Susana Torrespublicó enEscritores de sueños Hace 31 minutos - TopicsExpress



          

Susana Torrespublicó enEscritores de sueños Hace 31 minutos cerca de Lima · La difícil tarea que se había impuesto ese Domingo, comenzó a tomar vida justo en aquel lejano instante. El plan fue no sufrir más, llenar esos vacíos, tomar un rumbo nuevo y salir a compartir con nuevas caras, en nuevos lugares, nuevos sueños, ponerle una sonrisa a su nueva e inimaginable futura vida, sin pensar, sin analizar, solo caminar por un mundo nuevo, aquel al que nunca antes quiso enfrentar. El miedo a lo desconocido invadió solo por unos momentos todo su cuerpo, el solo pensar en un nuevo encuentro con algún desconocido que distraiga nuevamente esa tranquilidad que estaba tratando de recuperar, pero la tarea y el reto impuestos fueron casi como ordenes que se obligó a cumplir. Pudo con el tiempo y mucho esfuerzo volver a encontrar la paz, siempre esquivando el salir más de tres veces con la misma persona, alejando de su vida a todo aquel que quisiera acercarse más allá de lo que ella le permitiera. Y así, casi sin pensarlo, habían transcurrido los días, las semanas y los meses. Las cosas se habían puesto, como era obvio, en su lugar. Ya era un recuerdo muy lejano y grato, ya no dolía, ya las lágrimas se habían ido, ya no lloraba más al recordar esas palabras que nunca quiso decir y tuvo que poner en esa última carta, aquella despedida tan fría, sin miradas, sin voces, eran solo lágrimas, dolor y palabras, que salían solas, cada palabra con una lágrima, cada lágrima con un sentimiento y cada sentimiento con dolor. Luego de haber tomado la difícil decisión de alejarse de la persona que más quería en esos momentos, no tuvo tiempo ni de pensar, ni de retroceder ni de enmendar lo que su corazón le gritaba era un error, pero que en su cerebro algo le repetía desde hacía un tiempo atrás que tenía que hacer, algo que cambiara y le hiciera dejar de sufrir por un amor imposible. Ahora, venían a su mente, aquellos momentos, cuando tratando de hacerse la ciega, veía la luz prendida de su celular, el que había puesto lejos y además en vibrador, pero a propósito, a la vista, veía esa luz y sentía ese zumbido como si fueran un castigo a la estupidez que acababa de cometer, no podía contestar, aunque si quería hacerlo, pero no podía retroceder. “Extraño”, decía, así lo había grabado, así lo había guardado, como si no quisiera ni siquiera mencionar su nombre. Una sonrisa pícara y tímida, apareció en su rostro en ese momento, una sonrisa como burlándose de aquellas actitudes inmaduras, trataba de recordar aquella sonrisa que ella le pedía siempre a él, lo raro era que lo recordaba con cariño, recordaba su sonrisa muy claramente, pero lo que no podía era recordar su rostro. Trató varias veces inútilmente, lo que si recordó, es que en algún lugar ella había escondido una foto de ellos juntos, una foto que ella tenía siempre hasta ese día en su velador, la foto que él extrañamente le había llevado un día, al principio de su relación, antes de que supieran que esa foto iba a ser casi la más cercana compañía de él, que ella tuviera siempre a su lado, más que a él, incluso cuando ella más lo necesitaba, aquella foto remplazaba su presencia, aquella que escondió tan bien que ya ni se acordaba en donde la había puesto. Qué habría sido de su vida? En qué o en quien habría volcado sus tantas preocupaciones? Pensaría acaso todavía, en alguna ocasión, en ella? Curiosamente esa noche estaba sentada en el mismo restaurant en que hacía más de un año había estado allí con él. El último encuentro, las últimas sonrisas e historias que él le pudo contar, sin saberlo, ni ella ni él. Jamás se hubieran imaginado en esos momentos lo que más