Una vez hablaba el Conde Lucanor con Patronio, su consejero, de - TopicsExpress



          

Una vez hablaba el Conde Lucanor con Patronio, su consejero, de este modo: Patronio, sabéis que, gracias a Dios, mis señoríos son grandes, pero no están todos juntos. Aunque tengo tierras muy bien defendidas, otras no lo están tanto y otras están muy lejos de las tierras donde mi poder es mayor. Cuando me encuentro en guerra con mis señores, los reyes, o con vecinos más poderosos que yo, muchos que se llaman mis amigos y algunos que me quieren aconsejar me atemorizan y asustan, aconsejándome que de ningún modo esté en mis señoríos más apartados, sino que me refugie en los que tienen mejores baluartes, defensas y bastiones, que están en el centro de mis tierras. Como os sé muy leal y muy entendido en estos asuntos, os pido vuestro consejo para hacer ahora lo más conveniente. -Señor Conde Lucanor -dijo Patronio-, en asuntos graves y problemáticos es muy arriesgado dar un consejo, pues muchas veces podemos equivocarnos, al no estar seguros de cómo terminarán las cosas. Con frecuencia vemos que, pensando una cosa, sale después otra muy distinta, porque lo que tememos que salga mal, sale luego bien, y lo que creíamos que saldría bien, luego resulta mal; por ello, si el consejero es hombre leal y de justa intención, cuando ha de dar un consejo se siente en grave apuro y, si no sale bien, queda el consejero humillado y desacreditado. Por cuanto os digo, señor conde, me gustaría evitarme el aconsejaros, pues se trata de una situación muy delicada y peligrosa, pero como queréis que sea yo quien os aconseje, y no puedo negarme, me gustaría mucho contaros lo que sucedió a un gallo con una zorra. El conde le pidió que se lo contara. -Señor conde -dijo Patronio-, había un buen hombre que tenía una casa en la montaña y que criaba muchas gallinas y gallos, además de otros animales. Sucedió que un día uno de sus gallos se alejó de la casa y se adentró en el campo, sin pensar en el peligro que podía correr, cuando lo vio la zorra, -65- que se le fue acercando muy sigilosamente para matarlo. Al verla, el gallo se subió a un árbol que estaba un poco alejado de los otros. Viendo la zorra que el gallo estaba fuera de su alcance, tomó gran pesar porque se le había escapado y empezó a pensar cómo podía cogerlo. Fue derecha al árbol y comenzó a halagar al gallo, rogándole que bajase y siguiera su paseo por el campo; pero el gallo no se dejó convencer. Viendo la zorra que con halagos no conseguiría nada, empezó a amenazar diciéndole que, pues no se fiaba de ella, ya le buscaría motivos para arrepentirse. Mas como el gallo se sentía a salvo, no hacía caso de sus amenazas ni de sus halagos. »Cuando la zorra comprendió que no podría engañarlo con estas tretas, se fue al árbol y se puso a roer su corteza con los dientes, dando grandes golpes con la cola en el tronco. El infeliz del gallo se atemorizó sin razón y, sin pensar que aquella amenaza de la zorra nunca podría hacerle daño, se llenó de miedo y quiso huir hacia los otros árboles donde esperaba encontrarse más seguro y, pues no podía llegar a la cima de la montaña, voló a otro árbol. Al ver la zorra que sin motivo se asustaba, empezó a perseguirlo de árbol en árbol, hasta que consiguió cogerlo y comérselo. »Vos, señor Conde Lucanor, pues con tanta frecuencia os veis implicado en guerras que no podéis evitar, no os atemoricéis sin motivo ni temáis las amenazas o los dichos de nadie, pero tampoco debéis confiar en alguien que pueda haceros daño, sino esforzaos siempre por defender vuestras tierras más apartadas, que un hombre como vos, teniendo buenos soldados y alimentos, no corre peligro, aunque el lugar no esté muy bien fortificado. Y si por un miedo injustificado abandonáis los puestos más avanzados de vuestro señorío, estad seguro de que os irán quitando los otros hasta dejaros sin tierra; porque como demostréis miedo o debilidad, abandonando alguna de vuestras tierras, mayor empeño pondrán vuestros enemigos en quitaros las que todavía os queden. Además, si vos y los vuestros os mostráis débiles ante unos enemigos cada vez más