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me lo mandaron los amigos de pesca de facebook. TRIBULACIONES DE LOS "PESCADORES" DE GALLINAS. oficio de robar gallinas era muy popular en el barrio. Era practicado, casi con exclusividad, por la changada más joven. La presencia del adverbio “casi” obedece al hecho de que había dos excepciones en esa mayoría de ladri menores de edad: el Juancho Latorre y el Incancho Sosa eran veinteañeros y estaban considerados los decanos de esa facultad de aspirantes a doctorarse en el arte de “desplumar gallineros” sin que los émulos de Rintintín lo advirtieran. El Incancho y el Juancho, amigos y cómplices inseparables, se molestaban cuando los ociosos del barrio, para hacerlos engranar, los acusaban de “ladrones de gallinas”. --­No, señor!, reaccionaban indignados. ­No somos ladrones, sino pescadores de gallinas! Su modo de operar les daba la razón: ellos pescaban, literalmente, a las llamadas “aves de corral”. No se metían en casa ajena, ni saltaban alambrados. Nada de eso. ­Que no los comparasen con los pendejos aprendices! Los socios elegían un gallinero, de los muchos que había en el barrio (rara era la casa que no tuviese un poblado gallinero). Iban por la noche, y si oscura, mejor. Arrojaban en él dos o tres puñados de maíces, y las gallinas interrumpidas en su sueño, y opas como dicen que son, pasado el sobresalto del leve ruido provocado por los maíces al rodar, bajaban a picotear. Y cómo podrían saber, cómo podrían haber imaginado, o sospechar, si sólo eran gallinas, que entre los maíces acechaban tres o cuatro anzuelos en cuyas puntas Juancho y el Incancho habían pinchado maíces adecuadamente remojados! Y en cuanto picaban ­zácate!, un suave tirón las introducía en la bolsa de los “pescadores”. Pero las habilidades de Juancho y el Incancho no acababan ahí. También eran aprovechados “sogueros” y, como tales, se habían convertido en el azote de las ropas tendidas. No pasaba semana sin que señoras y señoritas, jóvenes y veteranos del barrio vieran disminuir, con escándalo, el número de sus bombachas y enaguas, y de sus calzoncillos y camisas, respectivamente. Sin contar pañuelos, medias y otras prendas. Hay que reconocer que el Juancho y el Incancho, depredadores ingeniosos, tenían quien los burlase a ellos. Resulta que las gallinas, tan delicadamente obtenidas, eran entregadas el Fulero Rosado para que las cuidara hasta que “pasara el peligro”. Y ahí estaba la pérdida de los “pescadores” y la ganancia del cuidador, porque el Fulero los trampeaba vuelta a vuelta. En pago de la gauchada, los amigos le daban un porcentaje. Por ejemplo, si le daban a cuidar cuatro gallinas, una era para él. Pero resulta que siempre el Fulero tenía a mano una excusa para quedarse con la mitad o más de lo que le daban a custodiar. Lo lamento, changos, decía, anoche el hurón del vecino se morfó dos gallinas. Tomen las dos que se salvaron. Yo me quedo sin nada, pero ustedes son mis amigos. Y cuentos por el estilo. --Y bueno, reflexionaba para sí el Fulero, bien dicen que el que roba a un ladrón tiene cien años de perdón. ¿O eran noventa y cinco, nomás?
Posted on: Tue, 08 Oct 2013 10:17:26 +0000

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