Sushi a la parrilla Antifontovas puncheándonos Publicado: el - TopicsExpress



          

Sushi a la parrilla Antifontovas puncheándonos Publicado: el jueves, 27 de junio de 2013 Por José "Chino" Castro “Me siento mal, me siento mal, a pesar de todo me siento mal”. ¡Antifontovas! Una fracción de la sociedad argentina vive días de encono y amargura. Se siente mal, a pesar de todo. Como cercada por la basura. A pesar de que le ha ido igual o mejor en esta dékada, en la que el otorgamiento de derechos básicos a los expoliados de los noventa y los primeros dos mil no ha implicado la quita de ninguno de ellos a quienes ni idea tienen de lo que es perderlos, o no conocerlos. Más aún: algunos que los habían perdido, los recuperaron. Y no hablemos sólo de lo económico, no seamos cuentacostillas como los malos periodistas deportivos o los espantajos de los programas de chismes que asolan la tarde. Ni hace falta enumerar, ya te salen rulitos tipo Willis, el de Blanco y Negro, pintó el viejazo. El tema es que estamos padeciendo una ola noventista. Esa época en la que no creer en nada era cool. Y menos en los políticos, chorros consumados que persiguen un único fin: cagarte al medio, y llenar sus bolsillos (sus bóvedas, diría Jorgito, el de los labios finitos y las “verdades” que le estallan por el culito). Esa infame década en que la pertinaz demolición de las ideologías resultó un boomerang que enlutó las manos de sus miserables ideólogos. En algún sentido, como ariete de lo peor de la sociedad nuestra de toda su historia “The Bóveda Man” viene logrando su propósito, ganando games: enchastrarlo todo, producir descrédito general e indignación contra los políticos, empezando por los oficialismos gobernantes (menos, desde ya, el inundado macrizmo, y no de ideas sino de ‘fierros’ mentales, y el sonriente Massa, el nuevo Golden Boy). Mermeladizar las conciencias. Aunque no se sepa muy bien contra qué exactamente se dirige ese odio urgente. Aunque en el revoleo “The Bóveda Man” tampoco sume ni medio garbanzo. Al que destruye suele no importarle un carajo terminar todo salpicado. No interesa, mezclemos que la vida es una ensalada, y a los condimentos dejémoselos a los herederos de Planeta magnetto. O Planeta videla. O Planeta roca. O Planeta los traidores de Mayo. O Planeta la rural & las hilachas de la mesa de desenlace. Da ídem, van a sazonar con ídem. Incluso ha vuelto a circular en cenáculos del pensamiento, como las peluquerías, una pavada con pretensiones chistológicas lanzada a rodar por ‘chirolitas’ que creen haber rendido un Máster en Piolismo: “la política es como el chinchón: uno roba y el otro espera”. Jaja, qué agudo, cuidado a ver si te cortás. El problema es que, como marcó Gabriel Rolón en entrevista radial con Víctor Hugo, no es lo mismo pensar que opinar. “A partir de la tragedia de los setenta, hoy la opinión está sobrevaluada. Todos opinan y casi nadie piensa”, alumbró el ex partenaire de Dolina. Es el quid del enchastre, hay mucho bóvedo dando vueltas: los medios de mayor poder para taladrar conciencias, en especial la tele, le preguntan a cualquiera sobre cualquier temática, grande o chiquita, y todo vale 1: tras el asesinato de un hincha de Lanús a garras de la poética policial, algunos fueron a consultar por la seguridad en las canchas a Silvio Romero, uno de los ases de la escuadra de los Schelotto. Qué Policía queremos no parece estar en debate, cuando es uno de los desafíos pendientes de este tiempo. Un tiempo en el que el kirchnerismo se muestra dispuesto a librar todos los matchs de fondo al punto que en general viaja a la vanguardia de la sociedad, chocando contra una resistencia cada vez más atroz. Por eso la llave es la ley de Medios, una norma transversal, que define cómo se le comunicarán las cosas a la sociedad. Una ley que sigue en veremos, trabado su artículo madre, el de la desinversión monopólica. Una ley de la que se habla bastante menos de lo que convendría desde una mirada democrática, pluralista e igualitaria. Una ley que merecería otra vez marchas, recontramarchas y hemorragias de placeadas que no están llevándose a cabo. Cuando a la sociedad se la azuza para simplificar, para que mire grueso, estamos hasta la cintura. Eso está ocurriendo hoy en la Argentina: desde los pulpos mediáticos, esos que siguen incólumes casi cuatro años después de sancionada la ley de Medios, se abona la cultura del enchastre: los políticos son todos chorros. En