¿Te acuerdas? Fue tras esa enésima vez que escuchaste el primer - TopicsExpress



          

¿Te acuerdas? Fue tras esa enésima vez que escuchaste el primer álbum de esa cosa rara llamada Avantasia. Sí, al principio fueron sólo pinceladas de una idea loca en tu imaginación. Seguiste escuchando y ya no era sólo una idea, sino un deseo. Continuaste y ya no era un deseo, sino un sueño. En los albores de la década pasada, más que cualquier otra cosa, querías poder ver sobre un escenario eso que acababas de escuchar, con todos tus héroes de la música actuando frente a ti, para ti y por ti. ¿Te acuerdas? Claro que te acuerdas. Alguna vez me tocó hacer la crónica de un concierto de Avantasia y señalé entonces que ver a este proyecto en vivo, más que con cualquier otro proyecto, parece una experiencia irreal a los sentidos. Ya desde el momento mismo en que te enteras que harán una gira la inverosimilitud del enunciado te genera una expectación que pocas veces sientes. Pasó así la primera vez que salieron a recorren el mundo en 2008; pasó indudablemente cuando lo hicieron en 2010; y ciertamente ocurrió esta vez. Pero, ¿por qué tanto? Bueno, tal y como lo dije aquella vez: no fueron pocas las veces en que medios especializados le hicieron la pregunta a Tobias Sammet: “¿más o menos para cuándo una gira mundial?” La respuesta fue siempre la misma: “imposible”. Y es que claro, son muchos músicos y cantantes involucrados, demasiadas agendas por coordinar. Ahora sabemos que no era imposible, sólo era muy difícil. Y tal dificultad en su realización da al espectáculo de Avantasia características únicas. Si se quiere: el proyecto en sí es único. Digo todo esto para terminar diciendo lo siguiente: un concierto de Avantasia es simplemente IMPERDIBLE. Cinco larguísimos años tuvieron que pasar para que el multinacional proyecto operático regresara a nuestro país. Cinco años con pinta de eternos, si me preguntan. Tres discos pasaron entre medio, así como un ir y venir de estrellas del que sólo fuimos testigos a la distancia. Y es que, por las razones que fuese, nos quedamos fuera de la gira que los trajo a Sudamérica en 2010. Algunos tuvimos la suerte de poder vivir el concierto que brindaron en Buenos Aires, pero lo cierto es que miles de fanáticos quedaron con el sabor amargo de no poder verles. Una verdadera injusticia. Pero el Metal da revanchas y la noche del pasado jueves esos miles tuvieron la oportunidad de “vengarse”. Ahora bien, siento que todos estamos de acuerdo en lo particular y significativo que es Avantasia para el Metal en general. Del mismo modo, pienso que todos se dan cuenta de lo trascendente que es una gira de ellos y del valor que tiene un concierto en Chile. Por lo mismo, no me explico que la convocatoria no haya sido mayor. Cierto es que el Power Metal no es un estilo de masas, pero vamos, ¡es Avantasia! Con todo, el público asistente fue más que aceptable, una concurrencia bastante digna (unas 1.800 personas). A lo que me refiero es que a uno hubiese querido que más gente disfrutara de tan extraordinario show. Una pena por los ausentes. Sabido era que connotados participantes no estarían presentes, participantes que generan mucho interés (Jorn Lande, Kai Hansen, etc.), quizás esto atentó contra una concurrencia mayor. Sin embargo, soy de la idea de que el trabajo hecho por Sammet es cualitativamente tan superior, que prácticamente se sustenta por sí sólo. No me malentiendan: no digo que las ausencias den lo mismo, lo que digo es que las canciones son tan sublimes, que de igual modo valdrá siempre la pena escucharlas, aunque no sean en la voz de quien uno quisiera oír. Claramente algunos no lo entienden así y bueno, se respeta. ¡Pero qué diablos! Bien por los que pese a todo se animaron y dieron vida a este inolvidable concierto. Fría y lluviosa noche en Santiago la del jueves. Frío que sólo comenzaría a disiparse a partir de las 21:10, momento en el que se extinguen las luces y comienza sonar Also Sprach Zarathustra, de Richard Strauss, maravillosa pieza sinfónica que sólo vino a imponer ansiedad y nervios en los