Y porque mi hermanita lo pidió, un capítulo lineal en esta historia de vampirismo faulknerniano (si no entendiste el comentario, busca William Faulkner en la tiendita de la esquina): El párroco se incorporó para salir del estado de ensoñación en el que quedaba luego de pensar en Marian. Desperezarse de ese momento le valió no ser atravesado por las garras del vampiro que se había guarecido tras la barra de la cocina. El rugido fue de furia y frustración. El padre esquivaba los zarpazos del monstruo con agilidad, pero sabía que sus fuerzas estaban menguadas y que la talla del vampiro -dos metros de alto- le ofrecían sólo desventajas. Le tiró encima una mesita de centro que el chupasangre destrozó de un manotazo. Practicó dos golpes de boxeo, pero la quijada ni siquiera se alteraba con la vibración del puñetazo. El vampiro lo tomó de la muñeca y lo arrojó hacia el interior de la habitación, a donde fue a tumbar todo el desorden que se hallaba encima de una cómoda. En 2006, cuando nuestro sacerdote cazador era un diácono, había una señora que se había ofrecido para llevarle comida a su casa porque lo veía muy flaco. Para no irse de la vivienda del aspirante a padre tan despeinada ni desaliñada, luego de probar el vigor que en su matrimonio no encontraba, la señora tenía un Aqua Net para fijarse el peinadoperfectamente bien luego de llevar lonche. Cómo agradeció a Dios la concupisencia de la mujer del pasado cuando el spray le cayó en el abdomen de entre las alturas de los cajones. Extrajo el encendedor de su bolsa y lo roció de fuego. Mientras se dolía de las quemaduras con alaridos infernales, el padre tomó entre sus manos un entrepaño roto de la cómoda y le atravesó el pecho al engendro. Llamó a los encargados de limpieza vampírica de la Diócesis y salió de su departamento rumbo a un motel. Estaba cansado. La foto de Marian descansaba en el piso, hecha pedazos.
Posted on: Mon, 14 Oct 2013 23:35:28 +0000
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