recordarse que la parte sur de Londres es la más pobre de la metrópoli – están comenzando a tener esperanza de que los concilios y parlamentos harán mucho en su beneficio. Puede que esto llegue a ser así, pero el Sr. Spurgeon se ocupó poco de estas cosas. El les enseñó y éste era el nervio de su sermón, que ahora, en la viviente comunión del alma con Cristo, ellos pueden encontrar todo el gozo que necesitan. Hombre demasiado sabio, demasiado experimentado, para dejar de conocer las batallas que hay que librar y cuanto tardan en ser ganadas por los pobres, y lo poco que esas victorias le rinden, insistió en el gozo y paz de la fe, que el mundo no puede dar ni quitar. La vida puede seguir su camino de paupérrimo, monótono y oscuro trabajo, con su pobre paga, y su mucha responsabilidad; pero sobre todo ello puede haber una suave y sagrada luz.... Nunca ha aparecido un hombre con tal experiencia en la Iglesia Cristiana; nunca ha aparecido uno que se dirigiera a tantos de sus conciudadanos, hablándoles de las cosas de Dios; nunca ha aparecido uno el resultado obvio de cuya obra haya sido tan grande. "Nunca te volveré a oír llamando", al pensar en aquella inolvidable voz. Pero el eco de esa voz persistirá. Multitudes pensarán con afecto y simpatía especial, de la triste viuda y los hijos, y de la gran Iglesia sobre la cual presidió. Todos hemos perdido mucho con su ida, pero él ha ganado más. La suya era una naturaleza que no estaba preparada para muchas de las cosas que le vinieron en los últimos y dolientes años; y menos preparada estaba para una prolongada inacción, que era lo que sus médicos creían que era mejor que podía hacer. Mejor es para él que se haya ido a lo largo del brillante camino. ***
Posted on: Wed, 31 Jul 2013 03:45:43 +0000

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