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Toda la celebración de hoy tiene un color de victoria y de esperanza que nos va muy bien. En medio de un mundo sin demasiadas perspectivas y falto de buenas noticias, los cristianos celebramos la victoria de María, la Madre de Jesús y de la Iglesia, y nos dejamos contagiar de su alegría. Esta es una de las fiestas más populares de la Virgen y en muchos sitios se celebra como "fiesta mayor". Los cantos, las moniciones, la homilía y, sobre todo, la proclamación de las oraciones y de las lecturas, deben expresar la admiración por la obra que Dios ha hecho en Nuestra Señora y lo que esto supone de esperanza para la comunidad cristiana. (Aquí comentamos, directamente, las lecturas del día, y no las de la vigilia). - VICTORIA EN TRES TIEMPOS La fiesta de hoy se puede decir que tiene tres niveles. La victoria de Jesús. Cristo Resucitado, tal como nos lo presenta Pablo, es el punto culminante de la Historia de la Salvación. Él es la "primicia", el primero que triunfa plenamente de la muerte y del mal, pasando a la nueva existencia. El segundo y definitivo Adán que corrige la obra del primero. Si él es "la primicia", señal que hay otros que le siguen en su destino glorioso. La Virgen María, como la mejor cristiana, como la primera salvada por Cristo, participa ya de la Pascua de su Hijo. Como definió el papa Pío XII en 1950, ella, después de recorrer el camino de esta vida, fue elevada al cielo en cuerpo y alma. La que supo decir su "sí" radical a Dios, que creyó y fue plenamente obediente en su vida ("hágase en mí según tu Palabra"), ha sido glorificada, como primer fruto de la Pascua y asociada a la victoria de su Hijo. En verdad, el Señor "ha hecho obras grandes" en ella. Pero la fiesta de hoy proyecta sobre nosotros el triunfo de Cristo y de su Madre. María, como miembro entrañable de la Iglesia, y en cierto modo de toda la familia humana, condensa en sí misma nuestro destino. Su "sí" a Dios y el "sí" pleno de Dios a ella, glorificándola, pertenecen de algún modo a la Iglesia y a toda la humanidad. Nos señalan el destino que Dios nos prepara a todos. Al celebrar la victoria de María, celebramos nuestra propia esperanza, porque, como diremos en el prefacio, "ella es figura y primicia de la Iglesia, que un día será glorificada; ella es consuelo y esperanza de tu pueblo, todavía peregrino en la tierra". - INVITACIÓN A LA ESPERANZA La Mujer del Apocalipsis, aunque directamente sea la Iglesia misma, representa también de modo eminente a la Virgen María, la Madre del Mesías y el auxilio constante contra todos los "dragones" que luchan contra la Iglesia, que sigue siendo una comunidad en marcha, en lucha constante contra el mal. Los tiempos que vivimos son difíciles. El evangelio de Jesús no sólo no es apreciado, sino muchas veces explícitamente marginado o perseguido. Pero hoy, mirando a la Virgen, celebramos un final de victoria. La Asunción nos demuestra que el plan salvador de Dios se cumplirá, no sólo en Cristo y en su Madre, sino en toda la Iglesia. Esta fiesta es una acto de fe en que es posible esta salvación definitiva. Y así se convierte en una respuesta a los pesimistas y a los perezosos, o a los materialistas y secularizados que no ven más que los valores económicos o humanos. Algo está presente en este mundo, que trasciende nuestras fuerzas y que lleva más allá. La meta del hombre es la glorificación en Cristo y con Cristo. Todo él, cuerpo y alma, está destinado a la vida. Ésa es la dignidad y el futuro de todo hombre. En la misa de hoy pedimos que también a nosotros, como a María, nos conceda Dios que "lleguemos a participar con ella de su misma gloria en el cielo". Estamos celebrando nuestro propio futuro, realizado ya en una de nuestra familia, la Virgen María. La de hoy es una fiesta de final feliz de un amor y de una fidelidad mutua entre Dios y María, entre Dios y nosotros. - NUESTRO MAGNIFICAT, LA EUCARISTÍA Los domingos, y también en otros días como el de hoy que la Iglesia considera muy importantes, la comunidad cristiana se reúne y entona a Dios su alabanza y su acción de gracias. Como Isabel, dedicamos nuestra alabanza a María, porque ha creído. Y como la Virgen, entonamos, sobre todo en la plegaria eucarística, nuestra alegría y admiración por lo que Dios hace. Es nuestra respuesta a Dios, nuestro "Magníficat" continuado. Pero no sólo damos gracias, sino que en la Eucaristía participamos del mismo misterio pascual, la muerte y resurrección de Cristo, del que la Virgen participó ya en cuerpo y alma. Así, en cada Eucaristía, recibimos el inicio y la garantía de nuestra propia Asunción. Por nuestra fe en Cristo, por nuestra participación en sus sacramentos y por nuestro seguimiento de su estilo de vida, estamos caminando en la dirección justa para poder participar de la misma victoria que hoy recordamos de la Virgen María. Lo dijo Jesús: "Quien cree en mi tendrá la vida eterna; quien come mi Carne y bebe mi Sangre, tendrá la vida eterna, y yo le resucitaré el último día".
Posted on: Tue, 13 Aug 2013 08:26:13 +0000

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