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"UNA HISTORIA NEOYORKINA" POR MERCURIO Capitulo uno “ En este universo caótico la certeza llega una sola vez, no importa cuantas vidas uno sea capaz de vivir" Faith Sherman era la única hija de una viuda sureña que en mejores tiempos había estado casada con un comerciante de Atlanta. El señor Sherman había muerto cuando Faith tenía doce años y desde entonces, madre e hija habían enfrentado juntas la vida, abriéndose paso contra viento y marea y llevando una vida sencilla en uno de los suburbios de aquella capital de Dixie Land. A pesar del dolor sufrido por la muerte de su padre, la pequeña Faith había conservado la vivacidad y frescura que la caracterizaban y la hacían tan querida entre sus amigos y todos aquellos que la conocían. Siempre que alguien necesitaba un hombro sobre el cual llorar, una sonrisa para iluminar el día más oscuro o un oído siempre atento, Faith estaba ahí para ayudar. A los dieciséis años la joven había hecho trabajo voluntario en una escuela pública para niños especiales y en esa actividad habían encontrado su vocación. Desde entonces su mayor sueño había sido poder dedicarse a la educación especial pero sus posibilidades de continuar sus estudios después de la preparatoria eran pocas debido a que las condiciones económicas de la familia no eran buenas. Ashley Sherman había sido un comerciante próspero pero después del nacimiento de Faith, su esposa Sarah había visto mermada su salud y las cuentas médicas habían obligado a Sherman a adquirir deudas las cuales nunca pudo saldar. A su muerte en 1992 Sarah había tenido que vender la gasolinera que poseían y la casa de campo para poder pagar las deudas de su marido . Sin otro recurso más, la Sra. Sherman habían empezado a trabajar medio tiempo atendiendo ancianos en un asilo y recibía un subsidio del gobierno ya que su salud no le permitía trabajar por más tiempo. Faith ayudaba a Sarah en lo que podía, tomando empleos de verano y cuidando niños por las tardes pero semejantes ingresos estaban muy lejos de poder garantizar una educación universitaria para la joven. De modo que Faith se había propuesto obtener las mejores calificaciones posibles y tomar los cursos más avanzados y difíciles que el plan de estudios de la educación preparatoria ofrecía, con el fin de hacerse acreedora a una beca escolar que le permitiera más tarde llegar a la Escuela de Educación Especial. De esta manera el último año de preparatoria Faith trabajó arduamente dividiendo su tiempo entre sus estudios, los niños que cuidaba, el trabajo voluntario y los momentos que le quedaban libres los dedicaba a arreglar la vida de los demás aunque estos no lo solicitaran. Era una entrometida profesional, pero como tenía un carisma innato la gente le perdonaba sus intromisiones. Pero Faith Sherman no tenía tiempo para el amor, y no precisamente por falta de pretendientes. Faith no era sólo carismática y vivaz sino que además poseía una belleza fresca e irreverente. Espigada y delicadamente curvilínea, de movimientos seguros , miraba al mundo desde la ardiente luz de unos ojos verde malva que brillaban con la luz como grandes lagunas en las que danzaban peces color esmeralda. Para su gran fastidio la joven poseía una piel extraordinariamente blanca que nunca se bronceaba bien, pero que solía cubrirse de pequeñas pecas si se exponía al sol por largo tiempo. Faith, que amaba la vida al aire libre, el deporte y el mar siempre se quejaba de su incapacidad para lucir una piel tostada. Su madre la solía consolar diciéndole que en otras épocas la tez tan blanca había sido sinónimo de belleza aunque en nuestros días el bronceado se considerara más hermoso. Pero esto no consolaba a la muchacha. Sin embargo, un rubor natural solía cubrir las tersas e impecables mejillas de la muchacha, mismo color que encendía sus labios bien trazados. Como toque especial a su rostro, mezcla de inocencia y picardía, una nariz breve y respingada, aderezada con unas cuantas perennales pecas, terminaba la composición. Finalmente, una larga melena rubia