Sobre el pueblo caía un sol de plomo. De la calzada ascendían - TopicsExpress



          

Sobre el pueblo caía un sol de plomo. De la calzada ascendían oleadas de calor. Tras la comida, me sentía amodorrada y me dirigí a la alcoba, disfrutando con antelación de lo que prometía ser una siesta deliciosa. El sol daba ahora en la fachada posterior de la casa y mi balcón estaba en sombra; pese a ello, cerré las persianas, dispuesta a evitar la luz y a dormir hasta bien entrada la tarde. La habitación estaba fresca y las sábanas, recién cambiadas, olían deliciosamente a espliego. Casi sin darme cuenta, comencé a adormecerme. Me desperó un piar frenético en el balcón. Un gorrión, sin duda. Debía de ser el único ser despierto a aquella hora bochornosa de la tarde, y el muy maldito había elegido precisamente mi balcón para hacer prácticas de gorgoritos. Intenté volver a conciliar el sueño, pero era inútil. Acabé por levantarme y entreabrí violentamente las persianas; el gorrión, espantado, salió volando y se posó en el tejado de enfrente. Esperé unos minutos. El gorrión no volvía, permanecía en silencio a pleno sol, sobre el tejado, así que regresé a mi cama. Poco después, los estridentes pitidos, desde el balcón me traladaban de nuevo los oídos. Estaba a punto no ya de abrir la persiana, sino de emprenderla a escobazos con el gurriato, cuando me asaltó una duda: ¿por qué el pájaro piaba cuando estaba en el balcón y se callaba como un muerto cuando estaba en el tejado del otro lado de la calle?. Mi curiosidad pudo a la modorra y aguardé unos minutos mientras el pájaro se desgañitaba. Finalmente, los trinos se duplicaron y sentí cómo otro gorrión se posaba junto al primer impertinente. Casi inmediatamente, cesaron los trinos. Atisbé por las rendijas de las persianas y ví a los dos gorriones como dormidos, acurrucados en una esquina del balcón, en la había más sombra, y por la que corría una leve brisilla. Nada que ver con el tejado del otro lado de la calle, que despedía vaho de puro calor. No sé si los gorriones son pareja, amigos o un ligue pasajero, pero invariablemente los dos se instalan todos los días de calor, a la hora de la siesta, en mi balcón y, si uno se retrasa, el otro pía como un desesperado hasta que su compañero acude a su llamada. Cierto que hay que soportar primero la ensordecedora serenata, pero me siento incapaz de privarles del placer de una sombra fresquita. Son unos pelmazos, pero unos pelmazos tan tiernos...
Posted on: Tue, 02 Jul 2013 17:09:07 +0000

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