cuáles son los primeros rudimentos de las palabra de Dios. - TopicsExpress



          

cuáles son los primeros rudimentos de las palabra de Dios. rudimetos de la doctrina de Cristo..., 1 el fundamento del arrepentimiento de obras muertas, 2 la fe en Dios, 3 la doctrina de bautismos, 4 la imposición de manos, 5 la resurrección de los muertos 6 el juicio eterno. Hebreos 5:12b; 6 LOS PRIMEROS RUDIMENTOS Teniendo, pues, en cuenta la Persona y la Obra de Cristo, comprendamos la razón de Su doctrina, la cual se nos presenta también con cierto orden, es decir, atendiendo a las prioridades y comenzando por los primeros rudimentos de las palabras de Dios, según el decir de la carta a los Hebreos (5:12). Recordemos que en la apartado V acerca de La Doctrina enumerábamos con Hebreos 6:1,2, aquellas cosas que constituían los rudimentos de la doctrina de Cristo; es decir, el fundamento del arrepentimiento de obras muertas, la fe en Dios, la doctrina de bautismos, imposición de manos, resurrección de muertos y juicio eterno. Y efectivamente, si consideramos las citas de Mateo y Marcos donde se resume el comienzo del contenido de la predicación de Jesucristo cuando empezó a recorrer Galilea y los alrededores enseñando en las sinagogas, y poniendo el fundamento de Su enseñanza, veremos en las susodichas citas (Mt. 4:17; Mr. 1:14,15) que el contenido fundamental era arrepentimiento y fe, unidos a la expectativa escatológica del Reino. De manera que realmente podemos deducir del resumen de Mateo y Marcos acerca del contenido de sus primeras enseñanzas, que lo enumerado en Hebreos 6:1,2 era realmente los primeros rudimentos de la doctrina de Cristo. Jesús decía: Arrepentíos, porque el reino de los cielos se ha acercado” (a vosotros) (Mt. 4:17). “El tiempo se ha cumplido, y el reino de Dios se ha acercado; arrepentíos, y creed en el evangelio (Mr. 1:15). Vemos, pues, que el arrepentimiento era ingrediente fundamental; y al decir: creed en el evangelio, la fe en Dios lo era también. Y en cuanto a bautismos, imposición de manos, resurrección de muertos y juicio eterno, queda implicado en el resumen fraseado: el reino de los cielos se ha acercado, pues resurrección y juicio están íntimamente relacionados al Reino; y bautismos también, en lo relativo a la entrada; la imposición de manos tiene que ver con la autoridad del Reino que se introduce y promociona. Resulta, pues, conveniente comenzar cual Jesús, y de la manera que lo hicieron los apóstoles. Consideremos entonces un poco más detenidamente cada uno de estos ingredientes, es decir, estos primeros rudimentos de las palabras de Dios, de la doctrina de Cristo; pues, aunque Hebreos 6:1,2 exhorta a la Iglesia a ir adelante a la perfección dejando ya los primeros rudimentos, se dirige, según el capítulo 5, verso12, a los que debían ser ya maestros; no obstante, en aquellos que apenas comienzan y de los que no debe esperarse ser aún maestros (1 Ti. 3:6), debe comenzarse atinadamente colocando el fundamento. ARREPENTIMIENTO El primer llamado del evangelio es al arrepentimiento; sin arrepentimiento no hay evangelio. El llamado a la fe incluye el arrepentimiento. La palabra griega traducida arrepentimiento es metanoia [μετάνοια], de meta, cambio, y nous, mente; tiene que ver, pues, con un cambio de mente, pues, como dice Proverbios: Cual es su pensamiento en su corazón, tal es él . La persona se comporta según el ánimo con que enfrenta a la vida, y tal ánimo es según el pensamiento que abriga de ella. No puede, pues, cambiarse la conducta mientras se tenga en el corazón una actitud negativa y de enemistad contra Dios. El propósito del evangelio es la reconciliación del hombre con Dios, con los demás hombres y con el resto de la creación. De allí la urgente necesidad de una metanoia, es decir, de un verdadero arrepentimiento o cambio de actitud ante Dios, los hombres y la naturaleza. Dios, en este tiempo, manda a todos los hombres, en todo lugar, que se arrepientan, pues ha establecido un día de juicio (Hch. 17:30.31). La introducción del evangelio es, pues, esta: “Arrepentíos porque el reino de los cielos se ha acercado (a vosotros) (Mt. 4:17); esto es lo que comenzó a predicar Jesús, y lo que mandó a sus apóstoles a predicar. 46Fue necesario que el Cristo padeciese, y resucitase de los muertos al tercer día; 47y que se predicase en su nombre el arrepentimiento y el perdón de pecados en todas las naciones, comenzando desde Jerusalén (Lc. 24:46,47). Jesús declaró pues: Si no os arrepentís, todos pereceréis igualmente (Lc. 13:5); y el apóstol Pedro, con las llaves del Reino, cuando fue preguntado por lo que había de hacerse, abrió las puertas con la inamovible declaración: Arrepentíos, y bautícese cada uno de vosotros en el nombre de Jesucristo para perdón de los pecados; y recibiréis el don del Espíritu Santo (Hch. 2:38); y en la puerta llamada la Hermosa, declaraba: “Arrepentíos y convertíos, para que sean borrados vuestros pecados; para que vengan de la presencia del Señor tiempos de refrigerio (Hch. 3:19). No puede, pues, comenzarse a edificar el Reino de Dios sin arrepentimiento. Tan sólo personas arrepentidas entran al Reino; no puede tener entrada quien permanezca duro en su corazón contra Dios y los hombres, destruyendo la tierra, sin reconocer sus pecados y encaprichándose soberbiamente en sus ofensas al Creador y sus criaturas. Arrepentimiento significa, pues, reconocimiento de nuestra culpabilidad, unido a una confesión de ésta, pidiendo perdón donde corresponda, si sólo a Dios, o también a los hombres en caso de haberlos ofendido; entonces, con sinceridad y honestidad, decidir aborrecer de allí en adelante ese pecado, y proponerse, esperando y contando con la ayuda de Dios, a no practicarlo más, procurando en lo posible restituir el daño, haya sido éste contra la confianza, la honra, los bienes, o cualquier otra cosa. A todo pecado, injusticia o transgresión