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Amigos y amigas, feliz lunes, muchos éxitos en todas las tareas y empeños de esta semana. Luego de una larga, pero espero que útil, caminata recorriendo a la luz de la fe el misterio de la paternidad como don de Dios y todas las responsabilidades que ella trae para quienes responden a esta vocación, quiero proponerles, ahora sí, el camino de fe que el Señor les pide como responsables de los hijos que les ha entregado. Como guía para este sendero, buscando darle una más amplia utilidad, voy a seguir la ruta de los sacramentos, de manera especial la del Bautismo. Lo primero que la Iglesia le pregunta a los padre el día del Bautismo de sus hijos es el nombre que han elegido para su hijo o hija. Esta, para algunos resulta una pregunta ilógica, pues hace unos días, a pesar que antes de hacerla en el sacramento había explicado, el padre de uno de los bautizados respondió: “y entonces para que piden tantos papeles, ahí está el nombre del niño”, la pregunta hace parte del rito no como un formalismo o etiqueta social sino con una múltiple finalidad. Primero mostrar que el Sacramento es una gracia personal, ese niño es tan importante que Dios lo hace su hijo, no de cualquier manera, sino llamándolo por su nombre, es a él, a ese concreto, no al primero que responda, no es una llamada de consultorio de EPS: “el que sigue”, Dios ha puesto sus ojos sobre un elegido y quiere que ese elegido, al sentir, su nombre descubra la grandeza de la llamada que recibe. Cuando nos llaman por nuestro nombre nos sentimos importantes y cuando nos llama uno que tiene figuración, sí que más, que mejor que el mismo Dios nos llame por nuestro nombre. Cuando en el bautismo se pregunta el nombre de quien va ha ser bautizado, también se busca darle toda la estima posible al nombre, pues además de ser una convención es el sello de identidad de la persona que lo posee. En los pueblos antiguos el nombre estaba ligado a la fe de los padres, a los deseos que se tenían para la persona nombrada, al acontecimiento que marcó su nacimiento, tantos ejemplos encontramos en la Biblia de esto, resalto el de Jesús, “Dios salva”; por eso aun hoy día entre los italianos ese nombre tiene tanto valor que los padres no se atreven a llamar a sí a sus hijos así. Por eso es tan importante la tarea de escoger el nombre para los hijos, ojalá que los cristianos católicos rescatemos el valor de esta tarea y no permitamos que los niños tengan nombres de cosas, o programas de televisión y en cambio las mascotas de la casa nombre de santos. Ya he encontrado casos donde el perro se llama Mateo y el niño se llama Hematauros (que significa sangre de toro). Pero también el preguntar el nombre significa averiguar sobre la conciencia que tienen los padres de ser los formadores de identidad de ese niño. Como lo decía antes, el nombre es sello de identidad y ese niño o niña necesita unos modelos bien orientados que le muestren el camino, que le den ejemplo para fraguar su propia identidad, es decir, que lo orienten en el cultivo de los valores, cualidades y virtudes que harán de él o ella lo que tiene que ser y no lo que le imponga un estándar social. Los dejo hoy pensando lo que significa el nombre de los hijos, el que ya pusieron o el que están pensando para el hijo que viene. Feliz lunes.
Posted on: Mon, 15 Jul 2013 04:53:51 +0000

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