tarde iba a suceder. Justo allí, sola, sentada, esperando a quien ahora llenaba sus noches, recordó ese Sábado en la noche, una noche fría de invierno, ella pidió una sopa criolla para calentarse, recordó también y le produjo una sonrisa lo que él pidió, como si de despedida, hubiera querido probar otra Lasagna, una preparada por otra persona, sin saber que nunca más probaría una de las hechas por ella. “Que cosas tiene la vida” -ahora pensaba-, le había molestado mucho que lo hiciera, y ahora se daba cuenta, que quizás inconscientemente él le estaba pidiendo no comer más de sus pastas y así fue. La sonrisa que tenía fue interrumpida en ese preciso momento, acababa de llegar Eduardo, siempre corriendo y con la mejor de sus sonrisas y además un: - “Cariño, discúlpame por la tardanza, es que mi paciente me retuvo con preguntas y más preguntas ……” Mientras ella lo miraba y escuchaba pacientemente, sabía, estaba totalmente segura de que era verdad, le brotaba la angustia de haberla hecho esperar, sabía que no era capaz de mentirle, por lo menos no a su corazón, el que sí sentía su amor, su calor, su sinceridad y su presencia, además contaba con una inmensa y conquistadora sonrisa la que le iluminaba su vida, alguna vez tuvo otra, muy lejana y olvidada ya. - Edu, -como lo llamaba- está bien cariño, no te preocupes, estaba bien entretenida, pensando, distraída, y se me pasó el tiempo, ni cuenta me di que llegas tarde. Le dijo sonriendo, como queriendo borrar de su mente lo que acababa de traer al presente, además de ese presentimiento que tenía, que fue lo que la hizo quizás, sin planearlo, ir justo ese día y a ese mismo lugar. Tratando de borrar aquellos pensamientos, solo se dedicó a contemplar y a escuchar a su médico desde hacía seis meses y su compañero hacía solo un mes. - Me encanta como eres, no me dejas ni disculparme por llegar veinte minutos tarde y además siempre me haces sentir que está bien, sé que me entiendes, que comprendes lo difícil que es mi trabajo y eso me halaga tanto. Tengo suerte de haberme encontrado no solo con una mujer maravillosa, muy comprensiva, alegre y con una sonrisa encantadora, además de linda y dulce…… seguía………… Cómo poder pedirle algo mejor a la vida? Se preguntaba, la suerte había sido la de ella, no solo encontrarse con un médico que la ayudara con su enfermedad, si no a alguien que poco a poco se fue ganando un espacio en su vida, en su corazón, alguien que no se hizo indispensable para ella, solo estuvo presente cuando ella más lo necesitaba. En ese momento, se dio cuenta de que él le seguía hablando: - Suerte para mí, mi reina –como la llamaba- que algo te tuvo tan entretenida y no sentiste ni mi ausencia. Y con un guiño y agachándose para darle un dulce beso en los labios, le susurró al oído: - Espero que hayas estado creando una nueva receta, me muero de ganas de comer esa Lasagna de la que me has estado hablando últimamente, era de espinacas, no? Acaso ya trataste de hacerla? Y mientras levantaba la mano, llamando al camarero, se sentó a su lado, tomó muy delicadamente su mano por debajo de la mesa y se la llevó a los labios, dándole un dulce beso y haciéndole sentir todo su amor, lo que le dispersó por completo aquellos pensamientos de un viejo e imposible amor. Los pensamientos que habían recorrido por su mente hasta ese momento, se esfumaron tan rápido como se le pasó la noche y así era siempre, el tiempo a su lado volaba. Los encuentros con él eran a diario, salvo en algunas ocasiones, que alguna emergencia lo retenía, claro nunca dejando de llamarla y avisarle. Siempre llamándola también al terminar, para asegurarse de que todo estaba bien, aunque solo fuera para decirle un “hasta mañana, mi reina”. No hubo forma de que ella no se