asistentes. Todavía con esa intro sonando, las luces se vuelcan sobre el público, aparece Felix Bohnke y el griterío se hace infernal. Alguna magia loca coordina a la gente y de la nada comienzan a gritar “¡Eh! ¡Eh! ¡Eh!”, aparecen los restantes miembros de la compañía y la ovación es inconmensurable. Segundos después aparece El Genio de Fulda: Tobias Sammet, liberando el éxtasis acumulado por años de espera. Por cierto, Spectres ya había comenzado a sonar. Prodigioso montaje sonoro por parte de ese crack que es Michael “Miro” Rodenberg. Todo transcurría rápido y en cosa de segundo Tobias ya estaba bailando esos acordes iniciales mientras esperaba su entrada para cantar. Comienza a hacerlo con el apoyo de todo el público, apoyo que se multiplicó durante el coro. Luego, y virtualmente sin pausas, continúan con más material de The Mystery Of Time, esta vez la seleccionada era: The Watchmaker’s Dream, una de la regalonas del público si hablamos de aquél álbum. ¡Qué coro! La noche recién nacía y la gente tenía energía para regalar, y lo demostraba en los momentos claves. Monumental el señor Oliver Hartmann a la hora de ejecutar su sólo de guitarra, secundado de excelente forma por Miro y sus teclas. ¡Cracks! Lo que vino en seguida fue una sorpresa, y es que no se la esperaba tan temprano en la noche. Pero para qué vamos a estar con cosas, todos queríamos escucharla cuanto antes: ¡Reach Out For The Light! ¡Canción legendaria! Fue esta pieza la que trajo de vuelta a Michael Kiske al Metal. Y justamente era él quien la interpretaba para nosotros. ¡Momento histórico! Tal cual. El teatro podrá no haber estado lleno, pero el público cantaba con todo su espíritu y lo que hizo en este momento, en particular durante ese hímnico estribillo, será recordado por siempre por quienes estuvieron esa noche allí. Hacia el final Michael se despecha uno de sus legendarios “eagle screams” (agudo y prolongado grito que inmortalizara en Eagle Fly Free), generando el asombro y los aplausos del respetable. Al terminar, Tobi señala al calvo vocalista y pronuncia su ilustre nombre: “Michael Kiske”, ocasionando una ovación instantánea. Era que no. Tras muchas bromas, recibir y brindar cariño, e incluso de cantarle feliz cumpleaños a “Whoever You Are” (¡qué regalo!), Tobias y Michael dan el vamos a otra mítica canción de The Metal Opera: Breaking Away. ¡Belleza de estribillo! Se coreó como un himno de guerra, con los puños al cielo y la voz remeciendo el suelo. Tras eso Tobias hace un alto para realizar una reflexión: “fue un gran, gran error dejar a Chile fuera del pasado tour”, sentenció. ¿Qué quieres que te diga, Tobi? Toda la razón. Gran error, pero ya está. Lanza otro temón y te la perdonamos. ¿The Story Ain’t Over? Ah, bueno, ¡te perdonamos! Tremenda, ¡tremenda canción! Más aún si la interpreta esa leyenda viviente del Rock que es Robert Adrian ‘Bob’ Catley. Un mostro. Curioso ver cómo en una canción que está más cercana a la balada, la gente se dio maña para saltar y hacerla parecer un himno del Heavy Metal. Extraordinaria interpretación además del menudo cantante británico. Por otro lado: soberbio sólo de Sascha Paeth y prodigiosa vocalización final de Amanda Somerville. Geniales. Bonito momento. Hora de proseguir con algo más pesado y la elegida no fue otra sino Scales Of Justice, inmenso corte que a falta de Tim “Ripper” Owens tuvo a un notable Thomas Rettke (¡THOMAS RETTKE! ¡Cuando en la vida imaginamos que veríamos al vocalista de Heavens Gate en Chile!) en todas las voces principales, pues Tobias se fue descansar un rato. Notable cometido. Alguna parte le presentó cierta dificultad, pero la canción en sí es jodidamente complicada, así que se le perdona. Sí la recontra rompió en las partes más altas. El grito inicial, por ejemplo, seguro dejó a más de alguien con secuelas neurológicas. Thomas vuelve a lo alto de la tarima para volver a hacer los coros y mientras eso pasaba, desde atrás de la batería de Felix apareció Eric Martin, arrastrándose por debajo del telón como un roadie más. Fue tanto así, que al comienzo no advertí que se