debe abarcar nuestro arrepentimiento, pues necio sería reservarnos el lujo de acariciar aun ciertos pecados favoritos desechando apenas aquellos que nos esclavizan menos. Debemos ser drásticos y honestos con nosotros mismos, acatando en la confianza y esperanza de Su gracia, la demanda divina. El arrepentimiento es, pues, una íntegra actitud de corazón que se vuelca hacia la búsqueda de la perfecta voluntad de Dios, a pesar de nuestra debilidad. Es la gracia de Dios la que hace que el Espíritu Santo nos convenza de pecado, justicia y juicio; sí, es Dios quien nos concede el arrepentimiento (2 Ti. 2:25). Por ello, ante nuestra vileza y dureza, debemos levantar los ojos a Dios pidiendo Su gracia que nos convierta (Jer. 31:18). Mientras tengamos conciencia de responsabilidad, elevemos a Dios la súplica para que no nos abandone en nuestros pecados, sino que nos fortalezca para el arrepentimiento. Su gracia, que no ha quitado nuestra responsabilidad, posibilitará nuestra sincera conversión. El arrepentimiento no es además una experiencia de una sola vez, sino que debe ser la experiencia inmediata ante cualquier caída; también a la iglesia se le llama al arrepentimiento (Ap. 2:5,16,22; 3:3,19), y mucho más cuando sabemos que no sólo hay pecados de acción, sino también de omisión, es decir, cuando sabiendo hacer el bien, no lo hacemos (Stg. 4:17). La apostasía voluntaria que reniega de Cristo exponiéndole a vituperio, aleja la posibilidad de un futuro arrepentimiento (He. 6:4-8; 10:26-31); por lo cual, la Iglesia, es decir, cada cristiano, no debe dejar deslizarse su corazón en el endurecimiento del pecado (He. 3:12,13). La morada de Dios es un espíritu contrito y humillado, el cual así, no será de Él despreciado (Salmos 34:18; 51:17; Prov. 16:19; 29:23; Ecls. 7:8b; Miq. 6:8). Pregunta: ¿Qué es el arrepentimiento y es éste necesario para la salvación? Respuesta: Muchos entienden el término “arrepentimiento” como “volverse del pecado”. Esta no es la definición bíblica del arrepentimiento. En la Biblia, la palabra “arrepentirse” significa “cambiar tu mente.” La Biblia también nos dice que el verdadero arrepentimiento tendrá como resultado un cambio de conducta (Lucas 3:8-14; Hechos 3:19). Hechos 26:20 declara, “sino que anuncié......, que se arrepintiesen y se convirtiesen a Dios, haciendo obras dignas de arrepentimiento.” La total definición bíblica del arrepentimiento, es cambiar de mentalidad, mismo que resulta en un cambio de acciones y actitudes. ¿Cuál es entonces la conexión entre el arrepentimiento y la salvación? El Libro de Los Hechos parece enfocarse especialmente en el arrepentimiento con respecto a la salvación. (Hechos 2:38; 3:19; 11:18; 17:30; 20:21; 26:20). El arrepentimiento, relacionado con la salvación, es cambiar tu parecer respecto a Jesucristo. En el sermón de Pedro en el día de Pentecostés (Hechos capítulo 2), él concluye con un llamado a la gente a arrepentirse (Hechos 2:38). ¿Arrepentirse de qué? Pedro está llamando a la gente que rechazaba a Jesús (Hechos 2:36), para que cambiaran su idea acerca de Él, que reconocieran que Él es verdaderamente “Señor y Cristo” (Hechos 2:36). Pedro está exhortando a la gente a cambiar su mentalidad del rechazo a Cristo como el Mesías, a la fe en Él como Mesías y Salvador. El arrepentimiento y la fe pueden ser entendidos como “dos lados de la misma moneda.” Es imposible poner tu fe en Jesucristo como el Salvador, sin primeramente cambiar tu mentalidad acerca de quién es Él, y lo que Él ha hecho. Ya sea el arrepentirse de un rechazo obstinado, o arrepentirse de ignorancia y desinterés – es un cambio de mentalidad. El arrepentimiento bíblico, en relación con la salvación, es cambiar tu mentalidad del rechazo a Cristo a la fe en Cristo. Es crucialmente importante que entendamos que el arrepentimiento no es una obra que hagamos para ganar la salvación. Nadie puede arrepentirse y venir a Dios, a menos que Dios atraiga a esa persona hacia Él (Juan 6:44). Hechos 5:31 y 11:17 indican que el arrepentimiento es algo que da Dios – sólo es posible por Su gracia. Nadie puede arrepentirse a menos que Dios le conceda el arrepentimiento. Toda la salvación, incluyendo el arrepentimiento y la fe, es el resultado de Dios acercándonos, abriendo nuestros ojos, y cambiando nuestros corazones. La paciencia de Dios nos conduce al arrepentimiento (2 Pedro 3:9), como lo hace Su bondad (Romanos 2:4). Mientras que el arrepentimiento no es una obra que gana la salvación, el arrepentimiento para salvación da como resultado las obras. Es imposible verdadera y totalmente cambiar tu mentalidad sin que esto cause un cambio en tus actos. En la Biblia, el arrepentimiento resulta en un cambio de conducta. Esto es por lo que Juan el Bautista exhortaba a la gente con estas palabras, “Haced, pues, frutos dignos de arrepentimiento.” (Mateo 3:8). Una persona que verdaderamente se ha arrepentido de rechazar a Cristo y a la fe en Cristo, lo hará evidente por un cambio en su vida (2 Corintios 5:17; Gálatas 5:19-23; Santiago 2:14-26). El arrepentimiento, propiamente definido, es necesario para la salvación. El arrepentimiento bíblico es cambiar tu parecer acerca de Jesucristo y volverte a Dios en fe para salvación (Hechos 3:19). Volverse del pecado no es la definición del arrepentimiento, pero es uno de los resultados de la fe genuina basada en el arrepentimiento respecto al Señor Jesucristo. ¿QUE SINIFICA AREPENTIMIENTO? La palabra arrepentimiento (hebreo naham) significa volver atrás. Cuando uno viaja, y toma un camino equivocado bien de forma consciente o sin querer, al darse cuenta de su error tiene dos opciones: a) seguir en el error (en el camino equivocado) o b) volver hacia atrás, hasta encontrar el camino correcto. Este es el sentido de la palabra naham, arrepentimiento, volver atrás, reconocer que uno está equivocado y cambiar de actitud. FE EN DIOS Sin fe es imposible agradar a Dios; porque es necesario que el que se acerca a Dios crea que le hay, y que es galardonador de los que le buscan (He. 11:6). El llamado de Dios comienza, pues, con un llamado a la fe: Creed en el evangelio (Mr. 1:15). Dios, pues, nos pide que tengamos confianza en Él. En la base de nuestra fe están los HECHOS históricos de la REVELACIÓN de Dios; Dios se ha revelado, pues, a Sí mismo, y sobre ese testimonio histórico descansa nuestra fe; (histórico, no sólo referido al pasado, sino a la continua intervención de Dios en la historia, en la vida de las personas). La fe viene, pues, por el oír la Palabra de Dios (Ro. 10:17). Para invocar a Dios confiándose en Él, es, pues, necesario que oigamos de Él primero: 2Oídme atentamente, y comed del bien, y se deleitará vuestra alma con grosura. 