enamorara de él. Como se conocieron? Hacía ya como siete meses atrás, ella varias veces había intentado ir al médico, temiendo lo peor, un dolor por debajo del brazo derecho, que aparecía por cualquier cosa y así mismo desaparecía, la aterraba, la sola idea del resultado de los análisis, que sabía que debía hacerse. Sabía que algo no estaba bien, pero cuidando siempre a todos los suyos, a su alrededor, no podía darse el lujo de tener alguna enfermedad, menos la que ella temía, prefería no saber. Conocía a Eduardo desde un tiempo antes, por casualidades de la vida que los juntaron sin juntarse. Él la había ayudado en varias ocasiones sin conocerse personalmente, oncólogo de profesión y además ginecólogo. Sabía que si le pedía algún consejo por sus dolores, lo primero que él le recomendaría sería hacerse un chequeo, así que esquivó lo más que pudo ese tema. Ellos se conocían aún solo por medio de mensajes. Pero las casualidades de la vida hicieron que un día se toparan en una reunión, con amigos en común. Sin haberse visto nunca personalmente, los dos supieron al cruzar sus miradas, quiénes eran y como eran, así que la amistad surgió de lo más natural entre ellos, comenzaron a verse muy seguido y a pasarla de lo más bien, sin darse cuenta ya estaban tan involucrados uno en la vida del otro que solo se dio. Durante los días cada uno, en sus labores, las noches eran solo para ellos, se juntaban, cenaban algo y corrían a sus encuentros en algún hotel a veces, en su casa, otras, y como dos chiquillos, cuando no tenían mucho tiempo en la sala y a escondidas, besos y caricias, sin hacerle ruido a sus padres, en casa de ella. Estaban tan felices, era como si se hubieran conocido de mucho tiempo antes, como si se hubieran encontrado cada uno con su complemento perfecto. Ella comenzó a sentirse mejor y ya no sentía ese dolor, poco a poco su vida fue cambiando, se sentía protegida con un médico al lado, pero al que no le había mencionado nunca antes esos cada vez menos dolores, ni ese miedo. Cuando estaban juntos, ella inconscientemente, cuando él le rozaba casualmente bajo el brazo donde antes sentía dolor, lo esquivaba muy sutilmente, él nunca se dio cuenta, no se imaginaba. Una noche el despertó con una llamada, salió casi sin hacer ruido, no sin antes dejarle un beso casi al aire, para no despertarla. - Ya regreso, sigue durmiendo, te ves tan linda – le susurró- y salió. Ni cuenta se dio cuando tratando de despertarla al llegar, suavemente tocó bajo su brazo y encontró lo que ella le ocultaba, un pequeño bulto. Se sentó en el sillón, al lado de la cama, pensando y preocupado, no pudo volver a su lado, se quedó allí, contemplándola dormir, solo esperando a que ella despertara. El cansancio lo venció, se quedó dormido tan profundamente, que ni sintió cuando ella se levanto y casi sin hacerle ruido se puso a su lado y le dio un beso en la frente. - Edu, te quedaste dormido, ven a la cama, mi amor. Como si ella con esas palabras, le hubiera regresado la angustia que tenía antes de quedar rendido, en ese momento, se despertó y la abrazó inconsciente y todavía medio dormido, tan fuerte y tan delicadamente, a la vez, que ella sintió, y sin palabra alguna ya sabía lo que él acababa de descubrir. La comunicación entre ellos desde ese momento fue primordial, él como el gran médico que era, actuó como debía hacerlo, dándole tranquilidad y la seguridad de que cualquier cosa que tuviera, por más mala, con él al lado iba a ser más tolerable, lo mejor que le había podido pasar, conocerlo y aprender nuevamente a confiar en un hombre, en ella misma y dejarse solo querer. Todas las historias son muy distintas, cuando conocí de ésta en particular me gustó tanto que no podía dejar de escribirla. Cuento