YHASUA ACLAMADO EN EL TEMPLO 󾓶 - TopicsExpress



          

YHASUA ACLAMADO EN EL TEMPLO 󾓶 (Fragmento del Libro Arpas Eternas) El absoluto dominio de sí mismo que el Maestro tenía, le permitió ser en el festín preparado por la noble familia de Ithamar, lo que siempre fue en todas partes: el astro benéfico, que inundaba de paz y alegría todos los corazones. La suave ternura de aquel ambiente saturado de fe, de esperanza y de amor, hacia el personaje central sobre quien convergían todas las miradas,retempló el alma del Ungido Divino que pudo decir con profunda verdad: “Es este uno de los más dichosos momentos de mi vida actual”. Sentado entre el Príncipe Melchor y el Maestro Filón, a los cuales seguían José de Arimathea, Ilderín y Buya-Ben, Nicodemus, Simónides,Gamaliel, Nicolás de Damasco, y a su frente su madre entre Noemí y Sabad, con Judá y Nebai, Thirsa y Faqui, el tío Jaime, Marcos y Ana,todos suyos, el Maestro se vio sometido a una prueba que el vulgo llama tentación, acaso más dura que la que había pasado contemplando con terror las negruras que envolvían a Hanán. “Todas estas almas –pensó el Maestro–, sueñan con mi papel de libertador de Israel, y yo podría complacerles empequeñeciéndome ante Dios y mi propia conciencia. “Mas, ¿qué significaría la gloria de un pueblo, si para ello debo claudicar de mis grandes pactos para la hora actual de evolución en esta y otras humanidades gemelas? “Qué dicha suprema les embargaría si yo les dijera como Moisés, en la hora de la esclavitud en Egipto: “Yo seré vuestro libertador del yugo extranjero, y os llevaré a la grandeza y a la dicha que soñáis. “Mas, ¡sería ese el primer paso en falso que daría el Ungido de Dios para fundamentar con su sacrificio heroico la fraternidad humana de la tierra! “¡Mi herencia eterna es toda la humanidad! ¡Ni este pueblo, ni aquel otro, ni el de más allá!... “¡Las almas en misión, tienen rutas inmutables como los astros, la estrella Polar alumbra todos los mares del mundo y su luz orienta a los viajeros de todos los caminos, en el mar y en el desierto, en las montañas y en las llanuras!...” Esta serie de pensamientos fueron interrumpidos por el anuncio de Othoniel, el mayordomo de la casa. —La princesa Aholibama de Rechab, pide hablar con Marcos, el agente comercial de Joppe, y manifiesta tener grande urgencia en ello. La sobremesa fue interrumpida y los concurrentes se dispersaron en grupos por los patios y jardines. —Yhasua –dijo Marcos–, paréceme que este anuncio va más contigo que conmigo. —Anda y ve –le contestó el Maestro. La noble casa de los Príncipes de Rechab era harto conocida, y así todos se interesaron por el motivo que traería a la Princesa, cuando era ya entrada la segunda hora de la noche. —Vendrá buscando la curación de su primogénito sordo-mudo –dijo Gamaliel. El Maestro les refirió el acontecimiento de esa misma mañana y que el Rabí Hanán quería proclamar ese niño como Mesías de Israel. — ¡No puede ser!... –fue la voz múltiple que se levantó. — ¡Y no será!... –gritó Simónides–. ¡No será aunque tenga yo que morir ahorcado!... —La Princesa Aholibama es una santa mujer y preferirá morir antes de ser cómplice de una falsedad semejante –añadió Gamaliel que parecía conocer más a la familia–. Desde que murió el esposo en una Pascua en Jerusalén, no había venido más. ¿Cómo es que está aquí? —Pues claro está, que ha venido por la noticia de Marcos de que vendría un Profeta que podía curar a su hijo –añadió Simónides. — ¡Vamos todos hacia ella!... ¡Todos! –dijo el príncipe Judá, tomando del brazo a Melchor, cuyo testimonio le parecía de más peso que