tratase de él. Inicia entonces What’s Left Of Me, ante el ferviente aplauso de bienvenida de todos hacia la figura del vocal de Mr. Big. Promediando el tema regresa Tobias para hacer un dúo antológico con él. Al final, el eterno Eric (¡tiene 52 años!) lanza camuflado el verso final de ese clásico de Mr. Big llamado Just Take My Heart, sacando risas de Tobias y de quien haya podido darse cuenta. ¡Maestro! Momento de distensión, con Eric haciendo muchas bromas, propiciando incluso algunos vítores del público para el buen Tobi, todo era un preámbulo para que de la nada Martin gritase “Welcome to the…” Promised Land, y con la misma sorpresa arranca esta potentísima canción. Aquí hay que mencionar algo nace de una obviedad, pero que debe ser mencionado por cuanto realza la calidad del show montado. Este corte lo interpreta Jorn Lande (o Kiske, según la versión), un monstruo de la voz que esa noche no estaba presente. Hubo que “parchar” su ausencia como fuese. Y he aquí lo meritorio: cada uno de los que tuvo que hacer sus parlamentos, como Eric Martin aquí, lo hizo realmente muy bien. Con evidentes diferencias, claro, pero muy bien. Volviendo el tema: ¡se las mandó el público! Eso es dejarlo todo en la duela. Y tras esto vino el que es posiblemente el mayor logro en la carrera de Tobias Sammet: la cósmica y sideral The Scarecrow. Para mí esta canción está fácil, pero fácil entre las diez mejores de la historia. Punto. El encargado de reemplazar a Lande era naturalmente Hartmann. Gran cometido del calvo y multifacético cantante/guitarrista. Sí, se echó de menos esa identidad que le da a la canción Jorn, pero esta es tan gloriosa y autosustentable, que resultó fascinante y cautivadora de principio a fin igual. No quedaba más que agradecer por todo lo brindado. Tobias pregunta si acaso nos gustan las canciones rápidas. El “sí” que recibió por respuesta casi el vuela la cabeza. Le pasa por preguntar burradas. No, mentira, si todo era una estratagema para poder presentar uno de los cortes más veloces y powermetaleros de la segunda era de Avantasia: ¡Shelter From The Rain! Qué maravillosa canción, ¡por la cresta! Qué inspirado estaba Sammet cuando su mente la parió. Es realmente gloriosa, y así la vivió la fanaticada desde el primer segundo en que sonó. Hubo una pifia bastante notoria de Kiske, a quien se le olvidó la letra, pero incluso eso dejó de tener importancia en la magnificencia del momento. Por otro lado estaba el maestro Bob, que se llegaba a ver hasta tierno con su pandero. El punto álgido estuvo, claro que sí, en el mayestático e imponente estribillo (uno de los mejores que ha escrito Sammet), punto en el que yo al menos empecé a decirle “chao” a mis cuerdas vocales. Precioso y emotivo momento, ¡pura entrega! Turno de otros de los grandísimos aciertos en la carrera de Tobias: The Wicked Symphony. Jamás me canso de oír esa introducción orquestal tan depurada e inspirada. Escucharla en vivo es (aunque sean sólo pistas pregrabadas) otra cosa. Cerrar los ojos y dejar que las vibraciones de cada nota te invadan todo el cuerpo es inevitable. Muy llamativo el orden en que intervinieron los cantantes: comenzó Bob, siguió Ollie haciendo las partes originales de Russell Allen, luego Thomas hace de Lande y en el coro la rompen todos. Todos excepto Tobias, que volvió a quedarse tras el escenario para tomarse un respiro. Incluso Amanda vivió el protagonismo de algunos versos (recordemos que su labor es mayoritariamente hacer los coros). Protagonismo que seguiría exhibiendo durante Farewell, esa preciosísima balada que nos regalase el The Metal Opera, y que esta vez compartiría con Tobi, obviamente. Qué linda canción, qué carga de pasión y sentimiento en cada uno de sus versos y acordes. Llega mucho, y prueba de eso es la forma en que el público se esmeró para entonarla. Muy comprometidos todos. Hacia el final aparece Kiske para coronar una interpretación perfecta y llenarse de aplausos y gloria. Le Grand Finale. Otro momento de relajo y Sammet anuncia que utilizará un truco que, a pesar de saber que es uno muy barato, le da buenos