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TENER MOTIVOS En el último Encuentro Nacional organizado por la Asociación Pedagógica Apfrato, en Granada, una de las disertantes contó una historia que recuerdo a girones. Me hubiera gustado conocer la fuente para contarla ahora de forma más precisa. Pero lo que me importa es la idea que la historia pretende transmitir. Se la dedico con todo el afecto a mi hermana, que está pasando unos momentos difíciles tras la muerte de su marido. Cuando apenas se han separado unos metros de la casa, la hija vuelve hacia la casa, se acerca al lecho donde yace su padre y deposita en sus brazos al bebé. En una población que ha sido totalmente destruida por la guerra, de forma casi milagrosa, sobrevive una familia compuesta por un abuelo, su hija y un pequeño nieto, casi bebé. Las calles están sembradas de cadáveres y solo unas pocas casas han quedado en pie. Un destacamento de soldados recorre el lugar en busca de sobrevivientes. En una casa semiderruida encuentra a los tres miembros de la familia que, resignados, esperan la muerte. Los soldados les piden que les acompañen. Les sacarán de allí. Es preciso caminar de prisa porque el enemigo puede volver en busca de botín. Después de comer algo que les ofrecen los soldados, los miembros de la familia se ponen en marcha guiados por los soldados. La mamá lleva en sus brazos al bebé. El abuelo camina despacio, ralentizando la marcha. Nadie dice nada, pero él siente que está perjudicando a todo el grupo. Las fuerzas le fallan. No puede seguir el ritmo que imprime el pelotón. Llegada la noche, después de compartir algunos alimentos que lleva la expedición de soldados, descansan en unas tiendas que plantan con rapidez y eficiencia. Y, a la mañana siguiente, de madrugada, la hija llama a su padre para seguir el camino. El anciano dice que no quiere seguir adelante. Le persuaden los ruegos y las lágrimas de su hija. La jornada transcurre con dificultades añadidas, ya que la inclemencia del tiempo complica la marcha. No pueden detenerse. El enemigo puede alcanzarlos. El anciano se queda retrasado algunas veces y dos soldados le ayudan a caminar. Encuentran unas casas completamente desiertas. Ocupan las camas para descansar. Y, a la mañana siguiente, cuando la hija trata de que su anciano padre se levante, ve que su decisión de no continuar es inamovible. No valen argumentos, ni súplicas ni lágrimas. - No me levantaré. No puedo más. - Pero, padre, si se queda aquí morirá de hambre. O, lo que es peor, torturado por el enemigo. - No quiero seguir viviendo. No merece la pena este esfuerzo sobrehumano. Los soldados dicen que no se puede esperar más. Que todos corren peligro si no se ponen de marcha de inmediato. No hay argumento que valga. El anciano no quiere levantarse. - Váyanse. Todos corren peligro si esperan. No quiero ser el culpable de su muerte. La hija, de rodillas, abraza a su padres y se despide de él. Se van, dejando al anciano en la cama. Emprenden el camino. La hija llora silenciosamente. Cuando apenas se han separado unos metros de la casa, la hija vuelve hacia la casa, se acerca al lecho donde yace su padre y deposita en sus brazos al bebé. Sin decirle ni una palabra se va. Corriendo se incorpora al grupo de soldados, ya sin su hijo. Después de caminar casi un kilómetro, la hija vuelve la vista hacia atrás y ve cómo su padre camina erguido con el bebé en los brazos. Ella corre hacia atrás para abrazarlo y coger al pequeño. Tiene que amamantarlo. Los soldados esperan emocionados al feliz abuelo que tenía motivos para seguir caminando. Su vida no le importaba ya. Pero encontró un motivo para levantarse y ponerse se en marcha: salvar la vida de su nieto. Un motivo extrínseco, pero muy poderoso. Dentro de él no veía razones para seguir viviendo, pero la hija supo poner en marcha ese motor que se había parado en la cabeza y en el corazón de su padre. ¿Por qué hacemos lo que hacemos? ¿Qué es lo que nos impulsa a la acción? ¿Qué motor pone en marcha la voluntad por encima de todos los obstáculos? Es muy importante tener motivos para hacer las cosas, saber cuáles son esos motivos y cómo se descubren, se buscan y se encuentran. Decía Spinoza que “somos conscientes de nuestros deseos e ignorantes de las causas que los determinan”. Según el diccionario, “los motivos son las causas o razones que justifican la existencia de una cosa o la manera de actuar de una persona”. Los motivos son, pues, los motores de la acción. Por eso resulta decisivo tener motivos para levantarse cada día, para caminar en la dirección deseada, para hacer las cosas que hacemos. Tener razones para vivir. Tener motivos para actuar. Hay un motivo básico que es el de mantenerse vivo. Lo decía lapidariamente Albert Camus: “No hay más que un problema filosófico verdaderamente serio: el suicidio”. Y hay muchos motivos para la acción concreta, a corto o largo plazo. Por eso se habla de motivación de inicio (poner en marcha la decisión de estudiar, de abandonar el tabaco, de contraer matrimonio) y de motivación para la tarea (que exige perseverancia en el mantenimiento de la decisión inicial). José Antonio Marina publicó en el año 2011 un pequeño libro titulado “Los secretos de la motivación”. Según el autor el motivo nace de un deseo, se acrecienta con el incentivo y se estimula con los facilitadores. Para Marina hay tres deseos fundamentales: el primero es el deseo de bienestar personal. “Todos los seres humanos –dice- queremos sobrevivir agradablemente, lo que implica disfrutar de algunos placeres y evitar el dolor, la tensión y la ansiedad”. El segundo es el deseo de relacionarse socialmente, formar parte de un grupo o ser aceptado. “Somos seres sociales, dice Marina. Nuestra especie es egoísta y altruista. Solo en sociedad podemos desarrollarnos”. El tercer deseo básico es ampliar las posibilidades de acción. Dice J.A. Marina que “este es el deseo más específicamente humano, porque es el que nos lanza a metas lejanas, altas, ideales, ilimitadas”. Aquí se puede plantear el apasionante y decisivo tema de la educación de los motivos, dentro del cual habría dos grandes dimensiones. Una, la de enseñar o ayudar a que el alumno sepa motivarse, sepa encontrar y cultivar deseos, valores e ideales. Y otro, no menos complejo, que sería el de motivarlos para el aprendizaje. Para ese y otros aprendizajes. “Todo método que intenta hacer beber a un caballo sin sed, es rechazable. Todo método es bueno si abre el apetito de saber y aguza la necesidad poderosa de trabajar”, decía Célestin Freinet. Por eso es tan difícil la tarea de enseñar. No consiste en meter en la cabeza de los estudiantes los conocimientos deseados sino en despertar en él la pasión y el deseo de adquirirlos. Me contó un profesor hace años que un alumno le había dicho: “Mire, profesor, explíqueme lo que quiera, por el método que prefiera y hasta póngame la nota que se le antoje. Pero, por favor, no me motive”. He aquí un difícil cuestión: ¿Cómo se puede motivar a quien no quiere ser motivado? Educar la motivación, cultivar la voluntad, hacer más acendrado el amor. Ese es el camino.
Posted on: Sat, 21 Sep 2013 21:48:21 +0000

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