Título: El Cura Hidalgo de rodillas Autor: Salvador Abascal - TopicsExpress



          

Título: El Cura Hidalgo de rodillas Autor: Salvador Abascal Infante Editorial Tradición 1996. Publicado aquí con el consentimiento expreso del autor. Imágenes y comentarios añadidos. Miguel Hidalgo «El cura Hidalgo que Schulemburg imaginó… ese no existió» En El Universal del 26 de junio de este año [1996] declaró Mons. Schulemburg textualmente: «Todos sabemos y entendemos por qué el que inició la independencia empuñó la imagen de la Guadalupana». Que esto «no fue fortuito», porque «Ella es símbolo de unidad, de paz, amor y justicia». Que: «Por eso no debemos dejar que fuerzas raras o extrañas nos quiten a la Virgen de Guadalupe, que es lo más importante para este país». Añadió que: «Santa María de Guadalupe siempre ha trabajado por el bienestar de nuestra ciudad, de los pueblos y de toda la nación». Finalmente, «reveló que se siente tranquilo, en paz y muy saludable», sin agregar el cristiano «gracias a Dios». O sea que, ¿gracias al burgués golf?, no tiene para cuando renunciar, no obstante que no cree ni en que Juan Diego haya existido ni en que la sacratísima pintura de la Guadalupana sea celestial. Cree que es ella una imagen de la Virgen como cualquiera otra, y que vale por el culto que se le rinde desde hace 4 siglos y medio: garrafales errores que refuté en La Hoja de Combate de Junio. Tan ignorante en la historia de Juan Diego y de la dicha Pintura es Mons. Schulemburg como en la historia del a vida y de la revolución del Cura don Miguel Hidalgo y Costilla. Desde luego ignora que esa revuelta, muy mal pensada, y su desarrollo, desastroso, no constituyen una iniciación de la independencia de México, sino precisamente lo contrario: su retraso, y con terribles consecuencias que aún no se han superado. Porque no izó Hidalgo la imagen de la Guadalupana como insignia de «unidad, de paz, amor y justicia», sino como bandera de odio y exterminio. El verdadero Hidalgo y Costilla Gallaga y Villaseñor era criollo puro por los cuatro costados, con una mezcla de los más distintos temperamentos españoles, predominando, culpablemente, por falta de ejercicio de dominio de las pasiones, más que la impetuosidad, que en un verdadero carácter es serena y dueña de sí misma -y tanto más cuánto mayor es el peligro-, el atolondramiento más desquiciado. Sólo el más rotundo fracaso, más que el de la nación, el muy personal, y la certeza de que va a ser fusilado y de que comparecerá en tal minuto y tal segundo, sin el menor retraso, ante el Tribunal de Dios, lo harán reflexionar, lo equilibrarán y salvarán. ¡Providencial pena de muerte decretada, conminada y ejecutada sin dilaciones! ☧ Miguel nace en la Hacienda de San Diego Corralejo, al oeste de Cuitzeo, al noroeste de Pénjamo, el 8 de mayo de 1753. Y se le bautiza en Cuitzeo de los Naranjos -no de fulano o zutano-, con el nombre de Miguel Gregorio, Antonio Ignacio. Cuitzeo significa «donde abundan los zorrillos». Y Miguel Hidalgo será, no un apestoso zorrillo más, sino un atildado “zorro” -de gallinas de ampona falda talar seductor-, como se le calificará desde que sea afortunado estudiante en el Colegio de San Nicolás de Valladolid. Aunque no será tan zorro que no se le eche de ver. Terminada por su propio violento padre su instrucción primaria en el bello y apacible Corralejo, aquél lo llevó al Colegio jesuita de San Francisco Javier de Valladolid. Antes de cumplir él los 9 años murió su dulce y agobiada madre doña María Gallaga y Villaseñor de Hidalgo y Costilla, el 15 de abril de 1762. Pasó luego una temporadita -mientras se le soportó- con su tía María Costilla, de fuerte genio, en la Hacienda de La Junta de los Ríos, poblada de naranjos y otros árboles frutales y de innumerables pajaritos. Desgraciadamente, los Jesuitas son expulsados en junio de 1767: magistral golpe masónico para ir poniendo en el Imperio Hispano-Indio la base de la total secularización de la sociedad: el laicismo escolar. A la sazón Miguel tiene 14 años, un mes y diecisiete días. Su maestro el Padre Don José Antonio Borda no alcanzó a ayudarle a encauzar su carácter, demasiado extravertido y sensual, y por sensual y extravertido, violento, y astuto cuando le era conveniente serlo, sobre todo ante situaciones que por su edad no le era fácil dominar, ansiándolo. Seguramente oyó casi secretas y duras críticas de la gente sencilla por la inicua expulsión. Y tuvo conocimiento de las amenazas del Virrey Marqués de Croix: «Me veré obligado a usar del último rigor y de ejecución militar contra los que en público o secreto hicieren con este motivo conversaciones, juntas, asambleas, corrillos o discursos, de palabra o por escrito, pues de una vez para lo venidero deben saber los