Una aventura en el aeropuerto Charles de Gaulle... Mi vuelo con - TopicsExpress



          

Una aventura en el aeropuerto Charles de Gaulle... Mi vuelo con escala a Lóndres fue una aventura de más de 26 horas gracias a los retrasos y a pagar la novatada en el Charles de Gaulle, al haber programado una escala de 1 hora ahí. Cuando, por fin, pude librar el trámite de mostrar el pasaporte y desplazarme hasta la terminal donde mi vuelo salía, el avión ya estaba por llegar a Londres El problema es que yo seguía en París. Y es que la aventura inicia desde que uno baja del avión y tiene que abordar un autobús que lo trasladará desde la puerta del avión hasta la entrada de una de las terminales, para ir a buscar la puerta desde donde saldrá el vuelo que te lleve al destino final. Pero el autobús se desplaza con una lentitud asombrosa a pesar de tener el camino despejado, ya sabes, la seguridad de los aeropuertos. Una vez a la entrada de la terminal comienza el verdadero espectáculo. Los pasajeros bajan a toda prisa del autobús como si bajaran desde el Arca de Noé. Las avestruces corren, los elefantes aplastan, los leones muerden y, como siempre, nunca faltan las tortugas. Unos corren a la Ben Johnson y otros tacklean como en rugby. Fácilmente puedes distinguir, sin ver sus pases de abordar, quiénes tienen una conexión en 1 hora, quiénes en 2 y quiénes en 3. Tú, novato, terminas envidiando a los expertos. Esos hombres en traje, corbata y pelo envaselinado que tienen el fetiche de sus Blackberrys y miran, casi disfrutan, con cara de autosuficiencia, tu ansiosa prisa. En su sonrisa puedes leer su pensamiento: ¡Ja! Ya estuve aquí, novato. Es el Charles de Gaulle. ¿Calculaste mal tu escala? Deja de verme y dale prisa a tu derrière (trasero). Te abres paso entre la manada a tirones y sombrerazos. A pesar de tu prisa, decides descansar en la escalerilla eléctrica acomodando tu apresurado derrière en el lado izquierdo. Bienvenido a Francia. Por cortesía vial, que hasta en las escalerillas eléctricas aplica, quienes descansan se acomodan en el lado derecho para permitir a los que deciden subir los escalones de la misma escalerilla hacerlo por el lado izquierdo. Tú, novato, escuchas muy cerca detrás de tí que alguien limpia su garganta sonoramente. Te volteas para ofrecerle una menta pero te das cuenta que es un gentil llamado a que te quites del paso y ocupes el lado derecho de la escalerilla para que el pseudo-atragantado pueda pasar. Superas la escalerilla y recuerdas tu prisa. Cuando llegas a las ventanillas de inmigración, te das cuenta de que hay una fila interminable de pasajeros que deben mostrar su pasaporte y recibir permiso para internarse al aeropuerto o al mismo país. Llega el momento en que te das cuenta de que toda la manada que provocó un serengeti al bajar del autobus está pensando exactamente lo mismo que tú: ¿De qué sirvió la maldita prisa? No terminas tu pensamiento cuando ves llegar a los veteranos. Traje, corbata, pelo envaselinado, Blackberry en mano y la maldita sonrisa de autosuficiencia que ésta vez también puedes leer y recuerdas la frase sabia de tu abuela: La prisa no es buena consejera. Desde la fila, ves a una anciana estadounidense discutiendo acaloradamente con un oficial de inmigración en la ventanilla porque tiene un problema con sus maletas. Pero antes de llegar al asunto de las maletas tienen otro problema, aun más serio: no se entienden un carajo. La venerable anciana consume 20 malditos minutos de tu conexión. Piensas en amenazar que tienes una bomba, pero es algo muy serio. Reconsideras, mides la distancia desde tu lugar hasta la puerta y en base a tu velocidad de desplazamiento haces cálculos matemáticos sobre la viabilidad de correr como poseído y escapar tanto de la fila, como de la resistencia a la globalización de la anciana. Pero