envalentonados, llegará un momento en que os lo quiten todo; sin embargo, si defendéis bien lo primero, estaréis seguro, como lo habría estado el gallo si hubiera permanecido en el primer árbol. Por eso pienso que este cuento del gallo deberían saberlo todos los que tienen castillos y fortalezas a su cargo, para no dejarse atemorizar con amenazas o con engaños, ni con fosos ni con torres de madera, ni con otras armas parecidas que sólo sirven para infundir temor a los sitiados. Aún os añadiré otra cosa para que veáis que sólo os digo la -66- verdad: jamás puede conquistarse una fortaleza sino escalando sus muros o minándolos, pero si el muro es alto las escaleras no sirven de nada. Y para minar unas murallas hace falta mucho tiempo. Y así, todas las fortalezas que se toman es porque a los sitiados les falta algo o porque sienten miedo sin motivo justificado. Por eso creo, señor conde, que los nobles como vos, e incluso quienes son menos poderosos, deben mirar bien qué acción defensiva emprenden, y llevarla a cabo sólo cuando no puedan evitarla o excusarla. Mas, iniciada la empresa, no debéis atemorizaros por nada del mundo, aunque haya motivos para ello, porque es bien sabido que, de quienes están en peligro, escapan mejor los que se defienden que los que huyen. Pensad, por último, que si un perrillo al que quiere matar un poderoso alano se queda quieto y le enseña los dientes, podrá escapar muchas veces, pero si huye, aunque sea un perro muy grande, será cogido y muerto enseguida. Al conde le agradó mucho todo esto que Patronio le contó, obró según sus consejos y le fue muy bien. Y como don Juan pensó que este era un buen cuento, lo mandó poner en este libro e hizo unos versos que dicen así: No sientas miedo nunca sin razón y defiéndete bien, como un varón. -67- ArribaAbajo Cuento XIII Lo que sucedió a un hombre que cazaba perdices Hablaba otra vez el Conde Lucanor con Patronio, su consejero, y le dijo: -Patronio, algunos nobles muy poderosos y otros que lo son menos, a veces, hacen daño a mis tierras o a mis vasallos, pero, cuando nos encontramos, se excusan por ello, diciéndome que lo hicieron obligados por la necesidad, sintiéndolo muchísimo y sin poder evitarlo. Como yo quisiera saber lo que debo hacer en tales circunstancias, os ruego que me deis vuestra opinión sobre este asunto. -Señor Conde Lucanor -dijo Patronio-, lo que me habéis contado, y sobre lo cual me pedís consejo, se parece mucho a lo que ocurrió a un hombre que cazaba perdices. El conde le pidió que se lo contase. -Señor conde -dijo Patronio-, había un hombre que tendió sus redes para cazar perdices y, cuando ya había cobrado bastantes, el cazador volvió junto a la red donde estaban sus presas. A medida que las iba cogiendo, las sacaba de la red y las mataba y, mientras esto hacía, el viento, que le daba de lleno en los ojos, le hacía llorar. Al ver esto, una de las perdices, que estaba dentro de la malla, comenzó a decir a sus compañeras: »-¡Mirad, amigas, lo que le pasa a este hombre! ¡Aunque nos está matando, mirad cómo siente nuestra muerte y por eso llora! »Pero otra perdiz que estaba revoloteando por allí, que por ser más vieja y más sabia que la otra no había caído en la red, le respondió: »-Amiga, doy gracias a Dios porque me he salvado de la red y ahora le pido que nos salve a todas mis amigas y a mí de un hombre que busca nuestra muerte, aunque dé a entender con lágrimas que lo siente mucho. »Vos, señor Conde Lucanor, evitad siempre al que os hace daño, aunque os dé a entender que lo siente mucho; pero si alguno os perjudica, no buscando vuestra deshonra, y el daño no es muy grave para vos, si se trata de una persona a la que estéis agradecido, que además lo ha hecho forzada -68- por las circunstancias, os aconsejo que no le concedáis demasiada importancia, aunque debéis procurar que no se repita tan frecuentemente que llegue a dañar vuestro buen nombre o vuestros intereses. Pero si os perjudica voluntariamente, romped con él para que vuestros bienes y vuestra fama no se vean lesionados o perjudicados. El conde vio que este era un buen consejo que Patronio le daba, lo siguió y todo le fue