súbditos del gran monarca que ocupa el trono de España que nacieron para callar y obedecer, y no para discutir ni opinar en los altos asuntos del gobierno». Alumno del Colegio de San Nicolás en 1768, allí tuvo que oír lo mismo a los partidarios de los Jesuitas que a sus detractores, que no eran pocos ni tibios. Y supo también, sin cifras exactas, de la cantidad de indígenas ahorcados -85-, azotados -73-, enviados a presidio por distintos periodos -674-, y exiliados de sus pueblos, dentro de la Nueva España -117-: en total 949 castigados, no por motivos de verdadera insurrección, sino de simple protesta aunque airada. Sin embargo, con el transcurso de los años y sin atentados del gobierno contra el régimen político-social de protección de los pueblos indígenas, dueños de sus tierras de labor y de sus ejidos, vuelve la calma a los espíritus y se rehace o se consolida el amor de los mismos indígenas a la monarquía y al Rey en cuanto tal, sin que vaya a sufrir mengua por el cautiverio, en poder de Napoleón, de Carlos IV y de Fernando, que será “el Deseado“, sinceramente “deseado“. Inteligente, muy inteligente, y estudioso, Miguel «ocupó invariablemente el primer lugar en sus clases». (Substituciones de Cátedras y lugares del Colegio de San Nicolás, de 1724 a 1830: publicación del Archivo General de la Nación, sept.-oct. de 1930.) Desgraciadamente, el criterio de los maestros de Hidalgo no era el criterio tomista, sino lleno de dudas y de soluciones a medias, cuando no francamente erróneas, contagiado y teñido de jansenismo y filosofismo, herético maridaje del siglo XVIII. Inducido por un condiscípulo libertino, con quien trabó íntima y “escandalosa” amistad, «mantuvo una comunicación escandalosa en Valladolid», y una noche se salió del Colegio «por una ventana de una capilla» (textos citados por don Ezequiel A. Chávez en su Hidalgo, p. 17), por lo cual se le expulsó. Todo lo cual significa que desde muchacho fue un cínico mujeriego. Nada más. Y digo que nada más para que no se piense de él algo peor. Era, como entonces se decía, un “calavera“. Y lo será toda su vida. Pero, ambicioso, logró graduarse de Bachiller en Artes en la Universidad de México, el 30 de marzo de 1770, teniendo sólo 16 años, 10 meses, 22 días; y de nuevo en México habiendo cumplido sus 20 años, gallardamente se gradúa de Bachiller en Teología el 24 de mayo de 1773. Y siguió estudiando, sostenido por su padre -que vuelve a casarse en 1775- hasta «poder hablar y escribir no sólo en latín y castellano, sino también en francés y aun en otomí, mexicano y tarasco». (Ezequiel A. Chávez, basándose en el Dr. De la Fuente y en Don Lucas Alamán.) Olvidado su pasado de estudiante, tuvo a su cargo en el Colegio de San Nicolás un curso completo de Artes, del 18 de octubre de 1779 al 14 de febrero de 1782. Desgraciadamente, sin vocación sacerdotal, sin pensarlo, por atolondrado, consigue ser ordenado presbítero en 1778 o 1779, a los 25 o 26 años de edad. En agosto de 1782 consiguió, como substituto, la cátedra de Prima de Teología, que desempeñó también en 1783. Luego, catedrático propietario de Teología Escolástica desde marzo de 1787, este mismo año y los dos siguientes fue Vicerrector, Secretario y Tesorero del Colegio. Y en 1790 obtuvo además la cátedra de Moral y la Rectoría del Colegio. En 1784 había presentado, en un concurso abierto por el Deán de la Catedral de Valladolid, una disertación «sobre el verdadero método de estudiar Teología Escolástica», en la que, sin siquiera elegancia literaria, desbarra lamentablemente, afirmando que la Teología escolástica, fundada «en las formas substanciales y accidentales de Aristóteles», no había producido más que perniciosos efectos en las escuelas y en el seno de la Iglesia. Superficial, es amigo de lo nuevo, creyendo que por nuevo constituye un verdadero progreso. Pero ¿por qué tiene que renunciar a la Rectoría del Colegio de San Nicolás y aceptar el curato de Colima, a la sazón de última categoría? Por dos delitos: desordenado en el manejo del dinero, sale desfalcado en sus cuentas de Rector ¿por jugarlo a la baraja con cierta frecuencia?, porque este vicio tenía; y se le abre el correspondiente proceso, más un proceso de “vita et moribus” en la Curia diocesana. Era un sacerdote abarraganado, pues acababa de tener dos hijos, uno tras otro, un niño y una niña, de doña María Manuela Ramona Pichardo. No eran cuates; luego años tenía de mantener un amor sacrílego con una señora de la sociedad de Valladolid. El escándalo era mayúsculo. La niña, Agustina, casaría con el famoso guerrillero Encarnación Ortiz, El Pachón, y el niño, Luis Mariano, llegó a ser Teniente Coronel. Sale de Valladolid a fines de 1791, y toma posesión del curato de Colima el 24 de marzo de 1792. Compra