3Inclinad vuestro oído, y venid a mí; oíd y vivirá vuestra alma; y haré con vosotros pacto eterno, las misericordias firmes a David (Is. 55:2b,3). Oímos, pues, para conocer los hechos de Dios; entonces, el testimonio que Él ha dado, y da, de Sí mismo, engendra en nosotros la fe; entonces tenemos confianza para invocarle y recibir de Él lo que nos ha prometido, pues ha sido Suya la iniciativa de poner tal esperanza delante de nosotros. Por eso hizo antes EVIDENTE Su poder y Deidad mediante la creación (Ro. 1:19,20), y vemos Sus huellas dentro de nuestra propia conciencia (Ro. 2:14-16). Por eso también habló a los hombres por sus escogidos y pregoneros como Enoc, Noé, Abraham, Moisés y los profetas; pero principalmente, en el cumplimiento del tiempo, y en atención a sus anuncios proféticos, nos habló por Su Hijo Jesucristo (He. l:1,2), el cual, después de ascender a la gloria, envió Su Espíritu Santo a la Iglesia, la cual, desde los apóstoles, es depositaria del testimonio Divino y de la Palabra de la fe: 10 El que cree en el Hijo de Dios, tiene el testimonio en sí mismo; el que no cree, a Dios le ha hecho mentiroso, porque no ha creído en el testimonio que Dios ha dado acerca de Su Hijo. 11 Y este es el testimonio: que Dios nos ha dado vida eterna; y esta vida está en su Hijo. 12 El que tiene al Hijo, tiene la vida; el que no tiene al Hijo de Dios, no tiene la vida. (1 Jn. 5:10-12). Y 8Esta es la palabra de fe que predicamos: 9 que si confesares con tu boca que Jesús es el Señor, y creyeres en tu corazón que Dios le levantó de los muertos, serás salvo. 10 Porque con el corazón se cree para justicia, pero con la boca se confiesa para salvación. 11 Pues la Escritura dice: Todo aquel que en él creyere no será avergonzado... 13 porque todo aquel que invocare el nombre del Señor, será salvo (Ro. 10:8b-11,13). Para invocar hay que creer, y para creer, oír; y para que oigamos, nos fue enviado testimonio (Ro. 10:14-17), y éste es, pues, que Jesús de Nazaret, el Cristo, salió de Dios y vino al mundo siendo el Hijo de Dios nacido de la virgen María (Jn. 16:28; 17:7,8; Lc. 1:30-35), y vivió sin pecado aunque tentado en todo conforme a nuestra semejanza (He. 4:15; 1 Jn. 3:5); murió en la cruz en nuestro lugar y por nuestros pecados, limpiándonos de ellos por Su sangre, y beneficiándonos gratuitamente de ello si creemos (Is. 53:4-11; Mt. 20:28; 1 Ti. 1:15); resucitó corporalmente y ascendió a la diestra de Dios, intercediendo por nosotros y derramando Su Espíritu Santo; volverá en gloria y majestad para juzgar y establecer definitivamente Su Reino, con resurrección de nuestra carne, y juicio eterno de los que no le conocieron (2 Tes. 1:7-10). Es, pues, Jesús, el Señor y el Cristo, y recibirle es recibir vida eterna (Jn. 1:12-13). El que creyere y fuere bautizado, será salvo; pero el que no creyere, será condenado (Mr. 16:16). Dios ha tomado, pues, la iniciativa, y revelándose nos vino a buscar; entonces nos habla al corazón para que le conozcamos a través de Cristo, y a Sus hechos, de manera que confiados en Él aceptemos la gracia del perdón, de la liberación, de la regeneración, de la renovación, de la unción que es arras o garantía de una herencia eterna e incorruptible por la resurrección de Jesucristo; heredemos, pues, con Él la resurrección gloriosa para un Reino inconmovible. Nos pide apoyarnos en Él; echar todas nuestras angustias y ansiedades sobre Él, y contar con Él mientras permanecemos recibiendo experimentadamente de Él a Jesucristo cual vida, y por Cristo, al Espíritu Santo que nos guía conforme a Su Palabra a toda verdad, y nos participa de lo Suyo vitalmente. Recibir confiadamente de la gracia es, pues, la actitud del creyente. Creer es confiar, y confiar es contar con Él, recibiendo de Su fidelidad para fortalecernos y para obedecerle voluntariamente, en alianza de nuestras voluntades con la perfecta Suya, cual co-herederos del Reino de Jesucristo, Hijo de Dios. Podemos confiar en Él porque Él ha hecho promesas y se ha comprometido a Sí mismo con juramento de que nos bendecirá en Cristo Jesús (He. 6:13-20; Gá. 3:29). Honremos, pues, Su Palabra aferrándonos tenaz y osadamente a ellas, pues por Sus maravillosas promesas podemos levantar cabeza. ¡Él es Fiel! ¡Lo ha demostrado muchísimas veces! ¡Elijamos lo mejor siempre! el creer de la fe es en el Evangelio, fundamentalmente en la identidad de Cristo, en Su muerte expiatoria por nosotros, en Su resurrección completa y en Su señorío con que establecerá definitivamente Su Reino. DOCTRINA DE BAUTISMOS Jesús mandó que sus creyentes fuésemos bautizados, que nos identificásemos con Él bautizándonos. Mateo y Marcos lo registran: Id y haced discípulos..., bautizándolos; el que creyere y fuere bautizado será salvo (Mt. 28:19; Mr. 16:16). Los apóstoles, en Su nombre, ordenaron también lo mismo a judíos y gentiles. En el libro de los Hechos de los Apóstoles, Lucas nos registró varios casos: Hch. 2:38,41; 8:12,16,36-39; 9:18; 10:47,48; 16:15,31-33; 19:1-5; 22:16). Cuando las gentes creían el evangelio, lo normal era que confesaran su fe identificándose con Cristo, invocándole en el bautismo. Con el bautismo mostraban que aceptaban al Hijo de Dios, muriendo y resucitando con Él; bajaban a las aguas y eran sumergidos en ellas, por la Iglesia, a la semejanza de la muerte de Cristo; sepultados en Él y ellas, y subiendo con Él de ellas cual resucitados, en la fe de que al unirnos a Cristo, por Él somos perdonados de nuestros pecados y regenerados. Sepultados con él, en el bautismo, en el cual fuisteis también resucitados con él, mediante la fe en el poder de Dios que le levantó de los muertos (Col. 2:12). 