Son varias las razones dadas por las que Dios deseó estas - TopicsExpress



          

Son varias las razones dadas por las que Dios deseó estas tinieblas universales durante la Pasión de Cristo. Hay dos especiales entre ellas. Primero, para mostrar la verdadera ceguera del pueblo judío, como nos lo cuenta San León en su décimo sermón sobre la Pasión de nuestro Señor, y esta ceguera de los judíos dura hasta este momento, y seguirá durando, según la profecía de Isaías: «¡Arriba, resplandece, oh Jerusalén, que ha llegado tu luz, y la gloria del Señor ha amanecido sobre ti! Pues mira cómo la oscuridad cubre la tierra, y espesa nube a los pueblos»: la más densa oscuridad, sin duda, cubrirá al pueblo de Israel, y una espesa nube más ligera y fácilmente disipable cubrirá a los gentiles. La segunda razón, tal como lo enseña San Jerónimo, fue para mostrar la inmensa magnitud del pecado de los judíos. En efecto, antes, hombres perversos solían hostigar, perseguir y matar a los buenos; ahora, hombres impíos se atrevieron a perseguir y crucificar a Dios mismo, quien había asumido nuestra naturaleza humana. Antes los hombres discutían unos con otros; de las disputas pasaban a las maldiciones; y de las maldiciones a la sangre y el asesinato; ahora siervos y esclavos se han levantado contra el Rey de los hombres y de los ángeles, y con una inaudita audacia lo han clavado en una Cruz. Por tanto, el mundo entero se ha llenado de horror, y para mostrar cuánto detesta semejante crimen, el sol ha retirado sus rayos y ha cubierto el universo con una terrible oscuridad. Pasemos ahora a la interpretación de las palabras del Señor: «¡Elí, Elí! ¿lemá sabactaní?». Estas palabras están tomadas del Salmo 21: «Dios mío, Dios mío, mírame, ¿por qué me has abandonado?». Las palabras «mírame», que aparecen a la mitad del versículo, fueron añadidas por los Setenta intérpretes, pero en el texto hebreo sólo se encuentran las palabras que nuestro Señor pronunció. Debemos resaltar que los Salmos fueron escritos en hebreo, y las palabras pronunciadas por Cristo estaban en parte en siriaco, que era el lenguaje entonces en uso entre los judíos. Estas palabras: «Talitá kum -- Muchacha, a ti te digo, levántante», y «Effatá -- Ábrete», así como otras palabras en el Evangelio son siriacas y no hebreas. Nuestro Señor entonces se queja de haber sido abandonado por Dios, y se queja gritando con fuerte voz. Estas dos circunstancias deben ser brevemente explicadas. El abandono de Cristo por su Padre puede ser interpretado de cinco maneras, pero hay una sola que es la verdadera interpretación. Pues, en efecto, hubo cinco uniones entre el Padre y el Hijo: una, la unión natural y eterna de la Persona el Hijo en esencia; la segunda, el nuevo lazo de unión de la Naturaleza Divina con la naturaleza humana en la Persona del Hijo, o lo que es lo mismo, la unión de la Persona Divina del Hijo con la naturaleza humana; la tercera era la unión de gracia y voluntad, pues Cristo como hombre era un hombre «lleno de gracia y de verdad», como lo atestigua en San Juan: «yo hago siempre lo que le agrada a él», y de Él lo dijo el Padre: «Este es mi Hijo amado, en quien me complazco». La cuarta fue la unión de gloria, pues el alma de Cristo gozó desde el momento de la concepción de la visión beatífica; la quinta fue la unión de protección a la que se refiere cuando dice: «y el que me ha enviado está conmigo, no me ha dejado solo». El primer tipo de unión es inseparable y eterno, pues se funda en la Esencia Divina, y así dice nuestro Señor: «Yo y el Padre somos uno»; y por tanto no dijo Cristo: «Padre mío, ¿por qué me has abandonado?», sino «Dios mío, ¿por qué me has abandonado?». Pues el Padre es llamado el Dios del Hijo sólo después de la Encarnación y por razón de la Encarnación. El segundo tipo de unión no ha sido ni jamás puede ser disuelto, pues lo que Dios ha asumido una vez no puede jamás dejarlo de lado y por eso dice el Apóstol: «El que no se perdonó ni a su propio hijo, sino que lo entregó por todos nosotros»; y, San Pedro, «Cristo padeció por nosotros», y «Ya que Cristo padeció en la carne»[169]: todo lo cual prueba que no quien fue crucificado no fue meramente un hombre, sino el verdadero Hijo de Dios, y Cristo el Señor. El tercer tipo de unión también existe aún y existirá siempre: «Pues también Cristo murió una sola vez por nuestros pecados, el justo por los injustos», tal como lo expresa San Pedro; pues para ningún provecho nos habría sido la muerte de Cristo si esta unión de gracia se hubiese disuelto. La cuarta unión no pudo ser interrumpida, pues la beatitud del alma no puede perderse, ya que comprende el goce de todo bien, y la parte superior del alma de Cristo estaba verdaderamente feliz.
Posted on: Sat, 21 Sep 2013 19:45:20 +0000

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