Sentimientos sembrados Por LUCAS MARTÍNEZ Diario registrado. Se - TopicsExpress



          

Sentimientos sembrados Por LUCAS MARTÍNEZ Diario registrado. Se acerca el 27 de octubre y se cumplirán 3 años del fallecimiento de Néstor Kirchner. Ese mismo día iremos muchos a votar para elegir diputados, senadores y algunos otros cargos. Los medios opositores de comunicación vienen insistiendo hasta el cansancio con la idea del “fin de ciclo”, con la “transición” (¿hacia qué?), con el “hartazgo popular” (¿hartos de qué?) etc. No es la primera vez que lo hacen, es una modalidad que la han aplicado numerosas veces…Repetir y repetir sobre la existencia de un clima, un ambiente, que impera en “la calle”, la “bendita calle”. Hay que admitir que el recurso es de lo más eficiente y funciona de manera efectiva. Lo compruebo en carne propia cada vez que ceno con mi madre y ni hablar cada vez que tomo un taxi. Ahí, justo en ese momento en el que el tachero “argumenta” con las mismas palabras que dice mi vieja… suspiro, prefiero hablar del clima: - ¡¡¡30 grados en Agosto!!! Esto es imposible hermano, así no se puede más!!! Esto antes no pasaba!!!¿A diciembre como carajo llegamos?!!! Me arroja el taxista mientras apaga el reloj. Hay hechos en la vida que te marcan., que conmueven y movilizan a una sociedad. Hechos que no están construidos en base a intereses y digitados desde lo alto y a la distancia. Hechos que nos exceden. Son esos que surgen desde las mas profundas convicciones, desde la verdad, desde el amor… esos que surgen de la vida real. Hace casi tres años moría Néstor Kirchner y generaba con su propia muerte un hecho político inocultable. Una movilización popular descomunal, una demostración de amor como nunca en lo personal había vivido y que la historia argentina tampoco vio tantas otras veces. En diciembre de 2001 estaba yo en esa misma Plaza donde pocos años después despediríamos a Néstor Kirchner. Menos de nueve años entre los dos sucesos. Dos tiempos bien distintos. En aquel diciembre tenía 22 años y estaba enojado, sentía bronca, odio, como la mayoría de nosotros. Nunca olvidé la ferocidad de los gases lacrimógenos de aquellos días, luego leí por ahí que los gases que utilizaron en la represión estaban vencidos, les habían sobrado de la dictadura militar. ¡Increíble!. Ojalá eso hubiese sido lo peor… pero no. Cambiaron las balas de goma por proyectiles de plomo; tiraron a matar, mataron; se trasladaron en autos sin identificación para disparar y asesinar. Montados a caballos se ensañaron a fustazos con las Madres, secuestraron y picanearon arriba de los patrulleros. La democracia del 2001. La palmera de la Plaza de Mayo incendiada… el país también. Absolutamente nadie se imaginaba que casi 9 años después, esa misma plaza iba a desbordar de gente durante tres días, llorando y despidiendo a un reciente presidente. La muerte de Néstor Kirchner me conmovió notablemente, me transformó. Tocó en lo más profundo de mi, algo que no esperaba. Recuerdo que durante aquellos días estando en la plaza recibo un mensaje de texto de mi vieja, la misma con la que discuto fuerte de política, “me conmueve tu emoción” escribió. Ella también estaba emocionada. Estas emociones no desaparecen, perduran como todo lo verdadero. Son los sentimientos sembrados. Aquellos días de octubre de 2010 me encontraron trabajando como camarógrafo, estuve presente durante todas las jornadas del funeral. Fui testigo de lo sucedido. En aquel momento me sentí sacudido. Tuve la necesidad de volcar en palabras lo que había vivido. Días después de la muerte de Néstor Kirchner me senté a escribir. Esta es aquella crónica. Crónica de una despedida Me despierto, la mañana es realmente hermosa. Enciendo mi teléfono celular y salgo al balcón, en la calle nadie, un silencio encantador. El teléfono suena, un mensaje de texto: “Murió Néstor Kirchner” leo en voz alta, mi mujer con nuestro hijo de siete meses en su vientre me mira sorprendida. Murió Kirchner, repito incrédulo. Desconfío, no caigo, enciendo la tv, esperando que el mensaje de texto sea una joda de lo más pelotuda. Quiero creer eso. El televisor enciende en un canal de noticias, leo en la pantalla, Murió… y la confirmación me golpea como un codazo en la mandíbula entreabierta. Siento como si hubiese perdido a alguien cercano, un familiar, un amigo… antes de tiempo. Inesperado. Quedo sentado frente al televisor que sigue repitiendo la noticia, por alguna estúpida razón evito llorar. Disimulo mis ojos humedecidos frente a mi mujer, ella los tiene igual. Acaricio su panza, la beso, ella desliza sus dedos sobre mi el pelo. Me levanto, enciendo la ducha y con el agua pegando de lleno en mi rostro lloro. Tocan