3Los que hemos sido bautizados en Cristo Jesús, hemos sido bautizados en su muerte. 4Porque somos sepultados juntamente con él para muerte por el bautismo, a fin de que como Cristo resucitó de los muertos por la gloria del Padre, así también nosotros andemos en vida nueva. 5 Porque si fuimos plantados juntamente con él en la semejanza de su muerte, así también lo seremos en la de su resurrección (Ro. 6:3-5). Así que mediante la fe nos ponemos en contacto con el Cristo resucitado, lo cual señalamos para consumarlo bautizándonos e invocándole en obediencia. Lo normal sería, pues, que realicemos esta identificación en fe, por el bautismo. En el tiempo apostólico, los que recibían la Palabra eran bautizados en seguida: Hch. 2:41; 8:12; 9:18; 10:47,48; 18:8; 22:16. La fe debe preceder al bautismo, pues es mediante ésta (Col. 2:12) que en el bautismo nos identificamos con la muerte y la resurrección de Jesucristo. Por eso Felipe contestó a la pregunta del eunuco por el impedimento o el requisito para ser bautizado, y le dijo: Si crees de todo corazón, bien puedes (bautizarte) (Hch. 8:37). Jesús dijo: El que creyere y fuere bautizado. No es, pues, tan sólo el que fuere bautizado sin creer ni escoger, sino que se debe creer primero. Jesús dijo que era necesario nacer del agua y del Espíritu (Jn. 3:5). No es, pues, tan sólo del agua, sino que también debe nacerse del Espíritu, el cual se recibe por la fe (Gá. 3:14; Jn. 7:38,39). El apóstol Pedro escribió: 20 Mientras se preparaba el arca, en la cual pocas personas, es decir, ocho, fueron salvadas por agua. 21 El bautismo que corresponde a esto ahora nos salva (no quitando las inmundicias de la carne, sino como la aspiración de una buena conciencia hacia Dios) por la resurrección de Jesucristo (1 Pe. 3:20b,21). De manera que el bautismo nos salva por la resurrección de Jesucristo; es decir, que la identificación con su resurrección nos salva, lo cual, en figura del arca, realizamos a través de las aguas. No que el rito bautismal cambie la naturaleza de la carne (v.21) quitando sus inmundicias (la ley del pecado y de la muerte en la carne –Ro. 7:17-24), sino que nuestra obediencia al rito demuestra nuestra aspiración ante Dios de una buena conciencia. Es la ley del Espíritu de vida en Cristo Jesús la que nos libra, no de la existencia en la carne de la ley del pecado y de la muerte, pero sí nos libra del poder de tal ley de pecado y muerte, enfrentándole el poder de la muerte al pecado en Cristo y el poder de la resurrección para Dios de Jesucristo; nos libra, pues, por el Espíritu (Ro. 8:1-13). Así que, somos salvados por el lavamiento de la regeneración y por la renovación en el Espíritu Santo derramado abundantemente por Jesucristo T(it. 3:5,6). Cristo, pues, purifica a la Iglesia en el lavamiento del agua por la Palabra (Ef. 5:26). Es necesario captar estas dos palabras: en y por, en las Escrituras referentes al bautismo. Atendiendo al texto griego tenemos que: En el bautismo somos sepultados y resucitados, mediante, o a través, o por la fe en el poder de la resurrección de Cristo por Dios (Col. 2:12). También: Somos sepultados juntamente con Él para muerte a través, o por medio del bautismo (Ro. 6:4). Además: el bautismo está salvando ahora por la resurrección de Jesucristo (1 Pe. 3:21); es decir, porque significa y efectúa la obediencia de la fe salvadora, por identificación con el Cristo resucitado que regenera participándose a Sí mismo. También está escrito que la Iglesia es purificada por Cristo al baño del agua en la palahra (Ef. 5:26). Además: dice que Nos salvó mediante el baño de la regeneración (Tito 3:5). Véase, pues, que en el bautismo lo que salva es la sola fe. Además nótese que no se habla de la regeneración del lavamiento, sino del lavamiento de la regeneración; es decir, no que el lavamiento regenera, sino que la regeneración lava. Quien regenera es Dios, por consiguiente mediante la sola fe, que se expresa en el bautismo y conlleva al arrepentimiento. La fe en Su Palabra y poder, pues, a través del acto voluntario del bautismo, nos identifica con la muerte y la resurrección de Jesucristo. Entonces, el que cree se identifica bautizándose; y tal identificación por fe, que es sumersión en Cristo mismo, entonces le salva. El que creyendo se ha identificado con Cristo, por Éste es purificado y regenerado. Se nos pide, pues, que realicemos o consumemos nuestra identificación de fe con Cristo a través del bautismo; por eso los apóstoles bautizaban en seguida, aunando el acto de fe y entrega a Cristo recibiéndole, con el bautismo; (ver citas arriba). Cristo, entonces, se ha comprometido a remitir los pecados de aquellos que al creer se arrepientan y se bauticen en Su nombre (Hch. 2:38); prometió además el Espíritu Santo. La Iglesia, pues, al bautizar, lo hace de parte de Dios, con Su autorización, es decir, “en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo” (Mt. 28:19); y lo que ella así remita, en la tierra, es remitido en el cielo (Jn. 20:23); igualmente, lo que ella retenga en la tierra, es retenido en el cielo (Jn. 20:23). La Iglesia retiene los pecados cuando por causa de incredulidad y falta de arrepentimiento no bautiza a los incrédulos no-arrepentidos, pues, para el bautismo se requiere una fe verdadera (Hch. 8:37) que conlleva el arrepentimiento; pues, ¿cómo identificarme con la muerte de Cristo, si no estoy