VIAJES DE PELÍCULA (*) "MEMORIAS DE AFRICA" (Kenia en el corazón) «Yo tenía una granja en Kenia», así empiezan las memorias de Karen Blixen, la escritora danesa cuyo nombre real era Isak Dinesen. Esa granja todavía existe y en ella se levanta un centro sanitario, un lugar fascinante que atrajo y atrae a escritores y cineastas, desde Ernest Hemingway o Graham Greene a John Ford, Michael Radford y Sydney Pollack. Los productores de "Pasiones en Kenia" (Michael Radford, 1988) temían que el Gobierno keniano no les permitiera hacer la película en Nairobi, la capital, y sus lujosos hoteles y clubes (el Norfolk o el Muthaiga), porque en "Memorias de África" (Sydney Pollack, 1985) los extras negros habían cobrado la mitad que los extras blancos por el mismo trabajo de figurantes. Pero al oficial gubernamental que tenía que conceder la licencia sólo le preocupaba la reacción del Gobierno británico presidido por la señora Thatcher. «La señora Thatcher no va al cine», apuntó el productor de "Pasiones en Kenia". Fue suficiente para poder rodarla. La Kenia de principios de los años veinte de "Memorias de África" y la de los años cuarenta de "White Mischief" (que en España se tradujo como "Pasiones en Kenia") sigue siendo hoy tan hermosa, atrayente y apasionante. Pero los 20.000 rinocerontes de los años sesenta han quedado reducidos a 400, y la caza está prohibida desde 1976. A mediados de siglo, todos los cazadores del mundo querían tener colmillos de dos metros de los elefantes de Kenia, y las aburridas señoras de la colonia británica de los años cuarenta apostaban cada noche en las lujosas fiestas del Club de Golf de Muthaiga quién de ellas se acostaría con el seductor aristócrata de turno. «¡Oh, no, otro maldito día de sol, no!», clama una mujer en el filme de Radford mientras se asoma indolente al fastuoso y cálido paisaje del país más bello de África, cuyos masáis son «la mejor gente del mundo». Los baobabs, surrealistas como un pentagrama, aparecen en el horizonte y en sus sabanas pueden apreciarse a cualquier hora las manadas de búfalos, antílopes o gacelas. Alberto Moravia dijo una vez que «África sólo tiene tres paisajes: la sabana, la selva y el desierto». Moravia no penetró en Kenia, ni en sus memorables amaneceres o atardeceres. No debió de estar en las costas de Mombasa ni en los lagos Turkana —un «mar de jade» infestado de cocodrilos—, Nakuru, Naivasha —las aguas más frescas y limpias de África—, ni en el monte Kenia, el más alto después del Kilimanjaro, que, aunque está en Tanzania, ofrece un panorama fantástico desde el parque Amboseli. Kenia significa «blancura», por la nieve de sus cumbres, y la eterna claridad del paisaje. Es una tierra polvorienta, suavizada por el verdor en "Memorias de África", donde Robert Redford interpreta (al lado de Meryl Streep) la melancolía, o agudizada por el polvo de los ganados que pastorean los masáis en "Pasiones en Kenia", donde se narran los turbios amores de un viejo millonario y jugador británico con una joven y ambiciosa lady Di que prefiere al 22° conde de Erroll. En el club Muthaiga, del barrio Karen de Nairobi, se ven los hombres y se miran los amantes. El recuerdo de Karen Blixen pervive en ambos filmes, porque uno cuenta su vida y amores, y el otro está rodado en los lugares donde la escritora danesa pasó parte de su vida. Los masáis, que acompañan a John Hurt en un Rolls-Royce en alguna secuencia de "Pasiones en Kenia", no son los más numerosos de los casi 50 grupos étnicos del país, pero sí los más legendarios. En "Memorias de África" aparecen los kikuyus, un pueblo bantú que es mayoría en el país. El dios de los masáis, Ngäi, no impone una moral ni promete el paraíso. Cuando un masái muere, su cadáver se deja en la sabana para que lo devoren las hienas. Pero el más interesante grupo étnico lo componen los suajilis, los más alegres de todo el continente. Nairobi es una ciudad de millón y medio de habitantes, nada hermosa desde que nació, gracias a la estación del ferrocarril que, saliendo de Mombasa, llevaba hasta Ugan da. En los años veinte y treinta, Nairobi aglutinaba a una colonia de aristócratas británicos —perfectamente representados en ambas películas— cuya vida iba de los clubes de polo y de golf a las cacerías. Los nativos eran sus criados y los que labraban sus tierras. En los años cincuenta, los filmes "Las nieves del Kilimanjaro" y "Mogambo" ofrecían la visión folclórica de estas gentes al servicio de las diversiones y las pasiones de los blancos. Mombasa, por su parte, es una ciudad tan antigua como el Índico, anterior al siglo X antes de Cristo, que fue colonia portuguesa desde los siglos XVI al XVIII y un puerto de mar importantísimo, donde llegaban los mercaderes árabes. Hoy aglutina razas, religiones y culturas en paz y armonía, por lo que recuerda a la hermosa Isla Mauricio. Fue capital del país hasta 1907, cuando este privilegio se lo arrebató Nairobi. El clima, el paisaje, el sol y las vertiginosas tormentas de lluvia y relámpagos hacen de Kenia un país romántico, que justifica el interés de escritores y cineastas por situar aquí sus historias de amor y muerte. Como las de estos dos filmes de Michael Radford y de Sydney Pollack, para cuyo rodaje ("Memorias de África") transportó los muebles desde Europa, los leones amaestrados desde Hollywood y hubo que cazar a lazo al único masái guerrero que todavía conservaba el cabello largo de los viejos tiempos. En cuanto a "Pasiones en Kenia", la auténtica prota - gonista real de la historia, lady Diana, falleció el mismo día que se terminaba el montaje de la película, sin querer saber nada de ella. Trevor Howard falleció, también, pocas semanas después. Nunca se sabría quién mató al conde de Erroll, aunque el director había rodado una escena con la cara del autor del crimen. Pero en la versión definitiva la escena se suprimió. El amor, la muerte, el misterio en medio de un entorno fascinante. Los británicos siguen, hoy, con el chiste: «¿Está usted casado, o vive en Kenia?». (*) Rafael Plaza. UN MUNDO EN LA MIRADA. Madrid 2012
Posted on: Fri, 20 Sep 2013 07:25:13 +0000
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