ahora como entro yo en la vida de ellos dos, mejor dicho de los tres. La vida es a veces muy enredada, pero así es y eso también es lo lindo que tiene, los enredos, las complicaciones y los desenlaces, son para mí, como alimento a mi imaginación, como escritora que soy me fascinan e inspiran tanto las historias, que siempre ando en búsqueda de una nueva. Fue así que un día sentada en un parque miraflorino, donde caminan sueltos los gatos y que porque ellos me atraen tanto, cada vez que siento necesidad de inspiración voy para allá, cojo mi cuadernillo y lápiz en mano, tipo Chavela Vargas, voy en búsqueda de una nueva “novela”, siempre una con algo de verdad, y con algo de mi imaginación, una historia de alguien que siempre encuentras, y tiene ganas de contar. Así conocí a Rafael, un cazador sin escopeta, varias veces lo había visto caminar, meditabundo, esquivando a cada gato que encontraba en su camino y haciendo un gesto que me llamaba mucho la atención, como si esos pequeños felinos le recordaran a alguien, como si quisiera, pero con mucha cautela hablar con ellos, preguntarles por alguien, luego solo los dejaba pasar y seguía su camino, para terminar sentado en una mesa, solo, con un libro en mano que nunca abría para leer y una cajetilla de cigarros rojos, cerrada, y llena de éstos, que tampoco se atrevía a prender. Era como si ellos fueran los compañeros del café que siempre pedía, un expreso. Lo tomaba en calma, saludaba a todo aquel que lo miraba. Siempre lo atendía el mismo camarero. En dos oportunidades lo vi esquivando las miradas de señoritas que querían su compañía, pero al parecer no era lo que él buscaba. Mi curiosidad hizo que buscara la forma de no alejarlo, como él lo hizo con aquellas damas y de acercarme sin asustarlo. Una desconfianza hubo al principio, pero al enterarse de que yo era escritora, y además me llamaba Susana, bueno me dicen Susy, puso su más completa atención en mí, jaló la silla más cercana y me invitó un café. Fue desde aquel momento, él quien comenzó a contarme, su tan bonita y triste a la vez, historia. Nos hicimos muy amigos, asiduos a aquel cafetín, ese famoso café, en donde puedes encontrarte con “cada personaje”, de vez en cuando pasea alrededor un hombre anciano ya, que pintaba sus cabellos de colores, verde, azul una vez lo vi de rojo o naranja, ya no lo pinta más, pero cambia sus cuentos y personalidades tantas veces como puede, siempre encuentra con quien conversar, al igual que yo. Rafael me esperaba siempre ansioso por contarme de un pasado amor, me hacía recordar a un viejo poeta que cerca de allí, se sentaba cada tarde a recordar a una novia que murió camino al lugar de sus furtivos encuentros, muy cerca de allí, otro amor, que por sus familias, una bien acomodada y otra demasiado humilde nunca fue posible concretar. Me contaba Rafael, ensimismado en sus palabras, sobre alguien a quien dejó pasar por su vida, sin poder cambiarla hasta que se dio cuenta de que ella ya se había ido. Nunca pudo superar esa ruptura, me contaba lo que le costó tener que dejar de llamarla, de intentar buscarla, de querer encontrar cualquier motivo para saber de ella, hasta que se dio cuenta que cualquier cosa ya era inútil, la había perdido y ésta vez para siempre, y de los celos de solo pensar en que podía estar con alguien más, se tuvo que alejar. Se fue tantas veces como pudo, a tratar de llenar los espacios que ella dejó. Se fue de Cacería a distintos lugares, se fue a La Antártida por un oso polar, fue a Argentina por venados, al África por algún otro animal, pero me contó, que al final siempre, aunque regresaba con sus trofeos, nunca pudo estar completamente satisfecho. Que en su corazón y en sus pensamientos siempre iba a estar aquella