e intrincadamente rizada enmarcaba el cuadro dando un carácter casi irreal a la imagen de la muchacha. A pesar de tantas gracias que la hacían encajar en el típico ideal de la belleza europea, la muchacha no había tenido mucho éxito en el romance. Durante los años en que se había convertido en mujer, muchos chicos habían empezado a manifestar interés en ella, pero Faith rara vez se había animado a aceptar una cita y en las pocas ocasiones en que había salido con jóvenes de su edad, nunca había terminado por concretar ninguna relación relevante. Por alguna razón que ella misma no alcanzaba a entender en su totalidad, cada joven que conocía no lograba despertar en ella más que una simpatía cordial. - ¿Cómo te fue en tu cita con Jeremy?- le preguntó Daisy, su mejor amiga del colegio, en una ocasión. - Ni me lo recuerdes – contestó la rubia con acento molesto – el tipo es un verdadero patán. Trató de abrazarme en los primeros 20 minutos de la película, no una sino tres veces y como yo le quité el brazo otras tantas, después de media hora me dijo que la película le aburría y que había decidido regresar a su casa a darle de comer a su gato. - ¡Qué estúpido! ¿Y qué hiciste tú? – preguntó intrigada Daisy - Pues a mi sí me gustaba la película así que me quedé en el cine sola y él se marchó. - ¡Faith! ¿Pero cómo pudiste hacer eso? – la reconvino la joven de ojos color de miel. - Pues muy fácilmente, me quedé y lloré muy a gusto con Clint Eastwood y Meryl Streep. - No tienes remedio ¿Es que nunca te vas a interesar seriamente en nadie? ¿No quisieras enamorarte? - ¡Ay Daisy! – suspiró la joven – sinceramente no sé si deba hacerlo, tengo tantos planes y no creo que un romance sea ahora lo más conveniente. . . además. . . - ¿Qué? – preguntó intrigada Daisy al ver que una luz extraña había centelleado por un instante en los ojos verdes de su amiga. - No, nada. No me hagas caso - Ahora me lo dices, ya sabes que soy muy curiosa – arguyó Daisy. - Bueno . . . lo que pasa es que desde siempre. . . yo he sentido como que algo falta en mi vida . . . una pieza del rompecabezas que no alcanzo a encontrar . . . un rostro . . - ¿Un rostro? - preguntó intrigada la joven – explícate bien porque cada vez te entiendo menos. - No sé, Daisy. Es como si cada vez que voy por una calle desconocida, cada vez que cambio de escuela, o conozco gente y lugares nuevos, mis ojos buscaran un rostro en especial, unos ojos de un color preciso, una voz que nunca he oído pero que estoy segura reconocería inmediatamente - ¿Has visto ese rostro antes? – indagó la joven intrigada. - ¡No, Daisy! ¡Ni siquiera tengo la menor idea de cómo sería! – contestó Faith sonriente. - ¿Entonces cómo piensas reconocerlo? – repuso Daisy con cierto fastidio - Tampoco tengo idea. Sólo sé que cuando encuentre ese rostro sabré que se trata de él. Ese es el hombre que yo estoy esperando. - ¡Dios mío Faith, has leído demasiadas novelas románticas! Así pasaron los años y finalmente llegó el momento de probar si los esfuerzos de Faith habían valido la pena. Hacia principios de su último año de preparatoria la chica empezó, al igual que muchos jóvenes norteamericanos, a realizar una exhaustiva indagación para seleccionar la universidad que más se ajustara a sus necesidades y al préstamo becario que podría obtener del gobierno. Faith mandó solicitudes a varias universidades en diversas partes del país con la esperanza de que alguna universidad en Giorgia la aceptara, ya que no quería mudarse lejos de su madre cuya salud, como sabemos, no era muy buena. Sin embargo, la joven no alcanzó lo esperado ya que la única solicitud suya que fue aceptada provenía de la Universidad de Nueva York, justo en la ciudad del mismo nombre. La joven se sintió muy desilusionada con la situación pues su preocupación y cariño hacia su madre le decían que no debía aceptar dicha oportunidad. Posiblemente lo mejor sería esperar hasta el siguiente año para volver a intentar. No obstante, Sarah Sherman, que era una madre amorosa animó a su hija con todas sus fuerzas y tanta fue su insistencia que logró