Viendo la multitud, subió al monte; y sentándose, vinieron a él - TopicsExpress



          

Viendo la multitud, subió al monte; y sentándose, vinieron a él sus discípulos. Y abriendo su boca les enseñaba, diciendo: Bienaventurados los pobres en espíritu, porque de ellos es el reino de los cielos. Bienaventurados los que lloran, porque ellos recibirán consolación. Bienaventurados los mansos, porque ellos recibirán la tierra por heredad. Bienaventurados los que tienen hambre y sed de justicia, porque ellos serán saciados. Bienaventurados los misericordiosos, porque ellos alcanzarán misericordia. Bienaventurados los de limpio corazón, porque ellos verán a Dios. Bienaventurados los pacificadores, porque ellos serán llamados hijos de Dios. Bienaventurados los que padecen persecución por causa de la justicia, porque de ellos es el reino de los cielos. Bienaventurados sois cuando por mi causa os vituperen y os persigan, y digan toda clase de mal contra vosotros, mintiendo. Gozaos y alegraos, porque vuestro galardón es grande en los cielos; porque así persiguieron a los profetas que fueron antes de vosotros. (Mateo 5:1-12). Las palabras pronunciadas por Cristo en el monte de las bienaventuranzas fueron de un carácter enteramente diferente de las que habían salido de los labios de los escribas y fariseos. Aquellos a quienes él calificó como bienaventurados eran precisamente los que ellos habían presentado como malditos por Dios. Declaró a esa multitud de personas que podía entregar los tesoros de la eternidad a cualesquiera que él deseara. Aunque su divinidad estaba revestida con humanidad, no pensó que era usurpación ser igual a Dios. De esa manera públicamente describió los atributos de los que habían de compartir las recompensas eternas. Destacó en forma particular a los que sufrirían persecuciones por causa de su nombre. Serían ricamente bendecidos convirtiéndose en herederos de Dios y coherederos con Jesucristo. Grande sería su recompensa en el cielo. Cuán preciosas fueron esas palabras, y cuán animadoras. De sus labios emanaron, con plena y abundante seguridad, las bendiciones que lo señalaban como la fuente de toda bondad, y que tenía la prerrogativa de bendecir a todos los presentes e influir en su mente. Estaba ocupado en la misión sagrada que le incumbía y le era peculiar, y los tesoros de la eternidad estaban a su disposición. Nada le impediría repartirlos. No era una usurpación que actuara como Dios. Abarcó en sus bendiciones a los que habían de constituir su reino en este mundo. Había llevado hasta el mundo todas las bendiciones esenciales para la felicidad y el gozo de cada alma, y ante esa vasta asamblea presentó las riquezas de la gracia del cielo, los tesoros acumulados del Padre eterno. En ese momento especificó quiénes serían los súbditos de su reino celestial. No pronunció una palabra que halagara a los hombres de mayor autoridad, a los dignatarios mundanales; pero presentó ante todos los rasgos de carácter que debe poseer el pueblo peculiar que constituya la familia real en el reino del cielo. Especificó quiénes se convertirán en herederos de Dios y coherederos con él. Proclamó públicamente la elección de sus súbditos y les asignó su lugar en su servicio como unidos con él mismo. Los que posean el carácter especificado, compartirán con él la bendición y la gloria y el honor que él siempre recibirá. Los que son distinguidos y bendecidos de esta manera, serán un pueblo peculiar que hará fructificar los talentos del Señor.
Posted on: Tue, 15 Oct 2013 20:37:38 +0000

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