todos,por el anuncio recibido por él y sus dos amigos, Gaspar y Baltasar, cada cual en su lejano país. Myriam, toda asustada, se retraía, pero Nebai que era tan valerosa y resuelta, la tomó del brazo diciéndole tiernamente: — ¡Vamos, madre Myriam, que tu voz es la que debe resonar más alto! Y así, rodeándola con su brazo la llevó en pos de todos al gran salón,donde Yhasua y Marcos hablaban con Aholibama que había venido con sus dos hijos y una doncella. Su gran carroza estaba a la puerta, con una pequeña escolta de cuatro esclavos negros montados en mulos, según era la antigua costumbre de la casa. La pobre madre con gran sobresalto y temor había venido buscando a Marcos, para que de nuevo la pusiera en contacto con el poderoso Profeta que hacía tan estupendos prodigios. Esperaba de él otro más: que la librase de las garras de Hanán, el cual le había anunciado esa misma tarde su resolución de encargarse del niño Josué, pues el Sanhedrín estaba convencido de que él era el Mesías que Israel esperaba. Ella buscó el amparo de su padre el viejo príncipe de Rechab, pero él opinó que no se resistiera al Sanhedrín, que acaso estaría en lo cierto. Aholibama no podía consentir en que le fuera arrancado su hijo, y quería huir con él a donde pudiera verse libre de la influencia de Hanán. Solicitaba de Marcos una entrevista con el Profeta Nazareno, bien ajena por cierto de que iba a encontrarle en aquella casa. — ¡Señor!... –le dijo arrojándose a sus pies–. Hoy mismo diste a mi hijo el uso de la palabra, hazme ahora el prodigio de que el Sanhedrín no lo arranque de mi lado. Dios que hizo de piedad y ternura el corazón de las madres, no puede mandar que a mí me sea arrancado el primogénito, ahora que estoy sola sin el amparo de su padre. — ¡Cálmate, mujer! –le dijo el Maestro ayudándola a levantarse–. Bien has hecho en venir, y acaso te ha guiado un ángel del Señor que quiso consolar tu pena. En este momento entraron al salón todos los concurrentes al festín. Gamaliel se acercó a la familia Rechab. — ¡Cuán ajeno estaba de verte en Jerusalén, Aholibama! –le dijo. —Marcos me impulsó a venir en busca de la curación de mi hijo. — ¡Y estoy curado! –dijo el niño en alta voz–. Y ahora hablo todo el día sin parar, para que mi lengua aprenda a moverse, ya que tanto tiempo estuvo parada. ¡Este Profeta me ha curado..., él..., él..., nadie más que él! Y Josué, lleno de tierna gratitud, se abrazó de Yhasua mientras levantaba a él sus ojos húmedos de emoción. El Maestro le estrechó sobre su corazón, diciéndole: — ¡Que Dios te bendiga, hijo mío!; tienes el corazón y el nombre de un fiel discípulo de Moisés. ¡Ojalá sean tus obras un claro exponente de abolengo espiritual! Por voluntad de todos habló el príncipe Melchor, para exponer su certeza inquebrantable de que el Mesías anunciado por los Profetas nació la misma noche de la conjunción de los astros; Júpiter, Saturno y Marte, treinta y dos años atrás, y cómo él y sus dos compañeros que hasta entonces no se conocían recibieron idéntico aviso, y fueron guiados por una misteriosa luz a través de montes y desiertos hasta encontrarse reunidos en la encrucijada de los tres caminos: de la Persia, de la India y del Egipto. Juntos entraron en Jerusalén, donde un sacerdote esenio que oficiaba en el altar de los perfumes, les indicó que el Divino Ungido estaba en Betlehem. El discurso de Melchor con toda la vehemencia que da la convicción y el amor, llenó de lágrimas muchos ojos, y el silencioso llorar de Myriam hacía llorar a todas las mujeres. — ¡Yhasua de Nazareth, Hijo de Dios, ungido por Él para esta hora solemne de la humanidad por la cual te has sacrificado!... ¡Declaro aquí en presencia de todos y bajo mi solemne juramento, que tú eres el Cristo, Hijo de Dios Vivo, el Mesías anunciado y esperado desde hace seis siglos, cuando el clarín de bronce de Isaías, hizo estremecer las almas con su primera llamada! “¡Señor Dios de los cielos y de la tierra! –exclamó el Anciano príncipe,levantando sus brazos y sus ojos a lo alto–. ¡Que se incline tu omnipotencia sobre este puñado de seres ansiosos de tu verdad y de tu luz!”