UN POCO DE HISTORIA QUE ME LO CONTARON MIS PADRES..!!! Río - TopicsExpress



          

UN POCO DE HISTORIA QUE ME LO CONTARON MIS PADRES..!!! Río Paraguay, río amigo, generador de vida y desarrollo ribereño de una ciudad que lo adoptó como fuente principal de sustento y crecimiento. Río generoso, proveedor de alimentos; sus aguas regaron el suelo, germinaron la semilla y, por muchos años, llevaron y trajeron noticias y afectos a una Formosa que lo contaba como único medio de contacto con el resto del país. Sus altas barrancas fueron la elección de Luis Jorge Fontana para fundar su ciudad hace más de un siglo, en el lugar más elevado de la vuelta Fermosa, elección criteriosa que, años después, la salvaría del desastre total. Pero la villa crecía y los nuevos asentamientos debieron establecerse en sectores más bajos, más cerca de la costa, más cerca del río, como desafiando su territorio, aunque sabiendo que esto representaba un riesgo a plazo indefinido, y así, un importante porcentaje del casco urbano se desarrolló en la periferia del asentamiento original creando populosos barrios densamente poblados. ¿Podría el hombre desafiar descaradamente a la naturaleza? Todos pensaron que sí, y en pocos años se ganó terreno al río rellenando precariamente sectores de costa, bañados y esteros, alterando el ecosistema, destruyendo bosques, degradando el suelo, construyendo casas y fábricas a cotas de riesgo, también se realizaron propuestas y estudios para construir defensas de costas apropiadas y hasta una costanera, pero como siempre todo quedó en las promesas de los políticos de turno, total ¿qué podía pasar de malo? Hasta entonces, las crecientes del río Paraguay eran casi predecibles y manejables y cada poblador sabía hasta dónde llegarían las aguas en cada evento, sin embargo, en las décadas de los años 60 y 70, las crecientes se caracterizaron por repetirse con mayor frecuencia, mayor permanencia y lecturas hidrométricas cada vez más importantes. Ya en 1979, con una altura máxima de 8,32 metros, el río Paraguay comenzó a reclamar su deuda pendiente con la ciudad, generando importantes pérdidas y miles de evacuados en una suerte de advertencia a lo que se vendría. Sin embargo, pasado el apremio de la situación, los distintos asentamientos volvieron a establecerse en los mismos lugares, muchos con la misma precariedad. En la costa, en las islas cercanas al puerto el mal rato había pasado y no había razón para cambiar; no iba a pasar de nuevo. Pero pasó, y fue peor. Para julio de 1982 una nueva creciente del río puso las aguas a 8,68 metros superando la marca del 79, generando millones de pesos en pérdidas y más de 18.000 damnificados, en el inicio de lo que sería la mayor inundación del siglo registrada en el litoral argentino. A partir de allí el agua no volvió a quedarse quieta, se mantuvo estacionada, bajó y se acercó a los niveles de normalidad, volvió a subir, pero siempre dentro de los parámetros de su pico máximo, como esperando, como buscando aliados para reiniciar su ataque y, lamentablemente, esos aliados aparecieron. Fuertes lluvias en la alta cuenca del Paraná, provocaron una incontrolable creciente del río más bravo del litoral, frenando el curso de desagüe de nuestro río que por su parte presentaba un caudal extra proveniente de más lluvias caídas en sus orígenes. Así las cosas, y en medio de condiciones climáticas adversas, con fuertes lluvias en toda la región y bajas temperaturas, la creciente del Paraguay comenzó su irrevocable marcha, y para fines de abril de 1983 sus aguas ya marcaban en nuestro puerto 8,90 metros de altura. Las provincias de Santa Fe, Misiones, Corrientes y Chaco, ya estaban en emergencia desde hacía casi un mes, incluso el puerto de Barranqueras había desaparecido bajo las aguas que no paraban de crecer. Formosa fue declarada en estado de emergencia, las aguas del Paraguay habían sobrepasado los 9 metros y el desastre comenzó a acentuarse, primero en las zonas isleñas y ribereñas, después en los barrios periféricos de la capital y localidades cercanas, rodeando amenazante los centros poblados sin defensas, sin elementos válidos que pudieran hacer frente a semejante desborde. Después, todo fue desesperación, miedo, desesperanza, desarraigo, pérdidas irrecuperables, familias enteras que sólo podían mirar cómo todo lo que tenían desaparecía bajo las aguas de ese maldito río que no daba tregua, que ganaba terreno día a día, que ya había arrasado Clorinda y Herradura, que había cortado rutas y caminos y que venía por más. En nuestra ciudad y en Clorinda comenzó la desesperada construcción de las obras de defensa de costas rodeando el casco urbano, construidas sobre los perímetros más altos con tierra compactada traída en camiones que operaban sin descanso y apilada por maquinaria vial, formando una barrera de contención que cambiaría el futuro de los que quedaban de uno y otro lado, en un trabajo demoledor que implicó el movimiento de 340 camiones y 119 equipos pesados entre las dos ciudades, el traslado de más de 1.000.000 de metros cúbicos de tierra y el trabajo solidario e incansable de miles de brazos anónimos que día y noche reforzaban los terraplenes con bolsas de arena, clavando estacas, presentando pelea para salvar lo de todos. Pero el río insistía en su lucha y no dejaba de crecer, siguió avanzando, y pasó la marca de los 10 metros sin intención de detenerse. En el puerto local, la actividad era incesante, miles de familias evacuadas con las pocas pertenencias que podían rescatar eran asistidas por cuanta embarcación estaba disponible, como el arenero Capri VI, que en incansables viajes trasladó la población de las islas cercanas, de Alberdi, Paraguay, y de los sectores ribereños más comprometidos, o el buque de la Armada Piloto Alsina, que sirvió de alojamiento y asistencia a cientos de familias damnificadas. El 31 de mayo de 1983, el río llegó a su marca máxima de 10,73 metros, manteniendo a nuestra ciudad en el peor de los caos: las escuelas, transformadas en centros de evacuados, las clases suspendidas, los servicios básicos prestados con deficiencia, supermercados desabastecidos, comercios que cerraban, productores que perdían todo, y más de 10.000 formoseños que decidieron irse de una provincia que, de pronto, les daba miedo. Pero muchos se quedaron, se quedaron a hacerle frente a ese río embravecido y destructor, se quedaron para ayudar a distribuir alimentos, ropa y medicamentos entre los más de 75 centros de evacuados dispersos en toda la ciudad, para reforzar la esperanza de las barreras de contención, para colaborar con Defensa Civil, Cruz Roja, Prefectura, Aeronáutica, Ejército y Gendarmería en lo que fuera necesario, para tratar de salvar lo que les pertenecía y luchar hasta lo último en una suerte de batalla personal para vengar la desgracia de casi 70.000 damnificados por las aguas de un río que no perdonó, que fue implacable y que se cobró con creces la imprudencia humana.
Posted on: Sun, 10 Nov 2013 14:53:35 +0000

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