bien. Y viendo don Juan que el cuento era bueno, lo mandó poner en este libro e hizo estos versos: A quien te haga mal, aunque sea a su pesar, busca siempre la forma de poderlo alejar. -69- ArribaAbajo Cuento XIV Milagro que hizo Santo Domingo cuando predicó en el entierro de un comerciante Otro día, hablando de sus asuntos el Conde Lucanor con Patronio, le dijo: -Patronio, algunos me aconsejan que reúna la mayor cantidad posible de dinero, y aun me dicen que esto me conviene más que ninguna otra cosa. Por eso os ruego que me deis vuestra opinión sobre este asunto. -Señor conde -dijo Patronio-, aunque a los grandes señores os sea necesario tener dinero en muchas ocasiones y, sobre todo, para que nunca incumpláis vuestros deberes por su falta, no por eso podéis pensar en reunir sólo dinero, abandonando otras obligaciones que tenéis con vuestros vasallos, así como las propias de vuestro estado y dignidad, pues si actuarais de ese modo podría sucederos lo que a un lombardo que vivió en Bolonia. El conde le preguntó qué le había sucedido. -Señor conde -dijo Patronio-, había en Bolonia un lombardo que acumuló grandes riquezas sin mirar nunca su procedencia, pues sólo buscaba acrecentarlas día a día. El lombardo enfermó muy gravemente, y uno de sus amigos, cuando lo vio tan próximo a la muerte, le pidió que se confesara con santo Domingo, que a la sazón estaba en Bolonia. El lombardo accedió a confesarse. »Pero cuando llamaron al santo, este vio que era voluntad del Señor que aquel mal hombre sufriese las penas que merecían sus culpas y, por eso, no fue, sino que mandó un fraile para confesarlo. Cuando los hijos del comerciante supieron que se había hecho llamar a santo Domingo, se entristecieron, pensando que el buen santo mandaría a su padre devolver todos sus bienes a cambio de la salvación de su alma, por lo que de esta forma quedarían ellos en la miseria. Así, al llegar el fraile, le dijeron que su padre estaba con sudores y que lo llamarían cuando estuviera un poco mejor. »Al poco, el padre perdió el habla y murió sin poder hacerlo más preciso para la salvación de su alma. Cuando al otro día lo llevaron a enterrar, pidieron a santo Domingo que predicase en la ceremonia. Así lo hizo el -70- santo, pero, cuando hubo de hablar sobre el difunto, citó estas palabras del evangelio que dicen: «Ubi est thesaurus tuus, ibi est cor tuum», que significan en romance: «Donde está tu tesoro, allí está tu corazón». Dicho esto, se dirigió a los presentes con estas palabras: »-Hermanos, para que veáis que el evangelio dice siempre la verdad, buscad el corazón de este hombre ya fallecido, aunque os afamo que no podréis encontrarlo dentro del cuerpo sino en el arca donde guardaba su tesoro. »Empezaron a buscarle el corazón en el cuerpo, pero no lo encontraron allí, sino en el arca, como había asegurado el santo. El corazón estaba lleno de gusanos y olía peor que la cosa más podrida y hedionda del mundo. »Y vos, señor Conde Lucanor, aunque el dinero, como antes os he dicho, es bueno, procurad siempre dos cosas: conseguirlo por medios lícitos y honrados, y no desearlo tanto que os veáis obligado a hacer lo que no os convenga o que vaya en perjuicio de vuestra honra o de vuestros deberes; porque antes debéis intentar reunir un tesoro de buenas obras para lograr clemencia ante Dios y buena fama ante el mundo. Al conde le agradó mucho este consejo que Patronio le dio y obró según él y le fue muy bien. Y viendo don Juan que este cuento era muy bueno, lo hizo poner en este libro y compuso estos versos: Amarás sobre todo el tesoro verdadero, despreciarás, en fin, el bien perecedero. -71- ArribaAbajo Cuento XV Lo que sucedió a don Lorenzo Suárez en el sitio de Sevilla Un día hablaba el Conde Lucanor con Patronio, su consejero, de este modo: -Patronio, cierta vez tuve como enemigo a un rey muy poderoso, y, cuando la guerra ya había durado mucho, vimos que nos era más conveniente firmar un pacto. Aunque ahora nos consideramos aliados y no existen conflictos entre nosotros, siempre recelamos el uno del otro. Además, gente de su bando e incluso del mío me llenan de temor, pues dicen que aquel