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UN ARZOBISPO SANTO PARA RECORDAR "Quienes conocieron a este gran Pastor y su obra, desean fervorosamente que sea elevado a los altares. No solamente porque atrajo mucha gente a la Iglesia Católica, sino también porque vivió importantísimos momentos de reconciliación entre los mexicanos, después de la terrible y cruenta persecución religiosa”. Así se ha expresado el cardenal Norberto Rivera Carrera, actual Arzobispo de México, a propósito de su predecesor Don Luis María Martínez, un gran pacificador, místico, estadista y erudito pastor, cuyos restos mortales fueron exhumados el pasado 12 de mayo, como parte del proceso de canonización emprendido por la Arquidiócesis de México. Luis María Martínez nació en la hacienda Molinos de Caballero, al noreste del estado de Michoacán, el 9 de junio de 1881, hijo de don Rosendo Martínez Fierro (originario de Asturias, España) y doña María Ramona Rodríguez Loaisa. Con tan sólo 12 días de vida, el Siervo de Dios fue huérfano de padre. Luis María y su madre fueron acogidos por el hermano de doña Ramona, quien era un ejemplar sacerdote, capellán de la hacienda y vicario de Tepuxtepec, el P. Casimiro Rodríguez Loaisa. Luego se trasladaron con el tío a Puruándiro y finalmente a Morelia, donde otro hermano de la madre, don Sabino, veló por ellos tras la muerte del sacerdote. El 2 de enero de 1891, a los 9 años y medio, el niño Luis María Martínez ingresó al Seminario de San José de Morelia, y allí vivió, primero, como alumno, hasta el 20 de noviembre de 1904, y después, ya sacerdote, como profesor, vicerrector y finalmente como rector y obispo auxiliar de Morelia, hasta que en 1937 se trasladó a la Ciudad de México como Arzobispo de esta enorme Arquidiócesis. Durante su servicio en el Seminario de Morelia, Luis María Martínez se enfrentó a las dificultades post revolucionarias de México y comenzó su camino espiritual a través de una intensa y disciplinada vida ascética y de oración, y la dirección de almas. El P.Pedro Fernández Rodríguez, postulador de la causa de canonización del Siervo de Dios Luis María Martínez, relata: “Hasta entonces, su trabajo principal había sido hacia dentro del seminario y hacia fuera la predicación, pero el acontecimiento de la Revolución le hizo ver la urgencia de organizar a los sacerdotes y a los seglares católicos en el espíritu del Evangelio para responder a la nueva situación social originada por la revolución. En este sentido, fundó la Unión Sacerdotal, la Asociación de Damas Católicas, la Liga de Estudiantes Católicos, la Asociación Juana de Arco para las Señoritas Católicas, la Asociación Nacional de Padres y Madres de Familia, los Círculos de Obreros, etc.”. Fueron muchos años –dice el P. Fernández- los que dedicó, sin abandonar los desvelos por el mantenimiento del seminario, a establecer grupos de la “U” por toda la República, una organización de carácter reservado, cuyos miembros estaban sujetos a una disciplina militar y tenía por finalidad la presencia pública de la fe cristiana en la sociedad y el establecimiento del reinado social de Jesucristo en México. Esta obra se extendió por los diversos estados de la República, sobre todo entre 1917-1925 con la ayuda de don Adalberto Abascal, que actuaba como representante de los Caballeros de Colón”. Ya entrado en el conflicto de la Guerra Cristera, Mons. Luis María Martínez fue consagrado obispo auxiliar de Morelia, y aunque nunca promovió el levantamiento armado, fue de los pocos obispos que permanecieron en el país durante la guerra, escondido en los hogares de los fieles. Tras los “arreglos” entre el gobierno mexicano y las autoridades eclesiales, la Guerra Cristera anticipó su fin violento, pero la desconfianza permanecía entre cristeros, gobierno y autoridades eclesiásticas: “Mons. Martínez, primero en Michoacán y después en México, hizo todo lo posible para entablar un diálogo sereno y pacificador en los niveles políticos más altos, en orden a cambiar los ánimos exaltados tanto de los enemigos de la Iglesia, como de los católicos radicales. Por otra parte, la consigna dela Santa Sede en México fue no meterse en política”, explica el P. Fernández. Con tales servicios, el Obispo Auxiliar de Morelia fue promovido a la sede Archiepiscopal de México en 1937 y su diálogo cercano con los presidentes de México, tanto el anticlerical Lázaro Cárdenas y el afable Manuel Ávila Camacho, mejoró mucho la relación entre la Iglesia y el gobierno. Como Arzobispo de México, se dio a la tarea de levantar de nuevo una arquidiócesis arruinada en sus estructuras y en sus costumbres morales: “Las tres claves del inmediato compromiso del Arzobispo fue elevar la categoría intelectual y moral de los sacerdotes, mediante el cuidado atento del Seminario; la organización de los seglares mediante el fomento de la Acción Católica, capaz de formar en la fe y en la piedad a aquellas muchedumbres que buscaban en la Iglesia un motivo de esperanza humana y cristiana, y favorecer las escuelas católicas en las cuales los niños y adolescentes