dispuesto a morir con Él al pecado y al mundo? La Iglesia, no obstante, obra de buena fe, administrando reconciliación a todo aquel que voluntariamente profese creer y anhelar el bautismo, aunque sea engañada en su buena fe por algunos, como es el caso que tuvo Felipe con Simón Mago, a quien luego Pedro reprendió (Hch. 8:4-24). ¿Quién debe realizar el bautismo? lo fundamental es la identificación por fe con Cristo del bautizado; no obstante lo ideal es que quien administre el rito sea la Iglesia, ya sea por los apóstoles (Jn. 4:2; Mt. 28:19), ó por los discípulos colaboradores (Hch. 10:48). El Señor directamente mandó a un discípulo de nombre Ananías bautizar a Pablo (Hch. 9:10-19). Puede bautizar, pues, cualquier miembro de Cristo que esté bajo la dirección de la Cabeza que es Cristo, y en comunión con su cuerpo; es decir, que bautiza de parte del Señor y para el Cuerpo, recibiendo a todos los que Cristo reciba. No se bautiza, pues, uno, para pertenecer a una secta o a un ministerio (1 Co. 1:11-17), sino para señalar la realización de nuestra identificación con Cristo y para efectuarla mediante la obediencia de la fe; de manera que en Quien somos sumergidos es en Él, haciéndonos, por Él, miembros Suyos, y por lo tanto partícipes de Su único cuerpo dentro del cual somos inmersos por el Espíritu de Cristo que recibimos mediante la fe viva que obedece. Por eso Pedro, a quien profesaba su fe arrepintiéndose y bautizándose aseguraba la promesa del Espíritu Santo, que es Quien nos bautiza en Un solo cuerpo (Hch. 2:38,39; 1 Co. 12:13). Lo normal en la Iglesia, en su tiempo primitivo y apostólico, era proceder a practicar el bautismo en las aguas por inmersión al creyente, lo cual está bien perpetuar. Mateo 28:19 nos muestra las palabras que Jesús dirige al bautizador, autorizándole a que lo haga en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo; es decir, como de parte de Dios mismo, pues es sabido que el Padre envió al Hijo y Éste vino en el nombre del Padre, hablando Sus palabras y haciendo Sus obras; de la misma manera, el Hijo envió en Su nombre al Espíritu Santo, el cual es Su vicario en la Iglesia. El Espíritu Santo opera ahora a través del ministerio de todo Su cuerpo, por lo cual la Iglesia, bajo la comisión de Jesucristo y en el poder del Espíritu Santo, hace discípulos, los bautiza y les enseña de parte de Dios, es decir, en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo. Ahora bien, Pedro dirigió, ya no al bautizador, sino al que se bautiza, el mandamiento de bautizarse cada uno en el nombre de Jesucristo (Hch. 2:38), y así lo hicieron judíos, samaritanos y gentiles, según registra Lucas en los Hechos de los apóstoles (8:16; 10:48; 19:5; 22:16), pues en Cristo Jesús NO hay diferencia entre judío y gentil (Ro. 10:12,13; Gá. 3:27,28; Col. 3:10,11). De manera que el bautizador bautiza de parte de Dios en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo; y el que se bautiza se identifica con Cristo en Su muerte y resurrección bautizándose en el nombre de Jesucristo. No se trata, pues, de dos fórmulas contradictorias, sino del complemento de dos realidades divinas: la identificación con Cristo del bautizado, y la autoridad delegada del que lo bautiza. Son, pues, realidades complementarias, y no tan sólo meras fórmulas. Cada bautizado debiera comprender que ha sido bautizado o sumergido en Cristo de parte de Dios, es decir, en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo; el que confiesa al Hijo tiene también al Padre (1 Jn. 2:23). Ahora bien, Hebreos 6:2 no nos habla meramente en singular de doctrina de bautismo, sino que nos habla en plural: doctrina de bautismos. No se refiere, pues, como a uno de los fundamentos de la doctrina de Cristo tan sólo al bautismo en agua, pues el Nuevo Testamento nos habla también de Bautismo en el Espíritu Santo, además de haber hablado de bautismo en Cristo. Dios quiere, no tan sólo perdonamos, liberarnos y regenerarnos, justificarnos, santificarnos y morar en nosotros, lo cual hace sumergiéndonos en Cristo, poniéndonos en Él y a Él en nosotros; pero Él también quiere además investirnos de poder y ungirnos para el ministerio, lo cual hace mediante la investidura y unción del Espíritu Santo. Él pidió a sus discípulos que esperaran en Jerusalén hasta recibir del Padre la promesa, y ser bautizados con el Espíritu Santo, lo cual les invistió de poder (Hch 1:4-8); lo mismo hizo Dios con los gentiles en casa de Cornelio derramando sobre ellos el Espíritu Santo y bautizándoles con Él (Hch. 10:44-46; 11:15-17). Pedro y Juan oraron para que recibiesen el Espíritu Santo los que habían creído y se habían bautizado con Felipe tiempo atrás, sin que descendiera aún sobre ellos (Hch. 8:12-17); lo mismo hizo Pablo con los efesios (Hch. 19:1-6) a quienes luego escribía que desde que habían creído habían sido sellados con el Espíritu Santo de la promesa (Ef. 1:13; 4:30); es decir, que los efesios habían tenido la experiencia de la investidura habiendo creído previamente. El agua vivificante del río que vio Ezequiel (47:1-12) era la misma, ya sea que llegase hasta los tobillos, o las rodillas, o los lomos de Ezequiel; así también, las aguas vivas del Espíritu que reciben por fe los que por esa misma fe beben de Cristo, pueden ser aprovechadas en distintas maneras, según la medida en que por fe beban de ellas y en ellas se sumerjan los creyentes. El Espíritu es dado sin medida, pero muchos desparraman sin aprender a recibir. Debemos, pues, por fe penetrar más y más en el río, recibiendo, experimentalmente, por el Espíritu, la ministración que Éste nos hace del Sumo Bien conseguido para nosotros por Cristo Jesús. Acerquémonos, pues, a beber hasta ser completamente inundados y sumergidos; y hagámoslo así vez tras vez. IMPOSICIÓN DE MANOS La imposición de manos señala una transmisión, o también una ordenación. En las Escrituras vemos imposición de manos en los