Sábado aciago Una tragedia que enlutó al país y también al - TopicsExpress



          

Sábado aciago Una tragedia que enlutó al país y también al continente americano, en su momento, fue el accidente que sufrió en Loma Grande, el entonces general José Félix Estigarribia, presidente de la República del Paraguay; en él murió juntamente con su esposa, doña Julia Miranda, y el piloto Carmelo Peralta, recordado héroe de la Guerra del Chaco. Todo comenzó a las 10.30 de la mañana, cuando el presidente Estigarribia salió del palacio, pasó por su domicilio para, con su esposa Julia Miranda Cueto, trasladarse a Campo Grande, para viajar a San Bernardino y pasar el fin de semana, además de visitar las obras viales que unían la ciudad con la ruta que ese día estaba llegando a Caacupé (aunque existen otras versiones acerca del móvil del viaje, pero no pasan de comentarios que la gente gusta tejer en situaciones como la que se ha vivido). Habitualmente, el Presidente viajaba en un Traveler de pasajeros, pero como éste aún no había llegado de un viaje al Chaco, ordenó que se preparara un viejo Potez, sobreviviente de la Guerra del Chaco. El avión fue pilotado por el capitán Carmelo Peralta, a quien el comandante de la Aviación instruyó que siguiera las vías del tren y que, a la altura de puerto Kendall, cruzara el lago hasta el aeródromo de San Bernardino, donde esperaban al Presidente, las autoridades locales con un automóvil para trasladarlo a su hospedaje. A las 11 de la mañana de aquel sábado 7 de septiembre de 1940, el presidente José Félix Estigarribia y su esposa doña Julia Miranda Cueto de Estigarribia abordaron el avión que debía llevarlos hasta San Bernardino. Media hora después ocurría la catástrofe en el paraje denominado Aguai’y, entonces jurisdicción del distrito de Altos (actualmente en Loma Grande). Allí se precipitó a tierra el avión Potez, pilotado por el capitán Carmelo Peralta. Espera infructuosa Poco después de las 11, los que estaban esperando el vuelo presidencial oyeron el paso de un avión, pero que a causa de la neblina y la humareda producida por la quemazón de los campos cercanos no pudieron divisar. Como el avión no aterrizaba, las autoridades de San Bernardino empezaron a preocuparse, puesto que el vuelo desde Asunción no llevaba poco más de 10 minutos. La falta de información acerca de la llegada del avión a destino, movió, a eso de las 14 h, a la Dirección General de Aeronáutica a requerir noticias en San Bernardino. En dicha ciudad le contestaron que sospechaban que el avión habría tenido algún percance en el trayecto. Efectivamente, pasadas las 14 horas, un sordo rumor empezó a circular por la capital paraguaya. Si bien la gente optaba por la incredulidad, el rumor iba ganando intensidad. Malas noticias Mientras tanto, a las 15, el comisario de Altos comunicó al Ministerio del Interior que, por información de un vecino de apellido Arias Marín, tenía noticias de que un avión había caído entre Altos, Atyrá y Tobatí en el monte, y que sus ocupantes habían perecido. Ante estas ya alarmantes noticias, la Dirección de Aeronáutica ordenó que seis máquinas decolasen, confiando a sus pilotos la misión de localizar el avión presidencial. Así mismo aceptó el ofrecimiento de la Legación brasileña de utilizar el avión del Correo Militar Brasileño, que en ese momento acababa de llegar al aeródromo capitalino. Precisamente fueron los tripulantes de este avión (un piloto brasileño y un observador paraguayo, el teniente Radice) quienes, a eso de las 16 h dieron con el avión buscado (es decir, sus restos, lo que quedaba de él), en el lugar referido. Mientras, en San Bernardino, empezaron los preparativos para el rescate. Al confirmarse la tragedia, el gabinete de ministros se reunió en la Jefatura de Policía y, a las 16 en punto, el ministro del Interior (general Higinio Morínigo) entregó el siguiente comunicado: “Con el más profundo pesar, comunico a la Nación que en un accidente de aviación hoy perdieron la vida el Presidente de la República y su señora esposa. “Esta desaparición priva a la ciudadanía del más grande de sus hijos, y es necesario que el pueblo, haciendo honor a la memoria de nuestro glorioso jefe, redoble sus propósitos de seguir las luminosas huellas de concordia y de engrandecimiento nacional por él señaladas”. “Desde ya no había por qué dudar, como aferrarse desesperadamente a la esperanza de que el accidente no tuviera tan graves consecuencias”, decía La Tribuna en su edición del lunes 9 de septiembre. Poco después de las 19, en medio de un lúgubre ulular de sirenas, se dio a publicidad la ingrata noticia. Operación