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UNA HISTORIA QUE ME ROBE DISFRUTENLA En estos días tuve la oportunidad de viajar a la Ciudad de México, enviado por la emisora de radio para la que trabajo, para entrevistar a una de las más importantes estrellas de la música latina: Luis Miguel. Tener asignados 10 minutos para conversar con él es un gran privilegio, limitado a un puñado de personas de los medios de comunicación de Estados Unidos y América Latina. Pocos han logrado lo que Luis Miguel: decenas de discos de platino, marcas mundiales por el número de funciones seguidas en un mismo auditorio y su nueva producción comenzó obteniendo cuádruple disco de platino en México (más de 320.000 copias) solo en pre-ventas, es decir, antes de ser lanzada al mercado. La entrevista se llevaría a cabo al final de la tarde del lunes, por lo cual decidí aprovechar la mañana para conocer la ciudad. Aunque he visitado otras ciudades de México, esta era mi primera oportunidad en la capital. Tomé un taxi que me llevó al centro histórico de la ciudad y allí conocí el Zócalo, es decir, la plaza central de la ciudad y ubicada entre las 4 plazas más grandes del mundo. Allí se encuentran la Gobernación, el Palacio Nacional – desde donde opera el Presidente -, la Catedral y muchísimos sitios históricos más. Mi recorrido estuvo lleno de momentos donde pude conocer una cultura distinta a la mía. Allí vi como hombres y mujeres vestidos con trajes indígenas realizaban “limpiezas” espirituales con ramas e inciensos humeantes – en plena vía pública -, a decenas de personas que hacían fila para recibir los beneficios que atribuyen a estos ritos. También vi a los tocadores de los llamados “organillos” – que otros de ellos llaman “cilindros” -, recordando la vieja tradición europea del organillo sonando y un monito bailando sobre él para conseguir una propina, aunque aquí sin el mono. Luego de disfrutar de los murales de Diego Rivera dentro del Palacio Nacional, justo a la salida, escuché la voz de una mujer que gritaba “¡bolsas, bolsas!”. Al acercarme descubrí que era de avanzada edad y bajísima estatura. Llevaba colgadas en ambos brazos decenas – posiblemente cientos – de bolsas plásticas negras y vacías, de diversos tamaños. Confieso haberle pasado por un lado, en un intento de aliviar el sentimiento que me producía ver a una persona tan mayor, en medio de la calle, tratando de vender algo para subsistir. Sin embargo, mientras caminaba, seguía escuchando su llamado y no sentí otra opción que devolverme y acercarme. En ese trayecto noté que la mujer que tanto me había conmovido era ciega. Yo no sé con qué sentimiento habré conectado en ese momento, pero yo temblaba mientras me acercaba. Al llegar a ella, sólo me atreví a preguntarle “¿a cómo las bolsas, señora?”. “Hay de a 1, de a 2, de a 3 y de a 7 pesos”, me dijo. En ese momento le pedí una “de a 3″ y ella me la entregó, saqué una moneda de 10 pesos, la tomó en su mano y la sintió con la destreza con la que todo invidente identifica con su tacto el valor del dinero entregado. Cuando se dispuso a darme el cambio le dije que podía quedarse con él y – con una expresión de emoción que me aguó los ojos – me dijo “que Dios se lo pague, señor”. Ella reaccionaba a un regalo que significaba mucho para ella y que para mí eran apenas centavos de dólar. ¡Qué momento tan especial! ¿Cuál sería la historia de esa mujer? ¿Hace cuánto tiempo vendía bolsas en el Zócalo de México? Las respuestas no las tendré nunca porque simplemente no me atreví a preguntárselo. Luego de mi encuentro con ella, en medio de la belleza y la imponencia de la ciudad, me encontré con otras personas de bajos recursos, como niños contando la historia de la ciudad a cambio de una propina y mujeres sentadas en el piso con un bebé en brazos pidiendo dinero. La persona que me llevó al aeropuerto al día siguiente me explicó que muchas de las mujeres que piden dinero con niños en brazos, son parte de una mafia que ha sido ampliamente reportada por los medios de comunicación. Aparentemente algunas personas descubren que pueden ganar más dinero pidiendo en la calle e incluso alquilando niños que acompañen a otros a pedir dinero. Pero mi viejita era de verdad. Era la mujer que creía que su actividad era simplemente vender bolsas en el centro de México. Sin embargo, ella había ido mucho más allá sin darse cuenta: Me había hecho pensar sobre cuánto camino nos falta por recorrer para eliminar las injusticias en el mundo y, a la vez, lo agradecido que estoy con Dios por todos los privilegios que me ha dado en mi vida, sin que yo merezca ninguno de ellos. Mi conversación con Luis Miguel fue interesante, muy personal y definitivamente una experiencia exitosa de mi carrera profesional, que además me hizo respetarlo aún más como cantante y ser humano. Sin embargo, nada podrá superar mi encuentro con esa ancianita, de tan bajita estatura e invidente, que gritaba “¡bolsas, bolsas!” frente al Palacio Nacional en el Zócalo de la Ciudad de México. Son increíbles las vueltas que da la vida. Cualquiera de nosotros puede tener una reunión, una asignación, una conversación familiar o un viaje – como fue mi caso – que tiene un objetivo determinado y resulta que después descubrimos que la razón por la cual eso estaba ocurriendo en nuestra vida era totalmente distinta a la que creíamos
Posted on: Sat, 09 Nov 2013 19:56:34 +0000

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