SUMISOS, HETERODOXOS Y HEREJES - TopicsExpress



          

SUMISOS, HETERODOXOS Y HEREJES Pedro Zabala Es cierto que encasillar induce a bastante errores, pero quizá es la manera habitual que tenemos los humanos para poder entender algo de la realidad compleja en la que nos desenvolvemos. Y así, sin darle un valor absoluto, sino simplemente aclaratorio, podríamos distinguir entre los seguidores de Jesús de Nazaret tres estilos diferentes. En primer lugar están los sumisos. Los que aceptan sin más las creencias y directrices de actuar que les marcan desde arriba los superiores jerárquicos. Han heredado esta forma de entender la religión y la aceptan sin problemas. El núcleo mayoritario son personas mayores que acuden a nuestras iglesias para cumplir los preceptos. Su actitud es pasiva y resignada, tanto dentro de la Iglesia, como en la sociedad. Suelen ser gentes de muy buena voluntad, admirables en su comportamiento y dignos del mayor respeto. Añoran el mundo en el que nacieron y no entienden los cambios que se están produciendo. Salvar su alma y prepararse para una buena muerte es su objetivo. Pero dentro de la categoría de los sumisos, hay que incardinar también personas más jóvenes, clérigos y laicos, encuadrados en ciertos movimientos eclesiales, más preparados que los anteriores, con los que comparten su obediencia ciega a la jerarquía. Unos fuertemente clericalizados y otros con mayor protagonismo laical. Y es de justicia reconocer que en esta categoría de sumisos se encuentran personas con una vida ejemplar, santos en lenguaje cristiano les debemos llamar, aunque no hayan pasado por un proceso de canonización. Luego están los heterodoxos, aquellos que reconociéndose hijos de la Iglesia, no han renunciado a pensar por cuenta propia y se encuentran en las fronteras de la misma, pugnando por abrir puertas y ventanas, por derribar murallas aisladoras que la apartan de la sociedad. Quieren seguir el ejemplo de Jesús, aquel judío heterodoxo que no se separó de Israel, pero supo enfrentarse a sus dirigentes, apelando a la radicalidad de la Ley, sin deformaciones humanas, pero sabiendo que estaba hecha al servicio del ser humano y no al revés. Su ejemplo es la Fe de Jesús que íba creciendo en edad, sabiduría y gracia, y cuyo estrecho contacto con su Abbá, le fue desvelando la identidad de Dios y la suya propia. En Él se dió la plenitud de la divinidad, según San Pablo. En palabras de Andrés Ortiz-Osés: “El Dios cristiano no es propiamente libertad absoluta, sino libertad religada, o sea amor. Dios como libertad absoluta sería puro arbitrio o arbitrario, mientras que un Dios sin libertad sería ciego destino. Entre el paganismo del destino y el liberalismo de la libertad arbitraria, el dios cristiano es un Dios implicado, amor cómplice, confín universal del ser. Si la existencia humana consiste en trascender, la existencia divina consistiría en intranscender, en inmanentar, encarnarse o implicarse, confinarse... Porque si Dios es nuestro Otro, nosotros somos el otro de Dios... En este contexto, Jesucristo personifica su trascendencia como Cristo y su inmanencia como Jesús, enmarcando así la potencia mediadora del amor entre lo humano y lo divino. Por eso, Jesucristo no es un límite propiamente, sino el confín entre Dios y el hombre, la inmanencia y la trascendencia”. De ahí la fe de los heterodoxos en Jesucristo, el acogedor de los excluídos y transmisor del Perdón incondicional, asesinado por los poderes religioso y político, pero resucitado por su Abbá. No niegan las proclamaciones dogmáticas de la jerarquía, expresadas en fórmulas estáticas de la filosofía helénica, pero exigen su transformación comprensible para la mentalidad actual que subraya en la personalidad su condición relacional y procesual. Y por encima del Código y de los Catecismos, sitúan la moral samaritana del Evangelio. Buscan una Iglesia más horizontal, donde todos los bautizados, mujeres y varones, sin necesidad de estar ordenados, puedan acceder a los servicios directivos. ¿A quién puede extrañar que entre los heterodoxos se den también santos que conjugan su amor a la Iglesia que quieren ver reformada, aunque tengan que sufrir por ello, con el amor por la humanidad, en especial por los excluídos?. Quedan, por último, los herejes, los que sin portazo o con él, han dicho adiós a la Iglesia, aunque conserven su fe en Jesús. Unos fueron y son famosos y fundaron iglesias separadas. Otros simplemente se apartan e intentan vivir su fe en forma individual y, por ende, difícil. Hay quienes viven entregados a los demás, socorriendo a los heridos que encuentran en su camino o luchando por cambiar las estructuras injustas que generan excluídos. No esperan que la Iglesia se reforme, aunque sería su más íntimo anhelo. Los gestos del Papa Francisco han despertado su interés. ¿Lo hará?. ¿Le dejarán hacerlo?. Es muy difícil dar más notas comunes a esta categoría de autoexiliados, dada su amplitud y la diversidad de posturas que les llevaron a tomar su decisión y a mantenerla. Pero lo que no hay duda es que entre ellos hay personas justas, a los que el apelativo de santos no les desentona en absoluto.
Posted on: Wed, 09 Oct 2013 16:37:39 +0000

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