rey busca una excusa para atacarme. Por vuestra lealtad y buen entendimiento, os ruego que me aconsejéis lo que debo hacer en este caso. -Señor Conde Lucanor -dijo Patronio-, este es un consejo muy delicado por varias razones, pues cualquiera que busque poneros en un apuro lo podrá hacer muy fácilmente, porque aunque os dé a entender que intenta serviros, avisaros del peligro y poneros en guardia contra él, aunque parezca sentir vuestro daño, siempre podrá haceros sospechar de vuestro aliado. Y con esa sospecha, habréis de tomar tales medidas que serán el comienzo de una nueva guerra, sin que ninguno de vuestros consejeros pueda ser culpado, pues el que os diga que no os preocupéis por los riesgos del combate demuestra muy poca preocupación por vuestra vida; el que os diga que no reforcéis vuestros baluartes ni los abastezcáis de alimentos, hombres y armas, demuestra poco interés por vuestros señoríos; y el que os diga que no os protejáis con amigos y vasallos, que estén bien atendidos y contentos con vos, demuestra importarle muy poco vuestra honra y vuestra protección. Sabed, además, que es muy peligroso no hacer estas cosas, pero si se hacen pueden ser el inicio de nuevos alborotos y desórdenes. Con todo, como me pedís mi opinión sobre este asunto tan delicado, me gustaría que supierais lo que le sucedió a un buen caballero. El conde le pidió que se lo contara. -Señor conde -dijo Patronio-, cuando el santo y bienaventurado rey -72- don Fernando tenía sitiada Sevilla, contaba con muchos y valientes caballeros, entre los que estaban los tres más diestros en el manejo de las armas: uno era don Lorenzo Suárez Gallinato, el otro don García Pérez de Vargas y del tercero no recuerdo su nombre. Los tres discutieron un día sobre quién de ellos era el mejor y más hábil. Como no llegaron a un acuerdo, decidieron armarse muy bien los tres y llegar a las murallas de Sevilla para golpear con sus lanzas las puertas de la ciudad. »Al día siguiente, por la mañana, los tres se pusieron sus armaduras y se dirigieron a la ciudad. Cuando los moros que vigilaban murallas y torres vieron que sólo se trataba de tres caballeros cristianos, pensaron que serían mensajeros y ninguno les atacó, por lo cual los tres caballeros pasaron el puente, la barbacana, llegaron a las puertas de la ciudad y las golpearon con la punta de sus lanzas. Hecho esto, volvieron las riendas y regresaron junto al ejército. »Al ver los moros que no traían ningún mensaje, se sintieron humillados y quisieron salir tras ellos; pero, al abrir los musulmanes las puertas de la muralla, los tres caballeros, que se volvían despacio, estaban ya bastante lejanos. De la ciudad salieron en su persecución más de mil quinientos jinetes, así como más de veinte mil infantes. Cuando los tres caballeros vieron que eran perseguidos, volvieron sus caballos contra sus enemigos y los esperaron. Al acercarse más los moros, aquel caballero, cuyo nombre he olvidado, se lanzó contra ellos y empezó a luchar valientemente, mientras que don Lorenzo Suárez y don García Pérez estaban sin intervenir; al aproximarse más los moros, don García Pérez de Vargas se les enfrentó, mientras que don Lorenzo Suárez seguía sin combatir, cosa que sólo hizo cuando los moros lo atacaron, pero entonces se metió entre sus enemigos y comenzó a hacer cosas sorprendentes y heroicas con sus armas. »Cuando desde el campamento vieron a los tres caballeros enfrentarse a los moros, salieron en su ayuda. Aunque los tres pasaron momentos muy peligrosos y recibieron numerosas heridas, Dios no quiso que muriera ninguno de ellos. Tan grande fue la batalla entre moros y cristianos que el rey don Fernando hubo de ponerse al frente de su ejército, que resultó vencedor. Cuando el rey volvió a su tienda, mandó prender a los tres caballeros diciendo que merecían la muerte por haber cometido tal locura, pues hicieron que el ejército entrase en combate sin orden del rey y arriesgaron la vida propia inútilmente. Pero luego, ante las súplicas de los más ilustres capitanes, el rey mandó soltar a los tres que os he dicho. -73- »Al saber el monarca la discusión que habían mantenido y