mexicanos podían recibir los fundamentos de la fe cristiana”. Además –agrega el postulador de la causa-, Mons. Martínez se entregó a un servicio pastoral donde nadie quedó excluido. Realizó la visita pastoral a la extensísima arquidiócesis que en aquel tiempo rebasaba los límites de la ciudad, aceptó todas las invitaciones y aprovechó todos los medios de los que dispuso para llegar a la gente, a los pobres y a los ricos, a los obreros y a los empresarios, a los políticos y a los artistas, haciéndose todo para todos, pues era voluntad de Dios anunciar su Palabra sin excluir a nadie. Este darse a todos le ocasionó muchas incomprensiones y calumnias, incluso al interior de su clero”. Mas, a la par de su gobierno y servicio eclesiástico, Mons. Luis María Martínez fue un místico de grandes alturas, prolífico escritor (más de 30 libros publicados), formador y fundador de sacerdotes y congregaciones religiosas, director espiritual, sencillo y alegre pastor que acercaba los sacramentos a todo el pueblo, pues se relata que tres días a la semana los dedicaba a confirmar. Luis María, espiritual Para el P. Pedro Fernández, la espiritualidad del arzobispo Luis María Martínez es ‘estela gloriosa’: “Mons. Martínez fue un santo sacerdote en medio de la Iglesia, con una vida espiritual verdadera y profunda. Un sacerdote puede ser una persona inteligente o poco dotada, puede ser un hombre trabajador o flojo, puede ser ejemplar en su vida o digno de compasión, pero quiero afirmar ahora que lo único que hace verdaderamente grande a un sacerdote, en cuanto sacerdote, es la santidad […] y Mons. Martínez llegó a la santidad impulsado, sobre todo, por la dirección espiritual por él ejercida a la madre María Angélica Álvarez Icaza, una monja contemplativa de la Orden de la Visitación de Santa María”; y de aquella extraordinaria mujer mística y madre de familia, Concepción Cobrea de Armida, también en proceso de canonización. Como ambas mujeres eran unas místicas, Mons. Martínez se vio obligado a entrar en los estudios y en la vida mística para “no hacer el ridículo”, indica el P. Fernández. El postulador asegura que la obligación de ayudar a estasmujeres rompió los esquemas del joven sacerdote: “dándose cuenta que él, maestro en Israel, no sabía cómo moverse en este campo. Por este camino entró en la mística por el único camino que existe, el seguimiento de Cristo, dotado de un corazón manso y humilde”. La santidad de Mons. Martínez podría estar en esta experiencia de “ser útil al Amor” como él mismo lo declaraba y en el combate espiritual en contra de la soberbia “entró en el camino de la humildad, que hizo posible en él una vida de oración y de caridad”, finaliza el P. Fernández. El alegre pastor Sin embargo, Don Luis María no fue un místico sombrío y apartado, gozaba de su labor como pastor entre la gente y es muy recordado por el humor que solía tener en su vida cotidiana. Para muestra, sólo un par de ejemplos: Luis María Martínez no fue un hombre bien parecido, más bien delgado, algo desgarbado, moreno oscuro, de cabello muy crespo y grandes facciones en ojos, nariz y boca; él decía de sí mismo que "era tan feo que se autoasustaba" y, alguna vez que un par de monjitas le pidieron un autógrafo en una revista, en cuya portada aparecía una fotografía de él, escribió simplemente: "No temáis, soy yo". Pero también se echaba porras. En alguna ocasión se dice que llegó a comentar que la Ciudad de México se engalanaba con “tres marías”: “María Félix, María Conesa y ¡Luis María Martínez!” y su sagaz ingenio lo demostró cuando al bendecir la Monumental Plaza de Toros México, decidió echar agua bendita en todos los rincones de la arena ante el asombro y la inquietud de los presentes; al finalizar simplemente dijo a la prensa: “Y que conste que el primero en dar la vuelta al ruedo fui yo”. Su muerte El 9 de febrero de 1956 Don Luis María Martínez falleció víctima de esclerosis intestinal y quizá úlcera gástrica grave, el 11 de febrero se realizaron sus funerales que comenzaron con una nutrida procesión de sus restos a la Catedral Metropolitana y una multitudinaria manifestación popular de los fieles de testimonios de la bondad y entrega del Arzobispo. Fue sepultado en la Capilla de los Arzobispos de la Catedral que él mandó restaurar. Su féretro fue depositado en una gaveta cubierta con una placa de mármol en la que se leen sus virtudes con las que gobernó la Iglesia y logró pacificar a una patria desgarrada. Oración para la petición de beatificación del Siervo de Dios Mons. Luis María Martínez Rodríguez: Padre de misericordia, que nos diste en el Siervo de Dios Luis María Martínez Rodríguez, como Arzobispo de México, un pastor bondadoso para enseñarnos el camino de la confianza en Ti, te pedimos que sea elevado a los altares, para darte mayor Gloria, como él lo hizo aquí en la Tierra, y que interceda por nosotros, ahora en el Cielo. Amén. Aprobada por el cardenal Norberto Rivera Carrera, Arzobispo Primado de México.
Posted on: Wed, 03 Jul 2013 00:01:15 +0000

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