mujer, por la que siempre iba a ese mismo café, porque allí se juntaban muy seguido, no tanto como un día le dijo a ella, él hubiera querido, la misma mujer que con lágrimas en los ojos un día le pidió que la quisiera y él en ese momento no supo darse cuenta de que la estaba perdiendo para siempre al negarse, algo que lo marcó tan fuerte en su vida que nunca más quiso intentar volver a juntarse. Metidos entre mil historias sobre sus encuentros, ensimismados ambos por seguir queriendo saber yo y contando él, un día lo vi pálido casi a punto de llorar. Una tímida lágrima que sin querer asomaba, su mirada fija y escapadiza, tratando de ocultarse bajo ese libro que agarró casi de inmediato, y con el que cubrió su rostro, pero sin dejar de tratar de mirar por un lado. No tuve nada que preguntarle, al volverme y verla caminando a prisa, pero sola y dar la vuelta en la esquina, para entrar en aquella tratoría, sabía de quién se trataba. Al volver a verlo, ya sin lágrimas asomando y nuevamente erguido, solo vi que se paró, pagó los dos cafés sin haber tomado el suyo, se inclinó ante mí, y con una sonrisa medio forzada y sin más nada se fue, dejándome sola y con mi café. Lo vi doblar en la esquina, asomarse por una de las ventanas, y en cuestión de dos segundos ya estaba en su auto yéndose muy de prisa y sin voltear a ver más. No supe lo que vio y nunca más lo volví a ver. A quien si volví a ver fue a esa mujer, de vez en cuando pasaba por allí, medio apurada y muy solapa volteaba la cara y miraba justo en donde Rafael y yo habíamos compartido muchas veces sus historias, ella sin saberlo me miraba y yo siempre con una medio sonrisa le contestaba, ella también una sonrisa y seguía su camino, si no siempre hacia la tratoría, siempre cerca, de vez en cuando, un panqueque al frente. También supe del porqué. Si mi curiosidad de escritora no me hubiera inquietado tanto por conocer la otra parte de la historia, y si nunca hubiera conocido a esa mujer, ésta historia tendría un final distinto, un final irreal, uno creado por mi mente nada parecido a la verdad. Así que pacientemente fui cada vez que pude al mismo café, y en la primera oportunidad que tuve, un día y al verla sola sentada como esperando por alguien, por supuesto que en mi mente era a él, a Rafael, me acerqué y buscando una excusa comenzamos a conversar. Nos hicimos amigas, que curioso, justo se llamaba igual que yo, pero a mí me dicen Susy, y a ella Sue. Ahora entiendo porque al escuchar mi nombre Rafael, jaló la silla de su costado y me invitó a tomar asiento y un café. Supe por Sue, que las historias tienen siempre dos versiones y muy distintas, pero que siempre en éste tipo de “novelas” aquellas que perduran para siempre y son ejemplos a contar, existe una fuerte pasión. El verdadero amor es tan pasional que siempre deja huella, una tan marcada, que a veces te enseña y te cambia la vida, y otras veces te marca tanto que te atemoriza y te aleja para siempre. Esto fue lo que cada uno de ellos les pasó. Rafael, se alejó, tanto como sé que ahora mismo se aleja de este café, ahora sé que él esperaba por un nuevo encuentro, una nueva oportunidad de verla, de cruzarse con Sue algún día, y asi pasó, lo que no tenía planeado era que al tratar de verla nuevamente, alguien allí, en la tratoría (como esa vez) la esperaba, no pudo soportarlo y solo se volvió a alejar, esta vez, con seguridad ya, que era para siempre. Ella, volvió a darse una oportunidad en la vida, pero sin buscarla. La vida le regaló una alegría más y le puso en su camino lo que siempre ella buscó. Si bien su médico particular la dio de alta, nunca la dejó escapar. Me enteré también y no por Rafael, si no por Sue que ella escribía antes, que hubo un hombre en su vida, sin saber