dia de brujas: La noche del día de brujas se agudizaba; - TopicsExpress



          

dia de brujas: La noche del día de brujas se agudizaba; Sebastián y Andrés caminaban por la acera y las luces de los faroles sobre la avenida Mariscal López se extendían a lo largo de dos manzanas adelante. –No creo que Alicia se aparezca –dijo finalmente Andrés, rompiendo el silencio–. Hace demasiado frío. –Tenés razón, todos saben que es una cagona –asintió Sebastián, después de una breve risa que luchaba en el hálito frío de la noche asuncena–. Pero Liliana probablemente sí venga. Aparte, creo que ella está enamorada de mí. Andrés se limitó a responder estas presunciones de su compañero con una simple sonrisa; él lo conocía bien y sabía que si algo caracterizaba a Sebastián, era el hecho de tener siempre el ego por encima de la cabeza. Exhalando vapor a través de la boca, los dos amigos continuaron caminado por la helada vereda, humedecida por la reciente lluvia matutina que, debido a las bajas temperaturas, aún conservaba en charcos pequeños los vestigios de la granizada. Al llegar frente a la iglesia de la Recoleta, los dos amigos se detuvieron. Sebastián sacó su teléfono celular del bolsillo a la par que Andrés el suyo; aunque éste último sólo lo hizo para fijarse en la hora: el reloj del aparato marcaba las 23:36. – Hola, ¿Lili?- resonó de repente la voz de Sebastián–. ¿Vas a venir? – Preguntále si Ali está con ella. – Dale te espero –se despidió el Aludido y cortó la llamada. – No le preguntaste por Alicia –lo reprendió Andrés. – Ella no va a venir. Tiene miedo. El joven torció el gesto. Ambos permanecieron en la penumbra, recostados por los centenarios muros del recinto sagrado, por alrededor de cinco minutos hasta que escucharon la chillona voz de Liliana, que venía subiendo la escalinata. – ¡Hola, chicos! –los saludó efusivamente. – No grites, boba –musitó Sebastián–. Ya es tarde para estar haciendo barullo frente al cementerio. Los muchachos saludaron a su compañera y repasaron una vez más el plan para la noche de Halloween: “Entonces entramos, vemos las tumbas, contamos cuentos de terror y salimos”, resumió luego de unos minutos Andrés. – Ahora vengan –anunció Sebastián–, hacia acá la muralla es más baja y se puede pasar trepando. Lentamente los adolescentes fueron pasando de uno en uno por encima de la húmeda muralla que separaba el camposanto del resto de la calle. Caminaron entre los mausoleos por varios minutos, refiriendo historias escalofriantes acerca de espíritus perturbados, muertos que se levantaban de sus criptas, damas de blanco que serpenteaban entre los sepulcros haciendo ribetes de sus vestidos y desapareciendo entre las lóbregas lápidas, seres metamórficos que adoptaban formas caninas para saquear las catacumbas y alimentarse de la carroña y los despojos de los que han abandonado sus cuerpos. Todos estos relatos fantásticos crearon en la mente de los jóvenes imágenes místicas, cargadas de un tenebrismo tal que alcanzaba a hacerles ver formas donde sólo había oscuridad y tristeza. Al pasar cerca del claustro de la iglesia, alcanzaron a oír murmullos provenientes del interior que recitaban el ángelus en latín y luego realizaban cánticos gregorianos en voz baja. – Son los muertos –exclamó la chica–. ¡Nos vienen a llevar! – No seas boluda, Lili –aseveró Sebastián–. Y bajá la voz; esos son los religiosos de la Recoleta rezando la vigilia del día de Todos los Santos. Si nos escuchan nos van a sacar a palos. – Casi me da un paro –aseguró ella. Sus compañeros se burlaron riendo. – Deben de haber pasado las doce si los clérigos ya están orando –señaló Andrés. Los adolescentes continuaron su peripecia en silencio. Para su suerte, la luna llena alumbraba ocasionalmente su camino, facilitando su recorrido, regando su camino con la luz azulada del plenilunio; aunque, en ocasiones, una oscura nube la cubría, haciendo imposible ver cualquier cosa a más de un metro. Andrés lamentó no haber traído una linterna y lanzó una maldición en voz baja, era muy estúpido entrar a un lugar tan oscuro y frío sin al menos un encendedor. – Viejo, sacá tu celular –digo Sebastián de pronto a su compañero. Rápidamente, éste recordó que lo tenía consigo y se sintió aún más tonto, aunque, de todos modos, siguió el consejo de su amigo. Cada vez que los negros nubarrones se encaprichaban en oscurecer más la noche, los tres encendían las luces de sus teléfonos móviles y caminaban de forma más pausada y lenta. – ¡Miren, esta es la tumba de Lynch! –dijo Liliana, de repente, cuando reconoció el monumento en la noctívaga opacidad. – ¿Cómo sabés? –indagó Andrés. – El profe de Historia una vez nos contó que esto estaba acá –refirió la joven–. Además cuando se le en..terró a Doña Soledad recuerdo haber pasado por este lugar y haber reconocido la tumba. – Pero, ¿de la Lynch de la guerra hablás vos?; ¿Madame Lynch? –quiso saber Sebastián. – Claro, ¿de quién otra lo que voy a estar hablando? – ¡Qué buena onda! –exclamó el muchacho–. Yo no conocía esto. No sos tan boba había