resultados. Se trata de aquél de nombrar a algún país vecino y decir que los fans allí estuvieron mejor. Acaba señalando que es nuestra oportunidad de pasar de simplemente “buenos” a “increíbles”. La oportunidad de “reivindicarnos” vendría de la mano de Lost In Space. Increíble cómo un corte odiado en un comienzo, se convirtió en uno de los favoritos del público. Coreada en todo momento y a todo pulmón. Tenía razón: barato, pero efectivo truco. ¡Un crack! Excelente frontman. En seguida vino algo más reciente, la tremenda Savior In The Clockwork, con un Martin inspirado y un Tobias cantando a un altísimo nivel. Felix, por su parte, llevaba a cabo una actuación descollante tras su kit de batería. Tiende a pasar desapercibido al lado de tanta estrella, pero su trabajo es impecable siempre, y si uno poza sus ojos sobre él, verá que siempre está haciendo alguna cosa llamativa, como golpearse la cabeza o malabarear con las baquetas. Pero no había tiempo para pausas y rápidamente van con otro de los grandes créditos de la trilogía del Espantapájaros: Stargazers. Nuevamente hubo roles cambiados, pero terminó resultando todo a la perfección. Admirable cometido del grupo para otra canción que el público valora y agradece mucho. Quedaba aún mucho show por venir y ya con Martin de vuelta el escenario inician algunos juegos para pasarla bien. Algo simple, como hacer gritar a hombres primero y a mujeres después. Una especie de precalentamiento para empezar a cantar “oh, oh, oh” e arrancar así ese genial fraseo de Twisted Mind. La canción avanzaba con su grandeza habitual, de la mano del dúo Sammet-Martin, pero al llegar el estribillo quedó la grande, porque casi se le vuela el techo al teatro. Además nadie paraba de saltar. Y es que ese momento de la canción es muy enérgico y contagioso. Finalizado aquello Eric vuelve a tomarse el protagonismo con su enorme simpatía. Primero saca unas fotos. Luego hace un amague de presentar a la banda, iniciando con Amanda y por su puesto todos comienzan a cantarle “mijita rica”. Eric pregunta que si le estamos gritando “cosas sucias” a la cantante, y ante la positiva respuesta él replica “¡yo también se las digo!”. Inevitables las carcajadas. Luego se hace un auto-llamado a la calma y se mira sus partes nobles, provocando más risotadas de todo el público. ¡Un tipazo! Por su puesto fue todo en buena y nadie se ofendió. Además se le escapó un “esto está mejor que en Argentina”, algo que Tobias había evitado mencionar, pero que le causó mucha risa. Continuando con el show nos regalaron Dying For An Angel, corte entretenido y de buena vibra que sirve para que la gente cante y salte. Con él pusieron fin a la primera parte del espectáculo. Tras el encore debían volver con The Great Mystery, pero serios inconvenientes con el teclado no le permitieron a Miro tocar las partes de piano, por lo que decidieron prescindir de ella. Hicieron el intento, pero uno hubo caso. De hecho, eso fue lo que retrasó el reinicio del show. Una lástima, pero qué diablos, lo que vendría luego haría olvidar toda la pena: Avantasia, una pieza tan querida por los fanáticos que hasta en giras de Edguy me tocó escucharlo alguna vez. Realmente genial el nivel de exacerbada vociferación que es capaz de convocar. Matarse contando parecía ser la consigna y así se hizo. Tobias Sammet, maestro en el arte de hacer sueños realidad, tenía un regalo más en su cajita de sorpresas. En giras anteriores habíamos tenido la oportunidad de vivir esto, pero sólo en parte, porque sólo se animaban a tocar los últimos minutos de la canción, debido a que es muy extensa y compleja para tocarla completa. Es así, porque The Seven Angels tiene una duración que equivale a tres canciones, y una espectacularidad que equivale a la de un millón de himnos. Yo siempre digo que The Scarecrow es la mejor canción que Sammet ha hecho, pero hay en ese enunciado algo de gustos también. Objetivamente The Seven Angels está allí, 1/100 de peldaño por debajo. Y si alguien me dice que es lo mejor que el buen Tobi ha hecho, no podría discutirlo. ¡Soberbia obra! Llenaba de