convencer a la joven de aceptar la oferta que se le presentaba. De modo que el siguiente otoño Faith dejó Giorgia y se mudó a la Gran Manzana con el fin de iniciar su sueño . . . y encontrar su destino. Las cosas no fueron fáciles al principio, los neoyorkinos eran recelosos y hacer amistades fue difícil. La vida en el campus era dura y la adaptación al tren de vida de la gran metrópoli yanqui tampoco fue algo muy agradable para una hija del Sur. Sin embargo Faith, echando mano de su inagotable entusiasmo, logró poco a poco romper el hielo y abatir la nostalgia. Al término del primer año ya había conseguido adquirir un nutrido círculo de amigos que se preocupaban por la linda sureña que siempre tenía una sonrisa en los labios y una palabra de aliento para los demás, aunque por dentro ella misma se muriese de tristeza por estar lejos de su madre. Una de las primeras amistades que logró conseguir fue la de una chica latina cuyos padres habían inmigrado a los Estados Unidos cuando Michelle, tal era el nombre de la nueva amiga de Faith, era apenas una chica de 15 años. La química positiva entre Faith y Michelle había sido casi instantánea. Ambas chicas estaban haciendo cola para pagar unos libros en la librería y Faith que venía muy distraída leyendo había empujado a Michelle haciéndola regar los libros de poesía que la chica latina estaba por comprar. - Veo que te gusta Emily Dickinson – había comentado Faith después de disculparse. - La adoro – comentó Michelle con una gran sonrisa – De hecho estudio literatura - A mi también me gusta la poesía pero estudio Educación Especial en la NYU. Mi nombre es Faith, Faith Sherman. - Yo soy Michelle Valencia, mucho gusto en conocerte. - El gusto es mío. Después del incidente las jóvenes se habían enfrascado en una animada conversación y a la salida de la tienda ya eran las grandes amigas. Los lazos que nacieron en ese momento casual durarían toda la vida. Michelle Valencia era hija de un diplomático importante que trabajaba para la embajada de Perú y la madre era una tradicional ama de casa. Radicados en Washington D.C. los señores Valencia habían dejado partir a Michelle con cierto recelo, pero la muchacha era muy independiente y voluntariosa así que no pudieron convencerla de que se quedara en el Distrito de Columbia para realizar los estudios de Literatura en los que estaba interesada. Al poco tiempo Faith y Michelle se habían vuelto inseparables al grado de que un buen día, durante su segundo año en la universidad, la joven peruana le hizo una proposición a su amiga rubia: - Sabes una cosa Faith. Estoy planeando irme a vivir fuera del campus. - ¿En serio Michie? ¿Por qué, no estás a gusto en el dormitorio? – pregunto la joven sureña con su dulce acento cantado. - No es eso. Lo que pasa es que un amigo de mi padre es dueño de un edificio en Broadway y tiene un departamento que me ofrece a muy buen precio. Es prácticamente todo un piso y me ha dicho que podría hacer las modificaciones que yo quisiera. - Eso suena fantástico. Tendrás todo el espacio que necesitas ¿No? Y además no queda muy lejos del campus. - Así es – contestó Michie entusiasmada – pero no quisiera irme a vivir sola. - ¿Por qué no invitas a alguien a compartirlo, entonces? – preguntó Faith distraídamente mientras devoraba la hamburguesa que tenía en las manos. - Bueno . . . había pensado que tal vez cierta sureñita quisiera venir conmigo. - ¿Estás loca, Michie? Yo no podría pagarlo. - ¿Pero quién dice que tendrías que pagar? – inquirió Michelle con sus brillantes ojos negros. - Porque yo pago lo que consumo, por eso – concluyó simplemente la rubia. - Bueno, en todo caso podrías cooperar cocinando. - ¿Tú te arriesgarías a comer lo que yo cocino, Michie? – bromeó Faith - Si tu has sobrevivido más de un año a tu cocina ¿Por qué no habría de hacerlo yo? - Ummm....no se Michie. - Piénsalo bien Faith, viviendo fuera del campus te sería más fácil conseguir un trabajo de medio tiempo o por horas y así podrías sentirte menos limitada, y quizá hasta mandar algo de dinero a tu madre. La rubia no contestó en ese