. Las Inteligencias Superiores guías del Verbo encarnado respondieron de inmediato a la formidable evocación de Melchor. El gran salón se iluminó de un dorado resplandor que deslumbraba la vista, y entre espirales de luces amatista y oro, todos percibieron las palabras del canto de gloria y de paz que escucharon los pastores de Betlehem treinta y dos años hacía: “Gloria a Dios en los cielos infinitos y Paz en la Tierra a los hombres de buena voluntad”. Todos habían caído de hinojos, y algunos con su rostro inclinado al pavimento repetían las misteriosas palabras que seguían brotando como una armoniosa cascada de entre los torbellinos de luz que inundaban el salón. Sólo Yhasua y su madre aparecían de pie, unidos en un suave abrazo, como si ella toda atemorizada hubiese buscado amparo entre los brazos de aquel gran hijo que tanto amaba, y por el que tanto había de padecer. La princesa Aholibama lloraba con una emoción indescriptible. Cuando pudo hablar se acercó a Yhasua y doblando una rodilla en tierra le dijo: — ¡Señor!..., ¡cuando curaste a mi hijo, te amé como a un Profeta!... Mas, ahora, una interna adoración se ha encadenado al amor. ¡Eres el Enviado de Dios que todos esperamos como única salvación! — ¡Es el Rey de Israel! –gritó Simónides–. ¡Preséntenle armas! — ¡Almas, en vez de armas, es lo que busca el Mesías de Jehová! –exclamó el Maestro, abriendo sus brazos en el ansia suprema de abrazar a toda la humanidad. Todos se precipitaron hacia él, que fue abrazando uno a uno en medio de una profunda emoción. Pasado este momento, se deliberó sobre lo que debía hacerse para salvar al niño Josué de las garras de Hanán, que mediante un horroroso fraude, quería tomarle de instrumento para sus fines ambiciosos y egoístas. El Cheig Buya-Ben, ministro y actual enviado de la Reina Selene de los Tuaregs, envió a Aholibama con sus dos niños, acompañados por su asistente al puerto de Gaza, donde tomarían al día siguiente un velero de la flota de Ithamar que debía salir con rumbo al puerto de Canope en Cirene, región de dominio Tuareg por concesión expresa del Emperador Augusto. Allí, bajo la protección de la indómita raza de Aníbal, numerosa y ardiente como las arenas del Sahara, estaría segura Aholibama con sus dos niños. La gran carroza salió silenciosamente por la Puerta de Joppe por donde había entrado dos días antes, y sin que nadie le pusiera obstáculo,pues las prodigalidades de la familia Rechab, tenían ganados desde largo tiempo a los guardias romanos que custodiaban la ciudad. Además, a nadie podía extrañarle que la princesa volviera a su dominio de Beth- Acceren. Pero la carroza, con su escolta torció rumbo al sur, y corriendo toda la noche llegó al mediodía al puerto de Gaza, donde encontraron el velero que partiría al anochecer. Así salvó a su hijo la princesa Aholibama de las garras del viejo Hanán, para quien, el sacrificar una o más vidas a su ambición insaciable,era cosa de poca monta. La Ley Eterna que tiene caminos ignorados de los hombres para sus grandes fines, llevó esos seres a las montañas de Cartago, el Peñón de Corta Agua de la