sus consecuencias, convocó a los más nobles caballeros para decidir quién había sido el más valiente. Una vez reunidos, mantuvieron una fuerte polémica, pues unos decían que había demostrado mayor arrojo el que atacó a los moros el primero, otros que el segundo y otros lo decían del tercero. Cada uno defendía sus opiniones con tales argumentos que todos parecían tener razón. Y, en verdad, tan heroicamente se habían portado que cualquiera podría ser tenido como el más valiente; pero al acabar la discusión acordaron lo siguiente: si, en caso de que hubieren sido menos, los moros que les habían atacado hubieran podido ser vencidos sólo por el valor y el esfuerzo de los tres caballeros, el primero en enfrentarse a ellos sería el mejor, pues comenzó algo que podría ser acabado; pero si los enemigos eran tan numerosos que ellos tres no podían, el primero en atacarlos no lo hizo impulsado por su valor, sino porque la vergüenza le impedía abandonar el campo y huir, mas como la huida era imposible, la falta de serenidad ante un miedo muy intenso le hizo comenzar su ataque. Al segundo en atacar, que supo dominar su miedo más tiempo, lo consideraron más valiente. Mas a don Lorenzo Suárez, que en ningún momento se dejó dominar por el miedo y esperó a que los moros le atacaran, lo creyeron el más valiente de los tres. »Vos, señor Conde Lucanor, pues veis que os intentan atemorizar y que esa guerra sería de tal violencia que una vez iniciada no podríais acabarla, tened por cierto que, cuanto más dominéis vuestro miedo, mayores muestras de valor y de buen juicio daréis: porque, como tenéis lo vuestro seguro y no os pueden hacer mucho daño por sorpresa, os aconsejo que no perdáis la serenidad. Como tampoco pueden causaros grave daño, esperad que os ataquen y entonces veréis que sólo se trata de temores infundados, producto de quienes buscan vivir y hacer vivir en la confusión. Pensad también, señor conde, que tanto esos amigos vuestros como los de aquel poderoso señor no desean la paz ni la guerra, para la cual carecen de recursos, sino solamente el alboroto y el desorden, durante los cuales puedan robar y atacar vuestras tierras y coaccionaros a vos y a los vuestros para quitaros lo que tenéis y lo que no tenéis, pues no temerán que los castiguéis por cuanto mal os hagan. Por lo cual, aunque vuestros enemigos urdan o hagan algo contra vos, al quedar ellos como culpables de la nueva contienda, conseguiréis doble triunfo: primero, porque Dios estará con vos, y su ayuda es muy necesaria en tales cosas; segundo, porque todo el mundo verá que -74- tenéis razón al obrar así. Además, si no hacéis lo que no debéis, acaso no se levante el otro contra vos, viviréis en paz y haréis servicio a Dios y beneficio a los buenos, sin buscar vuestro daño por complacer a quienes os desean perjudicar, a los cuales tampoco les importaría el mal que pudieran causar a vuestra vida o hacienda. Al conde le gustó mucho este consejo que le dio Patronio, siguió sus enseñanzas y le fue muy bien. Y como don Juan comprendió que este cuento era muy bueno, lo mandó escribir en este libro e hizo estos versos que dicen así: Movidos por el temor, no decidáis atacar, que siempre sabe vencer quien siempre sabe esperar. -75- ArribaAbajo Cuento XVI La respuesta que le dio el conde Fernán González a Nuño Laínez, su pariente Conde Lucanor hablaba un día con Patronio de este modo: -Patronio, como bien sabéis, yo ya no soy joven y, además, he pasado muchos trabajos y dificultades en mi vida. Sinceramente os digo que ahora querría descansar y dedicarme a la caza, olvidándome de preocupaciones y tareas más pesadas; como sé que siempre me habéis aconsejado con mucho acierto, os ruego que me digáis lo que más me conviene hacer. -Señor conde -dijo Patronio-, aunque no os falta razón en lo que me decís, me gustaría que supieseis lo que contestó una vez el conde Fernán González a Nuño Laínez. El conde le pidió que le contase lo que entre ellos había ocurrido. -Señor conde -dijo Patronio-, el conde Fernán González vivía en Burgos, después de haber luchado muy duramente por defender su tierra. Una vez que estaba allí más sosegado