momento pero al cabo de una semana las dos chicas estaban ya visitando el departamento que efectivamente era todo un piso de un edificio antiguo. La tarde en que Michelle llevó a Faith a ver el lugar por primer vez la joven rubia sintió como si una aguja se le hincara en el pecho. - ¿Qué sucede Faith? – le había preguntado Michie intrigada. - No sé, es como si . . . yo hubiese estado antes en este lugar . . . es una sensación extraña . . . como . . . - ¿Cómo de qué? - Tristeza – fue la única respuesta de la muchacha. - ¡Vamos, no vayas a empezar otra vez con tus historias raras de rostros en la multitud! Y con este comentario se dio carpetazo al asunto y las muchachas procedieron a revisar el piso. El lugar estaba muy sucio y necesitaba reparaciones, pero el padre de Michelle estaba dispuesto a complacer el capricho de su hija así que pronto ambas chicas estaban escogiendo muebles y el color de la pintura para las paredes. Aunque el dinero no era problema para Michelle, Faith que sabía un poco más del valor que este recurso tiene, convenció a su amiga para solicitar ayuda de sus múltiples amigos para redecorar el departamento, en lugar de contratar profesionales. “De esa forma será más divertido, y podremos ahorrar el dinero para un fiesta de inauguración” , había sido la tentadora oferta de Faith. Así que un buen día un ejército de universitarios, estudiantes de Literatura, Psicología, Educación y Trabajo Social asaltaron el lugar y levantando un gran nube de polvo empezaron a acondicionar el piso para las futuras inquilinas. Durante los tres días que duraron esas reparaciones tuvo lugar un suceso curioso. Mientras Faith sacudía la pared de una de las dos alcobas para que después se pudiera pintar, percibió que el muro estaba hueco. Con los puños empezó a dar golpecitos en la pared y después, muy intrigada llamó a uno de sus amigos. Pronto la pared había sido derribada, porque lo que Faith quería era ley para sus amigos. Cuando el polvo y los restos de madera les permitieron ojear hacia el otro lado del hueco que se había abierto, los muchachos se dieron cuenta de que se trataba de toda una habitación que se había clausurado. Asombrosamente la habitación estaba amueblada. Se trataba de un estudio. Por el estilo de los muebles podría pensarse que databan de los años treinta o cuarenta. Había un escritorio de líneas sencillas en madera de caoba, un sillón de piel, un par de mesas con algunos objetos decorativos y un gran librero Cuando Michie se acercó al librero y protegida por el tapabocas que llevaba, quitó el polvo que cubría los volúmenes, no pudo evitar gritar de alegría ante el hallazgo de una amplia y selecta colección de obras literarias, mayormente poesía y obras teatrales. Faith, por el contrario se sintió especialmente atraída hacia el escritorio en donde, a pesar del paso del tiempo parecía reinar un orden inflexible. Todo estaba dispuesto con rigurosa organización. Nada parecía estar fuera de lugar. La joven pasó las manos sobre la polvosa superficie de madera y de repente una visión pasó por los ojos de su mente Un hombre joven con cabellos castaños y cuyo rostro no podía ver, corría por unas escaleras. Parecía correr desesperadamente para alcanzar a alguien. De repente Faith sintió que el joven la tomaba por la cintura. - ¡Faith! ¡Faith! ¿Ya estas de regreso de la Tierra de los Sueños? – preguntó Michie intrigada. - ¿Eh? - Que de pronto te quedaste ida. Ve a traer el sacudidor vamos a limpiar este cuarto del tesoro que nos hemos encontrado. Y cuarto del tesoro le llamaron. Así pues, con la ayuda de los amigos se procedió a hacer una inspección exhaustiva en el “cuarto del tesoro”. Michie y Faith estaban sorprendidas e intrigadas con el inesperado descubrimiento. Como dos niñas que abren un regalo navideño revisaron los objetos sobre las mesas y el escritorio y terminaron haciendo un inventario: · - Un busto de Shakespeare · - Un cuadro con un mapa de Inglaterra · - Un pisapapeles de acero en forma de pirámide · - Una estatuilla de bronce representando un caballo al galope. · - Una lámpara que