prehistoria, donde debían ejercer un apostolado fervoroso por la causa del Cristo en años posteriores. Almas fieles a la Alianza de Solania la gran mujer prehistórica del país de Aníbal, volvían a su viejo solar, como vuelven las golondrinas viajeras a buscar el ruinoso torreón donde en otra hora colgaran su nido a la sombra de las palmeras y de las acacias. Al siguiente día comenzaron las grandes solemnidades en el Templo de Jerusalén. El Maestro y los suyos, concurrieron a la segunda hora de la mañana;hora en que ya habían pasado las degollaciones de animales y la cremación de las grasas y vísceras ordenadas por el ritual. Los numerosos criados al servicio del templo, habían lavado la sangre que caía del altar de los holocaustos y el gran recipiente de mármol y bronce estaba cerrado. En la segunda hora se ofrecían perfumes, frutos, flores y cereales, se cantaban salmos, y los oradores sagrados ocupaban por turno la cátedra para dirigir la palabra al pueblo, que aparecía silencioso y reverente llenando las naves, atrios y pórticos del Templo de Salomón. Debemos hacer notar que la guardia de la Torre Antonia se triplicaba en esos días de grandes tumultos, a fin de guardar el orden sin inmiscuirse en las ceremonias religiosas de los judíos. Dicha guardia estaba bajo el mando inmediato de aquel militar romano que sufrió un accidente mortal en el circo de Jericó y entre sus numerosos subalternos había una buena porción de prosélitos como llamaban los israelitas a los simpatizantes de su doctrina del Dios Único, Señor del Universo. Pero lo eran secretamente, por veneración al joven profeta que salvó la vida a su jefe. El Procurador Poncio Pilatos, hombre de paz y de letras, no gustaba ni poco ni mucho de las discordias entre las distintas sectas en que estaba dividido el pueblo de Israel, y así les dejaba que se entendieran ellos entre sí, en lo referente a su teología dogmática. Los Rabinos judíos consideraban herejes a los samaritanos, y nulos en asuntos religiosos y legales, a los galileos. Y aún los nativos de la misma Judea estaban también divididos en Fariseos y Saduceos. Los primeros eran puritanos y rígidos al extremo en el cumplimiento de las mil ordenanzas del ritual. Eran justamente de aquellos de quienes el Divino Maestro decía que “veían la paja en el ojo ajeno y no veían la viga en el suyo”, que “colaban un mosquito y se tragaban un cangrejo”. Los Saduceos, entre los cuales estaba la mayor parte de las familias judías de antigua nobleza, daban más importancia a los principios de piedad y de misericordia con los desvalidos, menesterosos y desamparados, basándose para ello en el gran principio de la Ley Mosaica: “Ama a Dios sobre todas las cosas y al prójimo como a ti mismo”. Estos vivían la vida humana con holgura, con comodidades y sin hacer ostentación de austeridad religiosa ninguna. Los Saduceos estaban más inclinados a la filosofía Platónica en cuanto al espíritu humano, y no aceptaban la resurrección de los muertos en la forma que los Fariseos lo sostenían. De allí la gran aversión que ambas tendencias se prodigaban mutuamente. El pueblo en general simpatizaba con los Saduceos, que eran generosos en sus donativos y ejercitaban la misericordia y piedad con los pobres, como la obra principal de su fe. Teniendo en cuenta que la enseñanza del Cristo se basaba toda ella en el amor al prójimo, el pueblo lo tomó como un Profeta salido de entre la secta de los nobles Saduceos. Y los Fariseos y sus adeptos, vieron en él un enemigo en materia dogmática y religiosa. Hecha esta explicación, el lector está en condiciones de interpretar