TEXTOS Vacas Entre todos los animales del mundo, lo digo como si - TopicsExpress



          

TEXTOS Vacas Entre todos los animales del mundo, lo digo como si no lo hubiéseis advertido todavía, me gusta la vaca de las pampas, magra, bastarda y errante y que se parece muy poco a la de Victor Hugo: FOTO Ilustración: Renzo Vayra Temas vacas - Jules Supervielle - letras franco uruguayas - Angel J. Battistessa Jules Supervielle Soberbia, enorme, roya y de blanco manchada, suave como una sierva junto a sus cervatillos, tenía bajo el vientre lindo grupo de hijitos. Puesto que los sobresaltos enflaquecen a los bovinos, correr detrás de las vacas era una alegría que nos estuvo prohibida. Déhère no nos permitía inquietarlas. Y a menudo me veía obligado a admirarlas en reposo y desde lejos. Las vacas daban al campo matices extraños, absurdos, conmovedores. Para mí, que ya conocía Francia, las vacas reemplazaban, en la desierta campiña uruguaya, aquí un campesino, allí, una aldea inmóvil en el calor del día, un labrador y su arado, hombres que juegan a los bolos o que beben a la puerta de una hostería. Las vacas llevaban todo el peso, toda la responsabilidad del paisaje. Pienso en las contadas vacas españolas, en el único toro, en los escasos caballos que desembarcaron en el siglo XVI en la provincia de Buenos Aires, y a los cuales las repúblicas del Río de la Plata deben gran parte de sus riquezas. Hubo un tiempo (de 1650 a 1720) en que las que yo no querría seguir nombrando eran amas del Uruguay. Se las veía pastando en grupos de veinte, cincuenta, mil, animales heroicos entregados a las fieras, como a las epidemias, a la sequía, a las lluvias torrenciales. En esa comarca sin cercados cual comarca de la Luna, las vacas viajaban a veces, dichosas de cambiar de aire, curiosas de campos de pastoreo. Y los pájaros merodeadores se posaban en la punta de sus cuernos para darle la bienvenida. Los colonos de entonces apenas osaban alejarse de las cosas, y en el interior sólo se encontraban escasos indios, vestidos de unas pocas plumas de avestruz. Estaban en buenas relaciones con el ganado, y tanto más cuanto que lo halagaban con grosería, quiero decir que se revolcaban en la boñiga fresca. Con la guerra, este era su pasatiempo favorito. Fueron verdaderamente las vacas, los caballos, los carneros, los que hicieron la conquista de las provincias del Río de la Plata. Ellos obtuvieron lo que no habían podido hacer Juan Díaz de Solís, ni más tarde Gaboto, Martínez de Irala y Juan Ortiz de Zárate con sus expediciones militares: establecerse sólidamente en esos territorios. En ciento veinticinco años, los pocos bovinos introducidos en el Uruguay se habían convertido en un inmenso rebaño de veinticinco millones de cabezas (Libro del Centenario de la Independencia [1825-1925]. Editado en Montevideo bajo la dirección de Perfecto López Campana.) El gobierno de Buenos Aires daba a los "faeneros" la autorización de cazar los animales de cornamenta "mediante la contribución de un tercio". El Uruguay, llamado entonces "Banda Oriental", constituía la gran vaquería de Buenos Aires. Veíanse expediciones bien armadas remontar los ríos en barcos. Los cazadores se dividían en dos equipos. Uno se componía de jinetes provistos de largas lanzas terminadas en medialunas de acero. Se arrojaban a toda marcha, profiriendo gritos y juramentos, sobre las desdichadas inhábiles corredoras, a las que les cortaban los tendones de Aquiles. El otro equipo las remataba en medio de los mugidos, el grito de las águilas y de los cuervos, los ladridos de los perros cimarrones. Cada uno comía su trozo preferido, y se abandonaba lo demás, por ser nulo el valor de la carne. Las pieles, el cebo y la grasa se los llevaba a Buenos Aires. Era necesario que los cazadores no perdiesen de vista su caballería, siempre expuesta a ser enviciada y arrastrada al interior de las tierras por los caballos salvajes. En la costa del Uruguay, sobre todo en la región de Maldonado, los piratas operaban por su cuenta. Uno de ellos, Esteban Moreau, francés, se hizo famoso. Él y los suyos abatían número considerable de vacas para exportar las pieles. A fin de defenderse de los ataques de las autoridades españolas, Moreau llegó a desembarcar piezas de artillería y a fortificar seriamente sus depósitos. En el Uruguay se estaba en la "edad del cuero". Con él se construían ranchos, puertas, camas, cofres, petacas, cunas. Con él se recubrían las carretas, se lo utilizaba para atravesar los ríos. (¡Qué olor a cuero de un extremo al otro del Uruguay!). Y un excelente medio de tortura para con los ladrones y los bandidos era vestirles un chaleco de piel todavía caliente, y luego exponerlos al solazo. ¡País de la carne roja, país en el que no se come ternera! Desde la mañana estábamos en contacto con las vacas; ellas eran las encargadas de despertarnos en la forma de churrasco sangrante, que comíamos en la cocina, restregándonos en los ojos un resto de sueño, y en el humo del fogón. País de la leche recién ordeñada, bebida tan cerca de las vacas que sus moscas eran las nuestras, a veces hasta en la leche. Hermosos sábados, en que no decidíamos acostarnos. Domingos en que pensábamos que nunca se nos despertaría suficientemente temprano para ir a galopar mar adentro. El autor Jules Supervielle (1884-1960) nació en Montevideo y murió en París. Hizo numerosos viajes entre ambas ciudades. Escribió poesía, narrativa, teatro, ensayos y memorias. El presente texto pertenece a Uruguay (Ediciones del Plata, Buenos Aires, 1974), traducido por Ángel J. Battistessa.
Posted on: Fri, 09 Aug 2013 21:15:52 +0000

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