especial los peronistas. La yegua, el tuerto, el tirano prófugo y la calesita peroncha sigue rosqueando. El Restaurador Eduardo Duhalde tmb, pero al menos rescató al país del apocalipsis: para pegarle al kirchnerismo hasta inventaron elogiar a dualde, laaa... Además los únicos chorros son los políticos, en especial los peronistas. Los empresarios privados ni en pedo. Esos invierten, es decir arriesgan como auténticos kamikazes del desarrollo económico, y hacen heroicos esfuerzos por dar trabajo, pan y dignidad. En algunas calles este charco inunda, por eso los fachos que siempre consideraron que el estado adquiere su fisonomía más boba cuando subsidia pobres, hoy vuelven a vomitarlo a cuello hinchado. Los podemos escuchar, los podemos ver. (‘Estoy rodeado de viejos vinagres/todo alrededoooor’. Sumo, 1986.) Eso sí, diferenciemos que somos gente de bien, seamos buenos entre nosotros: si el subsidio estatal es para empresarios que recontracagan al laburante, no les calienta tres pelotas, y si hay una marcha en apoyo a los choreados (pisotear derechos del trabajador también es robar, aunque no haya en el medio una morrocotuda camioneta) no acompañan ni a cadenazos. Es una etapa de retintines dejavúes, en la que reaparecen en la palestra los candidatos testimoniales. Estallan cual primavera ateniense. Sí, los testimoniales: esos vecinos/as que desembarcan en las listas sacando pecho (o pechos, jua, ¡o culo, terrible!) por no haber militado jamás en política, pierden como chanchos y se vuelven a sus casas, con su conciencia orgullosa por haber cumplido un alto deber cívico con la Historia. Retintines dejavúes. Incluso los más osados han vuelto a desempolvar una rancia bandera, que jamás quemarán: los exterminadores del ’76 se quedaron cortos. Aguanten ceci pando y el Vascolet de las cinco de la tarde cortado con un touch de cianuro marca binner. Y si de enchastrar se trata, no nos olvidemos de las redes sociales, cuya suprema función parece ser enredarlo todo. Algunas apestan, un cadáver de varios días tendría mejor olor. Sin embargo, hay muy otra vereda, en la que la vida se sienta a tomar su café. De espaldas a la mesa en la que economistas ebrios de estiércol noventista persisten ensayando una diagonal hacia la desesperanza, diagonal que ellos jamás toman. Por esa vereda camina gente que volvió a creer en la política, o que no dejó de creer a pesar de menem, rúa, el agazapado restaurador de la boca torcida y la verdad tullida adivinaste sí señor dualde, y pútridos ramilletes de etcéteras. Gente que siempre enfoca la correlación de fuerzas cuando se quiere cambiar algo, que sabe separar los árboles del bosque, que no reduce la vida al diámetro de su bolsillo ni permite que lo arrastre de las narices ningún bóvedo de pulsión luciferesca. Toda esa gente, la bocha más grande según los guarismos de los últimos comicios, afronta un peliagudo desafío que nace como imperativo de este segmento histórico: hacer política de la buena. Despejar, desmontar la plasta-ensalada para extraer lo que alimenta y tirar lo otro a la basura. O a la bóveda de “The Bóveda Man”, así se cocina un rico budín de pan con alguna otra cosa que le haya sobrado. Claro que es más arduo que encontrar una metáfora en la candidatura del ‘Rorro’ Romero, porque mediáticamente a las huestes de la reacción les sobran kilos para la pulseada. Volvemos al mismo hoyo, el gran meollo: ¿y la ley de Medios, eh, qué onda? ¿Yace en un bolsillo interior de la impertérrita campera del ‘Chango’? Hay mucho egoísta dando vueltas che. El egoísmo está otra vez de temporada alta. Aunque las campañas de ayuda revienten de colchones. Muchos que putean por divertimento de café, como señala Aliverti. Empuñan un egoísmo concentrado: no se comprometen ni siquiera para pensar, para dudar. Una descalificación recalcitrante y el mejor homenaje que alguien puede hacerle a la derecha: no pensar, porque no pensar es de derecha. Tipos y tipas que regurgitan estar podridos de la crispación social pero no hallan matices ni en el caleidoscópico peinado de Alejandra Córdoba. Que inquieren al mundo por el ojo de su bolsillo. Todo lo cuentan, aguanten los contadores: partidos ganados, partidos perdidos; cuánto gana aquélla; cuánto vende aquél; de qué labura ese otro; cuántas minas se volteó éste, con esa cara, y así. Puñados de compatriotas que defecan sobre todo lo que exista más allá de los confines de su vereda, que se erotizan con la