y comprender perfectamente los acontecimientos que después se desarrollaron. La secta de los Fariseos era aborrecida en general por el pueblo, pero era la que estaba en el poder desde hacía años, pues el Rabí Hanán, era el alma del fariseísmo israelita de aquella época. Por fin apareció en la sagrada cátedra un doctor joven, hijo de Hanán,cuyo nombre era Teófilo. Abrió el libro llamado Deuteronomio atribuido a Moisés, que en cap.32 v. 17 comienza así: “No ofrecisteis sacrificios a Dios, sino a los diablos; a dioses ajenos, que no conocieron ni temieron vuestros padres. Y viólo Jehová y encendióse en ira por el menosprecio de sus hijos e hijas. Y dijo: Esconderé de ellos mi rostro y veré entonces cuál será su postrimería. Porque fuego se encenderá en mi furor y arderá hasta lo profundo, y devorará la tierra y sus frutos, y abrasará los fundamentos de los montes. Yo allegaré males sobre ellos. Consumidos serán de hambre y consumidos de fiebre ardiente y de amarga pestilencia. Dientes de bestias enviaré sobre ellos y veneno de serpientes”. Un discurso desarrollado sobre tan terribles y maldicientes palabras como tema, fue en verdad un aluvión de veneno de serpientes que aterraban al pueblo ignorante en su mayor parte. Los oyentes del grupo de los Saduceos pensaban y murmuraban entre sí: –Haría falta que se levantara de su tumba Jeremías Profeta, Esdras,Hillel o Simeón, para tapar la boca a ese energúmeno que vomita tanta ponzoña. Los amigos de Yhasua tendían de tanto en tanto hacia él sus miradas,pensando el sufrimiento que debía tener ante tan terrible vocabulario. Pero no supusieron que quisiera tomar la palabra por no enfrentarse con el predominio sacerdotal. Grande fue el asombro de todos cuando el flamante doctor Teófilo,hijo de Hanán, bajó de la cátedra, y vieron a Yhasua pedir permiso al sacerdote de guardia para ocupar la cátedra sagrada, en la cual apareció con esa admirable serenidad suya que parecía coronarle con una aureola de paz y de amor. Un clamor unánime resonó bajo las naves del Templo: — ¡Dios te salve, Profeta Nazareno!..., ¡remedio de nuestros males!...,¡alivio de nuestros dolores!... Una legión de Levitas se precipitó entre el tumulto para hacer guardar silencio. Los viejos doctores y sacerdotes se levantaron de sus sitiales para imponer silencio con su adusta presencia. Pero como el Rabí Hanán cuchicheó al oído de su yerno Caifás y de otros, que el orador era el Profeta que había curado al proyectado Mesías sordomudo, lo miraron con cierta benevolencia, pensando en que continuarían obteniendo provechos de los poderes superiores del joven taumaturgo. El Maestro abrió el mismo libro que Teófilo acababa de utilizar, y lo abrió en el mismo capítulo 32 y comenzó así: —El capítulo 32 del Deuteronomio versículos 1, 2, 3 y 4, servirán de tema a las palabras que os dirijo, amado pueblo de Israel, congregado en el Templo de Salomón para oír la palabra de Dios. “Escuchad cielos y hablaré, y oiga la tierra las palabras de mi boca–dice Jehová”. “Goteará como la lluvia mi doctrina; destilará como el rocío mi razonamiento; como la llovizna sobre la grama, y como las gotas sobre la hierba”. “Así es Jehová al cual invocáis. Así es nuestro Dios al cual adoráis”. “Él es la roca inconmovible cuya obra es perfecta, porque todos sus caminos son rectitud: porque es Dios de Verdad, y ninguna injusticia hay en Él; es justo y santo, y la corrupción no debe manchar a sus hijos”. “Pueblo de Israel; y adoradores del Dios Único, Padre Universal de todo cuanto existe. “Con espantados ojos contempláis los caminos de la vida donde arde en llamaradas