y en paz, le dijo Nuño Laínez que ya le convenía alejarse de tantas disputas y contiendas, para descanso suyo y de sus gentes. »Le respondió el conde que nadie del mundo desearía tanto como él descansar y disfrutar de la paz si pudiera, pero bien sabía don Nuño que estaban en guerra con los moros, con los leoneses y con los navarros, por lo que, si ellos se dedicaban al ocio, sus contrarios les atacarían en seguida, y si se marcharan de caza con buenas aves de cetrería, siguiendo el cauce del Arlanzón, montados en buenas mulas gordas, sin mantener la defensa de sus tierras, bien lo podrían hacer, pero les sucedería como dice el antiguo refrán: «Murió el hombre y murió su nombre». Mas si, por el contrario, queremos olvidar las comodidades y nos esforzamos por defender este joven reino y acrecentar nuestra honra, dirán cuando muramos: «Murió el hombre, pero no murió su nombre». Y como hemos de morir, felices o desgraciados, no me parece que sea bueno dejar de hacer, por preferir el descanso y los placeres, lo que después de muertos mantiene viva la buena fama de nuestros hechos y gestas. -76- »A vos, señor conde, pues sabéis que habéis de morir, nunca podré aconsejaros que, por buscar placeres y descanso, dejéis de hacer lo que corresponde a vuestro estado, para que así, una vez muerto vos, viva siempre la fama de vuestras grandes empresas. Al conde le gustó mucho este consejo de Patronio, lo siguió y le fue muy bien. Y como don Juan comprendió que se trataba de un cuento muy bueno, lo mandó escribir en este libro e hizo los versos que dicen así: Si por descanso y placeres la buena fama perdemos, al término de la vida deshonrados quedaremos. -77- ArribaAbajo Cuento XVII Lo que sucedió a un hombre con otro que lo convidó a comer Otra vez hablaba el Conde Lucanor con Patronio, su consejero, y le dijo: -Patronio, ha venido un hombre y me ha dicho que hará una cosa muy provechosa para mí, pero, al decírmelo, pensé que su ofrecimiento era tan débil que preferiría él que no lo aceptase. Yo pienso que, por una parte, me interesaría mucho hacer lo que me sugiere, aunque tengo reparos para aceptar su oferta, pues creo que me la ha hecho sólo por cumplir. Como sois de tan buen juicio, os ruego que me digáis lo que os parece que deba hacer en este caso. -Señor Conde Lucanor -dijo Patronio-, para que hagáis en esto lo que me parece más favorable para vos, me gustaría mucho que supierais lo que sucedió a un hombre con otro que le convidó a comer. El conde le rogó que le contase lo que entre ellos había ocurrido. -Señor Conde Lucanor -dijo Patronio-, había un hombre honrado que había sido muy rico pero se había arruinado totalmente, y le resultaba muy vergonzoso y humillante pedir ayuda a sus amigos para poder comer. Por esta razón pasaba muchas veces pobreza y hambre. Un día estaba muy preocupado, pues no tenía nada para comer, y acertó a pasar por la casa de un conocido suyo que estaba comiendo; cuando su amigo lo vio pasar, le dijo por simple cortesía si aceptaba comer con él. El hombre honrado, movido por tanta necesidad, le dijo, después de lavarse las manos: »-Con mucho gusto, amigo mío, porque tanto me habéis pedido e insistido para que coma con vos, que os haría una grave descortesía si rechazara vuestro amistoso y cálido ofrecimiento. »Dicho esto se sentó a comer, sació su hambre y quedó más contento. Al poco, Dios le fue propicio y lo sacó de aquella miseria en que vivía. »Vos, señor Conde Lucanor, como juzgáis que lo que ese hombre os ofrece es muy provechoso para vos, simulad que aceptáis por darle gusto, sin pensar que lo hace por cumplir, y no esperéis a que insista mucho más, -78- pues podría ser que no os renovara su ofrecimiento y entonces sería humillante para vos pedirle lo que ahora os ofrece. El conde lo vio bien y pensó que era un buen consejo, obró según él y le resultó de gran provecho. Y viendo don Juan que el cuento era muy útil, lo mandó escribir en este libro e hizo estos versos: Cuando tu provecho pudieras encontrar no debieras hacerte mucho de rogar.
Posted on: Wed, 19 Jun 2013 01:01:58 +0000

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