Testimonio de Blanca Luz Brum “Estaba radicada en Buenos - TopicsExpress



          

Testimonio de Blanca Luz Brum “Estaba radicada en Buenos Aires, y como mujer latinoamericana de avanzada, situada al lado del peronismo, cuando, junto con mis amigos, nos enteramos que Perón había caído y que un grupo de oficiales subalternos se había apersonado en la casa de la calle Posadas para exigirle su rendición. Supimos también que el general se había negado y que esos oficiales tuvieron que retirarse. Todo eso lo conocíamos por fragmentos, a medias; hay que imaginar el momento de confusión revolucionaria que se vivía. Como yo trabajaba en Informaciones y Prensa de Casa de Gobierno, mis compañeros iban y venían con noticias y yo las recibía al instante. Me ocupaba de la parte latinoamericana, que a Perón siempre le interesó mucho porque la revolución peronista –justicialista para ser más exacta- era de una proyección continental que no tuvieron otros movimientos. “A medida que caía la tarde las cosas se fueron aclarando y nos organizamos, aprestándonos como un ejército frente a otro ejército. Supimos que a Perón lo llevaban a Martín García; y corría la voz de que iba a ser fusilado. Informaciones de todo tipo llegaban, mientras tanto, a través del brigadier Nicolás Luis Ríos o del coronel Perrotta, y también de dirigentes gremiales como El Negro Montes de Oca (metalúrgico), Bianchi (del gremio de la carne), Andreotti, Cipriano Reyes (también del gremio de la carne) y de periodistas como Eduardo Pacheco y César Lomito. Comenzamos a planear la liberación de Perón. “Yo había estado casada con David Alfaro Sequeiros, un pintor admirable y un revolucionario también admirable, y junto a él no sólo aprendí pintura sino también algunos manejos en cuanto a cuestiones revolucionarias, y sabía que existía para la clase obrera un arma poderosa: la huelga general. No fue difícil prepararla; empezaron a llegar emisarios del interior, hicimos contacto con ellos, tomamos algunos departamentos (el mío en Rodríguez Peña al 1500, era muy femenino, muy agradable, pero no obstante rebosaba de armas; el portero Marcelo, peronista como todos los porteros de Buenos Aires, vigilaba los movimientos del edificio). Los militares no veían muy bien estas cosas; inclusive nos mandaron decir casi en vísperas del 17 que al salir el pueblo a la calle sacara los pañuelos blancos en señal de rendición, porque no estaban seguros de la forma en que reaccionaría el Ejército. Y tuve el honor de ser yo la que transmitiera la contestación de los obreros a los militares: Fue: ‘que mañana abran los arsenales, porque nosotros tomaremos las armas’. Esa respuesta la entregué a los edecanes –Uriondo, Perrota, Palazuelo- que tenían contactos en las Fuerzas Armadas. “Así las cosas, llegó el 17 de octubre. Manteníamos una clave para comunicarnos entre los departamentos; por ejemplo, llamábamos 4 veces y decíamos luego ‘Aquí el Museo de Bellas Artes’. A mí me asignaron la misión de integrar un comando que vigilaba el movimiento de barcos desde y hacia la isla Martín García. Teníamos también algunos compañeros marinos, al fin hijos del pueblo, que estaban en naves surtas en las proximidades de la costa y nos transmitían las novedades. Fue una sorpresa escalofriante cuando llegué a las inmediaciones del río y me topé con un escuadrón de la policía montada, integrado por tipos sumamente negros, con pelos negros, con uniformes negros y con los caballos relucientes; un espectáculo digno de Violeta Parra. “Del otro lado del río, en el límite de Avellaneda, la muchedumbre peronista gritando que levantaran los puentes, componía un cuadro formidable. Hacia el mediodía se produjo un hecho inesperado y extraordinario que, tal vez, ni el mismo Perón conozca: esa muchedumbre, cansada de esperar, se tiró al riacho para cruzarlo a nado. Yo buscaba desesperadamente la cara del oficial que comandaba el pelotón porque, según informes, la policía debía estar al lado del pueblo; pero no pude ubicarlo. De repente, este hombre desenfundó el sable y gritó ‘¡Viva Perón!’; luego el escuadrón hizo lo mismo y sus hombres gritaron: ‘¡Viva Perón!’ Agregó el jefe del pelotón: ‘Bajen el puente para que pase el pueblo’. Así pasó la gente, y la policía del general Velazco entró en la ciudad escoltando a la masa peronista de Avellaneda y Berisso. “Después me integré a la muchedumbre que avanzaba por la ciudad y, ya cerca del centro, entré en una librería abierta para comprar tizas. Entregué centenares de tizas al pueblo y empezamos a dar consignas que se escribían por todos lados. De pronto alguien dibujaba una caricatura de Perón y era tal la mística que ya no se pisaba ese pedazo de calle. ‘Por aquí pasó el pueblo’, se escribía, y no se rompió un vidrio; pedían permiso a los automovilistas para escribir el nombre de Perón en los cristales de los coches; los conductores accedían y se quedaban aplaudiendo. No hubo un solo acto de violencia. Se nos dijo que lo llevarían a un hospital militar y hacia allí nos dirigimos, pero a las tres de la tarde nos trasladamos a Plaza de Mayo. A las seis de la tarde la concentración era imponente. Al caer la noche empezaron a confeccionarse antorchas y, no puedo precisar la hora, hacia las siete u ocho apareció en el balcón de la Casa de Gobierno. Así volvió él al poder y yo a mi casa.”
Posted on: Thu, 17 Oct 2013 21:11:23 +0000

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