momentos de: a) orarse por la sanidad de los enfermos; b) por la recepción del Espíritu Santo; c) por la ordenación al diaconado; d) por la entrega de un don; e) por el envío de apóstoles (Mr. 16:18; Hch. 6:6; 8:17; 9:17; 13:3; 19:6; 1 Ti. 4:14; 2 Ti. 1:6), también queda implicada la imposición de manos en la palabra griega usada al describir la constitución de ancianos. Por causa de la realidad de la resurrección de Cristo y la realidad de su entrega de dones a los hombres, existe también la realidad espiritual de la delegación de autoridad que proviene directamente de la Cabeza del Cuerpo, que es Cristo Jesús, mediante el Espíritu Santo, y que opera realmente por Su Iglesia en la que existe realmente el ministerio espiritual del Cuerpo, el cual es un ministerio de justificación y reconciliación, bajo el Nuevo Pacto, en el Espíritu vivificante (2 Co. 3:2-11,17,18; 4:1-6). Tal ministración del Espíritu acontece a través del Cuerpo sujeto a Su Cabeza celestial, por lo cual tal Cuerpo recibe la delegación de autoridad en una forma espiritual y viva, y cuando transmite u ordena, en ejercicio de la autoridad espiritual, entonces hace uso de la imposición de manos, como señal de la realización auténtica y espiritual de tal transmisión y ordenación efectuada, bajo la autoridad directa de la Cabeza y en el poder del Espíritu. Es por eso que Pablo aconsejaba a Timoteo a no imponer las manos con ligereza (1 Ti. 5:22); se imponen las manos con ligereza cuando se hace apresuradamente y con motivos bajos un rito hueco y vacío, desprovisto de la realidad espiritual; es decir, en la mera presunción de la carne y sin la verdadera participación y dirección de la Cabeza, Cristo Jesús. Cuando motivos humanos e intereses particulares mueven a hacer ostentación ritual, pero sin haberse atendido a la voz del Espíritu, se está obrando con ligereza. ¿Estará acaso Dios obligado a vindicar o respaldar lo que atrevidamente hacemos en la carne tomando con osadía y presunción Su propio nombre? Sin embargo, la Iglesia sí tiene Su nombre a disposición para obrar en el Espíritu con auténtica autoridad delegada, cuando se habla en íntima sujeción a la Cabeza celestial. Esa es la razón por la cual vemos a los apóstoles, también al presbiterio, orando antes de imponer las manos (Hch. 6:6; 8:15,17; 13:3; 1 Ti. 4:14). Durante la oración opera una relación íntima con la Cabeza celestial, por lo cual el Espíritu Santo puede revelar e impulsar a una auténtica imposición de manos, señalando así una auténtica transmisión espiritual efectuada, o una genuina ordenación efectuada y nacida desde el seno del Cristo glorificado que constituye. Cuando Dios verdaderamente ordena o da, entonces entrega el carisma que es evidente de por sí. No es que el título meramente haga al ministerio, sino que el servicio prestado o ministerio, según el carisma provisto por Cristo directamente, tiene su propio nombre o título, que entonces, bajo la evidencia del Espíritu y bajo la dirección de la Cabeza celestial, es reconocido oficialmente en la conciencia de la Iglesia, que acata la autoridad de Cristo manifiesta en el carisma y con la cual se edifica –espiritualmente. RESURRECCIÓN DE MUERTOS Como vimos en el apartado IX, Primicias: Cristo Resucitado, el Señor Jesús resucitó corporalmente como primicias, es decir, como precursor de nuestra resurrección. Él resucitó para compartir con nosotros su victoria sobre la muerte. Es fundamento de la doctrina de Cristo la enseñanza divina acerca de la resurrección de los muertos. Ya el profeta Daniel, por revelación divina a través del ángel Gabriel, nos registró : Y muchos de los que duermen en el polvo de la tierra serán despertados, unos para vida eterna, y otros para vergüenza y confusión perpetua (12:2); lo mismo sostuvo el Señor Jesús cuando dijo: 28Vendrá hora cuando todos los que están en los sepulcros oirán su voz (la del Hijo del Hombre); 29 y los que hicieron lo bueno, saldrán a resurrección de vida; mas los que hicieron lo malo, saldrán a resurrección de condenación (Jn. 5:28,29). Habrá, pues, dos tipos de resurrección: una para vida eterna, y otra para condenación. Los que permanezcamos en Cristo por la gracia de Dios resucitaremos para vida. Jesús declaró: Y esta es la voluntad del Padre que me ha enviado: Que todo aquel que ve al Hijo, y cree en él, tenga vida eterna y yo le resucitaré en el día postrero (Jn. 6:40). Pablo escribía a los corintios: 20 Mas ahora Cristo ha resucitado de los muertos; primicias de los que durmieron es hecho. 21Porque por cuanto la muerte entró por un hombre, también por un hombre la resurrección de los muertos. 22Porque así como en Adán todos mueren, también en Cristo todos serán vivificados. 23Pero cada uno en su debido orden: Cristo, las primicias; luego los que son de Cristo, en su venida. 24 Luego el fin, cuando entregue el reino al Dios y Padre (l Co. 15:20-24a). Existe, pues, un orden para la resurrección, habiendo sido ya Cristo el primogénito de entre los muertos; entonces, a la segunda venida de Cristo, resucitaremos los suyos para vida eterna, como está escrito: 14 Porque si creemos que Jesús murió y resucitó, así también traerá Dios con Jesús a los que durmieron en él. 15 Por lo cual os decimos esto en palabra del Señor: que nosotros que vivimos, que habremos quedado hasta la venida del Señor, no precederemos a los que durmieron. 16 Porque el Señor mismo con voz fuerte, voz de arcángel, y con trompeta de Dios, descenderá del cielo; y los muertos en Cristo resucitarán primero. 