Temas de interés. Aquí les ofrezco un pequeño recorrido por - TopicsExpress



          

Temas de interés. Aquí les ofrezco un pequeño recorrido por DAMASCO,sólo piensen que puede significar una acción militar de la mayor potencia del mundo contra La ciudad más antigua del mundo En los zocos de Damasco se encuentran rarezas de todo tipo. Eso sí, hay que saber regatear. Con seis mil años de vida, Damasco es la ciudad más antigua del mundo y constituye una bulliciosa mezcla de culturas y épocas. La capital de Siria es pródiga en mercados, monumentos y mezquitas, y en su ambiente perfumado con mirra y especias se cruzan los gritos de los vendedores de leche, los rezos difundidos mediante parlantes y el vetusto andar de infinitos taxis. Un paseo por esta interesante ciudad. Son las seis y media de la mañana. Un hombre revuelve una inmensa olla dispuesta en la vereda, justo a la entrada del mercado principal. ¡¡Jalib!! ¡¡Jalib!! Grita el hombre. Vende leche dulce, caliente y gorda. Deliciosa. Cruzando el mercado, aún desierto, están las ruinas del templo de Júpiter, huella de cuando Damasco era una perla romana. Ahí al costado, en un breve jardín, en el silencio de esa hora, unas mujeres con velos estrictos comen aceitunas y pan y hablan rápido y con muchas jotas. A unos metros está la tumba de Saladino, el vencedor de los cruzados, el que liberó Jerusalén, el infiel que se ganó la admiración de la cristiana Europa. Cincuenta metros más allá, en la mezquita de los Omeyas, están los restos de Juan el Bautista, que, entre otras cosas, fue precursor del Islam. En esa media hora emocionante entendí que algo especial ocurría en Damasco. Y ningún dato de ningún libro puede desmentir que, desde un punto de vista objetivo, se trata de un sitio especial. En principio, Damasco es la ciudad más antigua del mundo y fue un gran centro de poder. Ya no lo es, pero quedan por todos lados los vestigios de esa fuerza. Fue, además, una ciudad a la que se comparó con el Paraíso, por su esplendor de manantiales, de ríos y de verde en el desierto. No es una ciudad inagotable en cuanto a monumentos y proezas arquitectónicas, como Roma, París o Estambul, pero, a diferencia de esas ciudades, todavía no está contaminada por el turismo, que todo lo modifica. Aún es posible descubrir. Los habitantes conviven con los testimonios de la historia sin darle mayor importancia: dentro de un mercado, por ejemplo, hay una pesada puerta de piedra con sus hojas de metal y clavos, sobre la que los vendedores exhiben camisas, pantalones, camisones; todo muy prosaico. La puerta, cuyo nombre es Jabiye, data de 1164, época en la que servía para atravesar la muralla que protegía Damasco. A lo largo de los cuantiosos y caóticos mercados, los zocos, hay numerosas puertas de khans ­construcciones que solían servir de posada para las caravanas­ que tienen varios siglos de existencia, y que hoy se usan como vulgar depósito. Entre los restos del templo de Júpiter, entre sus columnas y sus arcos con 17 siglos de vida, se amontonan los vendedores de libros religiosos, dulces y relojes. Damasco está dividida en dos partes: la ciudad nueva, con sus edificios modernos, y la ciudad vieja, donde se agrupan los atractivos de esta capital con 6.000 años de existencia, que ya aparece mencionada (Dimashqa) en textos de hace cuatro milenios y medio. En la ciudad vieja está la gran mezquita, la de los Omeyas, construida en el siglo 8. El inmenso patio de 122 metros de largo, tapizado de lozas que pertenecieron a un monumento romano, ofrece varias y exquisitas decoraciones. Entre ellas, la del tesoro, una construcción que se yergue sobre columnas y que se utilizaba para almacenar el oro del Estado. A doscientos metros de la Gran Mezquita hay un ejemplo de riquísima arquitectura de diseño árabe-otomano, como es el Palacio Azem, del siglo 18. El patio, con su fuente, sus jazmines y sus naranjos, es pura placidez (hasta que llegan los turs). Hoy es un museo de las artes y tradiciones y exhibe, en los diversos cuartos, maniquíes que ilustran la vida cotidiana en esa residencia, que perteneció al gobernador de Damasco. La ciudad vieja está sembrada de mezquitas ­en todo Damasco hay cerca de 700­ de muy diversas épocas, que son fuente de dos tipos de placer. Por un lado, el histórico arquitectónico; por el otro, el de entrar en las acogedoras salas de rezo y simplemente permanecer allí, descansando, en el silencio, sobre las alfombras. Esto no es una herejía, pues los propios musulmanes se sirven del lugar no sólo para los rezos, sino que incluso muchos siestean ahí, conversan o comen. Como en toda ciudad árabe, los zocos son una atracción principal. Suelen estar separados por especialidades ­de la lana, de los herreros, de la ropa, de los alimentos­ y ofrecen un ambiente vital y recargado, en el que se mezclan el olor dulzón de las especias, las ofertas gritadas por los comerciantes y el tranco apurado de los burros. Los zocos de Damasco, tanto cubiertos como al aire libre, son pródigos en rarezas de todo tipo. Especialmente bizarras resultan las medicinas naturales basadas en caparazón de tortuga, en cuernos de gacela, en raíces. En todo zoco es aconsejable regatear. Si el vendedor dice 50 hay que retrucar con 25, y comienza la puja, que probablemente finalice en 30 o 35. La capital de Siria conoció diversas épocas de oro. Una de ellas fue en el siglo 7, cuando dejó de estar en manos de la Roma de Oriente, Bizancio (Estambul), y pasó a ser la sede de un imperio musulmán. De aquella época es la mezquita de los Omeyas. Tuvo otra edad de oro en el siglo 13, aunque ya cien años antes, cuando Jerusalén cayó en poder de los cruzados, la ciudad se había transformado en un sitio de resistencia islámica frente a los zarpazos del ejército de Dios. Pasaron los mongoles y los mamelucos y en el siglo 18, ya en poder de los turcos del Imperio Otomano, Damasco recobró el brillo. De aquella época datan decenas de residencias magníficas, nada ostentosas en el exterior, pero lujosas puertas adentro. Mucha historia cruzó por Damasco, ciudad que, además, fue durante siglos punto obligado de descanso para las caravanas de 20 mil personas y 10 mil camellos que iban camino de la sagrada Meca. Damasco es ideal para abandonarse a la caminata urbana sin rumbo fijo, actividad que ningún término español designa pero sí uno francés: flânerie. Flaneando se descubren recovecos, viejos balcones que no se caen de milagro, mezquitas íntimas y escondidas, calles como pasillos. También es posible disfrutar de la amplia hospitalidad siria. Es de mañana, temprano, y en la puerta de una mezquita cuatro hombres comen de un plato común. Desayunan el popular foul, basado en puré de porotos, tomate, aceite de oliva y trozos de carne; se come utilizando el pan como cuchara. Uno alza la vista, me ve y me invita a compartir el alimento, y se preocupa por enseñarme cómo se usa el pan. Luego exije mi promesa de que volveré otra mañana. A mediodía, el flaneador escuchará los cantos sincronizados de las mezquitas. Antiguamente, el muecín, el encargado de llamar a la oración cinco veces por jornada, subía a los alminares ­las torres de las mezquitas­ y soltaba sus llamados desde allí. Ahora son parlantes los que difunden esos llamados. Estos pueden parecer monótonos, pero si se aguza el oído es posible advertir las diferencias entre los intérpretes de las diversas mezquitas. Algunos esforzados muecines realizan llamados especialmente bellos, por su fuerza mística y artística. En algún momento, luego de recorrer los barrios armenio, judío y cristiano (éste último alberga tres sitios mencionados en la Biblia), advertirá que tiene hambre. La oferta culinaria es variada y atractiva. Pero no conviene perder horas de luz entrando a un restaurante para pedir, por ejemplo, un mezzeh, surtido de platos deliciosos, desde el taboulé ­verduras y sémola­ hasta el kebbe, esa especie de empanada de trigo rellena de carne, pasando por el burek ­hojaldre relleno con queso­, el humous ­puré de garbanzos con ajo y aceite de oliva­ y el yalanji, que son hojas de parra rellenas de arroz. Como consejo, deje el delicioso mezzeh para la noche y siga la caminata con un falafel en la mano (croquetas de garbanzos fritas que se ponen dentro de un pan redondo, sin levadura, a las que se añade tomate, pepinos, remolacha, menta fresca y uno o dos tipos de yogur). Otra variante es el shawarma, con cordero o pollo asado y tomate, cebolla y lechuga. Y por último está la pastelería, empalagosa y exquisita, abundante en pistachos, nueces, almíbares, miel y azúcar. En pleno flaneo hay que hacer un alto para visitar el Museo Arqueológico de Damasco. Siria es, en sí misma, un enorme yacimiento en el que se han hecho hallazgos fantásticos como las ciudades de Mari, Ebla y Ugarit. En esta última, Ugarit, se descubrió el primer alfabeto de la historia de la humanidad. El museo arqueológico es un dechado de piezas valiosas. Entre lo mucho que hay para ver se destaca la sinagoga de Doura Europos, cuya sala de rezo ha sido trasladada íntegra al museo. Los frescos, que narran escenas del Antiguo Testamento, están muy bien conservados, pues la sinagoga, construida en el siglo 3, permaneció durante siglos guardada bajo tierra. En la noche, el flaneador cansado y sucio debe darse un momento de calmo placer en uno de los tantos hammam o baños turcos. El más tradicional es el Abou Heddin, que abrió hace 900 años. Damasco tiene tres millones de habitantes. Fue aramea, asiria, griega, romana, persa, árabe, mongol, mameluca, otomana, y después volvió a ser árabe. Luego fue colonia francesa. Ahora es árabe, pero es también producto de tanta mezcla. Hoy Damasco es la capital ruidosa, llena de taxis y atrasada de un país en el que internet es una lenta novedad, y en el que prácticamente no existe la telefonía celular. En Damasco hay apenas dos negocios en los que se puede navegar por internet, y están medio escondidos. Si se quiere usar el correo Hotmail de Microsoft, hay que esperar que el gobierno revise lo que se envía y lo que se recibe. A diferencia de otras capitales árabes, Damasco no ha recibido la llegada masiva del turismo que transforma a los habitantes de las ciudades en seres ávidos de dólares. En Siria aún se pueden recibir muestras desinteresadas de hospitalidad: en varias ocasiones no me dejaron pagar lo que había comprado. Una profesora de Damasco explica: Somos un pueblo sencillo y amigable. Y tenemos un patrimonio histórico enorme. Somos pobres, pero podemos ofrecer mucho. Clima Los mejores meses para visitar Damasco son abril, mayo y junio, cuando la temperatura aún es más o menos suave y no alcanza los 36 grados promedio de julio y agosto. De todos modos, nunca hay que olvidarse de ir provisto de amplias y cómodas vestimentas de algodón.
Posted on: Sun, 01 Sep 2013 00:56:54 +0000

Trending Topics



Recently Viewed Topics




© 2015