rescate En San Bernardino, la familia Büttner puso a disposición su camioncito, para el traslado de los restos del Presidente, su esposa y el piloto. Se pusieron en camino el señor Weiler, el comisario del pueblo y varios otros vecinos. Luego de un accidentado viaje –hay que tener en cuenta que, entonces, se transitaba por carreteras y no por la moderna autopista por la que hoy se llega hasta el lugar–, encontraron la máquina totalmente destrozada, al fondo de una hendidura que en su caída abrió en un pequeño bosquecillo y despedidos de la cabina, estrechamente abrazados, los cuerpos del primer mandatario y de su esposa. Al estrellarse la máquina, despedidos del interior por la acción del brusco golpe, nada fue capaz de separarlos. El cuerpo del capitán Peralta fue hallado en la cabina del comando, totalmente destruido. La hélice del avión fue encontrado a 400 metros del lugar del siniestro, lo que hizo suponer a los entendidos que su desprendimiento fue la causa del siniestro. Estado de las víctimas El cadáver del presidente Estigarribia presentaba una profunda y extensa herida, de unos 20 cm de extensión, en el tórax sobre el lado izquierdo, que le cercenó el corazón. El labio superior presentaba una herida cortante de unos cuatro centímetros y una contusión en la nariz. La primera dama, por su parte, sufrió fortísimos golpes en el rostro y en el cráneo, además de la fractura de una pierna. El piloto Peralta fue el que sufrió mayores heridas en todo el cuerpo, el que quedó materialmente destrozado. El traslado de los restos Para el traslado de los restos mortales, la empresa ferroviaria dispuso un tren especial, en el cual partieron a las 18 horas de aquel aciago 7 de septiembre, los ministros del Poder Ejecutivo, altos funcionarios civiles y militares, y miembros de la familia de los extintos. Los ataúdes que contenían los restos del Jefe de Estado, de su esposa, doña Julia, y del piloto Carmelo Peralta fueron transportados en lancha hasta Kendall, donde fueron embarcados en el tren especial que los llevó hasta frente al Palacio de Gobierno, ya rayana la medianoche, e inmediatamente trasladados a los altos del Palacio de Gobierno para su embalsamamiento. Terminados los trabajos, fueron colocados en sus respectivas capillas ardientes. El velatorio Los doctores Gianni, Olmedo, Boggino y Buongermini tuvieron a su cargo la operación de embalsamamiento de las tres víctimas, cuyos cuerpos, una vez terminados los trabajos, fueron colocados en sus respectivos ataúdes, y velados los restos del Presidente y de la primera dama en el salón principal del palacio; el del capitán Peralta, en una pieza contigua. Honores oficiales Rindieron honores al extinto Presidente y a su esposa, jefes y oficiales del Ejército nacional; y al piloto Peralta, sus camaradas de Arma. Los cadetes de la Escuela Militar montaron guardia de honor, con sus gorras enlutadas, en la escalera principal y en las galerías del palacio. Agentes de Policía guardaron el orden de la circulación de las interminables columnas del pueblo que desfilaron ante las capillas ardientes. “Lágrimas de dolor hemos visto correr por las mejillas de jefes, oficiales y soldados, endurecidas en las batallas, lágrimas viriles de un dolor que no sabe ocultarse; lágrimas de mujeres, lágrimas de niños…”, señalaba el diario El País, en su portada. Ese y los días siguientes fueron de congoja, no solo para la capital del país, sino para todo el Paraguay, a la que se sumaron las expresiones de pésame de los gobiernos de numerosos países amigos. Se suspendieron todos los espectáculos, así como también las actividades deportivas previstas para aquel domingo 8 de septiembre. Luego de las honras oficiales, presididas por el Presidente provisional, el pueblo rodeó los féretros y rezó en voz alta un rosario. A la multitud que desfilaba ante los féretros, se sumaban delegaciones llegadas de diversos puntos del país. Para el sepelio, los restos de la pareja presidencial fueron conducidos desde el palacio (en momentos en que una salva de cañones saludaban solemnemente su paso), siguiendo la calle Buenos Aires (El Paraguayo Independiente), la plazoleta del Puerto, la calle Colón, y la calle Palma, hasta el Panteón, donde fueron depositados en el Panteón Nacional de los Héroes, y el capitán Carmelo Peralta en el columbario del Panteón Militar. El desfile popular, que comenzó en Palacio, siguió incesante en el Panteón, durante varios días y las misas siguieron hasta el Día de la Victoria, el 29 de septiembre.
Posted on: Sat, 07 Sep 2013 12:05:48 +0000

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