destitución del gobierno constitucional y la yegua huyendo en helicóptero con el peinado hecho mierda. ¿Y si reformulamos el concepto de resentimiento? ¿O cuando el veneno es cultivado por capas acomodadas en lo social y lo económico no correspondería hablar de resentidos sino de criteriosas almas entregadas a la sagrada misión de buscar justicia para todos? El hacha es el gran fetiche de estos años. Y la batidora. A batir, mi amor, vamos a batir, mi amor. Así la mano, manal oscuro alertaría Javier Martínez, resulta peligroso pedirle al gobierno ese salto de calidad que sus militantes y adherentes coincidimos en que sería menester demandarle. Para pasar de pantalla y que el proceso no se nos quede sin gambas. Para ir por todo, en el sentido noble de la expresión. El problema es que frente a un ataque tan sañudo y tramposo de los tanques de la reacción no nos han dejado otro norte que hacer el aguante. Aguante el aguante. Desmontar el plastón, como te digo antes, es lo primero y casi lo único para lo que nos da el tiempo. (De momento, no siempre será igual.) Sólo al primer Perón se lo atacó así. Ahora no bombardean la Plaza porque no da, pero ganas de sacudir unos corchazos no les faltan. Un salto de calidad sería, por caso, la ultramentada reforma tributaria. Para ello el gobierno debería recortar el ‘copete’ de los mismos gordos de siempre, los que detentan el poder más pulenta aunque no los votó ni Matusalén. Ni hace falta nombrarlos, ya pudre. ¿Quién le pone el cascabel a ese gato rabioso? ¿Quién, si no el kirchnerismo? ¿Te parece que les interesa a ‘mayólica’ Binner, al berlusconudo mauri, a la patética alianza Descarrió-Solanos, a las impotentes rémoras del radicalismo, también llamado claudicalismo dixit Pompeyo Audivert? Algunos progres de sillón que la juegan de correr al gobierno por la zurda reclaman esa reforma y otras. Si los dejás te hacen una ‘carta’ más pulenta que la del mejor restorán. Siempre y cuando no se metan con la propiedad privada. Nada de repartir para mantener vagos, eso sí que no, que los vagos se vayan a Cuba a comer arroz y besarle los pies al anciano dictador. Sin embargo, si el cristinismo propulsara iniciativas de ese calibre se opondrían con más ahínco que el de Erviti, el hijo de Ramón, en la Copa que no fue y ojalá tampoco sea para Ñuls. Rápidamente empezarían a encontrar problemas, son unos creativos de la hostia. Unos se quejan de llenos, de aburridos (aguanten, que ya llega el Mundial). Porque sólo en un marco de privilegios, asidos a la lógica glacial del privilegio, puede entenderse el lockout agropecuario de la semana pasada. Sólo quien no necesita vender, es decir quien no vive acogotado por el imperativo de ‘parar la olla’, puede bañarse en ese lujo. El quiosquero de acá a la vuelta debe abrir hasta los feriados, aunque por suerte ahora tiene trabajo. ¿O los lockouts son para mejorarles las condiciones de laburo a los peones rurales? Habría que preguntarle al ‘Momo’ Venegas, el Batman de la peonada, pero no creo. Otros piden timonazo ya, ¡timonazo ya!, sin percatarse de que si ello se produjera irían otra vez a dar de jeta a ese océano negro del que el kirchnerismo los libró. Pero también pasa que un rasgo común de los antikirchneristas es descerrajarte a gritos su repulsión a este gobierno, mientras los militantes cristinistas o adherentes al modelo nacional solemos guardar silencio sobre nuestros entusiasmos. Eso puede llevar a una errónea lectura de país en llamas. Así estamos; acá estamos. Resistiendo. Y disfrutando, también, porque a la bici de la alegría le sacamos las rueditas para siempre. Los antifontovas nos punchean por todos los costados. A lo largo y a lo ancho. Aprovechemos para construir, no engordemos el holocausto de las ideas. “Me siento mal, me siento mal, a pesar de todo me siento mal”, graznan los antifontovas, que entre otras personas y cosas se cagan también en Horacio cada vez que revive aquél leitmotiv televisivo de la ruina noventosa, el del “a pesar de todo me siento bien”. Ellos se sienten mal, se sienten mal, a pesar de todo se sienten mal, y ansían sentirse peor y que el país reviente a la mierda. Total, nada puede ser más cruel que esta dictadura encubierta. Ni Videla: por lo menos la suya era una dictadura asumida, una dictadura con pelotas. Nosotros, en cambio, nos sentimos bien. A pesar de ustedes.
Posted on: Thu, 27 Jun 2013 22:38:55 +0000

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