el egoísmo, el odio, la ambición, agostando vuestras praderas en flor, destruyendo los dones más hermosos de Dios nuestro Padre, que os colmó de ellos para que llevéis vuestra vida en paz y alegría, bendiciéndole en todos los momentos de vuestra existencia. Abrid de nuevo vuestro corazón a la esperanza ante las palabras de la Escritura Sagrada que he tomado como tema de mi discurso. “Goteará como la lluvia mi doctrina, destilará como el rocío mi razonamiento”. “Todos cuantos sentís la Divina Presencia en vuestro corazón, sois los labradores del Padre Celestial, que esperáis ansiosamente la lluvia dulce y suave de sus leyes de amor y de paz que os dijo por boca de Moisés: “Hijos míos, amadme sobre todas las cosas y al prójimo como a vosotros mismos. No toméis nunca en vano mi Nombre para un juramento falso. Santificad en unión espiritual Conmigo, el día de vuestro descanso. Honrad con amor reverente al padre que os trajo a la vida y a la tierna madre que llenó de cantos y flores de ternura vuestra cuna. No dañéis a vuestros semejantes ni aún con el pensamiento, ni atentéis jamás contra su vida, porque sólo Yo, que la he dado, soy Señor y Dueño de las vidas de los hombres. No manchéis vuestro ropaje de hijos de Dios, en las charcas inmundas de lascivia, porque os quiero puros y perfectos como Yo lo soy desde la eternidad. “No pongáis vuestros ojos en los bienes de vuestro hermano, porque Yo vuestro Padre os he dado a todos el poder y las fuerzas necesarias para sacar de los frutos de la tierra el necesario sustento. No manchen vuestros labios la falsedad y la mentira, el engaño y el fraude, porque Yo vuestro Padre, soy Dios de Verdad y de Justicia, y no acepto ofrenda de corazones engañosos y torcidos. “No manche vuestro pensamiento ni vuestro deseo, el tálamo nupcial de vuestro hermano, porque si arrastráis a otros a pecado, también se mancha vuestro corazón, que es tabernáculo santo en que quiero tener mi morada. “Amadme pues, más que a todas las cosas, porque sois míos desde toda la eternidad, y amad a vuestros hermanos, porque todos sois hijos de mis entrañas de Padre, Autor de toda vida, y mi Amor Eterno se derrama por igual, como la lluvia sobre los campos, sobre todo ser que alienta con vida sobre la tierra. “Como la llovizna sobre la grama, y como gotas de rocío sobre la hierba, así es Jehová al cual invocáis; así es nuestro Dios al cual adoráis”, nos dice la Escritura Sagrada. “¿Cómo no esperaréis con ilimitada confianza en Él?, cuyo infinito Amor se desborda sobre toda criatura que llega a Él y le dice: ¡Padre mío!... ¡Soy tu hijo, débil y pequeño, que necesito de Ti en todos los momentos de la vida! “¡Tengo frío, Señor, porque mi hogar no tiene lumbre! “¡Tengo hambre, Señor, porque en mi mesa falta el pan! “¡No puedo ganarme el sustento porque los años me abruman, porque la enfermedad me aflige!..., ¡porque las guerras fratricidas me quitaron los hijos que me diste!..., ¡porque la ambición y el egoísmo de los poderosos consumieron el fruto de mi trabajo! ¡Los surcos de mi rastrojo quedaron vacíos, porque yo sembré y otros cosecharon!... Padre mío, ten piedad de mí, que como tu siervo Job, estoy entre los escombros de lo que fue un día mi dicha; mi horizonte está en tinieblas y no acierto hacia dónde llevar mis pasos. “¡Adoradores de Dios, Padre Universal de toda vida!..., hablad así con Él , desde el fondo de vuestro corazón, dejando correr las lágrimas de vuestros ojos, y en nombre de Dios os digo, que si así es vuestra oración, no habréis salido de vuestra alcoba, cuando Él os habrá hecho sentir que oyó vuestra súplica y que