emoción escuchar esos primeros acordes, llenos de magia y misterio. Fue volver automáticamente una década en el tiempo, estremecerse y experimentar la verdadera felicidad. La gente totalmente enloquecida desde el inicio mismo, coreando incluso ese verso inicial con distintas líneas vocales, donde Amanda tuvo un rol fundamental. Y al momento del “Now the time has come!” la música, las luces, las voces, el Teatro mismo, ¡todo explota! La canción avanza y se hace estremecedor ver cómo TODOS coreaban cada nota. Y mientras no acercábamos al momento álgido, el coro, crecía una ansiedad de ver lo que sería eso. Nada, ¡qué iba a ser! ¡INCREÍBLE! De lo más lindo que vi en las historia de los conciertos esa forma en que todos y cada uno de los presentes cantaba con cada gramo de fuerza ese monumental coro. “We are the Seven, Judgement of heaven. Why don’t we know? WE ARE THE ANGELS!” Era un canto salido desde los abismos del alma. Realmente hermoso. Así fuimos avanzando, llegando hasta ese movimiento coral que procede el interludio instrumental: “Woe to you longing for the wisdom! Woe to you longing for the light!” Parecía el canto de miles de ángeles condenando a los malosos de la historia narrada en los Metal Opera. ¡Celestial! Nada que reprocharle a la audiencia. De lo mejor que me tocó ver. Seguimos hasta llegar a los minutos finales, esos que vienen después de la parte en piano, y que fueron otra maravilla digna de jamás olvidarse. Lo que hicieron Kiske y los demás no puede describirse, había que estar allí. Qué emoción más grande. Un nudo en la garganta que ni cantando con toda la fuerza posible se podía desatar. Gracias Tobias, simplemente gracias por tanto. ¿Algo más? ¡Sí! Pensé que lo anterior sería lo último pero quedaba un regalo final. Antes de lanzarse con eso, el líder del proyecto promete que si hay nuevo tour de Avantasia, volverán a Chile. “No more Avantasia tours without Chile, ok?” Luego de palabras de agradecimiento y tras el compromiso de volver, y al son del grito de “Santiagouuuuu!”, presenta la excelsa Sign Of The Cross. Alcanzan a hacer parte inicial, con el “From a world of reign they come”, pero luego se detienen, excepto André Neygenfind con su bajo y Felix, que continuaron por varios minutos sólo con la suave base rítmica. Fue un momento de pausa para poder presentar a todos quienes hicieron posible esta mágica noche. Cada uno de ellos se ganó una ruidosa aclamación, incluso el desconocido André. Ya casi al final de ese proceso la gente aprovecha que esa base rítmica se parece a la de otra canción muy conocida y comienza a corear “ooooh ooooh oh oh”. Tobias mira con cara de complicidad, Felix se prende y empieza a tocar con más fuerza, Ollie engancha y empieza a hacer el riff de la canción. Y así, de la nada, estábamos todos honrando la memoria del gran Ronnie James Dio cantando Heaven And Hell. ¡Notable! ¡Gigantesco y emocionante momento! Pero el show debía continuar y en breve retomaron Sign Of The Cross, con todos los cantantes sobre el escenario. Otro espectacular e inolvidable pasaje. Magníficas interpretaciones de todos y una imponente respuesta de los fanáticos, que no podían creer todo lo que vivían. Alucinante manera de cerrar una jornada que de principio a fin fue perfecta. A las 00:02 se ponía fin a tres horas de concierto. ¡Tres horas! Pasan muchísimas cosas en tres horas y seguro se me escapan muchas en este relato, pero lo fundamental es que fue un concierto extraordinario, realmente inolvidable. Más allá del público asistente (menos al que el proyecto merece), la función rozó la perfección e hizo emocionar a todos los que asistieron. Se tocaron los temas nuevos que se tenían que tocar y se rescataron los clásicos que era imposible no recordar. Alguna que otra falla técnica y humana, pero francamente dio exactamente lo mismo a la luz de lo que fue la totalidad del show. No nos queda más que agradecer a Tobias y a los otros avantasianos y recordar desde ya sus palabras: “¡prometemos volver!”.
Posted on: Tue, 02 Jul 2013 15:35:13 +0000

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