asombrosamente todavía funcionaba · - Un jarrón de porcelana · - Un reloj de péndulo que se había detenido a las 11:30 · - Un tintero · - Una pluma fuente · - Un cortaplumas · - Una carpeta de piel negra con algunos papeles en blanco. Ávidamente trataron de buscar en esos objetos algún indicio que pudiera darles pistas sobre quién había sido el o la dueña de esos objetos y el por qué dicha habitación parecían haberse clausurado con todo y el mobiliario dentro de ella. Sin embargo, lo que encontraron no les decía mucho al respecto. La primera página de cada libro estaba marcada con las iniciales T.G.G. y debajo del pisapapeles piramidal había inscrita una fecha: 2 de julio de 1923. Después de dicha inspección Michie se cansó de jugar al detective y simplemente asumió con gran alegría que podría convertirse en la inesperada heredera de aquella linda colección de libros y que tanto ella como Faith podían utilizar alternadamente la habitación como estudio. Sólo necesitaban acondicionar el lugar para que se pudiera instalar una computadora, una conexión de cable para el internet, así como un librero más para los libros de texto y todo quedaría perfecto. - ¿Pero no piensas avisarle al dueño de lo que encontramos? – preguntó Faith escandalizada mientras jugueteaba con el pisapapeles piramidal. - Sí claro, pero no creo que sea necesario que le cuente “tan en detalle” - Pero eso sería decir la verdad a medias. Además, algunos de estas cosas podrían tener un valor como antigüedades. - ¿Y quién se las está robando? – preguntó Michie fingiendo inocencia- las usaremos los próximos dos años y cuando terminemos la universidad se las regresaremos al dueño. Aunque a ti parece que te gustó mucho ese pisapapeles, así que te autorizo a quedártelo. No creo que nuestro casero se empobrezca por un objeto que no sabe que posee. - ¡Ay Michie! – exclamó Faith dándose por vencida al tiempo que miraba la fecha en la base de la pequeña pirámide que tenía en la mano. G15.gif picture by Sirlaurie Aarón Truman había nacido en el seno de una distinguida familia. Su padre, Gregory Truman, era un acaudalado y prestigioso abogado que dirigía una de las firmas más importantes de Boston; su madre Lucinda Aston, antes señora de Truman, era una periodista reconocida y había estado casada con el abogado por quince años. La relación entre los Truman había sido muy pasional en un inicio, pero pronto las diferencias de ideologías y sus múltiples compromisos profesionales los habían comenzado a alejar hasta que ambos decidieron que era mejor optar por un divorcio amistoso. La ruptura entre sus padres, aunque bastante civilizada, no había dejado de perturbar a Aarón, quien entonces tenía sólo doce años. La ex – señora Truman había encontrado un nuevo amor muy pronto y eso molestó a Aarón de tal forma que el jovencito prefirió quedarse a vivir con su padre. Como Lucinda era muy liberal y quería que su hijo creciera como un espíritu independiente no se opuso a la decisión de éste. Sin embargo, este hecho no resultó en un acercamiento entre Aarón y su padre, quien siempre se encontraba demasiado ocupado. De esta forma el joven fue alimentando un doble resentimiento hacia sus padres y se encerró en sí mismo, volcándose en lo único que le proporcionaba solaz, la lectura y el dibujo. Pero la ruptura definitiva entre Aaron y su padre tendría lugar hasta algunos años más tarde cuando el joven anunció a Gregory que se proponía estudiar arte, en especial pintura y diseño. El señor Truman no creía que un hombre de respeto pudiese dedicarse al arte. “esos supuestos artistas son todos unos parásitos improductivos. comunistas y agitadores”, solía decir y la idea de que su hijo quisiera convertirse en uno de ellos no le hacía ninguna gracia, así que se opuso terminantemente. Por su parte, Lucinda, al ver una oportunidad para restablecer la relación con su hijo, y siguiendo su naturaleza liberal apoyó la decisión de Aaron. De esta forma, si antes la separación de los Truman había sido “civilizad y pacífica”, la verdadera guerra entre los excónyuges empezó seis años