Una anécdota, de esas bizarras, que me gusta contar... Vanidad - TopicsExpress



          

Una anécdota, de esas bizarras, que me gusta contar... Vanidad de vanidades… o La historia de una faja. Un día de la semana pasada, tomé la decisión (muy importante) de comprarme una faja nueva para hacer ejercicio, de esas negras, de neopreno, que usamos las mujeres en el gimnasio para sudar más ante la extrema actividad física de hacer aerobics, zumba o bellydance…jaja…. (Sé que el relato suena como algo muy íntimo, pero recuerden, la maravilla de lo personal es que se vuelve universal y para mi no hay ningún problema en compartirlo) Y lo chistoso de lo que voy a contar es cómo algo tan personal se vuelve, en segundos… algo del dominio público. ( y ahí si no fue elección personal, ¿eh? Simplemente pasó) Me fui al supermercado en uno de esos días en que sobre todas las cosas, soy simplemente una ama de casa. Hice mi selección de productos frescos y ricos, pensando en la comida de la tarde y ya para finalizar, me acerqué a la sección de deportes del super. Escogí una faja de marca “X”, tomé la más chica (sintiéndome confiada y bella) y me lancé a pagar. La faja pasó desapercibida ante el cajero y terminó en una bolsa con jabón, hilo dental (de a deveras) y una pequeña libreta, que sin duda, no encontró clasificación en otro lugar. Llegué a casa y en este estado de confianza que he traído últimamente, (muy nuevo en mí) no me probé el instrumento de “belleza” de inmediato. Vacié las bolsas, congelé cosas, preparé comida y seguí mi día. La faja quedó guardada en su caja, hasta la noche, antes del baño. En cuanto la saqué, me dí cuenta, sólo con un vistazo, de que por más confiada que ahora me siento en mi cuerpo, esa faja talla chica no me iba a quedar pero ni de relajo, ni yendo a bailar a Chalma. Era chica, chica, chiquísima (si existiera la palabra) La volví a mirar, la estiré y con una sonrisa solitaria y con flojera, determiné que había que ir a cambiarla pronto. Ok, ni modo. Escogí el viernes como el día del cambio, pero ya no fui sola. Mi pequeño y eterno acompañante iba conmigo. (recuerden… holiday’s time) No dije nada, sólo yo sabía mi objetivo, pero a él se le hizo rara una visita al super en la mañana, con él y con una bolsa en la mano, con una caja guardada en ella. -¿A qué venimos, mamá? Y yo… ¿cómo le contestaba? -A cambiar algo. -¿Qué? Y le expliqué de la mejor forma el asunto que ustedes, amados lectores, ya saben, pero qué curioso es oír de unos labios infantiles la palabra “faja” Me llenó de preguntas: “¿y para qué es la faja, por qué es negra, para qué la cambias, qué pasó…? Uffff. Mi rostro no debió haberse mostrado muy amable… Ja. Después se hizo invisible. Llegamos directo a Servicio a clientes y ahí, un muchachón de linda sonrisa me atendió. Volvi a explicar el asunto de todos sabido y él, muy propio, tomó un radio, le apretó el botoncillo, se oyó la interferencia y luego, habló… “Vienen a cambiar una faja” Y atrás de mí ya había una fila de gente, que sobra decir, se enteraron de todo. Cgggggggg… (se oyó de l otro lado) “¿por qué la viene a cambiar?” Ay… estos muchachitos… ¿qué de verdad no se lo imaginan? ¿Qué necesidad hay de hacerlo tan evidente? -Porque no me quedó. Cgggggg… “Que porque no le quedó” (¿era necesario?) Comencé a ruborizarme. “¿Va a querer una talla más grande o una más chica?” (¿Quéeeeeeeee?) Y yo, bien propia, muy segura de mi, muy confiada… muy bella, después de tragar saliva, contesté: -Más grande (Y super ruborizada ya) “Cggggg… mas grande.” Y la fila detrás de mí, recuérdenlo. “Le voy a devolver su dinero y luego va a pasar a deportes a escoger otra”. -Okey, muchas gracias. Salí cuasi corriendo de ahí. ¿Qué necesidad había de exponerla a una? Entiendo perfectamente que todo eso forma parte de un protocolo de cambios de mercancía, de atención y servicio al cliente, de saber qué entra y qué sale, los motivos, etc, para no hacerla de tos, pero… me sentí como Marge Simpson en el capítulo donde Homero es acusado de acoso porque la baba se le cae ante una jalea de dulce que se posa en los glúteos de una niñera… (¿podría dejar de decir “jalea”?) ( Y yo ya rogaba porque alguien aquí dejara de hacer preguntas y de decir la palabra “faja”) Llegué al departamento, busqué otra faja, otra marca, otra talla y sin importarme nada, la saqué del empaque y me la probé, por encima de la ropa.. Era chica también, pero una “chica” mucho más decente, de acuerdo a una mujer que come y se ejercita. Jajaja… Muy satisfecha, la guardé y me dirigí a la caja. La caja de la faja pasó por el cajero (aquí la cacofonía es necesaria, disculpas pido), quien la vio detenidamente y coincidencia o destino, se la señaló al cerillo en turno (lo juro), mostrándosela con los ojos. “Mira, cuesta sólo 120, no está tan cara” ¿Yo? Super seria, segura, propia y formal, no lo olviden, entre que quise reclamar por esa invasión a la intimidad femenina, entre que quería salir corriendo y entre que quería desaparecer ipsofactamente. El cerillo la tomó y antes de meterla a la bolsa, le habló al cerillo de la otra caja. “Mira, es esta y no está tan cara, cuesta 120” El otro cerillo se acercó y la vio, francamente interesado. “Ah sí, está bien, güey” Yo, en segundos, hice miles de conjeturas… ¿Estarían buscando un regalo atrasadísimo para su mamá? ¿Para la novia? ¿Para la hermana? ¿Estarían pensando en comprarla para ellos mismos? ¿Estaban empezando un negocio de venta de fajas y comparaba precios? ¿Se estaban inmiscuyendo en el mundo femenino, simplemente? ¿Querían empezar a sudar la gota gorda mientras se ejercitaban? Yo, de verdad, no podía creer tan bizarra escena. Todos enterándose de la compra de esta mujer, acompañada por un niño que jugaba de forma que sólo los niños entienden, haciendo ruidos de guerra con las manos y un muñeco invisible. Finamente, Dios es grande y la faja llegó a mis manos, en una bolsa con un pelícano naranja. Salí caminando aprisa, sin voltear… Dicen en algún lado que el corazón de una mujer está lleno de secretos. Y ese corazón guarda secretos de todo tipo, desde dolores, placeres y angustias, hasta los nombres de los amados, palabras nunca dichas y poemas que ponemos en diversos lugares sólo para vomitar lo que sentimos, sabedoras de que jamás serán leídos por quienes esperamos. Así que el corazón de una , así debe quedarse, con su talla de brassier y de medias, con su número del zapato y del camisón…bien guardaditos. Por lo menos, hasta que una faja deportiva no le queda a una y hay que ir a cambiarla, so condena de que todo el mundo se entere del cambio, del motivo y de la talla… Y todo por…la… Vanidad, el favorito de los pecados de alguien. Ni modo.
Posted on: Mon, 01 Jul 2013 22:58:00 +0000

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