una casa para vivir en ella; pero el 22 de noviembre deja el curato, regala su casa al Ayuntamiento del lugar y se vuelve a Valladolid. ¿La regala por no poder venderla? ¿O para hacer méritos? ¿Por desprenderse de él? fray Antonio de San Miguel, Obispo de Michoacán, logra que el Rey nombre a don Miguel párroco de San Felipe Torres Mochas, importante curato del cual toma posesión el agraciado el 24 de enero de 1793. Iba a cumplir 40 años. Diez años y diez y medio meses después transcurrieron de frecuentes viajes a lugares más o menos cercanos, y sobre todo de bailes y diversiones como la representación de comedias por el Cura escogidas, entre las cuales destacó El Tartufo de Molière, por el propio Cura traducida del francés. El meollo del Tartufo está en la siguiente conversación. Eldemira le pregunta a Tartufo: «Pero ¿cómo consentir en lo queréis, sin ofender al Cielo, del que a todas horas habláis…? A lo cual responde Tartufo: «Yo puedo disipar esos temores ridículos, señora: el cielo prohíbe en efecto ciertos goces; pero se hacen con él componendas, según las diversas necesidades en que uno se encuentra; hay una ciencia que permite aflojar los lazos de nuestra conciencia, con la pureza de nuestra intención; de esos secretos, señora, sabré instruiros; contentad mi deseo y no tengáis espanto; os respondo de todo: que caiga sobre mí el mal… En fin, vuestros escrúpulos son fáciles de destruir: os aseguro que habrá secreto absoluto; el mal no está nunca más que en el ruido que de él se hace: el escándalo del mundo es lo que hace la ofensa; no es pecar, pecar sin que nadie lo sepa». ¿En cuál o en quiénes de las invitadas a las representaciones de la comedia había puesto los ojos nuestro Tartufo? Cuando menos a una conquistó. Luego lo veremos. En 1800 es invitado para ir a la fiesta de la Pascua de Resurrección a Tajimaroa -la actual Ciudad Hidalgo (!)-, y durante el almuerzo con el cura del lugar y con otros sacerdotes huéspedes, despotrica de manera burlona e irreverente, por lo cual se le acusa de hereje ante la Inquisición, pero él se disculpa diciendo que sólo había tratado de burlarse de uno de ellos, y como entre los testigos llamados a declarar, tanto de Tajimaroa como de Zitácuaro, Irimbo, San Luis Potosí, Querétaro, San Miguel, Puebla y otros lugares, algunos le fueron favorables, quedó pendiente el asunto, que más tarde se reabrirá. Sintiéndose plenamente libre en su curato de San Felipe Torres Mochas, sus bailes, representaciones teatrales y tertulias los amenizaba no sólo con sus juegos de baraja de apuesta sino con libres pláticas sobre «la libertad francesa» y contra «el despotismo del gobierno monárquico», y por todo ello se hizo famoso el curato, aun en lugares lejanos, con el nombre de Francia Chiquita. Y don Miguel llegó a pensar en que sería bueno intentar la libertad de la América, que debía dejar de ser Hispana, con procedimientos tomados de la Revolución francesa, sin importarle, o sin saber, que ni en lo que hubiera podido tener la razón había ella obrado de manera razonable, según juicio exacto de Andrés Chénier, el gran poeta greco-francés que es degollado sólo por decir verdades como esta, lo cual fue, según él mismo predijera, un deseado premio, pues también había escrito en un periódico: «si triunfan esas gentes, más valdrá ser ahorcado por ellas que ser su amigo». (Saint Beuve, Los Grandes Testigos de la Revolución Francesa.) Quizá no se reconocía en la Nueva España el dato exacto de que la Revolución francesa había costado más de 4 millones de víctimas en menos de 5 años, porque primeramente en la sola Francia se mataba lo mismo por odio que por envidia y por miedo, y luego por odios recíprocos con el resto de Europa; pero bien se sabía que aquello había sido una espantosa hecatombe, más infernal que las antaño ejecutadas por Gengis Kan, por Tamerlán y otros bárbaros. La bella y florida Francia había sido convertida en un Charco de sangre. Y tenía que saber el sacerdote don Miguel Hidalgo cuáles estaban siendo las consecuencias de aquella Revolución, que había sido preparada y dirigida por el jansenismo, el filosofismo, el protestantismo, el judaísmo y la masonería con sus 480 logias: los hijos pertenecían al Estado, no a los padres y mucho menos a la Iglesia Católica; la educación era laica y revolucionaria, y sólo el Estado la impartía; el matrimonio era un mero contrato civil, y por lo tanto disoluble; habían sido “nacionalizados”, robados, todos los bienes de la Iglesia; libertad de cultos, en beneficio del protestantismo, y con real sujeción de la Iglesia Católica, hasta “aplastarla“, a “la infame“, según la consigna de Voltaire. CONTINUARÁ.
Posted on: Fri, 13 Sep 2013 18:40:30 +0000

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