Texto de Jostein Gaarder. Israel No pretendo competir con tu - TopicsExpress



          

Texto de Jostein Gaarder. Israel No pretendo competir con tu profesor de religión, querido amigo; no obstante conviene hacer un breve resumen de los antecedentes judíos del cristianismo. Todo empezó cuando Dios creó el mundo. En las primeras páginas de la Biblia se habla de esta Creación. Pero más tarde los hombres se rebelaron contra Dios. El castigo no fue sólo la expulsión de Adán y Eva del jardín del Edén, sino también la entrada de la muerte en el mundo. La desobediencia de los hombres a Dios atraviesa como un hilo rojo toda la Biblia. Si seguimos leyendo el Génesis nos enteramos del Diluvio y del Arca de Noé. Luego leemos que Dios estableció un pacto con Abraham y su estirpe. Según este pacto, Abraham y su estirpe cumplirían los mandamientos de Dios, y a cambio Dios se comprometía a proteger a los descendientes de Abraham. Este pacto fue renovado cuando Moisés recibió las Tablas de la Ley en el monte Sinaí. Esto ocurrió alrededor de 1. 200 años a. de C. Para entonces los israelitas llevaban mucho tiempo de esclavitud en Egipto, pero mediante la ayuda de Dios el pueblo pudo volver a Israel. Alrededor del año l000 a. de C., es decir, mucho antes de la existencia de ninguna filosofía griega, oímos hablar de tres grandes reyes en Israel. El primero fue Saúl, luego vino David y tras él, el rey Salomón. Todo Israel estaba entonces unido en una sola monarquía, y vivió, particularmente bajo el reinado del rey David, una época de grandeza política, militar y cultural. En su investidura los reyes eran ungidos por el pueblo obteniendo el título de Mesías, que significaba el ungido. En el contexto religioso los reyes eran considerados intermediarios entre Dios y el pueblo. A los reyes se les llamaba, por tanto, hijos de Dios, y el país podía, entonces, llamarse “reino de Dios”. Pero Israel no tardó mucho en debilitarse, y pronto se dividió en un reino norte (Israel) y un reino sur (Judea). En el año 722 el reino norte fue invadido por los asirios y perdió toda importancia política y religiosa. No les fue mejor a los del reino del sur que fue conquistado por los babilonios en el año 586. El templo quedó destruido y gran parte del pueblo fue conducido Babilonia. Esta “prisión babilónica” duró hasta el año 539, en que el pueblo pudo volver a Jerusalén para reconstruir su gran templo. No obstante, durante la época anterior a nuestra era, los judíos estuvieron constantemente bajo dominio extranjero. Los judíos se preguntaban por qué se había disuelto el reino de David y por qué su pueblo estaba siempre sometido a tantas desgracias si Dios había prometido proteger a Israel. Pero el pueblo, por su parte, había prometido cumplir los mandamientos de Dios. Poco a poco se iba extendiendo la creencia de que Dios estaba castigando a Israel por su desobediencia. Desde aproximadamente el año 750 a. d. C. surgieron una serie de profetas que predicaron el castigo de Dios a Israel porque el pueblo no cumplía los mandamientos del Señor. Un día Dios juzgaría a Israel, decían. A esta clase de predicaciones las llamamos profecías del juicio final. Pronto surgieron también profetas que decían que Dios salvaría a una pequeña parte del pueblo y enviaría a un «príncipe de la paz» o un rey de la paz de la estirpe de David para que restituyera el antiguo reino de David. De esa manera el pueblo tendría un futuro feliz. «Este pueblo que camina en la oscuridad verá una gran luz», dijo el profeta Isaías. «Y sobre aquellos que habitan el país de las sombras, la luz brotará a rayos.» A este tipo de profecías las llamamos profecías de salvación. Para ser más preciso: el pueblo de Israel vivió feliz bajo el rey David. Conforme las cosas empeoraban para los israelitas, los profetas predicaban la llegada de un nuevo rey de la estirpe de David. Este «Mesías» o «Hijo de Dios» salvaría al pueblo, reconstruiría Israel como gran potencia y fundaría un «reino de Dios». Jesús Bueno, amigo. Supongo que me sigues todavía. Las palabras clave son «Mesías», «Hijo de Dios», «salvación» y «reino de Dios». Al principio todo esto se interpretó en un sentido político. También en la época de Jesús había mucha gente que se imaginaba que llegaría un nuevo «Mesías» en forma de líder político, militar y religioso, del mismo calibre que el rey David. Este «salvador» se concebía como un liberador nacional que acabaría con los sufrimientos de los judíos bajo el dominio romano. Pues sí, muchos pensaban así, pero también había gente con un horizonte un poco más amplio. Durante varios siglos antes de Cristo habían ido surgiendo profetas que pensaban que el «Mesías» prometido sería el salvador del mundo entero. No sólo salvaría del yugo a los israelitas, sino que además salvaría a todos los hombres del pecado, de la culpa y de la muerte. La esperanza de una “salvación”, en este sentido de la palabra, se había extendido