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Transito La Transito Soto que conocen los que leen era un personaje del libro “La casa de los Espíritus”. A pesar de que sus apariciones son esporádicas, resulta ser clave en el desenlace, ya que ella resulta ser la mujer más poderosa del país, la más honesta y digna, ella cumplía sus promesas. La Transito que yo conocí nunca fue una mujer poderosa. Cuando tenía 11 años participaba con mi mamá como voluntaria en CARITAS. Esta organización en mi barrio hizo milagros en aquella época. Las necesidades que sufríamos todos por igual, sembró la solidaridad entre todos los vecinos de una manera que hasta el día de hoy sigue vigente. Asistíamos a más de 300 familias numerosas, y de lunes a viernes repartíamos viandas (que equivalían el almuerzo y la cena con postre y pan) a 60 abuelos. Con mi mamá, íbamos en bicicleta y les llevábamos a sus casas a los que les quedaba lejos o a los que ya no se podían movilizar. Así conocí a Transito. Vivía a 2 cuadras de mi casa, en una habitación sin puertas ni ventanas. Era una cueva que en la entrada tenía una cortina. Tenía solo una cama, 2 silla y una cocina a la que no le funcionaban las hornallas pero si el horno, que le servía como estufa en los duros días de invierno. Como única compañía tenía 3 gatos: _ “Son mi bolsa de agua caliente, mis amiguitos y mi cobija”_ me dijo una vez, con una mirada tierna pero triste, con una sonrisa casi desdentada. Todos en la “casita” (donde teníamos caritas) sabíamos eso, asique le dábamos dos porciones extras para que pudieran comer con ella bigote, manchitas y pelusa. Su piecita estaba tras unas rejas, pero delante de una enorme casa, bonita, con la que compartía el patio. En esa casa vivía su único hijo, que la tenía ahí, a un lado, solo para ahorrarse la plata del geriátrico y la de una enfermera. La verdad es que nunca tuvo familia, siempre fue ella sola. Con mi papá, un día, le alcanzamos, una estufa eléctrica, una bolsa de agua caliente, un pequeño termo, yerba, azúcar, té, galletas y un par de mantas: _ ¡Gracias!_ nos respondió en un susurro. A través de Transito, conocí lo cruel que puede ser la vida, la vejez, la pobreza. Yo también era pobre, pero me sentía vergonzosamente afortunada de tener a mi familia. Éramos mi papá, mi mamá y yo, pero no necesitaba nada más. Titi, como le decían años atrás, fue viuda a los pocos años de casarse, se había pasado trabajando toda su vida fuera de su casa como empleada doméstica para que no le faltara nada a su único niño, y cuando regreso a descansar su vejez, se dio cuenta que ya no tenía nada. Para su hijo era una desconocida, para su nuera era una molestia, para sus nietas era una vieja chota. Su jubilación en aquella época era de $120. No le alcanzaba para los remedios que no le conseguían dar en la salita, ya casi no se podía mover por su reumatismo y las cataratas inundaban cada vez más sus tiernos ojos. Con los años, la casita ya no podía costear los gastos de las viandas, por más cartas que mandáramos al gobierno pidiendo ayuda económica, por más firmas que juntamos, nunca nos respondieron. Así, los abuelitos después de 3 años, dejaron de recibir sus viandas. Por lo visto los viejos no cuentan, hasta que se acuerdan que ellos aún pueden votar. A Transito le seguimos llevando su vianda, para ella y sus gatitos, que jamás la dejaron sola. En mi casa no cocinábamos solo para 3. Ella también era nuestra familia. Un día, ella no me abrió. Pensé que había ido al médico. Regrese 3 veces más, y nada. Al otro día, nada. Preocupada fui en busca de mi papá. Después de romper las rejas, mi viejo mi pidió que llamara una ambulancia. Ella estaba muy débil. Falleció a los 2 días después, cuidada por nosotros. El funeral corrió por cuenta del barrio. Sus últimos días, jamás estuvo sola. Su niño nunca apareció. Al mes de la muerte de Transito, vendió la casa, y todas las cosas de su mamá terminaron en la basura. Bigote, manchitas y pelusa, desaparecieron el mismo día que ella falleció. Todos los buscamos, creo que se fueron tras ella. Transito me decía: “cuando era niña, el mundo me parecía mágico, pero a medida que iba creciendo ese mundo mágico se iba destiñendo. Los años que he llevado acá encerrada, los he pasado llorando, rezando, rogando por un poco de piedad; quería que mis días se acabaran, pero no quería terminar sola. Trabaje toda mi vida, sacrifique todo por amor a mi hijo, para que nada le faltara, para que estudiara y no terminara con las manos callosas y con yagas como yo. ¿Qué había hecho mal como para merecer que mi propia familia me tratara con asco, peor que a un perro? Yo lloraba, lloraba y lloraba. No había vivido nada, y ahora nada tenía. Mi niña, estudia, lucha, pelea, grita, llora y patalea. Reí hasta que te duela la pansa, ama hasta que sientas que el pecho te va a estallar de alegría. Jamás te quedes con los brazos cruzados, nunca dejes de mirar a los lados. No te encierres, viví, porque el mundo si es mágico, si nosotros lo hacemos mágico.” Transito Soto fue una mujer poderosa, pero ficticia. Mí Transito no era poderosa, pero era sabia y real. Fin. Por Patito Maineri Caniuñir!!!!
Posted on: Mon, 30 Sep 2013 19:01:01 +0000

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