después de firmada el acta de divorcio, cuando Aaron se inscribió en la Escuela de Artes Tisch, de la Universidad de Nueva York, apoyado económicamente por su madre. Gregory terminó enemistándose con Lucinda y rompiendo con su hijo, quien encolerizado salió una noche de la casa de su padre sin llevarse más que su portafolios de dibujos y su motocicleta. Gregory nunca olvidaría la fuerza y determinación que reflejaba el joven rostro de su hijo aquella ocasión. Sus ojos brillaban con indignadas fumarolas verdi-azules mientras se enfundaba en su chamarra de cuero negra y se calaba el casco sobre los largos cabellos castaños que le llegaban a la espalda. Cuando el motor rugiente de su Harley-Davidson estuvo listo para partir, el joven había mirado por última vez hacia uno de los ventanales. Era la única habitación sin luz en toda la mansión y Aaron sabía que desde la oscuridad de su alcoba su padre estaba observando. Asiendo el manubrio de la motocicleta el joven volvió el rostro y se alejó de ahí. Su padre no volvería a verlo en mucho tiempo. ¿Por qué el arrogante y rencoroso Aaron había aceptado la ayuda de su madre? Bueno, la verdad es que hubiese preferido abrirse paso por sí mismo, pero sus ambiciones eran inalcanzables de otra forma. Durante su época preparatoriana, Aarón había sido obligado a estudiar en una escuela presbiteriana cuyas reglas estrictas y educación tradicionalista lo sofocaban. Demasiado inteligente e inquieto como para adaptarse a ese ambiente Aarón no había alcanzado muy buenas notas debido a que frecuentemente faltaba a clases y se conformaba con obtener el mínimo aprobatorio, cosa que no le tomaba ningún esfuerzo. No fue sino hasta unos meses antes de graduarse, cuando tomó la decisión de estudiar arte, que lamentó el no haber sido más disciplinado y menos voluntarioso. De haber tenido buenas calificaciones hubiese tal vez podido aspirar a una buena beca. Pero con los resultados obtenidos en la preparatoria, incluso con dinero le sería algo difícil ingresar a la universidad de su preferencia. Así que Aarón debió tragarse su orgullo y recurrir a su madre para continuar sus estudios. A pesar de la reticencia de Aarón, la circunstancia terminó por romper el hielo con su madre y poco a poco en los años que siguieron, Lucinda y su hijo tuvieron un nuevo acercamiento. De ese modo el joven se marchó a Nueva York donde comenzó a estudiar, por primera vez con real interés en los cursos que tomaba, aunque pronto sus habilidades empezaron a rebasar los contenidos de sus materias y Truman adquirió la fama del estudiante que con el menor esfuerzo lograba las más altas calificaciones en las clases de dibujo, teoría del color y pintura. El padre de Lucinda murió hacia el término del primer año de Aarón en la universidad, dejando una suma para su nieto. Sin pensarlo mucho el joven dispuso de su pequeña herencia para adquirir un departamento en Manhattan que enseguida acondicionó como vivienda y taller, por lo que se convirtió en la envidia de sus compañeros que debían conformarse con vivir en los dormitorios del campus, sin tener mucho espacio, ni para sus trabajos artísticos, ni para las citas de fin de fin de semana. Irónicamente, Aarón no sacaba partido de sus privilegios como lo hubiesen hecho la mayor parte de sus compañeros. Había tenido un par de relaciones intrascendentes, más por curiosidad que por otra cosa, y solía decir que se arrepentía de haber perdido el tiempo. Sus amigos pensaban que el joven estaba algo loco desperdiciando así la conveniencia de tener un departamento propio, dinero a discreción por parte de una madre complaciente, y un atractivo físico notable, pero el muchacho prefería mantener su actitud caprichosa y mayormente indiferente. Era como si cada nueva chica que conocía confirmase su teoría de que al amor parecía no importarle mucho Aarón y por lo tanto tampoco Aarón se interesaba mucho en el amor. Al menos, eso era lo que solía sentenciar. No obstante, el joven guardaba en secreto una especie de obsesión que conservaba desde la infancia. No recordaba a ciencia cierta