te das cuenta, al final, que eso pondría en riesgo tu aventura europea. Después de cuarenta minutos, amablemente invitan a la anciana a hacerse a un maldito lado. La fila se despeja. El oficial va ocupando menos de 3 minutos en autorizar la entrada a suelo francés, sin prácticamente mirar al candidato. Ya resignado. busco la terminal a la cual tengo que llegar para ahí, hacer el trámite y obtener un nuevo boleto. C\est pas possible, monsieur O lo que es lo mismo en mi México: Uy, fíjese que no se puede, señito. Como buen mexicano, piensas de inmediato en lanzar la pregunta obligada que harías en México a cualquier oficial de tránsito para comprar su comprensión: ¿Cómo nos podemos arreglar? Es el empleado de mostrador de Air France. Perfectamente peinado y afeitado con una camisa blanca ajustada con detalles como de marinero que más bien parece como de bailarín exótico. Por un momento piensas que es el séptimo integrante de The Village People y que en cualquier momento saltará sobre el mostrador bailando y quitándose la ropa al ritmo de Macho Man: ¿Una hora? ¿Programó sólo una hora para conectar? En el Charles de Gaulle, monsieur? me pregunta con una sonrisa. Esa maldita sonrisa otra vez. Seeee, seeee ya sé, una hora y cuál es tu problema? No te parece, ¿o queee? lo piensas, pero no lo dices, por supuesto. Lo que quieres es llegar a Londres no al cómodo sillón de la sala de espera por 4 horas más teniendo que ver al bailarín exótico. Finalmente, me consigue un asiento en el vuelo que sale a Londres a las 7:15 de la tarde. De cualquier manera, tendré que esperar 4 horas más en el aeropuerto. Me da el boleto y reviso que diga Londres. Junto al pase de abordar me entregan un cupón por un sandwich y un refresco como disculpa por la espera no planeada en el Charles de Gaulle. Wow. Podré divertirme por 4 malditas horas con mi sandwich y mi refresco. De no ser porque veo los aviones a través del cristal, pensaría que estoy en Disneylandia. Ironía, por supuesto. Me dispongo a consumir mi sandwich y mi refresco en el café de la terminal. Llego y observo una variedad bastante interesante de sandwiches. Unos, hechos de baguette con 3 quesos, otros con abundante jamòn. También los hay calientes en un pan inmenso con ensalada dentro, que luce exquisito. Por último, unos sandwiches empaquetados, en pan de barra con dos tímidos salpicones de mayonesa. Fue el sandwich de ensalada en ese gran pan el que me sedujo y decidí ordenarlo. C\est pas possible, monsieur Carajo. Con poco más de una hora en suelo francés ya había aprendido lo que esa frase quiere decir. Monsieur, los sándwiches de disculpa son estos de acá Y tuve que hallarle el gusto a mi sandwich, ese de los dos tímidos salpicones de mayonesa. El sandwich y el refresco me duraron 8 minutos. Aun tenía 3 horas y 52 minutos por consumir en el Charles de Gaulle. Me levanto y busco un asiento libre en la sala de espera, cuando veo que hay un montón de gente reunida frente a una mesa. Me acerco, como buen Mexicano, a ver qué están regalando. Veo que hay un montón de periódicos del día, los más importantes de varios países. Ninguno en español, por cierto. Pero como eran gratis, y para ese entonces aun tenia como 3 horas y 50 minutos por delante, tomé como 4 en inglés y francés. Mi francés hasta ese momento era algo así como Cest pas possible, Monsieur y Ou se trouve le toilette? (Dónde está el baño?) Esta última la llevaba ya bastante bien entrenada desde México. Así que con un francés bastante rudimentario, recordé aquella frase de que el futbol es el lenguaje universal y tomé el LEquipe, diario deportivo más importante de Francia. Página 4, no necesitaba traducción: Nigeria3- 0 Mexico Ca Ra Jo! Eso sí me molestó. El sandwich, la camisa de bailarín exotico, el retraso, todo eran detalles menores. México había perdido en futbol