Sepan. A manderecha del poste rutinario, viniendo, claro está, - TopicsExpress



          

Sepan. A manderecha del poste rutinario, viniendo, claro está, desde el nornoroeste, allí mero donde se aburre una osamenta, se puede divisar ya Comala, la ciudad de la muerte. Hacia esa ciudad se dirige montado en un asno este discurso magistral y hacia esa ciudad me dirijo yo y todos ustedes, de una u otra manera, con mayor o menor alevosía. Pero antes de entrar en ella me gustaría contar una historia referida por Nicanor Parra, a quien consideraría mi maestro si yo tuviera suficientes méritos como para ser su discípulo, que no es el caso. Un día, no hace demasiado, a Nicanor Parra lo nombraron doctor honoris causa por la universidad de Concepción. Lo mismo lo hubieran podido nombrar doctor honoris causa por la universidad de Santa Bárbara o Mulchén o Coigüe, en Chile, según me cuentan, bastaba con tener la primaria terminada y una casa más o menos grande, para fundar una universidad privada, beneficios del libre mercado. Lo cierto es que la universidad de Concepción tiene cierto prestigio, es una universidad grande, hasta donde sé todavía es estatal, y allí homenajean a Nicanor Parra y lo nombran doctor honoris causa y lo invitan a pronunciar una clase magistral. Nicanor Parra acude y lo primero que explica es que cuando él era un niño o un adolescente, había ido a esa universidad, pero no a estudiar sino a vender bocadillos, que en Chile se les llama sándwich o sánguches, que los estudiantes compraban y devoraban entre clase y clase. A veces Nicanor Parra iba acompañando a su tío, otras iba acompañando a su madre y en alguna ocasión acudió solo, con la bolsa llena de sánguches cubiertos no con papel albal sino con papel de periódico o con papel de estraza, y tal vez ni siquiera con una bolsa sino con un canasto, tapado con un paño de cocina por motivos higiénicos y estéticos e incluso prácticos. Y ante la sala llena de profesores sureños que sonreían Nicanor Parra evocó la vieja universidad de Concepción, que probablemente se está perdiendo en el vacío y que sigue, ahora, perdiéndose en la inercia del vacío o de nuestra percepción del vacío, y se recordó a sí mismo, digamos, mal vestido y con ojotas, con la ropa que no tarda en quedarles pequeña a los adolescentes pobres, y todo, hasta el olor de aquellos tiempos, que era un olor a resfriado chileno, a constipado sureño, quedó atrapado co-mo una mariposa ante la pregunta que se plantea y nos plantea Wittgenstein, desde otro tiempo y desde la lejana Europa, y que no tiene respuesta: ¿esta mano es una mano o no es una mano? *** Los escritores actuales no son ya, como bien hiciera notar Pere Gimferrer, señoritos dispuestos a fulminar la respetabilidad social ni mucho menos un hatajo de inadaptados sino gente salida de la clase media y del proletariado dispuestos a escalar el Everest de la respetabilidad, deseosos de respetabilidad. Son rubios y morenos hijos del pueblo de Madrid, son gente de clase media baja que espera terminar sus días en la clase media alta. No rechazan la respetabilidad. La buscan desesperadamente. Para llegar a ella tienen que transpirar mucho. Firmar libros, sonreír, viajar a lugares desconocidos, sonreír, hacer de payaso en los programas del corazón, sonreír mucho, sobre todo no morder la mano que les da de comer, asistir a ferias de libros y contestar de buen talante las preguntas más cretinas, sonreír en las peores situaciones, poner cara de inteligentes, controlar el crecimiento demográfico, dar siempre las gracias. *** Todo es, a final de cuentas, folclore. Somos buenos para pelear y somos malos para la cama. ¿O tal vez era al revés, Maquieira? Ya no me acuerdo. Tiene razón Fuguet: hay que conseguir becas y anticipos sustanciosos. Hay que venderse antes de que ellos, quienes sean, pierdan el interés por comprarte. Los últimos latinoamericanos que supieron quién era Jacques Vaché fueron Julio Cortázar y Mario Santiago y ambos están muertos. La novela de Penélope Cruz en la India está a la altura de nuestros más preclaros estilistas. Llega Pe a la India. Como le gusta el color local o lo auténtico va a comer a uno de los peores restaurantes de Calcuta o de Bombay. Así lo dice Pe. Uno de los peores o uno de los más baratos o uno de los más populares. En la puerta ve a un niño famélico quien a su vez no le quita los ojos de encima. Pe se levanta y sale y le pregunta al niño qué le pasa. El niño le dice si le puede dar un vaso de leche. Curioso, pues Pe no está bebiendo leche. En cualquier caso nuestra actriz consigue un vaso de leche y se lo lleva al niño, que sigue en la puerta. Acto seguido el niño bebe el vaso de leche ante la atenta mirada de Pe. Cuando se lo acaba, cuenta Pe, la mirada de agradecimiento y de felicidad del niño la lleva a pensar en la cantidad de cosas que ella posee y que no necesita, aunque allí Pe se equivoca, pues todo, absolutamente todo lo que posee lo necesita. Al cabo de unos días Pe mantiene una larga conversación filosófica y también de orden práctico con la madre Teresa de Calcuta. En determinado momento Pe le cuenta esta historia. Habla de lo necesario y de lo superfluo, de ser y no ser, de ser en relación a y de no ser en relación ¿con qué?, ¿y cómo?, ¿y a final de cuentas qué es eso de ser?, ¿ser tú misma?, Pe se hace un lío. La madre Teresa, mientras tanto, no para de moverse como una comadreja reumática de un lado a otro de la habitación o del porche que las cobija, mientras el sol de Calcuta, el sol balsámico y también el sol de los muertos vivientes espolvorea sus postreros rayos imantado ya por el oeste. Eso, eso, dice la madre Teresa de Calcuta, y luego murmura algo que Pe no entiende. ¿Qué?, dice Pe en inglés. Sé tú misma. No te preocupes por arreglar el mundo, dice la madre Teresa, ayuda, ayuda, ayuda a uno, dale un vaso de leche a uno y ya será suficiente, apadrina a un niño, sólo a uno y ya será suficiente, dice la madre Teresa en italiano y con evidente mal humor. Al caer la noche Pe vuelve al hotel. Se ducha, se cambia de ropa, se pone unas gotas de perfume sin poder dejar de pensar en las palabras de la madre Teresa. A la hora de los postres, de golpe, la iluminación. Todo consiste en sacar un pellizco microscópico de los ahorros. Todo consiste en no atribularse. Tú dale a un niño indio doce mil pesetas al año y ya estarás haciendo algo. Y no te atribules ni tengas mala conciencia. No fumes, come frutos secos y no tengas mala conciencia. El ahorro y el bien están indisolublemente unidos. Quedan algunos enigmas flotando como ectoplasmas en el aire. ¿Si Pe iba a comer a un restaurante barato cómo es que no le dio una gastroenteritis? ¿Y por qué Pe, que tiene dinero, iba precisamente a comer a un restaurante barato? ¿Por ahorrar? ----------------------------------------- Los mitos de Chtulhu (Roberto Bolaño)
Posted on: Sat, 19 Oct 2013 01:25:56 +0000

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