que yo ya conocía, que logró que ella escribiera muchas cartas de amor, un hombre que solo podía comunicarse muy bien con ella, de lejos y a través de palabras escritas, frente a frente había algo que no le dejaba hablar, así ella comenzó a escribirle, su relación fue tan preciosa pero a través de la escritura, es por eso que un día al darse cuenta de eso, ella solo le dejó de escribir. Hoy pasé por el café, el sitio de Rafael siempre está vacío, como esperando que el llegara, tiene a un viejo camarero cuidándolo por si alguien quiere sentarse allí, pero si yo voy a tomar un café, sin ninguna palabra de por medio, el camarero muy atento, me abre la silla, me invita a pasar, me trae un expreso y al servirlo, siempre me pregunta por él. Esta vez quedé algo sorprendida, cuando al servirme el café, dejó un sobre cerrado, acompañado de una rosa amarilla, signo de amistad. Al voltear y con la mirada preguntarle de quien era, su sonrisa y esa mirada fueron la respuesta que me contestaron. Me dejó allí, sola, para que con toda calma y viéndome de lejos, la leyera. No puedo aunque mi alma de escritora casi me lo ruega, defraudar a ese amigo que nunca más volví a ver, aquel que me inspiró a escribir desde ese momento solo historias de amor. Lo que sí puedo decirles es que por la vida hay muchas almas en búsqueda de un pasado, muchas vidas que caminan errantes y no saben cómo retroceder, a ellas todas les dedico cada una de mis palabras, ya sean en cuentos, novelas o solo contadas a alguien que encuentro meditabundo y sentado, con un cigarro, un periódico o un libro no abierto entre sus manos, conversando quizás con un gatito que si escucha, quieto y muy atento, llenando con solo su compañía a aquel triste solitario que va siempre en búsqueda de él. ……” Susy, gracias por cruzarte entre mis gatos, los de ella y mi café, los recuerdos me tenían preso, vivía con un dolor dentro de mí, esperando siempre poder hallar a alguien que me hiciera volver a hablar, contar mi linda historia, que nunca pude sacar hasta ese día en que apareciste, como un regalo a mi vida, ese que tanto esperaba yo. Sí, yo creía hasta ese momento que “la esperaba encontrar”, pero ahora sé que lo que esperaba era solo verla nuevamente, pero lo importante que todavía no sabía, era que lo que realmente quería era saber si había conseguido ser feliz, si había podido encontrar aquello que yo no le supe dar, esta vez puedo sonreír desde el fondo de mi corazón, recordando que la felicidad que ella un día me enseñó, es tal y como ella me lo dijo, ver a la persona amada ser feliz, aunque no sea a tu lado…..” – Rafel (Ex - CAO). Y para concluir no necesito saber a qué se refería con esas letras juntas, solo sé que esa es la parte que ya no me importa descubrir, mi ego investigador duerme ahora tranquilo, sabiendo que ellos dos ahora son felices, cada cual por su camino, cada cual llevando por dentro su historia, quien sabe si algún día nuevamente, la vida los vuelva a juntar, quien sabe si Dios me dé la suerte de algún día verlos nuevamente en ese café, alegrando a aquel viejo camarero que ansía y llega cada día a su trabajo, esperando por verlos compartiendo juntos, nuevamente un café. A mi abuelo Bernabé. Susy, nieta de un bohemio poeta, filósofo, amante de la vida, de las historias, los cuentos, los enredos, las complicaciones y sus desenlaces, al que quizás le hubiera encantado tomarse un café allí, y a mí, a quien le brota lo poeta y escritora, a quien me hubiera hecho la vida más hermosa, si Dios me hubiera podido dar la dicha de haberlo podido compartir con él. Lunes, 5 de Agosto del 2013, (un día después de aquel Domingo).
Posted on: Mon, 05 Aug 2013 20:25:44 +0000

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