cuándo había empezado, pero era seguro que ya llevaba varios años sufriendo un mismo sueño recurrente que le molestaba varias veces al mes y en ocasiones más de una vez por semana. No se podía decir que fuese una pesadilla, pero la mayor parte del tiempo le dejaba una sensación desagradable, como de vacío, insatisfacción y una profunda tristeza que no lograba explicar. Cuando era un niño, el sueño solía comenzar en una recámara decorada con muebles antiguos, donde un Aarón de unos diez años se sentaba solo al borde de la cama mientras leía un libro cuyo título nunca alcanzaba a ver. Tocaban a la puerta y él salía a ver quien era pero no había nadie. Entonces Aarón corría por el pasillo preguntando a gritos si había alguien ahí, hasta llegar a una puerta que llevaba al exterior de aquel lugar que olía a claustro y a encierro. Al momento de salir de aquel edificio oscuro, el ambiente cambiaba. Había sol como en una mañana de verano y se podía contemplar el nervioso vuelo de las libélulas sobre un valle verde y oloroso a hierba fresca, como después de la lluvia temprana. Aarón oía entonces que una voz le llamaba con un nombre que no era el suyo y que él no podía nunca recordar al término del sueño. Sin embargo, en el sueño, Aarón sabía que la voz lo llamaba precisamente a él y volvía el rostro buscándola hasta encontrar en la distancia una niña de uno o dos años menos que él, a la cual Aarón apenas alcanzaba a ver. Tenía cabellos rubios y le sonreía desde lejos para después volver el rostro y desaparecer internándose en el bosque cercano. Aarón sentía entonces la necesidad de correr tras de la niña, como si hubiese encontrado a una amiga perdida mucho tiempo atrás, pero la niña corría mucho más rápido que él y nunca lograba alcanzarla antes de que el sueño terminara. Cuando esto sucedía, el niño se despertaba en medio de la noche y sin importar la hora, encendía la luz de su alcoba y tomando lápiz y papel que siempre tenía a la mano, dibujaba lo que podía recordar. En especial a aquella niña cuyo rostro apenas si podía distinguir. De manera que al paso de los años Aarón reunió una extraña colección de dibujos con niñas rubias en cuyo rostro el único rasgo preciso era la sonrisa. Conforme el joven había ido creciendo la niña del sueño había cambiado también. A medida que él se hacía hombre, ella se iba haciendo mujer y con el tiempo le iba permitiendo acercarse más a ella, mientras que la cara que antes estaba prácticamente cubierta por la bruma podía verse con más claridad. De esta forma Aarón pudo definir más y más los dibujos que hacía. Los cabellos rubios eran caprichosamente rizados, los ojos eran verde oscuro, como las malvas después de la temporada de lluvia, la nariz breve y fina, la sonrisa era abierta y franca, dibujada sobre unos labios que conforme pasaban los años, comenzaron a volverse inquietantes para el joven y la piel muy blanca, apenas salpicada por unas cuantas pecas que se movían en su nariz cuando ella le sonreía. A medida que el talento del joven se desarrollaba más, los dibujos se fueron definiendo con un realismo asombroso y después se convirtieron en pinturas con el retrato de una mujer joven que llevaba siempre un vestido de gasa color durazno con el talle largo. Sin darse cuenta, la joven de los sueños ejercía ya una extraña fascinación sobre el artista, la cual no se comparaba a la atracción que hubiese podido sentir por cualquier mujer real que Aarón conociera. En el último año el sueño se había vuelto más intrigante y a la vez doloroso. La muchacha seguía sonriéndole al principio del sueño, pero cuando él comenzaba a correr tras ella, al poco rato Aarón se percataba que ella iba sollozando. Luego se volvía y él podía ver su rostro lleno de lágrimas justo antes de que el sueño terminara. El muchacho se despertaba también llorando amargamente, agradeciendo no tener compañero de cuarto del cual ocultar las lágrimas, y buscando frenéticamente los lápices para bosquejar un nuevo dibujo.
Posted on: Sun, 25 Aug 2013 04:23:01 +0000

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