17 Luego nosotros los que vivimos, los que hayamos quedado, seremos arrebatados juntamente con ellos en las nubes para recibir al Señor en el aire, y así estaremos siempre con el Señor (1 Tes. 4:14-17). El arrebatamiento de los cristianos sigue inmediatamente después de la resurrección y de la transformación de los vivos cristianos. Transformación, resurrección y arrebatamiento de los cristianos fieles están juntos: 51He aquí os digo un misterio: No todos dormiremos; pero todos seremos transformados, 52 en un momento, en un abrir y cerrar de ojos, a la final trompeta; porque se tocará la trompeta, y los muertos resucitarán incorruptibles, y nosotros seremos transformados (1 Co. 15:51-52). También Colosenses 3:4 y Filipenses 3:20-21 nos hablan de la transformación hacia la incorruptibilidad de los fieles cristianos al momento de la venida de Cristo en Su manifestación gloriosa. Efectivamente, la séptima trompeta (Ap. 11:15-19) señala el tiempo del juicio de los muertos y del galardonamiento de los santos; galardón que Cristo trae con Su venida (Ap. 22:12). Los que sean tenidos por dignos del siglo venidero (Lc. 20:35) y de la resurrección de los justos (Lc. 14:14) serán como los ángeles y no se casarán; serán recompensados en esta resurrección de justos, la cual, es, pues, a la final trompeta, la séptima, cuando el Señor mismo con gran voz de trompeta descienda en las nubes para arrebatarnos, enviando a sus ángeles con voz de trompeta a recoger sus escogidos de los cuatro vientos (Mt. 24:30-31). En el orden divino de la resurrección, la resurrección de los justos en Su venida precede a la resurrección de los demás muertos en un milenio: 4 Y vi tronos, y se sentaron sobre ellos los que recibieron facultad de juzgar; y vi las almas de los decapitados por causa del testimonio de Jesús y la Palabra de Dios, los que no habían adorado a la bestia ni a su imagen, y que no recibieron la marca en sus frentes ni en sus manos; y vivieron y reinaron con Cristo mil años. 5 Pero los otros muertos no volvieron a vivir hasta que se cumplieron mil años. Esta es la primera resurrección (Ap. 20:4,5). Según 1 Corintios 15:23,24, las primicias fueron: Cristo el Primogénito; en el orden seguiría, pues, la resurrección de los justos en Su venida; es decir, la primera resurrección, al tiempo del galardón, en la séptima o final trompeta; después será el fin, con la resurrección del resto de los muertos después del milenio, quienes resucitarán para juicio, y de entre los cuales se hallan los resucitados para condenación; con su castigo en el lago de fuego se suprime toda oposición a la autoridad Divina, y la muerte misma es echada al lago de fuego siendo definitivamente vencida; entonces habrá cielo nuevo y tierra nueva, y la creación misma será libertada de la esclavitud de corrupción, después de que hayan sido suficientemente manifestados los hijos de Dios en Gloria (Ro. 8:19-21). He allí, pues, el orden en que la muerte es desplazada definitivamente por una nueva creación comenzada por la resurrección de Cristo. Jesús es la resurrección y la vida (Jn. 11:25) y es necesario ser hallado en Él para alcanzar la resurrección de los justos (Fil. 3:9-11). Con el Hijo de Dios y la Virgen, la Simiente de la Mujer, es quebrantada definitivamente la cabeza del que tenía en sus manos el imperio de la muerte: la serpiente antigua que es el diablo. JUICIO ETERNO Quizá sorprendería el hecho de que quien más habló en el Nuevo Testamento acerca del infierno haya sido nuestro Buen Salvador Jesucristo. Las consecuencias que sobrevendrán a la persona que resulte maldecida en una sentencia en el día del juicio serán horrendas e irreparables; por eso no es de extrañar que quien más ama nos amonesta para apartarnos del deslizadero al insondable abismo de perdición. La naturaleza moral del hombre implica un día en que rendiremos cuenta de nosotros mismos, enfrentándonos al ineludible efecto de nuestros caminos. Salomón, tras examinar implacablemente toda la obra que se hace debajo del sol, concluía: 13 Teme a Dios y guarda sus mandamientos; porque esto es el todo del hombre. 14 Porque Dios traerá toda obra a juicio, juntamente con toda cosa encubierta, sea buena o sea mala (Ec. 12:13,14). Efectivamente, Dios ha establecido un día en el cual juzgará al mundo con justicia, por aquel varón a quien designó, dando fe a todos con haberle levantado de los muertos (Hch. 17:31), lo cual es lo mismo que escuchar al apóstol Pedro decir a los gentiles: Y nos mandó que predicásemos al pueblo, y testificásemos que él es el que Dios ha puesto por Juez de vivos y muertos (Hch. 10:42). Ya Jehová había hablado por boca de Isaías: Por mí mismo hice juramento, de mi boca salió palabra en justicia, y no será revocada: Que a mí se doblará toda rodilla, y jurará toda lengua (Is. 45:23). Y Enoc profetizaba: 14 He aquí, vino el Señor con sus santas decenas de millares, 15 para hacer juicio contra todos, y dejar convictos a todos los impíos de todas sus obras impías que han hecho impíamente, y de todas las cosas duras que los pecadores impíos han hablado contra él (Jud. 14b-15). La razón de nuestra estructura moral y de la responsabilidad de nuestra libertad halla su sentido en ese día en que Dios juzgará por Jesucristo los secretos de todos los hombres (Ro. 2:16). Y si existe, pues, en nuestras conciencias la evidencia de un poder legislativo, de hecho, esto conlleva un poder judicial, un tribunal de juicio. No nos pertenecemos, pues no nos hemos hecho a nosotros mismos; ¿acaso alguno de nosotros toleraría que una obra de sus propias manos se levantara contra él intentando arruinar el propósito de su hechura? Es imposible a la simple criatura eludir realmente a su Creador; por eso se nos amonesta tiernamente a despertar del sueño y del delirio de nuestras ilusiones, para acatar con entendimiento la fiel realidad: Hay un solo Soberano y éste es Dios; ama, pero alejarse de Él no puede significar sino irreparable pérdida. Por un lado, El Señor ha prometido inefables recompensas a quienes le aman; por otro lado, ha preparado un lugar que corresponde en contraparte a los que le dejan: fuego eterno preparado para el diablo y sus ángeles, donde sus maldecidos encontrarán su lugar apropiado, en el que se hallarán a sí mismos merecedores de castigo eterno (Mt. 25:41). La revelación divina consignada en las Sagradas Escrituras nos habla muy claramente de un juicio final: 11 Y vi un gran trono blanco y al que estaba sentado en él, de delante del cual huyeron la tierra y el cielo, y ningún lugar se encontró para ellos. 