sido, Lili. La chica le golpeó el brazo con la palma en actitud de broma y todos comenzaron a reír. Luego, Andrés se acercó a ellos y dijo: – Bueno, no se acerquen tanto; las demás chicas pueden ponerse celosas. – ¿Quiénes? –inquirió Liliana. – Cualquiera de estas –explicó, mientras señalaba las demás tumbas, haciendo alusión a una de las historias que habían referido durante su sombría velada. Las burlas hacia los pacíficos inquilinos de aquel lugar sagrado siguieron hasta que a Sebastián le llamó la atención algo: – Qué rosa más rara –afirmó, mientras apuntaba con el dedo una rosa negra que descansaba sobre un nicho. – ¿Será realmente negra? –se preguntó Andrés al tiempo que le acercaba la luz artificial de su teléfono para comprobarlo. – Debe de ser por la oscuridad nomás –opinó su compañera, mientras se acuclillaba a su lado para verla. Andrés tomó la extraña flor y la acercó a su nariz para intentar percibir el aroma, pues había algo extraño y familiar en esa rosa, además de una pequeña manchita negra sobre la loza en la que ésta descansaba. Cuando el joven comenzaba a sentir el olor, el cual era fuerte y muy similar al aceite, fue interrumpido por el grito de Sebastián, que se había apartado de ellos: – ¡Carajo! – ¿Qué te pasa, boludo? – ¡Algo se movió por allá! –expresó el joven, asustado. – Cállense un rato –ordenó Andrés con un siseo. "Será mejor que se vayan" La voz de una mujer joven les solicitó abandonar el lugar. Los tres palidecieron y sintieron como se les erizaba la piel. Se estremecieron y se arrejuntaron en un círculo en el que todos se daban la espalda; miraban a todas las direcciones y, si lograban ver algo, sólo era un revoloteo de tela blanca esfumándose tras los mausoleos. "Váyanse" La voz de la mujer continuaba pidiéndoles que se fueran. Tras dudar unos segundos, aterrado, Sebastián salió corriendo despavorido dejando tras él sólo el grito sofocado que el frío le permitió proferir, atravesó el cementerio como una bala dejando a sus amigos detrás y, con un ágil salto, sorteó la muralla que lo separaba de la concurrida e iluminada avenida. Fue entonces cuando, de entre los panteones, Alicia salió riendo a carcajadas. Recalcada en un vestido blanco y con el cabello enmarañado cubriéndole la cara, la joven se acercó a sus dos compañeros y los saludó con los ojos aún llorosos de la risa. – ¡Alicia! –exclamó Liliana. – La rosa la hiciste con aerosol, ¿verdad? –inquirió Andrés entre risas, que ya sospechaba de algo parecido. – Sí –respondió Alicia–. Seguro te diste cuenta por el olor a barniz. – Yo sí, pero Sebastián se habrá quedado traumatizado con tu interpretación de fantasma. – ¡Pobre! –manifestó Liliana, ya con una sonrisa–. ¿Por qué nos asustas así, Ali? – Bueno él se lo tenía merecido por tratarme de miedosa –anunció Alicia–. Lo que sí lamento es no haber traído algo más abrigado; este vestidito de vampiresa está haciendo que me congele. – Tomá, ponete mi chaqueta –le mandó Andrés, mientras se sacaba el abrigo y se lo pasaba. – Gracias. – Voy a buscar a Sebas a la calle –indicó entonces–; de paso voy a reírme de él. – Nosotras salgamos por donde yo entré, Lili –dijo Alicia– uno de los portones está abierto. – Les esperamos en la esquina –se despidieron las chicas. Cuando finalmente dió con Sebastián, Andrés le explicó lo que había ocurrido y se burló de él con una risita. – ¡Le voy a cobrar a esa Alicia! –aseguró, mientras se reía de sí mismo. Sabía que lo que había pasado allí no quedaría entre ellos y que los demás compañeros tendrían un buen material para mofarse de él por largo tiempo. – Y yo me olvidé de la rosa –recordó Andrés–. Los muchachos tienen que enterarse de lo miedoso que sos. Voy a buscarla adentro un momento; ellas están en la esquina esperándonos. Les alcanzo enseguida. Andrés trepó la muralla una vez más y corrió rápidamente hasta donde estaba la rosa. Se acercó a ella y se agachó para tomarla. "Será mejor que te vayas" El muchacho levantó la cabeza y vio a Alicia apoyada en una de las tumbas, con el cabello enmarañado cubriéndole otra vez el rostro. – Claro que sí, Ali; pero ponete mi campera, te vas a engripar –bromeó. El joven tomó la rosa, pero cuando volvió a levantar la cabeza su amiga ya no estaba. Se enfadó al pensar que Alicia había vuelto a entrar al camposanto para jugarle esa broma sin preocuparse por su salud o por el frío que invadía el lugar a esas horas. – Hace un frío helado y vos regresás ahí para hacerme una broma –la reprochó, cuando al fin se encontró con el grupo que lo esperaban en la esquina–. ¿en serio creíste que me ibas a asustar? Los que aguardaban por él afuera se miraron con extrañeza, sin ningún atisbo de gracia en sus expresiones. Andrés inclinó el cabeza, dudoso de por qué nadie le respondía. Las chicas se miraron entre sí y luego todos se escudriñaron los rostros. – No era yo –habló finalmente Alicia, con voz trémula– después de que salí con Lili, no volví a entrar al cementerio.
Posted on: Sat, 21 Sep 2013 00:34:19 +0000

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