ya por toda la región helenística. Y llega Jesús. No fue el único que se presentó como el Mesías prometido. También Jesús utiliza las palabras «Hijo de Dios», «reino de Dios», «Mesías» y «salvación». De esta manera conectaba siempre con las antiguas profecías. Entra en Jerusalén montado en un asno y se deja vitorear por las masas como el salvador del pueblo. De esta manera alude directamente al modo en que fueron instaurados en el trono los antiguos reyes, mediante un típico rito de «subida al trono». También se deja ungir por el pueblo. “Ha llegado la hora”, dice. «El reino de Dios está próximo.” Todo esto es muy importante. Ahora debes seguirme muy de cerca: Jesús se distinguía de otro mesías en el sentido de que dejó muy claro que no era ningún rebelde militar o político. Su misión era mucho más importante. Predicó la salvación y el perdón de Dios para todos los hombres. Y decía a las gentes con las que se encontraba: «Te absuelvo de tus pecados» Resultaba bastante inaudito en aquellos tiempos repartir la absolución de esa manera. Más escandaloso aún era que llamara «padre» (Abba) a Dios. Esto era algo totalmente nuevo entre los judíos en la época de Jesús. Por eso tampoco tardaron mucho en levantarse entre los letrados protestas contra él. Al cabo de algún tiempo iniciaron los preparativos para que fuera ejecutado. Precisando más: mucha gente en la época de Jesús esperaba la llegada con gran ostentación (es decir, con espadas y lanzas) de un Mesías que reinstauraría el «reino de Dios». La expresión «reino de Dios» también se repite en toda la predicación de Jesús, aunque en un sentido muy amplio. Jesús dijo que el «reino de Dios» es amor al prójimo, preocupación por los débiles y los pobres y perdón para los que han ido por mal camino. Se trata de un importante cambio del significado de una expresión vieja y medio militar. El pueblo andaba esperando a un general que pronto proclamaría un «reino de Dios». Y llega Jesús, vestido con túnica y sandalias, diciendo que el «reino de Dios», o el “nuevo pacto”, significan que debes amar al prójimo como a ti mismo. Y hay más: dijo además que debemos amar a nuestros enemigos. Cuando nos golpean, no debemos devolver el golpe, qué va, debemos «poner la otra mejilla». «Y debemos perdonar, no siete veces, sino setenta veces siete». Con su propio ejemplo Jesús demostró que no se debía dar la espalda a prostitutas, aduaneros corruptos y enemigos políticos del pueblo. Y fue aún más lejos: dijo que un sinvergüenza que ha despilfarrado toda la herencia paterna, o un dudoso aduanero que ha cometido fraude, es justo ante Dios si se dirige a él y le pide perdón; tan generoso es Dios en su misericordia. Pero, ¿sabes?, aún fue un poco más lejos, aunque no te lo vayas a creer: Jesús dijo que esos «pecadores» son más justos ante Dios, y por ello más merecedores del perdón de Dios que los irreprochables fariseos y «ciudadanos de seda» que andaban por la vida tan orgullosos de su irreprochabilidad. Jesús subrayó que ningún hombre puede hacerse merecedor de la misericordia de Dios por sí mismo. No podemos salvarnos a nosotros mismos. (¡Muchos griegos pensaban que eso era posible!) Cuando Jesús predica las severas exigencias éticas en el Sermón de la Montaña, no lo hace sólo para mostrar lo que es la voluntad de Dios, sino también para mostrarnos que ningún hombre es justo ante Dios. La misericordia de Dios no tiene límites, pero es preciso que nos dirijamos a Dios suplicando su perdón. Dejo a tu profesor de religión profundizar en el personaje de Jesús y en sus palabras. Tu profesor tiene una enorme tarea. Espero que logre haceros comprender qué persona tan especial era Jesús. Utiliza genialmente el lenguaje de la época, llenando a la vez de nuevo y más amplio contenido las viejas consignas. No es de extrañar que acabara en la cruz. Su mensaje radical de salvación rompía con tantos intereses y posiciones de poder que fue necesario quitarlo de en medio. Al hablar de Sócrates vimos lo peligroso que puede resultar apelar a la sensatez de las personas. En Jesús vemos lo peligroso que puede resultar exigir un incondicional amor al prójimo y un igualmente incondicional perdón. Incluso en nuestros días vemos cómo tiemblan los cimientos de ciertos Estados poderosos cuando se encuentran ante sencillas exigencias de paz, amor, alimento para los pobres y perdón para los enemigos del Estado. Acuérdate de lo indignado que estaba Platón por que el hombre más justo de Atenas tuviera que pagar con su vida. Según el cristianismo, Jesús era la persona más justa que jamás había existido. Según el cristianismo murió por los hombres. Es lo que se suele llamar la “muerte redentora” de Jesús. Él fue el «servidor que padeció», que asumió la culpa de todos los hombres para que pudiéramos reconciliarnos con Dios y salvarnos de su castigo.
Posted on: Thu, 31 Oct 2013 11:23:03 +0000

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