con Nigeria. Intolerable. Hasta ahí llegué. Podría presumir que llegué hasta la página 4 de LEquipe. Al menos le gané al chino que escogió el Der Spiegel alemán. ¿Para qué quiere un chino un periódico en alemán? Estaba completamente seguro de mi victoria al haber leído 4 páginas del LEquipe. Sabía que el chino no pasaría de la primera página del Der Spiegel. Lo consideraba un triunfo de la nación, una muestra del avance global que ha tenido México. Nigeria nos había ganado en futbol. Pero, seguramente, yo le había ganado al chino. Ya no más rencores porque China le gana las inversiones en mano de obra barata a México. Pensaba eso, mientras le chino se levantó y se fue con todo y periódico. Después de unos instantes más de felicitarme a mí mismo por un triunfo internacional en suelo neutral, me dispuse a ir al baño. Por supuesto, estrenando mi muy ensayada pregunta en francés: Ou se trouve le toilette? Me contestaron una serie de instrucciones en francés acompañadas de sus correspondientes manoteos. No contaba con que me podían responder en francés. Eso no lo había ensayado, pero me guié por los manoteos, como en México. Entro al baño y cual es mi total desilusión al ver que salían desparramadas, por debajo de la puerta de uno de los excusados, un par de secciones de un periódico en alemán ¡No puede ser! Era el Der Spiegel. Sí, el Der Spiegel del chino. Mi triunfo se convirtió en derrota de manera instantánea. Efectivamente, el chino no sabía un carajo de alemán. ¿Pero eso qué importaba? No lo quería para leerlo. Al final, el chino le había sacado más provecho a su Der Spiegel que yo a mis 4 míseras páginas del LEquipe. Veo con tristeza que a los mexicanos nos sigue faltando ese pequeño pasito para llegar a los grandes triunfos internacionales. Tal fue mi desilusión que olvidé lo que iba a hacer al baño y salí rápidamente a buscar un lugar donde pasar las próximas 3 horas y 12 minutos. Una siesta podría ser una buena opción. Encontré el lugar ideal. Al fondo de la terminal había unos 6 o 7 asientos que, más bien, parecían divanes. Estaban todos ocupados, pero sus ocupantes se veían todos muy cómodos recostados y durmiendo la siesta. Sigilosamente me acerqué a uno de los asientos. Su ocupante dormía. Pero al mexicano no se complica la vida, ni se le cierra el mundo. Tuve el chispazo genial, el eureka repentino, el éxtasis creativo. Se me ocurrió aplicar la técnica recién aprendida en la escalerilla eléctrica unas horas antes. Limpié mi garganta con decisión y de manera sonora en un gentil llamado a desalojar el rumbo. Su ocupante, del susto, despertó y se sentó en un solo movimiento, la niña de El Exorcista se habría sonrojado ante tal despliegue sobrenatural del individuo ocupante que parecía ser gringo. Vio su reloj y supongo que se le hacía tarde para su vuelo porque tomó sus cosas y me dejó el diván para mí solito. De inmediato, me recosté, puse mi alarma para las 7 pues el vuelo salía a las 7:15 y de pronto vi pasar al chino con tremenda cara de satisfacción y felicidad, aunque parecía que se dirigía a la mesa de los periódicos una vez más. Recostado, comencé a sentir calorcito. De esas veces que uno está medio soñando y medio despierto pensé que ya estaba en un camastro en alguna playa de la Costa Azul. Pero mi conciencia me hizo notar que el techo del Charles de Gaulle es un cristal completamente transparente que deja pasar toda la luminosidad del sol. Pensé que un techo, que no funcionaba como tal, era el más grande homenaje a un aeropuerto como el Charles de Gaulle. Coopera para la aventura. Al menos, las últimas 3 horas de estancia en el Charles de Gaulle las iba a pasar dormido. Mi travesía de 26 horas desde Monterrey hasta Londres se acercaba al final.
Posted on: Sun, 10 Nov 2013 20:46:34 +0000

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