ante ella. Cada vez se sentía más agitada. Una hora para llegar - TopicsExpress



          

ante ella. Cada vez se sentía más agitada. Una hora para llegar a la Golden Gate. La tristeza la estaba abandonando. Toda su vida había sido una persona confiada, con suerte; y a veces impaciente con la gente más cautelosa que había conocido. Y, a pesar de la sensación de fatalidad que arrastraba aquella noche, de la viva conciencia de los peligros que le aguardaban, sentía que su suerte usual estaría con ella. No estaba asustada. Había nacido con suerte, según lo veía ella; la habían hallado junto a la carretera, después del accidente de automóvil que había matado a su adolescente madre, embarazada de siete meses: un bebé espontáneamente abortado de la matriz moribunda, y chillando con fuerza para aclarar sus pulmones cuando llegó la ambulancia. Durante dos semanas, mientras languidecía en el hospital del condado, condenada por horas a la asepsia y frialdad de las incubadoras, no había tenido nombre; pero las enfermeras la habían adorado, llamándola cariñosamente «el gorrión», meciéndola en brazos y cantándole siempre que tenían un momento. Años más tarde le escribirían, enviándole las instantáneas que habían tomado de ella y contándole pequeñas anécdotas, y esto había amplificado en gran manera la temprana sensación de que había sido querida. Maharet era quien al final había ido por ella, identificándola como la única superviviente de la familia Reeves de Carolina del Sur y llevándosela a Nueva York a vivir con unos parientes de diferente nombre y condición. Allí iba a crecer en un viejo y lujoso piso de dos plantas, en Lexington Avenue, con María y Matthew Godwin, quienes le dieron no solamente amor sino todo lo que pudiese desear. Una niñera inglesa había dormido en la habitación de Jesse hasta que ésta había tenido doce años. No podía recodar cuándo se había enterado de que su tía Maharet se había hecho cargo de sus gastos, para que pudiera matricularse en la Universidad y en la Facultad que eligiese. Matthew Godwin era médico; Maria había sido bailarina y profesora; su afecto y dependencia para con Jesse eran sinceros. Era la hija que siempre habían deseado, y aquellos años fueron ricos y felices. Las cartas de Maharet empezaron antes de que tuviera edad para leer. Eran maravillosas, y, a menudo, iban acompañadas de postales de vivos colores y de curiosas monedas de los diferentes países en donde residía. A los diecisiete años, Jesse tenía un cajón lleno de rupias y de liras. Pero, además y mucho más importante, tenía una verdadera amiga: Maharet. Maharet, que respondía cada palabra que le escribía, y con sentimiento y dedicación. Fue Maharet quien la inició en la lectura, quien la animó a tomar lecciones de música y de pintura, quien le preparó los viajes a Europa y quien consiguió su admisión en la Universidad de Columbia, donde Jesse estudió Arte y Lenguas Antiguas. Fue Maharet quien preparó sus visitas navideñas a los primos europeos: los Scartino de Italia, una poderosa familia de banqueros que vivía en una villa en las afueras de Siena, y los Borchart, más humildes, de París, que la recibieron con los brazos abiertos en su superpoblada pero alegre casa.
Posted on: Sat, 10 Aug 2013 00:27:47 +0000

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