el timbre, es una chica muy joven que viene a censarnos. ¡Claro, el censo! La hacemos pasar y le ofrecemos un mate con tostadas, ella acepta solo el mate. Contestamos las preguntas, la chica nos cuenta que todos nuestros vecinos la hicieron pasar para responder. La televisión, la radio y los diarios durante los días previos habían anticipado otra cosa, el miedo haría que nadie abriera la puerta de su casa. Le erraron feo, otra vez… Salgo a trabajar. Camino hacia la estación, el sol es perfecto. Unos chicos juegan a la pelota en la plaza frente a mi casa. Los miro mientras espero el tren; estoy atontado, adormecido. Uno de los pibes, no tiene más de ocho años, viste el equipo completo del seleccionado argentino, se prepara para patear un tiro libre cercano al arco contrario, o sea el espacio entre un ficus maltratado a pelotazos y un buzo sucio, también con los colores celeste y blanco. Lo miro, me divierte como con su carita seria se queja de la barrera que se adelanta; sonrío, patea con todas sus fuerzas. Gol, golazo, el pibe corre y se abraza con sus amigos a los gritos. Viene el tren. La televisión ahora muestra a algunas personas acercándose a la Plaza de Mayo. Agarro la cámara y junto a mi compañero salimos hacia allá. Necesito compartir. Varios cientos ya rodean la Pirámide y forman una fila para poder dejar ordenadamente una flor, un papel, cartón o cartulina con su mensaje. Veo padres con sus hijos, gente grande y sobretodo pibes jóvenes. Muchos lloran, el clima es de honda tristeza. Un pibe de unos 17, 18 años empieza a aplaudir enérgicamente, el aplauso se propaga rápidamente por toda la Plaza. Apoyo la cámara en el suelo, también aplaudo. Recorro la fila de gente que aguarda para dejar su ofrenda, camino a su lado y a mi paso me muestran los mensajes que tienen; me acerco, encuadro, enfoco, grabo. A esta hora los mensajes dicen “Gracias”, muchos hablan de lo que nos devolvió, muchísimos de sentimientos recuperados. ¿Sentimientos recuperados?, recuperamos lo que habíamos perdido, lo que nos habían robado, lo que nos obligaron a olvidar. Hago foco en un cartón que supo ser una caja de aceites: “Gracias por devolvernos la dignidad”, abro el plano, una anciana lo sostiene orgullosa. Camino unos metros, “Volvimos a creer, gracias” dice el cartel que sostiene una nena de unos 5 años junto a su madre. Volver a creer, recuperar la dignidad y miles y miles de personas más llegando a la Plaza. Alguien Murió, Algo Nace. Leo “Millones de lágrimas censadas”. La gente llora, algunos tímidamente, muchos otros de manera desgarradora. Una mujer se desmaya. Se me hace muy difícil trabajar con tanta emoción, trato de despegarme, de ser un simple observador, lo intento, no puedo…no quiero. Hoy no quiero. Sigo a un hombre negro, camina acompañado con su mujer y su hijito, lleva en la mano un ramo de flores. Grabo la secuencia, se acercan a la reja de la Rosada, dejan las flores con una tarjeta y se alejan los tres tomados de las manos. Leo la tarjeta “Gracias por tus brazos abiertos; familia Faye, Senegal”. Miles de personas siguen llegando. Somos muchos. Cae la noche. La Plaza explota de gente. El clima de tristeza que imperaba hasta hace algunas horas se transformó en una energía más potente, algo más alegre también. Me subo al techo de un colectivo estacionado en la esquina de Rivadavia y Reconquista, observo la magnitud de la multitud, es hermoso, no me interesa ser objetivo, es hermoso. La multitud canta advirtiendo que ni se les ocurra. Desde lo alto descubro una leyenda: “No se ilusionen, mamá es una leona”. Mi compañero de trabajo me dice emocionado: “esto es de otra época”. Pienso ¡Ya no! Bajamos del techo del colectivo, un venezolano se acerca y exultante nos pide que en nuestra función de periodistas reflejemos la realidad, que no tergiversemos el mensaje de la multitud, que aquí hay un pueblo llorando a un hombre y repite en voz alta ¡Un Pueblo Llorando a un Hombre! Los que están a su alrededor lo aplauden, se le acercan, lo abrazan. El venezolano se quiebra y llora enredado en un enjambre de brazos. Recorro la Plaza, experimento un sentimiento de pertenencia inédito. Se siente bien. Pienso en mi hijo mientras camino en un mar de gente. Durante tres días la escena se repetirá, un pueblo volcado a la calle dando su mensaje. Ni los que no quieran ver podrán ocultar semejante demostración de amor. Un hombre muere. Un pueblo llora a un hombre. Esto es de otra época, recuerdo y me río. Me siento feliz. En algunas semanas más nacerá mi primer hijo. Sentimientos sembrados. Algo cambió en nosotros, algo cambiaste…
Posted on: Mon, 30 Sep 2013 21:27:10 +0000

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