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Y LA CAPITAL NO ES JUSTAMENTE OFICIALISTA EN SANTA FE !!! Un hecho puntual, verdadero o falso, puede convertirse en el disparador de conclusiones generales, de mitos que se repiten irreflexivamente o de estigmas que quedan marcados a fuego. Mayo de 1996: la escena del gato que recorrió el país y el mundo. Octubre de 2012: un operativo policial contra la venta minorista de droga. Por Jorge Levit / La Capital Un hecho puntual, verdadero o falso, puede convertirse en el disparador de conclusiones generales, de mitos que se repiten irreflexivamente o de estigmas que quedan marcados a fuego en individuos y sociedades. La creación colectiva de esos fenómenos se desarrolla en base a cómo se los comunica y en la capacidad del público de adoptarlos como premisas categóricas. La historia de Rosario durante los últimos veinte años ha sido sacudida por distintas situaciones de ese tenor, que permitieron la generación de íconos falsos y degradantes. En medio de la crisis económica de mitad de la década de los 90, y con una desocupación que llegaba casi al 25 por ciento, un confuso episodio ocurrido en una villa del Bajo Ayolas, en la zona sur de la ciudad, causó la atención de la prensa nacional e internacional. El simple comentario de un vecino del lugar sobre la falta de alimentos y la mención de que en alguna oportunidad algún gato fue a parar al asador, atrajo a los canales de TV de Buenos Aires al lugar. En cuestión de horas, los televisores de todo el país y luego del planeta difundían imágenes de un grupo de personas cuereando un gato para cocinarlo a la parrilla. Los periodistas de este diario que cubrieron esa información, en mayo de 1996, recuerdan que todo lo ocurrido fue muy sospechoso y las dudas sobre que fue un montaje escénico a pedido de algún movilero televisivo porteño siempre sobrevolaron la cuestión. No fue el caso del entonces intendente Hermes Binner quien denunció explícitamente, sin dejar de reconocer la gravedad del cuadro social, que se habían pagado 100 pesos para montar y filmar el show del gato. A partir de allí Rosario quedó identificada como la ciudad donde los pobres comen gato a falta de otros alimentos, como si en el resto del país las dificultades alimentarias de parte de la población ya hubieran sido resueltas mucho tiempo atrás. La denominación de comegato se transformó en un estigma tan sólido y popular que incluso llegó a las canchas de fútbol como sinónimo de desprecio hacia los jugadores e hinchas de equipos locales que se presentaban en cualquier parte del país. Hoy, todavía, si se escribe la palabra comegato en el buscador de Google, uno de los primeros textos que aparece se titula: Por que se le dice comegatos a los rosarinos. Y hay muchos más por el estilo. Años después, en agosto de 2002, durante la profundización de esa crisis social y ya con el 50 por ciento de la población bajo el nivel de pobreza, hubo otro caso de impacto internacional. En bulevar Oroño y avenida Circunvalación, vecinos del barrio La granada sur, pegado a Las Flores, carnearon un caballo con cuchillos y serruchos y se llevaron los cortes para alimentarse. Esa noticia, acompañada de una foto, llegó a publicarse en el diario The New York Times. Pero el ícono de comegato ya estaba muy instalado y perduró. Fue más fuerte al de un grupo de personas faenando en la vía pública a un desgraciado equino. Narcociudad. Una década después y con una situación social más contenida, pero lejos de ser resuelta integralmente, se ha instalado a Rosario como la única ciudad del país donde florece el narcotráfico, el crimen organizado y la violencia urbana. Sin duda que hay situaciones fácticas que todos advierten, pero no circunscriptas únicamente a esta ciudad. Localidades del conurbano bonaerense o Córdoba capital, por ejemplo, padecen similares niveles de narcotráfico que Rosario. Y como ocurre aquí, no podrán ser resueltos hasta que se rompa la sociedad entre parte de las fuerzas de seguridad con los carteles de la droga. En Rosario un ex jefe policial y una decena de uniformados están detenidos por sospechas de narcotráfico. En Córdoba, en la propia sede del Departamento de Lucha contra el Narcotráfico se encontró droga almacenada y sus jefes y otros policías están presos. ¿Por qué, entonces, estigmatizar a Rosario como narcociudad? La construcción mediática, que recorta la realidad y la dirige hacia una falsa premisa, juega un rol decisivo en estas cuestiones. La semana pasada, en una superficial producción periodística de un programa político de Buenos Aires, se comparó a Rosario con Medellín, ciudad colombiana que durante el apogeo de criminalidad narco contaba por miles sus muertos. Sólo con la lectura de algunas notas en diarios locales y pocos días de trabajo periodístico en Rosario, el programa llegó a la conclusión de que ambas ciudades estaban emparentadas por el mismo problema, con lo que el ícono de Rosario como narcociudad se solidificó aún más en todo el país. Pero no es el único caso de deformación profesional en el periodismo. Publicaciones porteñas que siempre han hecho gala de rigurosidad informativa y exquisitez periodística, publican noticias sobre lo que ocurre aquí en base a despachos de corresponsales que viven en ciudades próximas, que no pisan Rosario, y que se nutren de la información de otros medios locales, sean escritos o radiales, para producir textos poco confiables. Esa realidad deformada pasa al formato audiovisual de las cadenas de noticias y el círculo de desinformación se completa. Así, el estigma va penetrando y genera mitos colectivos sobre situaciones tergiversadas. A través de este esquema comunicacional obtuso se pueden crear distintas creencias urbanas que el público va internalizando a través del tiempo. Por ejemplo, que los chinos vienen al país con subsidios estatales y venden mercadería en mal estado, que los bolivianos y paraguayos les sacan el trabajo a los argentinos, que los chilenos son todos carteristas, que el color de la piel está vinculado a la honestidad y tantas otras perversiones empleadas a lo largo de la historia en diversas partes del planeta. Nadie duda que parte de la violencia urbana en Rosario es atribuible a la droga. Incluso hace unos días el propio gobernador Antonio Bonfatti se animó a ubicar el origen de esas bandas en la barra brava de uno de los clubes locales y atribuir el crecimiento del narcotráfico a la complicidad política, policial y judicial, por acción u omisión. Fue una grave acusación que define que Bonfatti entiende claramente lo que ocurre y tal vez por eso le hayan pegado catorce balazos a su casa. Más aún al peronismo, gobernante durante casi un cuarto de siglo y que no puede hacerse el distraído. Además, el golpe que se le está dando a las bandas narcotraficantes en la provincia ¿ha terminado con la siempre sospechada recaudación de la policía por tolerar y ser socia en la venta de droga? ¿Esa parte sustancial de dinero que integra la llamada caja negra policial, a dónde va a parar? ¿Existe? ¿Alguien lo recibe y lo distribuye? Todos estos interrogantes podrían formularse sobre cualquier ciudad del país y no sólo para Rosario. El sistema represivo del narcotráfico está teñido de corrupción hasta la médula a lo largo del país porque el poder económico de las bandas lo viene comprando desde hace décadas. Además, la sociedad debería sincerarse: los narcotraficantes cumplen hasta una función social, la de abastecer a adictos que de otra manera sucumbirían por la abstinencia. Ayer comegatos, hoy narcociudad. Estigmas injustificados y una ignominia para Rosario.
Posted on: Sun, 17 Nov 2013 13:00:49 +0000

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