acudirá a vuestro remedio. “Me habéis llamado Profeta Nazareno cuando he aparecido en esta cátedra, honrada por la palabra de tantos sabios doctores como tuvo y tiene Israel, y yo, siervo del Altísimo, aceptando el nombre que me habéis dado, os digo solemnemente en nombre suyo: “Quiero que cuantos estáis bajo estas bóvedas que escucharon las plegarias de tantas generaciones, salgáis de aquí curados de vuestras enfermedades físicas y consolados de vuestros dolores del alma. “Quiero que salgáis de aquí llenos de fe y esperanza, en que Dios vuestro Padre no reclama de vosotros sino la ofrenda pura de vuestro amor sobre todas las cosas, y para vuestro prójimo como para vosotros mismos. “¡Que la paz, la esperanza y el amor alumbren vuestros caminos!”. — ¡Profeta de Dios!... ¡Profeta de Dios!... ¡Bendita sea tu boca que vierte miel y ambrosía!... — ¡Bendita sea la madre que te dio a luz!... ¡Bendito el seno que te alimentó! Y el formidable clamoreo de bendiciones siguió al Maestro que bajaba de la cátedra sagrada. El alto clero y dignatarios del Sanhedrín y del Templo,sufrieron con disgusto la ovación popular ofrecida a un humilde hijo de Galilea, pero la mirada de águila de Hanán les había hecho comprender la conveniencia de tolerar aquella inconsciencia del pueblo ignorante, porque podían necesitar más adelante de los poderes internos del joven taumaturgo. Además, la satisfacción de tener a un Mesías, Rey de Israel a su conveniencia, calmó el despecho que produjo en muchos de ellos, el entusiasmo del pueblo por el Profeta Nazareno. No bien el joven Maestro estuvo en los pórticos del templo, la ardorosa juventud galilea se precipitó sobre él y levantándolo en alto lo sacaron a las escalinatas exteriores entre hosannas y aleluyas al Profeta de Dios,al Ungido de Jehová para salvar a su pueblo. Las palabras de Mesías y de Rey de Israel comenzaron a sonar tan altas, que los ecos volvían al templo, causando alarma en los altos dignatarios allí congregados. Entre aquella fervorosa multitud de jóvenes galileos, estaban los amigos de la montaña que el Príncipe Judá y el Scheiff Ilderín habían preparado para un momento dado. La efervescencia popular amenazaba tornarse en tumulto, y los zelotes del Templo corrieron por la galería que la unía con la Torre Antonia,para pedir que la guardia dispersara aquel escandaloso motín, prendiera a los alborotadores y sacara fuera de los muros de la ciudad al Profeta,que así había enloquecido al populacho. Pero la guardia contestó que no tenían órdenes de intervenir en una manifestación de entusiasmo popular hacia un genio benéfico que curaba todas las enfermedades. Entonces salió el Sanhedrín en pleno con toda su corte de Doctores,Sacerdotes y Levitas, para amedrentar al pueblo y al Profeta con terribles anatemas. Y aquí fue el mayor estupor y anonadamiento, en que el Sanhedrín,clero y pueblo se encontraron. La litera descubierta que la multitud había levantado en alto, con el Profeta de pie sobre ella, se encontró de pronto vacía; y sobre ella, una resplandeciente nube dorada y púrpura, como si los celajes de un sol poniente se hubieran detenido sobre el pueblo delirante que ovacionaba al Maestro. Y las mismas voces que escuchó Betlehem dormida entre la nieve, treinta y dos años atrás, resonaron entre un concierto de melodías suavísimas: “Gloria a Dios en lo más alto de los cielos y paz a los hombres de buena voluntad” Arpas Eternas/Josefa Rosalía Luque Álvarez/Hilarión de Monte Nebo/Fraternidad Cristiana Universal.
Posted on: Thu, 21 Nov 2013 06:57:36 +0000

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