12 Y vi a los muertos, grandes y pequeños, de pie ante Dios; y los libros fueron abiertos, y otro libro fue abierto, el cual es el libro de la vida; y fueron juzgados los muertos por las cosas que estaban escritas en los libros, según sus obras. 13 Y el mar entregó los muertos que había en él; y la muerte y el Hades entregaron los muertos que había en ellos; y fueron juzgados cada uno según sus obras. 14 Y la muerte y el Hades fueron lanzados al lago de fuego. Esta es la muerte segunda. 15 Y el que no se halló inscrito en el libro de la vida fue lanzado al lago de fuego (Ap. 20:11-15). El apóstol Mateo nos registra las declaraciones de Jesús acerca de su sentarse en el trono de gloria y separar cual pastor a las ovejas de las cabras, juzgándolas según sus obras y brindando el Reino con vida eterna a las ovejas de la derecha; maldiciendo y apartando de sí entonces a las cabras de la izquierda. Existe, pues, un final escatológico: Por un lado, un Reino eterno e inconmovible en Su gloria, cielo nuevo y tierra nueva con la Ciudad de Dios; por otro lado, fuego eterno que nunca se apaga y donde el gusano nunca muere, junto a Satanás y sus ángeles. El lago de fuego y azufre es llamado también Gehena, donde serán echados los condenados con el alma y con el cuerpo resucitado para condenación en la resurrección postmilenial. Así como la Jerusalén terrenal tenía en las afueras al valle de Hinom o Gehena donde se amontonaba la basura que se agusanaba y se quemaba con fuego, y donde los idólatras sacrificaban niños al demonio Moloch, así también, cual antitipo, la Jerusalén celestial tendrá en las tinieblas de afuera sur respectivo basurero Gehena donde los que viven para Satanás serán agusanados y quemados perpetuamente. La Gehena de la Jerusalén de abajo era un tipo temporal, pero el lago de fuego y azufre, fuera de la Jerusalén de arriba será una Gehena definitiva y eterna. La condenación eterna en la Gehena es, pues, la muerte segunda, y se refiere a la perdición eterna de los resucitados para condenación en alma y cuerpo (Mt. 5:22,29,30; 10:28. 18:9; 23:15,33; Mr. 9:43-48; Lc. 12:5; Stg. 3:6. (Las aquí citadas son todas las Escrituras que en el original griego usan la palabra Gehena, traducida por algunos infierno). Examinando, pues, el contexto de todas las Escrituras que hablan de Gehena, vemos que ésta se refiere al definitivo juicio en cuerpo y alma en el lago de fuego y azufre después de la resurrección postmilenial de condenación eterna, pues no sólo se nos habla del alma sino también del cuerpo con sus miembros. Por lo tanto, no debemos confundir la Gehena con el Seol o Hades, el cual será echado al lago de fuego tras el juicio del trono blanco (Ap. 20:14), aunque algunos también lo traduzcan ambiguamente: infierno. Sepamos primeramente que Seol (hebreo) es traducido Hades (griego), siendo lo mismo, como puede constatarse comparando la cita de los Salmos que hace Pedro (Salmos 16:10; Hch. 2:37). He aquí las referencias bíblicas al Seol o Hades: Gé. 37:35; 42:38; 41:31; Nm. 16:30-33; Dt. 32:22; 1 Sm. 2:6; 2 Sm. 22:6; 1 Re. 2:6,9; Job. 7:9; 11:8; 14:13; 17:13,16; 21:13; 24:19; 26:6; Salmos 6:5; 9:17; 16:10; 18:5; 30:3; 31:17; 49:14: 55:15; 86:13; 89:48; 116:3; 139:8; 141:7; Prov. 1:12 ; 5:5; 7:27; 9:18; 15:11,24; 23:14; 27:20; 30:16; Ec. 9:10; Cant. 8:6; Is. 5:14; 14:9,11,15; 28:15,18; 38:10,18: 57:9; Ezq. 31:15-17; 32:21,27; Os. 13:14; Am. 9:2; Jn. 2:2; Hab. 2:5; (hasta aquí Seol); Mt. 11:23; 16:18; Lc. 10:15; 16:23; Hch. 2:27,31: Ap. 1:18; 6:8; 20:13,14; (hasta aquí Hades). Seol o Hades no significan, pues, precisamente “sepulcro o sepultura, lo cual es queber (hebreo) y mnemeion (griego); significa más bien la dimensión del estado de las almas de los que mueren sin Dios; allí están conscientes y angustiados, adoloridos y en tormento. Hades o Seol no se refiere, pues, a sitios geográficos y sepulcrales, pues no se habla nunca de seoles o hades en plural. El rico epulón le llama lugar de tormento (Lc. 16:28). Tártaro, también traducido infierno (2 Pe. 2:4), se refiere a la prisión de oscuridad de los ángeles caídos que esperan el juicio. Ahora bien, los que mueren en Cristo, mientras sus cuerpos esperan la primera resurrección a la venida de Cristo, sus almas van a descansar en Su presencia (Fil. 1:23); sí, presentes al Señor (2 Co. 5:1-10), bajo el altar (Ap. 6:9-11), conscientes y felices en el Paraíso o tercer cielo (2 Co. 12:2-4; Lc. 23:43). La resurrección de los justos será una de galardonamiento y recompensa; es decir, obteniéndose una mejor resurrección según el peso de gloria acumulado (He. 11:35; 2 Co. 4:17; 1 Co. 15:40,42; 3:13--15; 4:5; Ap. 22:12); por lo cual, todos Sus siervos deberemos comparecer ante el Tribunal de Cristo para recibir cada uno según lo que haya hecho mientras estaba en el cuerpo (2 Co. 5:10; Ro. 14:7-13; Mt. 25:19-30; Lc. 12:35-48 ; 19:11-27). Entonces el pueblo de los santos, recompensado, recibirá facultad de juzgar a partir del milenio (Is. 32:1; Dn. 7:10,13,14,18, 22, 26, 27; 12:3,13; 1 Co. 6:1-3; Ap. 2:26,27; 20:4-6) y reinará con Cristo eternamente y para siempre. Por otra parte, he aquí lo que corresponderá a los excluídos del Reino: castigo eterno (Mt. 25:46), fuego eterno (Mt. 25:41) que nunca se apaga y el gusano no muere (Mt. 3:12; Mr. 9:43-48); vergüenza y confusión perpetua (Dn. 12:2); perdición eterna (2 Tes. 1:9) y exclusión de la gloria divina; y el humo del tormento de quienes adoran a la bestia o su imagen y reciben su marca, sube por los siglos de los siglos (Ap. 14:9-11) y no hallarán reposo.
Posted on: Fri, 25 Oct 2013 04:04:36 +0000

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